Si Pertenecéis a Cristo, sois Herederos de la Promesa

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English: If You Are Christ's, You Are Heirs of the Promise

© Desiring God

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Por John Piper sobre La Ley
Una parte de la serie Galatians: Broken by His Cross Healed by His Spirit

Traducción por Maria del Carmen Zanassi


Gálatas 3:23-29

“Antes de que llegara la ley, estábamos confinados bajo la ley, recluidos hasta que la fe fuera revelada. De manera que la ley fuera nuestro custodio hasta que Cristo llegara, a fin de que seamos justificados por la fe. Pero, ahora que ha llegado la fe, ya no estamos bajo custodio, porque todos sois hijos de Dios, mediante la fe en Cristo Jesús. Pues todos los que fuisteis bautizados en Cristo, de Cristo os habéis revestido. No hay judío ni griego, no hay esclavo ni hombre libre, no hay hombre ni mujer porque todos sois uno en Cristo. Y si pertenecéis a Cristo, entonces sois descendencia de Abraham, herederos según la promesa”.

En Gálatas 3:23-29, hay cuatro aspectos para considerar en la reflexión de Pablo. Primero: Antes de que la fe llegara, Israel se encontraba confinado bajo la ley, que funcionaba como un custodio (tutor o institutriz) el cual controlaba y guiaba, pero que no podía otorgar la herencia (3:18). Segundo: Con la llegada de Cristo se originó un gran movimiento de fe. Tercero: Siempre que hombres y mujeres se unen a Cristo por medio de la fe (simbolizada en el bautismo) son justificados y se convierten en hijos de Dios y herederos de su promesa a Abraham. Cuarto: Por lo tanto, nosotros, que pertenecemos a Dios, no estamos más bajo la ley. Vamos a tratar de entender cada uno de estos puntos del párrafo.

Contenido

Confinados bajo la ley

El primer punto está relacionado con los versículos 23 y 24: “Antes de que llegara la fe, estábamos confinados bajo la ley, recluidos hasta que la fe fuera revelada. De manera que la ley fuera nuestro custodio hasta que Cristo llegara”. La palabra custodio se refiere a un sirviente de la familia responsable de cuidar al hijo, desde que nacía hasta que entraba en la adultez. Controlaba su comportamiento hasta que tuviera la madurez suficiente para hacer lo que era correcto, sin restricciones externas. El “custodio”, “tutor” o “maestro” no tiene el poder de cambiar el corazón del niño, ni puede otorgarle su herencia.

Así funcionaba la ley para Israel. Proporcionaba orientación y limitación. Indicaba la manera en la que un jovencito maduro debía comportarse. Pero no le podía dar a Israel un corazón nuevo ni tampoco la herencia. De acuerdo a Hebreos 4:2, la ley no benefició a Israel, porque había fe. La fe es la característica de la madurez que la ley prescribía, y por eso la ley mantuvo restringida a Israel hasta que la fe se manifestara. La ley instruyó a la joven Israel la manera de vivir una vida de fe en las promesas misericordiosas de Dios (cf. Éxodo 14:31, Números 14:11; 20:12; Deuteronomio 1:32; 8:17; 9:23; 28:52; 32:37) pero la respuesta en general era una rebelión adolescente. Generalmente, las personas en Israel, no trataban de ser humildes y por lo tanto la ley funcionaba para exponer los pecados de Israel y controlarlos, hasta el día en que Dios comenzara a quitarles la ceguera y les diera un corazón para que confiaran en Él (Jeremías 24:7).

También en la actualidad la ley funciona de esa manera. Si no sentimos en nuestro corazón que confiamos en Dios y en su misericordia, la ley nos va a resultar como una tarea rigurosa, desagradable y tediosa que nos da una maestra severa. Pero si confiamos en Dios y en su misericordia, entonces vamos a considerar la ley como una prescripción médica, necesaria y apropiada, que nos recomienda un doctor apreciado y sabio. Lo que significa la ley para nosotros depende de cómo somos con el que nos proporcionó la ley. 1 Juan 5:3 dice: “Esto es el amor a Dios: que guardemos sus mandamientos. Sus mandamientos no son una carga”. Sin embargo, en general, para Israel la ley era una tarea rigurosa para poder obtener sus bendiciones porque no tenían fe. (Había excepciones obvias como las que se describen en Salmos 1).

La llegada de la fe

El segundo punto en la reflexión de Pablo es que la fe finalmente llega. Su llegada es simultánea a la llegada de Cristo. Versículo 25: “Ahora que ha llegado la fe, ya no estamos bajo custodio” ¿Qué significa “ha llegado la fe”? No creo que quiera decir que en Israel evitaban tener fe antes de la llegada de Cristo. Abraham creyó (Gálatas 3:6). Y Salmos 32 describe a un hombre a quien el Señor lo consideró recto por la fe, independientemente de las obras (Romanos 4:6-8). Hebreos 11 proporciona un salón de la fama de creyentes de la época de la ley. Por lo tanto, Pablo no quiere decir que, antes de la llegada de Cristo, nadie tenía fe o que eran justificados mediante las obras. Había creyentes que eran justificados por su fe desde el principio, 7000, dice Pablo, en los tiempos de Elías (Romanos 11:4).

Creo que, cuando dice “la fe ha llegado”, Pablo quiere significar que, por la gracia de Dios, se origina un período en la historia redentora en el cual un gran número de personas, especialmente los gentiles, responden con su fe a la Palabra de Dios. “La fe ha llegado” significa que, por sobre todo, esa es la característica de los miembros de un gran movimiento – confían en la misericordia de Dios, como niños pequeños. Cuando se predicaba la ley, había muy poca fe. Pero cuando el evangelio se predica, muchos creen y se salvan. El movimiento se extendió por todo el mundo. La causa de esto no fue porque la ley le enseñaba a los hombres a ganarse la salvación, mientras que el evangelio la ofrecía libremente por tener fe. No; ambos, la ley y el evangelio ofrecen libremente la salvación por la fe y los dos describen la obediencia que muestra la genuinidad de esa fe.

La razón por la cual la ley generalmente confinaba a la gente bajo el pecado, mientras que el evangelio se gana la fe de un gran número de personas, es que la predicación del evangelio está acompañada por el trabajo poderoso del Espíritu Santo para abrir el corazón de los oyentes (Actos 16:14; 2 Corintios 4:6). “La fe ha llegado” significa que Dios está cumpliendo las promesas, que se mencionan en Ezequiel 36:26-27, de darles un nuevo corazón (Jeremías 24:7; Deuteronomio 30:6). Si Dios, además del evangelio de Cristo, no nos hubiera dado el Espíritu Santo para que abra nuestros corazones y los llene de nuestro arrepentimiento, el evangelio nos habría confinado bajo pecado como lo hizo la ley. Pero ese no era el plan de Dios. Todos los que vivimos con fe en el Hijo de Dios, somos la evidencia viva de que, por la gracia soberana y eficaz del Espíritu Santo “la fe ha llegado” - incluso a nosotros y habita en nuestros corazones y nos renueva. Si conocemos la dureza de nuestro propio corazón, sin incluir la gracia renovadora, tenemos que agradecer todos los días a Dios por ser creyentes.

Unidos a Cristo

El tercer punto del texto es que la fe de Cristo nos une a Él, de tal manera que todos los dones que nos da se convierten en nuestros. El jueves pasado, llevé a mi familia a ver El regreso del Corcel negro. Un muchacho llamado Alec Ramsey viaja escondido en un avión a Norteamérica para tratar de recuperar su caballo. Empieza a cruzar el desierto, luego le comentan sobre los miembros de una tribu que podían salvar su vida y su misión. Se enteró que tenían un sentido del honor tan alto, que si cualquiera decía que quería ser su huésped, arriesgarían sus vidas y sus posesiones por esa persona. Aunque Alec no tenía absolutamente nada de dinero y no podía pagar por protección y ayuda, recibió, sin embargo, la protección y la ayuda de ellos en dos oportunidades, simplemente por manifestar su necesidad y su deseo de ser su huésped. Apeló al honor de ellos, no al valor de su dinero. Y lo salvaron.

Lo mismo sucede con Cristo. Si se encomiendan a Cristo y le dicen que quieren ser su huésped eterno, usar sus vestimentas y aceptar sus costumbres no puede rechazarlos, su honor está en juego. Habrán honrado tanto su valor y su honestidad que se negaría a rechazarlos. Por consiguiente, todo lo que Él tiene es de ustedes. Lo principal en el versículo 24 es la justificación – es decir la absolución de toda culpa, el perdón de todos los pecados. El versículo 26 habla sobre la filiación. Pertenecer a Cristo es ser hijo de Dios con todos los privilegios estupendos que esa relación implica. El versículo 29 es otra forma de expresarlo: “Si sois de Cristo, entonces sois descendencia de Abraham, herederos según la promesa”. Ser la descendencia de Abraham y ser hijo de Dios es prácticamente lo mismo en el pensamiento de Pablo. Se convierten en las dos cosas cuando se encomiendan a Cristo y dicen “Quiero ser tu huésped”.

Una de las cosas más maravillosas en la casa de Cristo, donde los huéspedes se vuelven miembros de la familia, es que nuestra condición racial, social y sexual no nos hace ni más ni menos hijos y herederos. Versículo 28: “No hay judío ni griego, no hay esclavo ni libre, no hay hombre ni mujer, porque todos sois uno en Cristo Jesús”. Pobre del huésped presuntuoso que cree que, por su condición de judío, de persona libre o por su masculinidad, se gana la admisión en la casa del Señor o se merece una parte mayor de la herencia. Efesios 2:19 dice que los judíos y los gentiles que pertenecen a Cristo “son conciudadanos. . . y miembros de la familia de Dios”. Efesios 6:9 dice que amos y esclavos tienen un solo Señor que está en el cielo y es imparcial. 1 Pedro 3:7 dice que maridos y esposas son coherederos de la gracia de la vida en Cristo. Cuando Cristo nos admite bajo su protección y su cuidado solamente porque tenemos fe (“¿Puedo ser tu huésped?”), se elimina cualquier motivo posible de jactancia, ya sea racial, social o sexual. Todos dependemos absolutamente del honor de Cristo, no del valor de nuestras características. Y nada es más seguro que el honor de Cristo.

No más Custodio

Finalmente, el cuarto punto es simplemente esto: No estamos más bajo un custodio, la ley. La semana próxima vamos a hablar más sobre este tema, pero hoy solamente les quiero decir que “estar bajo custodio” o “bajo la ley” significan que nos sentimos oprimidos por la exigencia de Dios cuando no tenemos poder para cumplirla. O nos rebelamos o tratamos constantemente de observarla con nuestro propio esfuerzo. En cualquiera de los dos casos “la letra mata”, 2 Corintios 3:6.

Pero esa no es más nuestra relación con la ley. No estamos más bajo su poder, tratando desesperadamente de subir para llegar al cielo. Para nosotros la escalera de la ley se cayó y se convirtió en un carril de alegre obediencia. Estamos sobre él, no nos resulta más una carga mortal. ¿Qué pasó? La respuesta está en Gálatas 5:18: “Si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la ley”. El Espíritu transforma tanto nuestras vidas al confiar en las promesas de Dios (Gálatas 3:5), que amamos lo que Dios ama y odiamos lo que Dios odia. Por lo tanto, la ley no es más una carga sino una montaña rusa de alegría.

Esta mañana, mi plegaria es que la mayoría de nosotros aprendamos a descansar en el vagón de primera clase de la gracia y disfrutemos del itinerario del Señor.



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