La tecnología no puede sustituir la presencialidad
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Desiring God Staff sobre Santificación y Crecimiento
Traducción por Nicolás Saez
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Por qué siempre nos congregaremos como iglesia
Aquí me encuentro sentado, amable lector, de frente a una pantalla en Sidney, Australia, mientras usted (muy probablemente) mira otra pantalla en otro lugar del mundo —y estoy esperando que algo extraordinario suceda—. Rezo para que, a pesar de que nos separe el tiempo y la geografía, logremos encontrarnos estos minutitos próximos a través de unas palabras en la pantalla.
Es algo milagroso si uno se pone a pensarlo.
Si escribo bien este articulo, usted “oirá” mis pensamientos y mi voz aunque, en realidad, no escuche más que el ruido del ventilador de su laptop. Ya sea de manera asincrónica (con un libro o un artículo como este) o sincrónica (con una llamada o reunión en Zoom), logramos conectarnos, comunicarnos y comprendernos unos a otros sin estar físicamente próximos.
Una alegría parcia, una alegría remota
Los humanos se han comunicado de esta forma desde que se inventaron las señales de humo. Dios nos concedió esta extraordinaria capacidad de proyectar nuestras mentes, corazones y personalidades hacia otros lugares (e incluso otros tiempos) grabando reflejos nuestros en palabras o imágenes.
Los autores del Nuevo Testamento, claro está, sacaron buen provecho de esta bendición. Ellos veían sus cartas como un medio para aleccionar, animar y amonestar a quienes amaban y extrañaban desde lejos.
Las pequeñas epístolas de 2 y 3 Juan son un caso de estudio fascinante. En ambas cartas, Juan se regocija al descubrir que su gente está “andando en la verdad” (2 Juan, 4 y 3 Juan, 3) y los alienta y exhorta a continuar haciéndolo. En ambos casos, sin embargo, él concluye su carta diciendo que, aunque le quede mucho por decir, preferiría hacerlo en persona:
“Aunque tengo muchas cosas que escribiros, no quiero hacerlo con papel y tinta, sino que espero ir a vosotros y hablar cara a cara, para que vuestro[i] gozo sea completo”. (2 Juan, 12; véase también 3 Juan, 13-14)
Es una verdadera alegría escuchar que alguien está perseverando en la fe, al igual que alentarlos por medio de la escritura. Pero esta es una alegría parcial —una alegría que se anticipa la alegría plena de encontrarnos cara a cara—.
¿Tecnología, bendición o maldición para las relaciones?
La superioridad de la presencia física es tan evidente que hasta resulta extraño argumentar a su favor ¿Quién podría ser tan perverso de preferir un mensaje de texto de su amada a cenar con ella en su restaurante favorito? ¿Quién podría elegir llamar a su madre por sobre la alegría de abrazarla cariñosamente y conversar distendidamente con ella?
Sin embargo, somos criaturas extrañas y perversas; tenemos un largo historial de anteponer las alegrías inferiores a las superiores. Así, no solo nos privamos de esas oportunidades superiores, sino que además, al favorecer estas realidades inferiores, terminamos por distorsionarlas y arruinarlas.
Como muchos otros ya han remarcado, parece que esta dinámica se está dando en nuestro momento cultural en relación con el mundo virtual del internet y las redes sociales. Hay una tendencia perturbadora a desestimar el gozo del contacto físico y a sobrestiman los beneficios de la virtualidad. Nos hallamos tan inmersos en la cautivadora, rápida y siempre cambiante influencia de lo virtual, que hemos comenzado a perder el gusto por la solidez de las relaciones presenciales. Pero, como pasa con muchos otros regalos de Dios, el abuso lo transforma en una maldición, en una carga.
Mi intención con este pequeño artículo no es explorar cómo ni por qué esto sucede, pero sí mencionaré brevemente una importante trayectoria teológica que se relaciona con la importancia de congregarnos físicamente como iglesia.
Aislamiento del ser
Acorde a lo documentado por Carl Trueman (entre otros), uno de los extraños aspectos de nuestra moderna cultura occidental es ese de “psicologizar” nuestro ser e identidad.
En la sociedad occidental, el constante e inexorable rechazo hacia Dios como Señor y Creador nos ha consignado, finalmente, a depender de nosotros y de nuestro interior como únicos ejes para la moral, la identidad y el yo. No es nada sorprendente, pues, que como partes de una cultura en la que nos definimos a partir de los pensamientos y sentimientos que expresamos, nos resulten tan atractivas las conexiones virtuales.
Nuestro alejamiento de Dios y del orden de su creación se ha tornado en una especie de rebelión contra la naturaleza física y corpórea de nuestra creación. Y, ya que nuestra corpórea naturaleza es esencial para quienes somos como criaturas de Dios, esta rebelión nos lleva a la disfuncionalidad. No fuimos hechos solamente para relacionarnos con Dios como creaturas con su Creador, sino también para relacionarnos unos con otros como creaturas; nuestra existencia corpórea se rige por este propósito. En las palabras de D.B. Knox:
“El cuerpo fue diseñado maravillosamente ¬para llevar a cabo sus fines en las relaciones, junto con todo el placer físico, mental, emocional y espiritual que estas nos traen. La estructura de nuestros cerebros, el lenguaje, la cara, los ojos; todos están diseñados para comunicar nuestro interior” (The Everlasting God, 52)
Este se aplica especialmente a las relaciones que Dios redime al renovarnos en Cristo. Cuando se nos restaura, no es solo para enmendar nuestra relación con Dios, sino también aquellas entre nosotros. Los judíos y los gentiles pueden ahora partir el pan, pueden saludarse unos a otros con un beso santo, y hasta pueden casarse entre sí —todas cosas imposibles e impensables antes de que Cristo derribara la pared de separación (Efesios 2, 14).
La iglesia es la congregación
Esta reconciliación que se da en el Evangelio es la razón por la cual la iglesia —la congregación del pueblo de Dios— es un factor tan predominante de la nueva vida que hallamos juntos en Cristo. En Él, el Espíritu Santo nos une: nos une para aprender juntos de la palabra (Hechos 2 42); para comer y beber juntos en memoria de Cristo (1 Corintios, 11 23-26); para levantar juntos nuestras voces en canto y oración (Efesios 5, 18-19); y para alentarnos unos a otros profesando palabras amorosas de edificación, exhortación y consuelo (1 Corintios, 14 1-3). Todas estas son actividades de creaturas, requieren que estemos cerca unos de otros como creaturas para cumplimentarse.
A menudo me he preguntado si esta es la idea detrás de Hebreos 10, 25; no dejar de congregarnos. En gran parte de esta carta, el autor de Hebreos enfatiza que el cumplimiento de los planes de Dios en Cristo implica una transición de la vieja alianza (con su templo y sacerdocio físicos y terrenales) a la nueva alianza de Cristo y la eterna redención espiritual; la cual hoy día nos confiere la mismísima presencia de Dios (Hebreos 9, 14; 10, 19–22; 12, 18–24).
¿Acaso el autor de Hebreos se preocupaba por que lo obsoleto del templo y el sacerdocio físicos pudiera llevar a sus lectores a despreciar la necesidad de congregarse físicamente?
Aunque no deberíamos especular demasiado, la verdad es que vale la pena mencionar las palabras en su exhortación. Luego de instarlos a acercarse al más divino entre todo lo sagrado en plena certidumbre de fe, él dice:
“Y consideremos cómo estimularnos unos a otros al amor y a las buenas obras, no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos unos a otros, y mucho más al ver que el día se acerca” (Hebreos 10, 24‑25).
“Estimularnos unos a otros” aparece opuesto a “dejar de congregarnos”. Dejar de congregarnos nos priva de esta actividad fundamental, nos priva del medio por el cual nos exhortamos unos a otros al amor y a las buenas obras mientras esperamos el regreso de Cristo.
Como la debilidad y el pecado siguen presentes en nuestros cuerpos, incluidos los abrumadores deseos de la carne, debemos congregarnos física y regularmente con otros cuerpos —para así poder educarnos y enseñarnos y estimularnos los unos a los otros con todo nuestro ser—. Cuando nos reunimos en hermandad, las actividades que realizamos con nuestros cuerpos están orientadas a este propósito. Si bien las hacemos en alabanza a Cristo y por la gloria de Dios; en buena medida, también las hacemos por y para nosotros, especialmente cuando se trata de edificarnos unos a otros con el amor y el buen obrar.
¿FÍSICA O VIRTUAL?
Este aspecto crucial de congregarnos se ve sumamente disminuido, o completamente ausente en algunos casos, cuando descuidamos las reuniones físicas por favorecer las virtuales.
Por ejemplo, la experiencia y el significado de sentarnos lado a lado, escuchando al pastor, son cualitativamente distintos a leer un sermón impreso o mirar uno en Youtube —no solo porque advertimos otros detalles (en la voz, gestos y presencia física del hablante), sino porque además nos encontramos en un lugar y una posición diferentes como oyentes. Nos sentamos juntos bajo la palabra de Dios, recibimos juntos las lecciones y los ánimos que su palabra nos trae. Que estés a mi lado me ayuda a escuchar.
Que estés presente junto a mí en alabanza me ayuda a escuchar. De la misma forma, cuando cantamos, no cantamos solo para alabar y glorificar a Dios; también lo hacemos para nosotros, para animarnos y aleccionarnos mutuamente. En cualquier lugar podemos cantar alegres a Cristo, pero solo al congregarnos podemos cantarnos unos a otros, creando melodías en nuestros corazones en nombre del Señor.
Lo mismo sucede cuando conversamos juntos y nos alentamos unos a otros alrededor del mundo. Al estar físicamente juntos, no solo disfrutamos de un encuentro más rico, sino que además, hallamos más oportunidades de ver y oír lo que le sucede a quienes se hallan cerca. Podemos sentir cuando alguien está frustrado o alegre, solitario o retraído, cuando alguien tiene el corazón roto o es nuevo en la congregación y espera conocer a alguien. Podemos amarnos proactivamente y hablar las palabras que nos impulsarán hacia el amor y las buenas obras.
La alegría de volver a congregarse
¿Pueden cumplirse estas variadas metas por mail o con un post en Facebook o un artículo como este? Hasta cierto punto limitado, sí (¡y qué gran bendición esto es!). Pero permitir que las bendiciones y posibilidades de lo virtual obnubilen las alegrías y beneficios de la hermandad verdadera y material sería, en verdad, un mal trueque.
Este ha sido el caso en Sidney estos últimos dieciocho meses. Hemos tenido muchos meses de cuarentena y demás restricciones que no nos han permitido congregarnos presencialmente como iglesias. Nos hemos visto confinados a nuestras casas más o menos la mitad de todos los domingos desde marzo de 2020, tratando de alentarnos entre nosotros como el pueblo de Dios a través de distintos tipos de conexiones virtuales. Ciertamente, estamos muy agradecidos por esta misericordia (aunque a veces nos parezca poco).
Pero la alegría que ahora experimentamos es aquella de la hermandad verdadera, la de estar cara a cara. Rezo para que nosotros (así como ustedes) continuemos atesorando esa cercanía física entre nosotros, y para que nunca los buenos pero inferiores beneficios de la virtualidad nos distraigan o desvíen de ella.
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