¿Tendremos nuestros propios hogares en el cielo?
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Randy Alcorn sobre Cielo & Infierno
Traducción por Javier Matus
Quizás estás familiarizado con la promesa de Cristo en Juan 14: “En la casa de mi Padre hay muchas moradas… porque voy a preparar un lugar para vosotros” (v. 2, LBLA). La Vulgata, la Biblia en latín, usó la palabra mansiones en ese versículo, y la versión King James en inglés igual usó mansiones. Desafortunadamente, esa interpretación es engañosa si nos hace imaginar tener alojamientos enormes en fincas separadas. El significado propuesto parece darnos a entender que tendremos moradas separadas en una sola finca o incluso habitaciones separadas dentro de la misma casa.
El erudito del Nuevo Testamento, D. A. Carson, dice: “Dado que el cielo se representa aquí como la casa del Padre, es más natural pensar en ‘moradas’ dentro de una casa como habitaciones o suites… La explicación más simple es la mejor: la casa de mi Padre se refiere al cielo, y en el cielo hay muchas habitaciones, muchas moradas. Lo importante no es la suntuosidad de cada apartamento, sino el hecho de que hay una provisión tan amplia que hay más que suficiente espacio para que cada uno de los discípulos de Jesús se una a Él en el hogar de Su Padre”. [1]
La interpretación de la Nueva Versión Internacional de Juan 14:2 es esta: “En el hogar de mi Padre hay muchas viviendas… Voy a prepararles un lugar”. Lugar es singular, pero viviendas es plural. Esto sugiere que Jesús tiene en mente para cada uno de nosotros una morada individual que es una parte más pequeña del lugar más grande. Este lugar será nuestro hogar en el sentido más único.
El término habitación es acogedor e íntimo. Los términos casa o finca sugieren mucho espacio. Eso es el Cielo: un lugar tanto espacioso como íntimo. Algunos de nosotros disfrutamos de lo acogedor, estando en un espacio privado. Otros disfrutan de un espacio amplio y abierto. La mayoría de nosotros disfrutamos de ambos, y la Nueva Tierra ofrecerá ambos.
No es probable que el cielo tenga muchas residencias idénticas. Dios ama la diversidad, y Él hace a Sus hijos y Sus provisiones únicos. Cuando vemos el lugar particular que Él ha preparado para nosotros (no solo para la humanidad en general, sino para nosotros en particular) nos regocijaremos al ver nuestro hogar ideal.
Cuando viajas muy de noche y no sabes dónde te vas a hospedar, nada es más desalentador que encontrar un letrero de No hay vacantes. No hay tal letrero en el Cielo. Si hemos hecho nuestras reservas al aceptar el regalo de Dios en Cristo, entonces el Cielo está más que abierto para nosotros. Jesús sabía lo que era no tener vacantes en la posada y dormir en un establo. En la Nueva Tierra, Él tendrá bastante espacio para todos nosotros.
Vivo en Oregón. Cuando viajo a casa desde el extranjero y llego a Nueva York, siento que he llegado “a casa”, lo que significa que estoy en mi país de origen. Luego, cuando llego a Oregón, estoy más en casa. Cuando entro a mi ciudad natal, todo parece familiar. Finalmente, cuando llego a mi casa, estoy realmente en casa. Pero incluso allí tengo una habitación especial o dos. Los diversos términos de las Escrituras (Nueva Tierra, país, ciudad, lugar y habitaciones’') incluyen tales variantes de significado de la palabra hogar.
A Nancy y a mí nos encanta nuestro hogar. Cuando estamos fuera bastante tiempo, lo extrañamos. No es solo el lugar lo que extrañamos, por supuesto (es la familia, los amigos, los vecinos, la iglesia). Sin embargo, el lugar ofrece la comodidad de la rutina, la sensación de la cama, los libros en el estante. No es lujoso, pero es el hogar. Cuando nuestras hijas eran pequeñas, nuestra familia pasó dos meses en el extranjero visitando misioneros en seis países diferentes. Fue una aventura maravillosa, pero tres días antes de que terminara el viaje, nuestros corazones dieron la vuelta y el hogar era todo en lo que podíamos pensar.
Nuestro amor por el hogar, nuestro anhelo por él, es una pizca de nuestro anhelo por nuestro verdadero hogar.
- ↑ Donald A. Carson, The Gospel According to John (Grand Rapids: Eerdmans, 1991), 489.
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