¿Cuándo deberíamos rezar para que Dios nos lleve a su lado?

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English: When Should We Pray for God to Take Us Home?

© Desiring God

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Por John Piper sobre Sufrimiento
Una parte de la serie Ask Pastor John

Traducción por Andrea Ledesma

Transcripción del audio

El correo electrónico que nos llega hoy es de Austin, un oyente del pódcast, que comenta: «Querido Pastor John, tengo diecisiete años y sufro de cáncer terminal. Según los médicos, el cáncer volverá y mi cuerpo no podrá resistir más sesiones de quimiterapia ni trasplantes de médula ósea. Durante los últimos cinco años, Dios me acercó a él y, por medio de mi situación, también acercó a algunas personas a él. Pero ya me estoy agotando y estoy listo para partir a su lado. Aunque no me gusta admitirlo, rezo para que Dios me lleve con él, pero me sigue manteniendo con vida. Claramente, su respuesta es un "no" o "aún no". ¿Cómo puedo continuar siendo feliz cuando la vida es dura y causa dolor?»

Siento que cuando hablo de este tema, entramos en terreno sagrado. Es decir, me refiero al suelo que está justo fuera del cielo, como si estuviera a un paso del cielo. Me encuentro aquí en el borde y el cielo ha convertido este suelo en suelo sagrado. Es como dar un consejo justo afuera de la puerta del templo de Dios. Y Dios puede oír lo que digo. Por supuesto, puede oír todo lo que digo todo el tiempo, pero hay algo sagrado sobre hablar con alguien que, probablemente, está a punto de partir al lado Jesús en poco tiempo.

Quiero que Austin sepa que mi fé se refuerza y mi amor por Dios se intensifica cuando escucho la manera en la que Austin pregunta. En especial porque tú, Austin, no expresaste enojo ni amargura hacia Dios. Quizás en algún momento lo hiciste y claro que Dios puede manejarlo. Pero tú no lo expresaste. Pareciera que te expresaras con una fé excepcional. Y ya estás impregnado con el aroma del cielo y, para mí, eso es sumamente fortificante.

Así que déjame enfocarme en lo último que dijiste. Dices: «Pero ya me estoy agotando y estoy listo para partir a su lado. Aunque no me gusta admitirlo, rezo para que Dios me lleve con él. Pero me sigue manteniendo con vida. Claramente, su respuesta es un "no" o "aún no". ¿Cómo puedo continuar siendo feliz cuando la vida es dura y causa dolor?»

Quizás, espero que la primera palabra de aliento que puedo darte sea que no hace falta que te avergüences de admitir que rezas para que Dios te lleve a su lado. Al menos no debes avergonzarte conmigo. Muchas veces recé por esa misma razón; yo mismo me ofrecí a irme más veces de las que recé por que el Señor me llevara, por si así esto tuviera un efecto más importante que el de mi vida. «Señor, me entrego a ti. Sabes lo que anhelo en mi vida. Si para conseguirlo debiera renunciar a ella, entonces estoy listo. Llévame.»

Francamente, Austin, creo que alguien que ha seguido a Jesús por un tiempo y nunca ha rezado para ir a su lado no lo ha visto de manera muy clara ni ha sufrido tanta desgracia debido a nuestros pecados y a los de los demás. Pablo no tuvo vergüenza alguna en decir que tenía el deseo de partir y estar con Cristo (Filipenses 1:23). Querer dejar esta vida y estar con Cristo es un honor para él. Pero, Austin, tú tienes razón al creer que esta es una decisón de Dios, no tuya. El suicidio, ya sea asistido, piadoso o de alguna otra manera, no es solo suicidio, es un intercambio de roles con Dios. Y tienes razón en dejarlo con él. Por eso tu mayor dificultad es cómo hacerlo con el fin fijado por Dios, ya sea largo o corto, con alegría cuando tu vida causa dolor.

Pueden decirse tantas cosas, pero voy a decir lo que está bien según mis prioridades. Estoy leyendo la biografía de John Knox. Voy a dejar que él termine con esto. Cuando John Knox, el gran Reformador de Escocia, estaba a punto de morir en 1572, le pidió a su esposa que le leyera dos cosas. Primero, él dijo: «Ve al lugar donde eché mi ancla por primera vez». Se refería a que sus primeros sermones pertenecen a Juan 17: «Cuando Jesús dijo estas palabras, alzó los ojos al cielo y dijo "Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo, para que el Hijo te glorifique a ti, por cuanto le diste autoridad sobre todo ser humano, para que dé vida eterna a todos los que tú le has dado. Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado"» (Juan 17:1–3).

Luego, Knox le pidió a su esposa que le leyera los sermones de John Calvin en Efesios 1:3–6, que dicen: «Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en Él antes de la fundación del mundo, para que fuéramos santos y sin mancha delante de Él. En amor nos predestinó para adopción como hijos para sí mediante Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia».

Entonces, al momento de morir, Knox quiso hacerlo con la fuerza del amor completamente libre y electivo y la gracia electiva de Dios bajo sus pies. Quería oír lo expresado en Juan 17:2, de parte del mismo Jesús: «Les doy vida eterna a todos los que tú me has dado». Quería que le recordaran que Dios lo eligió y se lo dio al Hijo, y que el Hijo tenía la autoridad para, infaliblemente, darle vida eterna a todo aquel que Dios había elegido y le había dado al Hijo. Y quería oír del apóstol Pablo que antes de la fundación de la tierra él había sido elegido hacia la alabanza de la gloria de su gracia.

Nunca he estado en el lugar de Austin, excepto unas semanas después de que me diagnosticaran cáncer hace unos años, un cáncer que resultó ser tratable. Pero John Knox caminó en esta dirección justo en el final. Así que, quizás, este vistazo sobre cómo se manejó hacia la presencia de Jesús al final ayudará.

Alguien puede preguntarse: «Bueno, ¿cómo puede ser posible que la doctrina de la elección incondicional ayude a una persona que está muriendo?» Y mi respuesta constaría de tres partes.

  1. Nada queda más claro que el hecho de que ninguno de mis pecados pueda haber sido una razón para que Dios se negara a elegirme. Él me eligió incondicionalmente, absoluta e incondicionalmente antes de que naciera. Por ende, ningún pecado previsto podría alguna vez detenerlo para elegirme.
  2. Nada queda más claro que el hecho de que mi salvación es por gracia, toda gracia, que me eligió antes de que hubiera hecho algo bueno o malo, antes de la fundación de la tierra.
  3. Nada es más profundo, más fuerte y más seguro que los propósitos eternos de Dios. Y ese es el tipo de fuerza que necesitamos en el momento de la muerte.

Así que, Padre, pido por Austin, por otros como él y por todos nosotros a quienes, al final, nos dijeron que nos queda poco tiempo. Pido que le abras la puerta del cielo y dejes que la luz de tu gloriosa y soberana gracia lo guíe a casa.

 


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