Tiempo de Confesión para los Curas
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Paul Tripp sobre Ministerio Pastoral
Traducción por Cristina Abánades López
Cuando la tarea sucia (lavar los pies llenos de tierra de los discípulos orgullosos) se completó, Jesús miró a sus discípulos y dijo, “Si yo, vuestro Señor y Profesor, os he lavado los pies, vosotros también deberíais lavaros los pies unos a otros.” Cristo está diciendo que, “La actitud que he tenido hacia vosotros, deberíais tenerla vosotros los unos con los otros. Mi llamada debe convertirse en vuestra llamada. La disposición que he mostrado, debéis vivirla el resto de vuestras vidas en vuestras iglesias.” ¿Cuál es esta actitud? ¿Cuál es el compromiso que debe determinar la iglesia de cada cura?
Vosotros y yo no debemos convertirnos en curas todos demasiado conscientes de nuestras posturas. No debemos ceder a proteger y pulir nuestro poder y prominencia. Debemos resistir al sentirnos privilegiados, especiales, o en una categoría diferente. No debemos pensar en nosotros mismos como dignos o con derechos. No debemos pedir ser tratados de manera diferente o ser puestos en algún pedestal. No debemos servir como ministros desde arriba, sino desde al lado.
¿Cuál es la gran lección, la gran llamada de este sorprendente momento? Jesús dice, “Si no sois mejores que vuestro maestro, y él ha pretendido hacer esto tan vergonzoso, vosotros también deberíais estar dispuestos. Si vosotros sois mis embajadores, llamados para representar mi voluntad y camino, llamados para ser las herramientas de mi gracia redimida, entonces no debe haber ninguna tarea eclesiástica que os parezca digna. Debéis estar dispuestos a hacer lo más bajo, lo más inmoral para que se haga mi labor y mi voluntad. No debéis rechazarlo. No debéis pensar en vosotros mismos como personas demasiado buenas. Debéis estar dispuestos a ser los más bajos de los esclavos para que mi reino llegue. No debéis ser demasiado orgullosos.”
Más Altamente de lo que Deberíamos
Seamos honestos, curas. Estamos tentados de pensar en nosotros mismos más altamente de lo que deberíamos pensar. A veces, nos irritan cosas que pensamos que están por debajo de nuestro rango salarial. No siempre estamos dispuestos a hacer el trabajo sucio de la iglesia. Sé que no siempre estoy preparado y dispuesto. Estamos demasiado orientados a la reputación, la posición, y el poder. Deseamos ser reconocidos e importantes. No nos atrae la servidumbre redentora. Queremos que nuestras Iglesias estén limpias y sean cómodas. Tendemos a pensar en nosotros mismos como personas de acción y líderes más que en sirvientes. Esto no pasa porque estáis adquiriendo vuestra identidad como embajadores. No, si vosotros y yo pensamos que cualquier tarea del reino está por debajo de nosotros, nos hemos olvidado de nuestra identidad. Y hay un pequeño paso entre olvidar vuestra posición asignada e meterse en la posición de Dios.
El asombroso ejemplo y perpetración de Cristo debe producir el dolor que nos lleve a la confesión. Perdemos nuestro camino. Nos convertimos más en maestros que en sirvientes. En nuestro fuero interno sabemos que nunca llegaremos a ser lo que hemos sido llamados a ser a menos que seamos rescatados por la misma gracia por la que hemos recibido el encargo de proclamar y vivir antes que otros. Y no tenemos que temer que nuestro orgullo tonto, que se engaña a sí mismo y es inmerecido vaya a causar que el Padre nos dé la espalda. Sabe quién somos. Sabe que no damos la talla. Sabe que todavía no alcanzamos su justa exigencia; por eso nos ha dado el regalo de su Hijo. Podemos correr hacia él y admitir la propia gloria embarazosa y saber que él no nos avergonzará o nos abofeteará, porque nuestra posición delante de él no se basa en nuestro comportamiento sino en la conducta intachable de su Hijo.
Así, conmigo aquí y ahora haced la confesión que tengáis que hacer. Llorad por la ayuda que necesitáis. Vuestro Salvador está cerca y él está tanto dispuesto como disponible.
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