¿Cómo hace el Espíritu lo que la Ley no pudo?

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English: How the Spirit Does What the Law Could Not Do

© Desiring God

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Por John Piper sobre La Ley
Una parte de la serie Romans: The Greatest Letter Ever Written

Traducción por Desiring God


Romanos 8:3-9

Pues lo que la ley no pudo hacer, ya que era débil por causa de la carne, Dios lo hizo: enviando a su propio Hijo en semejanza de carne de pecado y como ofrenda por el pecado, condenó al pecado en la carne, para que el requisito de la ley se cumpliera en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. Porque los que viven conforme a la carne, ponen la mente en las cosas de la carne, pero los que viven conforme al Espíritu, en las cosas del Espíritu. Porque la mente puesta en la carne es muerte, pero la mente puesta en el Espíritu es vida y paz; ya que la mente puesta en la carne es enemiga de Dios, porque no se sujeta a la ley de Dios, pues ni siquiera puede hacerlo, y los que están en la carne no pueden agradar a Dios. Sin embargo, vosotros no estáis en la carne sino en el Espíritu, si en verdad el Espíritu de Dios habita en vosotros. Pero si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, el tal no es de El.

La semana anterior terminamos con esta nota: no solo que la ley no puede justificar, tampoco puede santificar. En otras palabras, es necedad ir a la ley para quitar nuestra condenación, y es necedad ir a la ley para que sean quitadas nuestra rebelión contra Dios y nuestra aventura amorosa con todo menos Dios. Todos tenemos dos profundos problemas, mucho más profundos que nuestros problemas financieros o nuestros problemas de relaciones interpersonales o nuestros problemas de salud. Somos culpables delante de Dios y merecemos condenación, y somos rebeldes contra Dios y amamos su creación más que a Él. Y mi mensaje la semana pasada, basado en Romanos 8:3-4, es que ninguno de estos problemas puede ser resuelto por la Ley de Dios, por los Diez Mandamientos entregados en el Monte Sinaí.

Pero deben ser resueltos o pereceremos. Para resolver el primer problema, Dios nos aleja de la Ley guiándonos a Cristo. Versículo 3: "Pues lo que la ley no pudo hacer, ya que era débil por causa de la carne, Dios lo hizo: enviando a su propio Hijo en semejanza de carne de pecado y como ofrenda por el pecado, condenó al pecado en la carne". Dios quitó la condenación al condenar a Jesús en nuestro lugar. Ahora, ¿qué hizo Dios para resolver el segundo problema: nuestra rebelión contra Dios y la adicción que tenemos por anhelar más a la creación de Dios que a Dios?

¿Nos alejó de la ley para justificación y luego nos envía de vuelta a ella para santificación? ¿Es la ley el primer y principal enfoque de nuestras vidas si queremos triunfar sobre nuestra rebelión y nuestro anhelo por la creación de Dios antes que por Dios? Si queremos amar a nuestros enemigos y no devolver mal por mal, y tener paciencia y bondad, y ser intrépidos y valientes en la causa de la justicia, y soportar con gozo las dificultades en el servicio del evangelio, y esparcir una pasión por la supremacía de Dios en todas las cosas para el gozo de todos los pueblos, entonces, ¿a dónde debemos ir en busca de ayuda? ¿Cómo nos volvemos santos, amorosos, y semejantes a Cristo después de ser justificados solo por fe?

¿Qué hace usted? ¿A dónde irá? ¿Cuál es su enfoque y pasión? ¿Cómo pelea por la santidad y el amor y la semejanza a Cristo? Usted debe pelear. La alternativa a perseguir la santidad es perecer (Hebreos 12:14). ¿Cómo pelea usted? ¿Es la ley la clave que libera una vida de amor?

Contenido

La ley no es la clave para liberar una vida de amor

Pablo dice que la ley no funcionará. La ley no puede hacer lo que necesita hacerse. Hay, al menos, tres razones por las que no puede.

1. La ley no puede quitar nuestra condenación

La primera, de la cual hemos hablado suficiente, así que la veremos rápidamente: es que el gran fundamento de la transformación es la remoción de la condenación; la ley no puede quitarla, y por tanto la ley no puede proveer el fundamento para nuestra transformación. Si queremos ser transformados a la imagen de Jesús, primero debe eliminarse el veredicto de culpables, y la ley no lo puede hacer, solo Dios puede, a causa de Cristo. Y solo por fe lo recibimos.

2. La ley no puede conquistar la carne

Pero hay una segunda razón por la cual la ley no puede santificar o transformar: No puede conquistar la carne. Es decir, no puede cambiarnos en la esencia de nuestra naturaleza: nuestro estado caído y de rebelión contra Dios. No puede eliminar nuestra renuencia a amar a Dios y nuestra traidora preferencia por los dones de Dios antes que Dios (Romanos 1:23). Por el contrario, Pablo nos enseña que la ley agrava nuestro pecado e incita nuestra rebelión.

Revisemos unos pocos de esos lugares donde Pablo lo dice, para que podamos armarnos y no pensemos que la ley puede llegar a algún lugar de nuestra profunda rebelión, la que Pablo llama: nuestra "carne" en Romanos 8:3: "lo que la ley no pudo hacer, ya que era débil por causa de la carne".

La ley vino para incrementar las transgresiones

Veamos Romanos 5:19-21. Pablo termina así su contraste de Adán y Cristo: "Porque así como por la desobediencia de un hombre [Adán] los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno [Cristo] los muchos serán constituidos justos”. Ahora, esto da lugar a la pregunta: "Bien, si la justicia viene a nosotros mediante la obediencia a Cristo, y no mediante nuestra propia obediencia, entonces, ¿por qué dar la ley? ¿No es dada la ley para proveer justicia?" Pablo responde en el versículo 20: "Y la ley se introdujo para que abundara la transgresión”.

En otras palabras, la ley no es el remedio para nuestra condenación o nuestra rebelión. De hecho, es dada para que nuestra rebelión interior se convirtiera en transgresiones más patentes y visibles. Lo vemos nuevamente en Romanos 7:5: "Porque mientras estábamos en la carne, las pasiones pecaminosas despertadas por la ley, actuaban en los miembros de nuestro cuerpo a fin de llevar fruto para muerte". En otras palabras, la ley no conquista la carne: despierta a la carne. La ley le hace el juego a nuestras propias pasiones pecaminosas, y las seduce. Vemos lo mismo en Romanos 7:8: "Pero el pecado, aprovechándose del mandamiento, produjo en mí toda clase de codicia”. La ley no conquista la carne, por el contrario, provee otra base de operaciones para la carne. Otro lugar para mostrar su rebelión.

Por tanto, Pablo pregunta en Romanos 7:13: "¿Entonces lo que es bueno vino a ser causa de muerte para mí?" Él responde: "¡De ningún modo! Al contrario, fue el pecado, a fin de mostrarse que es pecado al producir mi muerte por medio de lo que es bueno [¡la ley!], para que por medio del mandamiento el pecado llegue a ser en extremo pecaminoso". Así que la función de la ley es hacer más visible el pecado en transgresiones, más patente y predominante al despertar la carne, y más manifiestamente vicioso en su uso de lo que es bueno para hacer su horrible trabajo.

Lo vemos nuevamente en Gálatas 3. Pablo contrasta la herencia de vida prometida a Abraham por fe, con la idea de que pudiera ser asegurada por la ley. Dice, en el versículo 18: "Porque si la herencia depende de la ley, ya no depende de una promesa; pero Dios se la concedió a Abraham por medio de una promesa. (19) Entonces, ¿para qué fue dada la ley? Fue añadida a causa de las transgresiones, hasta que viniera la descendencia a la cual había sido hecha la promesa”.

Las transgresiones se incrementaron para mostrar más gracia y más gloria

Así que preguntamos: ¿por qué? ¿Por qué diseñaría Dios semejante historia redentora? ¿Por qué añadiría la ley para incrementar la transgresión? Volvamos a Romanos 5:20. El versículo 20 comienza: "Y la ley se introdujo para que abundara la transgresión”. Entonces, para mostrar hacia dónde va Dios en Su propósito, Pablo añade inmediatamente: "Pero donde el pecado abundó, sobreabundó la gracia”. El propósito de Dios al incrementar la transgresión por la introducción de la ley no era un fin en sí mismo. Era una ocasión para mostrar más gracia.

Y el propósito supremo se ve en el versículo 21: "Para que así como el pecado reinó en la muerte, así también la gracia reine por medio de la justicia para vida eterna, mediante Jesucristo nuestro Señor". El propósito final es asegurar que Cristo reciba la gloria por el triunfo de la justicia en el mundo, tanto en justificación como en santificación.

Esto nos lleva hacia la última razón por la que la ley no puede santificarnos. Pero antes de que vayamos allí, asegurémonos de que usted ve esta segunda afirmación: la ley no puede remediar nuestra rebelde renuencia a atesorar a Dios, porque la seduce. Nuestro amor pecaminoso por la independencia y el control y la auto-exaltación, solo convierte a la ley en un nuevo teatro para la rebelión. La ley es cautivada por la carne y hecha sierva del pecado. Si nos volvemos a la ley para resolver nuestra rebelión y nuestra indiferencia adultera hacia Dios, no funcionará. Solo será peor.

3. La ley no podía dar, al Hijo de Dios, la gloria por la justificación y la santificación

La última razón por la que la ley no puede santificar la acabamos de ver al final de Romanos 5: El propósito de Dios es santificarnos de una forma que el crédito y la gloria por nuestra liberación y transformación vayan hacia Jesucristo, no a nosotros mismos y no a la ley. Por tanto, Dios no nos llama a ir a la ley para ser transformados, en cuanto al amor y la santidad y la semejanza de Cristo, sino a volvernos al Cristo vivo, quien obró para nosotros en la historia y obra en nosotros por Su Espíritu.

La ley no puede exaltar al Hijo de Dios como más glorioso y más valioso y más deseable que los placeres del pecado. Solo Cristo, cuando Él mismo gana nuestro afecto por encima de todos los concursantes, solo Él recibirá la gloria que Dios quiere que Él tenga. Incluso, si usted no fue a la ley, pero experimentó alguna medida de éxito en volverse una persona que cumple la ley (como ciertamente hicieron los fariseos, incluyendo a Saulo de Tarso), Cristo no recibiría honra por ello. Pero todo el propósito de Dios en el plan de redención es que Su Hijo reciba la gloria, no solo por nuestra justificación, también por nuestra santificación. Y esto es lo que la ley no podía hacer.

La clave para la santificación: Caminar por el Espíritu

¿Cuál es, entonces, la clave para la santificación (santidad, amor, ser semejantes a Cristo)? El versículo 4 dice que la clave es caminar por el Espíritu. "[Dios] condenó al pecado en la carne, (4) para que el requisito de la ley se cumpliera en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu”. En las próximas semanas voy a argumentar (partiendo de Romanos 13:8 y Gálatas 5:14), que el "cumplimiento de la ley" es una vida de amor que exalta a Cristo. Pero ahora enfoquémonos solo en los medios diseñados por Dios para llegar allá. "Caminar por el Espíritu"

¿El Espíritu de quién? Romanos 8:9-10 nos lo dice: "Sin embargo, vosotros no estáis en la carne sino en el Espíritu, si en verdad el Espíritu de Dios habita en vosotros. Pero si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, el tal no es de El. Y si Cristo está en vosotros, aunque el cuerpo esté muerto a causa del pecado, sin embargo, el espíritu está vivo a causa de la justicia". El "Espíritu de Dios" y el "Espíritu de Cristo" y "Cristo" aparecen inseparables y casi como modos intercambiables de describir la presencia de Dios que cambia la vida y que está en la vida del creyente.

Pero lo único que quiero decir es esto: no es al volver a la ley que cumplimos la ley y llevamos vidas de amor, es al ir al Cristo vivo. La ley no es el poder de santificación, el poder de santificación es la morada del Espíritu de Cristo. Y el instrumento de nuestra apropiación de este poder no es acercarnos a la ley, sino poner nuestros ojos y nuestra fe en la gloria de Cristo crucificado y resucitado, reinando y morando en nosotros. La clave es Cristo, visto y disfrutado por encima de todas las cosas. Ése es el poder que santifica. Y éste es el método de santidad que le glorifica, no la ley, y no nosotros.

Miremos unas pocas confirmaciones:

El paralelo entre Romanos 7:4 y 7:6 muestra lo mismo que Romanos 8:4 y 9. "Por tanto, hermanos míos, también a vosotros se os hizo morir a la ley por medio del cuerpo de Cristo, para que seáis unidos a otro, a aquel que resucitó de entre los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios". Esta es la declaración más clara de todas, mostrando que buscar la ley no es el medio primero o principal para llevar fruto para Dios. Si usted quiere llevar fruto para Dios, debe morir a la ley. Si usted quiere vivir una vida de amor, debe morir a la ley. Si quiere cumplir la ley, debe morir a la ley. Es decir, usted no debe convertirse en alguien que guarda la ley como su modo principal o decisivo para derrotar su rebelión y volverse una persona amorosa y santa. Para mantener la ley como Dios quiere en esta época, usted debe alejarse de ella para estar unido "a otro, a aquel que resucitó de entre los muertos". Entonces "llevará fruto para Dios". Y el fruto es amor. El amor es el fruto de volvernos al Cristo vivo y encontrarle más deseable que todo lo que demás que impide el amor.

Y en el versículo 6 puede ver que el paralelo que Pablo tiene en mente aquí es el mismo Espíritu que obra en Romanos 8:4. "Pero ahora hemos quedado libres de la ley, habiendo muerto a lo que nos ataba, de modo que sirvamos en la novedad del Espíritu y no en el arcaísmo de la letra”. Servir en novedad del Espíritu, en el versículo 6, es paralelo a llevar fruto para Dios al unirnos a Cristo en el versículo 4. Es lo mismo servir en el Espíritu y llevar fruto de la unión con Jesús. El Espíritu es el Espíritu de Cristo.

La ley no puede volverle una persona amorosa

La idea es: La ley, simplemente, no puede volverle una persona amorosa. No puede vencer su rebelión. No puede conquistar su adicción a la alabanza de los hombres. Es letra. Y la letra mata. Solo el Espíritu, el Cristo vivo y morando en nosotros, da vida. Él nos cambia en la esencia de nuestro interior. Él escribe la ley en nuestro corazón. Gana, desde nosotros, nuestro más profunda admiración, delicia, y confianza. Y además rompe el poder del pecado cancelado.

El propósito de Dios es que Jesús reciba la exaltación y que usted reciba la liberación. En Romanos 15:18, Pablo dice: "no me atreveré a hablar de nada sino de lo que Cristo ha hecho por medio de mí para la obediencia de los gentiles". ¿De dónde viene nuestra obediencia? Viene de Jesucristo y lo que Él ha hecho mediante el evangelio.

¿Y por qué es importante? Porque a menos que usted busque la obediencia al deleitarse y verle, usted no recibirá la transformación y Él no recibirá la gloria. Usted permanece atado, y Él es deshonrado.

¿Cómo orar si usted está muerto para la ley y ama llevar fruto para Dios?

¿Cómo, entonces, debiéramos orar y desempeñarnos? Inclinémonos y les guiaré en una oración fundamentada en esta verdad:

Oh Señor Jesús, soy, por naturaleza, rebelde y encuentro más placer en lo que has hecho que en Ti. Estoy enfermo y soy corrupto. Oh Cristo, ¡cuán claro me es comprender que necesito algo mucho más profundo y más poderoso y más personal que la ley! Sé que tu ley es buena. Pero yo soy carne, y estoy incapacitado para obedecerla. Y por eso, Señor Jesús, me alejo de la ley, para acercarme a ti. Tú eres mi única esperanza. Me alejo de mis propios recursos y pongo mi confianza en tu sangre y justicia para ser acepto, y en tu ayuda para ser santo. Me alejo de todos los placeres terrenales y te tomo a Ti, solo a Ti, como el gozo que todo lo satisface en mi vida. Renuncio a Satanás y a sus caminos y a todas sus obras. Me arrepiento de todos los pecados que conozco, y de los que Tú conoces y yo no.

Y, oh Señor, oro para que tengas misericordia de mí, y abras los ojos de mi corazón para verte como realmente eres en toda tu incomparable belleza. Oro para que me muestres tu gloria en el evangelio. Lo que veo y conozco de ti ahora, lo acepto con todo mi corazón. Te recibo como mi Salvador, y Señor, y Tesoro. Y te pido que mores poderosamente en mí y que Tú mismo seas la victoria en mi vida, para que cuando ame a mis hermanos y a mis enemigos, como quiero hacer con todo mi corazón, la gloria sea tuya.

Amén.



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