¿Pueden los cristianos ser rehenes de los pecados de sus seres queridos?

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English: Can Christians Be Held Hostage by the Sins of the Beloved?

© Desiring God

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Por John Piper sobre Amando a los otros
Una parte de la serie Taste & See

Traducción por Livia Giselle Seidel


Los pecados de las personas a quienes amamos pueden ser tan dolorosos como la labor de parto. He visto mujeres que se esforzaron tan duro y durante tanto tiempo en el parto que vasos sanguíneos de sus rostros se reventaron. Pablo gemía por las imperfecciones de sus hijos espirituales. “Hijos míos, por quienes de nuevo sufro dolores de parto hasta que Cristo sea formado en vosotros... perplejo estoy en cuanto a vosotros “ (Gálatas 4:19-20).

No sólo eso. Sabemos que Jesús mismo lloró por los pecados de Jerusalén: “Cuando se acercó, al ver la ciudad, lloró sobre ella” (Lucas 19:41). Y aún el Espíritu Santo puede entristecerse por nuestra habla pecaminosa: “No salga de vuestra boca ninguna palabra mala… No entristezcáis al Espíritu Santo de Dios, por el cual fuisteis sellados para el día de la redención” (Efesios 4:29-30).

Pero aquí surge una pregunta: ¿Deberían los pecados de otros mantenernos cautivos en la prisión del dolor y el pesar? En cierto sentido, el dolor acerca de los pecados de otra persona es una muestra de amor y compasión. Anhelamos que sean santos y limpios de corazón, porque “los de limpio corazón verán a Dios” (Mateo 5:8). Por lo tanto, nuestra tristeza es evidencia del deseo de que otros conozcan la plenitud de gozo que viene con la justicia y la paz: “Porque el reino de Dios es… justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo” (Romanos 14:17). Ciertamente, entonces, nuestra tristeza es una forma de amor.

Por otra parte, algo está muy mal, al parecer, si los pecadores tienen poder para robar nuestro gozo a causa de sus propias elecciones pecaminosas. De hecho, esto es una forma de chantaje. “Si dices amarnos, debes pagar por nuestro pecado con un corazón roto.” Bueno, sí… y no. Dios no pone las cuerdas de nuestro corazón en las manos de pecadores. Él las pone en las manos de Jesús, quien ama a los pecadores. Y este mismo Jesús dice: “Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea perfecto“ (Juan 15:11).

El mismo Jesús que lloró por la pecaminosidad de Jerusalén, se regocijó por la soberana mano de Dios eligiendo quién vería y quién permanecería ciego: “[Jesús] se regocijó mucho en el Espíritu Santo, y dijo: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a sabios y a inteligentes, y las revelaste a niños” (Lucas 10:21). En otras palabras, aún en su llanto por Jerusalén había un gozo inquebrantable en el cumplimiento de los propósitos de Dios en el mundo. Jerusalén no podía chantajear a Jesús con su apostasía.

De forma similar, Jesús nos da ese mismo gozo inquebrantable: “Vuestro corazón se alegrará, y nadie os quitará vuestro gozo” (Juan 16:22). Nadie puede llevarnos rehenes del pecado y robar nuestro gozo, demandando un rescate de miseria cristiana. Nadie puede chantajear a los santos de Dios con mala conducta, y amenazar con hacer nulo nuestro amor si no pagamos con el sacrificio de nuestro gozo. Si perdemos nuestro gozo, Cristo es menospreciado, y ¿qué tiene entonces el amor para ofrecer al amado pecador?

Entonces, ¿cómo debemos amar a los pecadores? ¿Debemos ser indiferentes a su pecado y peligro? No. No estemos satisfechos con los pecados, pero estemos satisfechos con Dios en relación con los pecadores. ¿Puedes distinguir entre estar satisfecho en las circunstancias, pero no estar satisfecho con las circunstancias? ¿Puedes imaginar llorar por un hijo rebelde y descansar en la soberana bondad de Dios, quien hace todas las cosas bien (Marcos 7:37)? Que Dios nos conceda el sólido gozo de Cristo, aún mientras lloramos por aquellos que no lo comparten, pero tampoco pueden robarlo. Porque Dios “obra todas las cosas conforme al consejo de su voluntad”, y él es bueno (Efesios 1:11; Salmo 100:5).

Mezclando el lamento y el regocijo con todos ustedes,

Pastor John


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