Totalmente Por Gracia/¡Ay de mí! Nada puedo hacer
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Charles H. Spurgeon
sobre Conversión
Capítulo 11 del Libro Totalmente Por Gracia
Traducción por Chapel Library
Sentimiento de incapacidad
Después de haber aceptado la doctrina de la expiación y comprendido la gran verdad de que la salvación es por medio de la fe en el Señor Jesús, el corazón con frecuencia se inquieta por un sentimiento de incapacidad respecto a hacer el bien. Muchos suspiran diciendo: “¡Ay de mí!: nada puedo hacer.” Y no lo dicen como excusa, sino que lo sienten diariamente como carga pesada. Harían el bien si pudieran. Cada uno de ellos podría decir honestamente: “Tengo voluntad de hacerlo, pero no sé como.”
Esta experiencia más bien anula y deja sin efecto todo el evangelio, pues ¿para qué sirve el alimento al hambriento si está fuera de su alcance? ¿Para qué sirve el río de agua viva, si el sediento no puede beber? Nos acordamos aquí de la anécdota del médico y del hijo de la madre pobre. El doctor le dijo a la madre que su pequeño pronto mejoraría bajo un tratamiento adecuado. Pero era absolutamente necesario que tomara regularmente el mejor vino y que pasara una temporada en los baños termales de Alemania. ¡Receta para el hijo de una pobre madre que apenas tenía pan para llevar a la boca! De la misma manera, a veces no le parece al corazón atribulado que el sencillo evangelio: “Cree, y vivirás” sea tan sencillo porque pide al pobre pecador que haga lo que no puede hacer. Para el que verdaderamente ha despertado, pero es poco instruido, le parece que falta un eslabón. A lo lejos está la salvación por medio de Cristo, pero ¿cómo obtenerla? El alma se siente sin fuerzas, y no sabe qué hacer. Está cerca, a la vista de la ciudad de refugio, pero no puede entrar por sus puertas.
¿Ha tenido Dios en cuenta esta falta de fuerzas en el plan de la salvación? Ciertamente que sí. La obra del Señor es perfecta. Empieza donde estamos, y nada nos pide para perfeccionarla. Cuando el buen samaritano vio al viajero herido tendido medio muerto en el camino, no le pidió que se levantara, acercara, montara su asno y se dirigiera a la posada. No, no. Se le acercó, vendó sus heridas y lo puso sobre su cabalgadura y le llevó al mesón. Así nos trata Jesús en el miserable estado en que nos encontramos.
Hemos visto que Dios es el que justifica, que justifica al impío y que lo justifica por medio de la fe en la preciosa sangre de Jesús. Ahora veamos la condición en la cual se halla este impío cuando Jesús obra su salvación. Muchas personas que han despertado no sólo se afligen por su pecado, sino también por su debilidad moral. Carecen de fuerzas para escapar del lodo en que han caído y de guardarse del mismo en el porvenir. No sólo se lamentan por lo que han hecho, sino por lo que no pueden hacer. Se sienten sin fuerzas, sin recursos, sin vida espiritual. Parece extraño decir que se sienten muertas, y no obstante es así. En su propia estimación son incapaces de hacer ningún bien. No pueden andar por el camino al cielo porque tienen los huesos rotos. Se sienten sin fuerzas. Felizmente está escrito como elogio del amor de Dios para con nosotros:
“Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos”( Romanos 5:6).
Aquí vemos socorrida la insuficiencia consciente: socorrida por la intervención del Señor Jesús. Nuestra insuficiencia es extrema. No está escrito: “Cuando aun éramos comparativamente débiles, Cristo murió por nosotros” o “cuando sólo teníamos un poco de fuerza” sino que la afirmación es absoluta, sin limitación: “Cuando aun éramos débiles”. No teníamos nada de fuerza que pudiera ayudarnos en la obra de la salvación. Las palabras de nuestro Señor son totalmente ciertas: “Sin mí nada podéis hacer”. Podría ampliar el texto y recordarte del gran amor con que el Señor nos amó, “aun estando nosotros muertos en pecados”. Estar muerto es aún peor que estar sin fuerzas.
La realidad en que el pobre pecador sin fuerzas debe fijar su mente y retener firmemente como único fundamento de esperanza es la afirmación divina de que “Cristo... a su tiempo murió por los impíos”. Cree en esto y toda insuficiencia desaparecerá. La leyenda del rey Midas cuenta que transformaba todo en oro por su tacto. De la misma manera podemos afirmar con toda seguridad, respecto a la fe, que todo lo que toca se vuelve bueno. Nuestras faltas y debilidades se transforman en bendiciones, cuando la fe se ocupa de ellas.
“No tengo fuerza para concentrar mis pensamientos”
Fijémonos en ciertas formas de esta falta de fuerza. Para comenzar dirá alguien: “Me parece que no tengo fuerza para concentrar mis pensamientos en los temas serios relacionados con la salvación, aun una breve oración es casi demasiado para mí. Quizá se deba, en parte a mi debilidad física, en parte por haberme dañado por algún vicio, en parte también por las preocupaciones de esta vida, por lo que no puedo pensar los pensamientos elevados que se requieren para la salvación del alma.” Ésta es un forma de debilidad pecaminosa muy común. ¡Escúchame! En este sentido eres débil y hay muchos como tú. Muchos que son totalmente incapaces de dar forma a pensamientos consecutivos, por mucho que se esfuerzan. Muchas personas pobres de ambos sexos carecen de educación, por lo que les es muy difícil engolfarse en pensamientos profundos. Otras son por naturaleza tan superficiales que un proceso extenso de argumentaciones y razonamiento les sería tan imposible como volar por el aire. No llegarían a conocer ningún misterio profundo, aun cuando dedicaran toda su vida a tal empresa. Por tanto, tú no necesitas desesperar. Lo que se requiere para ser salvo no es un proceso de mucho pensar, sino confiar sencillamente en Jesús. Aférrate a esta realidad: “Cristo...a su tiempo murió por los impíos.” Esta verdad no requiere de tu parte un análisis profundo, ni un razonamiento lógico, ni argumento convincente. La verdad es ésta: “Cristo... a su tiempo murió por los impíos.” Fija tu mente en ella, y descansa en ella.
Deja que esta realidad grandiosa, gloriosa, de gracia, more en tu espíritu hasta que perfume todo tus pensamientos y te regocije el corazón. Aunque te sientas sin fuerzas, el Señor Jesús ha llegado a ser tu fuerza y tu canción, sí, ha llegado a ser tu salvación. Según las Escrituras, es un hecho divinamente revelado que, a su tiempo, Cristo murió por los impíos siendo ellos aun débiles. Tal vez hayas oído estas palabras centenares de veces, pero nunca has comprendido su significado. Tienen un sabor agradable ¿no es cierto? Jesús no murió por nuestra justicia sino por nuestros pecados. No vino a salvarnos, porque merecíamos ser salvos, sino porque éramos enteramente indignos, perdidos, inútiles. No vino al mundo por alguna buena razón que hubiera en nosotros, sino exclusivamente por las razones que hallaba en las profundidades de su amor divino. A su tiempo murió por los que él mismo describe no como piadosos sino como impíos, aplicándoles el atributo más nefasto que podía escoger. Aun cuando no te distingas por tu inteligencia, fija tu mente en esta verdad, al alcance del menos brillante, que puede alegrar al corazón más apesadumbrado. Deja que este texto entre en ti y sature todos tus pensamientos, y entonces poco importará que estos se dispersen como hojas llevadas por el viento de otoño. Personas que nunca se distinguieron en las ciencias, ni dieron prueba alguna de originalidad mental, han tenido toda la capacidad de aceptar la doctrina de la cruz y han sido salvas por ella. ¿Por qué no tú?
“No me puedo arrepentir lo suficiente”
Oigo a otro lamentarse: “Mi falta de fuerza consiste principalmente en no poder arrepentirme lo suficiente.” ¡Singular idea que algunos tienen de lo que es el arrepentimiento! Muchos se imaginan que deben derramar muchas lágrimas, exhalar muchos suspiros, sufrir mucha desesperación. ¿De dónde viene esta idea tan errónea? La incredulidad y la desesperación son pecados, y por lo tanto no veo como pueden constituir parte de un arrepentimiento aceptable. Sin embargo, hay personas que los consideran partes necesarias de la verdadera experiencia cristina. En esto se equivocan grandemente. No obstante, comprendo lo que quieren decir, porque en los días de mis propias tinieblas, solía sentir yo lo mismo. Deseaba arrepentirme pensando que no podía hacerlo, pero en todo ese tiempo me estaba ya arrepintiendo. Por extraño que parezca, me dolía no poder sentir. Solía irme a un rincón y llorar, porque no podía llorar, y sufría amargamente porque no podía sentir sufrimiento por mis pecados. ¡Cuánta confusión cuando en nuestro estado de incredulidad empezamos a juzgar nuestra propia condición espiritual! Somos como el ciego que se mira sus propios ojos. Se me deshacía el corazón de temor, porque creía que mi corazón era duro como una piedra. Mi corazón estaba quebrantado al pensar que no se quebrantaba. Ahora comprendo que entonces estaba yo dando muestras de poseer precisamente las cosas que creía no poseer; mas no sabía donde me hallaba.
¡Ojalá que pudiera ayudar a otros encontrar la luz que hoy disfruto! ¡Cuánto quisiera decir una palabra que abreviara el tiempo de confusión en que te encuentras! Quiero decir unas palabras francas, pidiendo al Consolador las aplique a tu corazón.
Acuérdate que el hombre verdaderamente arrepentido nunca está satisfecho con su propio arrepentimiento. Así como no podemos vivir una vida perfecta, no podemos tener un arrepentimiento perfecto. Por puras que sean nuestras lágrimas, siempre queda en ellas alguna suciedad, algo de qué arrepentirnos aún en nuestro mejor arrepentimiento. Pero escucha. Arrepentirse significa cambiar de idea acerca del pecado, acerca de Cristo y acerca de todas las grandes cosas de Dios. Esto implica el dolor, pero el punto principal es que el corazón le da la espalda al pecado y se acerca a Cristo. Si has dado este giro, esta vuelta, posees la esencia del arrepentimiento, aunque la ansiedad y la desesperación han echado sombras sobre tu mente.
Si no puedes arrepentirte como quisieras, hallarás auxilio si crees firmemente que “Cristo... a su tiempo murió por los impíos.” Piensa repetidas veces en esto. ¿Cómo podrás continuar con el corazón endurecido teniendo presente que, por su amor supremo, Cristo murió por el impío? Permíteme persuadirte que razones contigo mismo: “Impío como soy, aunque mi corazón de piedra no se ablande y en vano me pegue el pecho, Cristo murió por los que son como yo, ya que murió por los impíos. ¡Ay, que pueda yo creer esto y sentir su poder en mi corazón empedernido!”
Borra todo otro pensamiento de tu mente, siéntate y dedica horas para meditar profundamente en esta sola manifestación excelsa de amor sin par, inmerecida e inesperada: “Cristo... murió por los impíos”. Lee cuidadosamente la narración de la muerte del Señor en los cuatro Evangelios. Si hay algo capaz de ablandar tu corazón calloso, será la contemplación de los sufrimientos de Jesús, reflexionando en todo lo que padeció, todo esto para bien de sus enemigos.
“Crucificado en un madero, Manso cordero, mueres por mí; Por eso el alma triste llorosa Suspira ansiosa, Señor, por ti. Miro tu angustia ya terminada, Hecha la ofrenda de la expiación, Tu noble frente mustia, inclinada, Y consumada mi redención. ¡Dulces momentos, ricos en dones De paz y gracia, de vida y luz! Sólo hay consuelos y bendiciones Cerca de Cristo, junto a la cruz.”
Ciertamente la cruz es la vara milagrosa que hace brotar agua de la piedra. Si entiendes el significado total del sacrificio divino de Jesús, te arrepentirás forzosamente de haberte opuesto alguna vez a un Salvador tan lleno de amor. Escrito está: “Mirarán a mí, a quien traspasaron, y llorarán como se llora por hijo unigénito, afligiéndose por él, como quien se aflige por el primogénito.” El arrepentimiento no te hará ver a Cristo, pero el mirar a Cristo te dará arrepentimiento. No debes hacerte un Cristo producto de tu arrepentimiento, sino que debes mirar a Cristo para que te dé arrepentimiento. El Espíritu Santo, al acercarnos a Cristo, nos hace volver la espalda al pecado. Por lo tanto, vuélvete del efecto a la causa, de tu propio arrepentimiento al Señor Jesús quien fue “ensalzado para dar arrepentimiento.”
“Me atormentan pensamientos terribles”
He oído a otro decir: “Me atormentan pensamientos terribles. Vaya por donde vaya, me asaltan blasfemias. Me asaltan tentaciones malignas en medio del trabajo y aun en la cama me despiertan las inspiraciones del maligno. No me puedo librar de esta tentación espantosa.” Amigo, comprendo lo que quieres decir, porque el mismo lobo me ha perseguido a mí. Más fácil será vencer a un ejército de moscas con un sable que dominar los pensamientos capitaneados por el diablo. El alma tentada, acosada por las sugestiones satánicas es como un viajero, cuya cabeza, orejas y cuerpo entero fue atacado por un enjambre de abejas. No las pudo espantar, ni pudo huir de ellas. Lo picaron por todas partes dejándolo casi muerto.
No me sorprendo de oír que no tienes fuerzas para acabar con esos pensamientos horribles y abominables, con los cuales el diablo inunda tu alma. No obstante, quiero recordarte el texto a la vista: “Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos.” Jesús sabía en qué estado nos hallábamos y en qué estado debíamos estar. Veía que no podíamos vencer al príncipe del poder del aire; sabía que nos molesta terriblemente, pero precisamente entonces, viéndonos en esa condición, Cristo murió por los impíos. Echa el ancla de tu fe sobre esto. El mismo demonio no podrá decirte que no eres impío. Cree, pues, que Cristo murió por ti. Acuérdate cómo Martín Lutero aplastó la cabeza de la serpiente con su propia espada. “¡Ah!” le dijo Satanás, “tú eres pecador.” “Cierto”, respondió Lutero, “Cristo murió para salvar a los pecadores.” Así, lo venció con su propia espada. Escóndete en este refugio y quédate en él: “Cristo... a su tiempo murió por los impíos.” Si te refugias en esta verdad, los pensamientos blasfemos que no puedes ahuyentar a causa de tu debilidad, se apartarán solos de ti, porque Satanás verá que no te vence atormentándote con ellas.
Si odias tales pensamientos, no son tuyos sino inspiraciones del diablo por los cuales él es responsable y no tú. Si luchas contra ellos, son tan poco tuyos, como las blasfemias y mentiras de los alborotadores en la calle. Por medio de esos pensamientos el demonio intenta llevarte a la desesperación, o cuando menos quiere impedir que confíes en Jesús. La pobre mujer enferma no pudo acercarse a Jesús por causa de la multitud, y tú estás en la misma condición a causa de la multitud de malos pensamientos que te oprimen. Sin embargo, ella extendió su mano y tocó el borde del vestido del Señor, y quedó sana. Haz tú los mismo.
Jesús murió por los culpables “de toda clase de pecado y blasfemia” y, por eso estoy seguro de que no rechazará a los que, sin quererlo, son cautivos de los malos pensamientos. Échate confiado sobre él, pensamientos y todo, y verás como es poderoso para salvarte. Él pondrá fin a esas inspiraciones del maligno y te hará verlas como realmente son, de modo que no te tormenten más. A su manera quiere y puede salvarte, de modo que disfrutes de perfecta paz. Solamente confía en él, tanto respecto a esto como a todo lo demás.
“Me falta poder para creer”
La forma de incapacidad que consiste en la supuesta falta de poder para creer es dolorosamente desconcertante. No nos extraña la queja que dice:
“Con tal que creer pudiera,
Muy grato todo sería:
No puedo, si bien quisiera;
Es tal la miseria mía.”
Muchos permanecen en las tinieblas durante años y años por falta, según dicen, de poder para hacer lo que en realidad no es hacer, sino el renunciamiento a todo poder para entregarse al poder de otro, al Señor Jesús. Es cierto que todo este asunto de creer es cosa muy curiosa, porque las personas no encuentran ayuda porque se esfuerzan por creer. La fe no viene por procurar creer. Si alguien me relatara algo que ocurrió esta mañana, no diría yo que procuraría creer lo que me contó. Si tengo fe en su honradez y se me presentó como testigo ocular, aceptaré su testimonio sin dudar. Si no le creyera persona digna de ser creída, naturalmente no le creería, pero no habría lugar para tal cosa como procurar creer. Ahora bien, cuando Dios mismo declara que en Cristo Jesús hay salvación, forzosamente tengo que creerle enseguida, o considerarlo mentiroso. Sin duda que no vacilarás respecto a lo que es el proceder correcto en este caso. El testimonio de Dios tiene que ser cierto y tenemos que creer ya mismo en Jesús.
Pero tal vez has procurado creer demasiado. No aspires a grandiosidades. Conténtate con una fe que abarca esta sola verdad: “Cristo, cuando aún éramos débiles a su tiempo murió por los impíos.” El dio su vida por los hombres cuando aún no creían en él, ni eran capaces de creer en él. Murió por los hombres no como creyentes, sino como pecadores. Vino para transformar a estos pecadores en creyentes y santos; pero al morir por ellos los consideraba totalmente sin fuerzas. Si te aferras a la verdad de que Cristo murió por los impíos y lo crees, tu fe te salvará y podrás irte en paz. Si confías tu alma al Señor Jesús que murió por los impíos, eres salvo, aunque todavía no puedas creer en todas las cosas, ni mover montañas, ni hacer otras obras maravillosas. No es la gran fe que salva sino la verdadera fe, y la salvación no está en la fe, sino en el Cristo, en quien la fe confía. Una fe tan pequeña como un grano de mostaza basta para darnos la salvación. No es la medida de fe, sino la sinceridad de la fe la cuestión a considerar. Ciertamente uno puede creer lo que sabe que es la verdad; y como sabes que Jesús es veraz, tú, amigo puedes creer en él.
La cruz que es el objeto de la fe es también, por el poder del Espíritu Santo, la causa de la misma. Siéntate y contempla al Salvador agonizante hasta que la fe brote espontáneamente del corazón. No hay lugar mejor que el Calvario que produzca seguridad. La atmósfera de ese monte santo da vigor a la fe vacilante. Muchos que allí han contemplado al Redentor, han dicho:
Mirándote herido, moribundo
En vil madero como delincuente,
La fe en ti, Señor, en lo profundo
Del corazón nacer se siente.
No puedo renunciar a mi pecado
“¡Ay de mí!” dices quizás: “Mi falta de fuerza consiste en que no puedo renunciar a mi pecado y sé que no puedo ir al cielo cargado de pecado.” Me alegro de que lo sabes, porque es la pura verdad. Tienes que divorciarte del pecado para casarte con Cristo. Recuerda la pregunta que le vino a la mente al joven Bunyan ocupado en sus deportes el día domingo: “¿Quieres guardar tus pecados e ir al infierno o abandonar tus pecados e ir al cielo?” Esto lo dejó pasmado. Ésta es una pregunta que todos tendrán que contestar; porque continuar en el pecado e ir al cielo es imposible. Tienes que abandonar el pecado o abandonar la esperanza.
Si contestas: “Sí, voluntad no me falta. Tengo el querer, pero no el poder para hacer lo que deseo. El pecado me domina y no tengo fuerzas.” Ven, pues, si no tienes fuerzas, aún hay remedio en este texto: “Cristo, cuando aún éramos débiles, murió por los impíos.” ¿Puedes creer esto ya? Por más que otras cosas lo contradigan, ¿quieres creerlo? Dios lo ha dicho. Es un hecho, y por lo tanto, acéptalo por amor a tu alma, porque allí está tu única esperanza. Créelo y confía en Jesús, y pronto tendrás poder para destruir tu pecado. Pero aparte de Cristo, el “hombre fuerte armado” te tendrá siempre como esclavo. Personalmente nunca podría haber vencido mi naturaleza pecaminosa. Me esforcé por hacerlo, pero fracasé. Mis malas inclinaciones eran demasiado numerosas, hasta que creí que Cristo murió por mí y entregué mi alma culpable a sus brazos. Entonces recibí el poder para vencer mi propio yo pecaminoso. La doctrina de la cruz puede ser usada para combatir el pecado como los guerreros antiguos usaban enormes espadas de dos filos, diezmando al enemigo a cada golpe. Nada hay como la fe en el Amigo de los pecadores: ésta vence todo mal. Si Cristo murió por mí, impío como soy, y débil como soy, entonces no puedo vivir más en el pecado, sino que debo levantarme, amar y servir al que me ha redimido. No puedo jugar con el mal que ha dado muerte a mi mejor Amigo. Debo ser santo por amor a él mismo. ¿Cómo puedo vivir en el pecado siendo que él murió para salvarme de él?
Qué espléndida ayuda es para el que carece de fuerzas, saber y creer que a su tiempo Cristo murió por los impíos como él. ¿Y tú? ¿Lo has comprendido ya? Es muy difícil para muchas mentes en tinieblas, pervertidas e incrédulas ver la esencia del evangelio. A veces he pensado, al terminar de predicar, que he explicado tan claramente el evangelio, que era imposible que alguien no lo comprendiera. No obstante, he notado que ni mis oyentes más inteligentes han comprendido lo que significa: “Mirad a mí y sed salvos.” Los convertidos dicen generalmente que hasta tal o cual día no habían conocido el evangelio, y esto a pesar de haberlo oído durante años. El evangelio es desconocido, no por falta de explicación, sino por falta de revelación personal. El Espíritu Santo está dispuesto a concederla a los que se la piden. Pero, aún después de concedida, la suma total de lo revelado está contenida en las palabras: “Cristo... murió por los impíos.”
No puedo permanecer firme
Oigo a otro quejarse diciendo: “¡Ay, ay! Mi debilidad consiste en que no puedo permanecer firme. El domingo oigo la palabra y me impresiona, pero durante la semana me encuentro con alguna mala compañía y mis buenas intenciones se esfuman. Mis compañeros de trabajo no creen en nada y dicen muchas barbaridades. Yo no sé cómo contestarles, y entonces me siento derrotado.” Conozco bien al señor Conformista, y le tengo lástima, pero al mismo tiempo, si es realmente sincero, su debilidad puede ser superada con la gracia divina. El Espíritu Santo tiene poder para echar fuera al espíritu de temor. Él puede hacer valiente al cobarde. Acuérdate, pobre amigo vacilante, que no debes quedarte en ese estado. Nunca da resultado que te trates mal y seas mísero contigo mismo. Ponte derecho y mide tu estatura para ver si tu destino es ser como un sapo atrapado entre los dientes del arado que no sabe si quedarse inmóvil o echar a correr. Usa tu razonamiento. Aquí no se trata meramente de un asunto espiritual, sino de valentía diaria. Haría muchas cosas para agradar a mis amigos, pero ir al infierno para darles gusto, no es una de ellas. Está bien hacer esto o aquello para mantener una amistad, pero mantener una amistad con el mundo a costa de la amistad con Dios es algo que nunca conviene. “Eso lo sé” dices, “pero a pesar de saberlo me falta valentía. No me atrevo a darme a conocer, a mostrar quién soy realmente. Me faltan fuerzas para ser firme.” Ahora bien, te repito el mismo texto: “Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos.” Si el apóstol Pedro estuviera aquí, nos diría: “El Señor Jesús murió por mí aun cuando era yo tan débil que por las palabras de una criada empecé a mentir y jurar que no conocía al Señor.” Sí; Jesús murió aun por los débiles que lo abandonaron y huyeron. Convéncete de esta verdad: “Cristo, cuando aún éramos débiles, murió por los impíos.” Éste es el camino de salida de la cobardía. Imprime bien esto en tu alma: “Cristo murió por mí,” y pronto estarás listo para dar tu vida por él. Créelo: él sufrió en tu lugar, ofreciendo por ti un sacrificio expiatorio, pleno, auténtico y satisfactorio. Si lo crees, forzosamente tendrás que sentir lo siguiente: “No me puedo avergonzar del que murió por mí.” Una convicción total de esta verdad te infundirá un valor a toda prueba. Acuérdate de los santos de la época de los mártires. En los primeros tiempos del cristianismo, cuando este pensamiento del gran amor de Cristo iluminaba con brillo infinito en la iglesia, los cristianos no sólo estaban listos para morir, sino que deseaban sufrir, presentándose espontáneamente de a cientos ante los tribunales confesando a Cristo. No digo que era prudente buscar de esta manera una muerte cruel, pero prueba que sentir el amor de Cristo eleva la mente que entonces supera todo temor al mal que el hombre pueda hacerle. ¿Por qué no haría lo mismo en ti? ¡Ojalá que te inspire ahora a tener la valentía de colocarte al lado del Señor para ser su fiel seguidor hasta el fin!
¡Ayúdenos el Espíritu Santo a llegar a este punto por la fe en el Señor Jesús, y todo resultará para bien!
Preguntas de estudio para la Parte 11: ¡Ay de mí! Nada puedo hacer
Sentimiento de incapacidad
1. Spurgeon dice: “A veces no le parece al corazón atribulado que el sencillo evangelio: “Cree, y vivirás” sea tan sencillo porque le pide al pobre pecador que haga lo que no puede hacer. Para el que verdaderamente ha despertado, pero es poco instruido, le paece que falta un eslabon. A lo lejos está la salvación por medio de Cristo, pero ¿cómo obtenerla? Al alma se siente sin fuerzas, y no sabe qué hacer.”
¿Hasta qué punto tiene usted personalmente este sentimiento de incapacidad para aceptar a Cristo?
2. Por favor escriba la referencia y el punto clave para cada uno de los pasajes bíblicos mencionados en esta sección:
a. Romanos 7:18
b. Romanos 5:6
c. Juan 15:5
d. Efesios 2:5.
3. a. El plan de salvación, ¿tiene en cuenta y soluciona esta falta de fuerza? ¿Cómo? (en sus propias palabras)
b. ¿Qué es una cosa que el pobre pecador sin fuerza puede hacer?
“No tengo fuerza para concentrar mis pensamientos”
4. ¿Qué solución se ofrece para los que no pueden (o no tienen suficiente preparación para) considerar largas o complicadas argumentaciones?
5. a. “Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos.” ¿Cuál es la verdad maravillosa detrás de estas palabras, en relación con la condición del pecador no salvo; es decir, qué requisitos debe cumplir para ser salvo?
b. Ahor por favor personalice su respuesta: escríbala nuevamente poniendo su propio nombre: ¿Qué requisitos debe usted cumplir? ¿Cree esto?
“No me puedo arrepentir lo suficiente”
6. Si usted sinceramente está queriendo apartarse del pecado, ¿por qué es incorrecto pensar que no tiene suficientes lágrimas, suspiros y suficiente desesperación para ser salvo?
7. a. ¿Cómo define Spureon el arrepentimiento?
b. ¿Cuál es el “punto principal” del arrepentimiento?
8. ¿Cuál es la solución si no se puede arrepentir como quisiera?
9. “El arrepentimiento no lo hará ver a Cristo, pero el mirar a Cristo le dará arrepentimiento.” Explique qué significa esto.
“Me atormentan pensamientos terribles”
10. ¿Cuál es la solución para los que tienen estos horribles e indeseados pensamientos?
11. a. ¿De dónde proceden estos pensamientos?
b. ¿Por qué aparecen?
“Me falta poder para creer”
12. “La fe no se obtiene por procurar creer.” Explique por qué no.
13. ¿Cuál es la solución para los que sienten que les falta fe para creer?
“No puedeo renunciar a mi pecado”
14. ¿Cuál es la solución para los que sienten que no pueden renunciar a su pecado?
15. “¿Cómo puedo vivir en el pecado siendo que él murió para salvarme de él?” ¿Cuál es su respuesta personal a esta pregunta?
“No puedo permanecer firme”
16. Las malas amistades pueden influenciarlo para que se aparte de Jesús. ¿Cuál es la solución para esto?
17. a. De todas las razones mencionadas en este capítulo 11 para no acudir a Cristo, ¿con cuáles ha luchado más usted pesonalmente?
b. Después de estudiar esta lección, ¿cree ahora que puede ser vencedor en su lucha? ¿Por qué?
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