¿Ves a Dios?
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Mark Jones sobre Santificación y Crecimiento
Traducción por Ian Bepmale
¿Ves a Dios?
Pocas preguntas son más importantes en la vida del cristiano, tanto ahora como para siempre en la satisfacción eterna de nuestras almas. Así como uno debe preguntarse (y responder): "¿Qué debo hacer para ser salvo?", también debe preguntarse (y responder): "¿Cómo puedo ver a Dios?"
Cuando hablamos de Dios, podemos hablar de Él, ya sea de su esencia o de su persona. Cuando hablamos de Dios y su esencia, nos referimos a la sustancia divina. Sin embargo, cuando hablamos de la persona de Dios, nos referimos a su personalidad como Padre, Hijo y Espíritu Santo. En pocas palabras, Dios es espíritu en términos de su esencia y trino en términos de su persona. Entender esto nos ayudará a abordar la cuestión de ver a Dios.
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Dios invisible
En términos de la esencia de Dios, nunca podemos ver físicamente a Dios, porque "Dios es espíritu" (Juan 4:24). Dios "habita en luz inaccesible", por lo que "nadie lo ha visto ni puede verlo" (1 Timoteo 6:16). El himno “Inmortal, Invisible, Dios solo sabio” lo expresa bien:
Inmortal, invisible, Dios solo sabio,
en luz inaccesible escondida de nuestros ojos,
el más bendito, el más glorioso, el Anciano de Días,
Todopoderoso, victorioso, alabamos tu gran nombre.
Dado que Dios es espíritu, no puede ser visto por ojos humanos, por lo que Juan nos dice que "nadie ha visto jamás a Dios" (Juan 1:18). Incluso antes de la espléndida declaración de Pablo sobre la invisibilidad inaccesible de Dios, él habla de Dios como "el Rey de los siglos, inmortal, invisible" (1 Timoteo 1:17).
Además, nuestra incapacidad para ver lo que no se puede ver no se debe simplemente a que Dios es espíritu. Dios también es infinita e inmutablemente santo en su esencia. Debido a nuestro pecado, ni siquiera podemos atrevernos a acercarnos al Dios que no puede ser visto. Hay una barrera para nuestra vista porque Dios es espíritu, y hay otra barrera porque somos pecadores.
Dios hecho visible
Moisés pidió ver la gloria de Dios (Éxodo 33:18), a lo que Dios respondió: "No podrás ver mi rostro; porque no me verá hombre, y vivirá." (Éxodo 33:20). Pero eso no significa que Dios se esconda. De varias maneras, a lo largo de la Biblia, Dios se inclina hacia sus criaturas para que puedan "verlo", es decir, recibir revelación de él para entender sus caminos y seguirlo en obediencia. Y la forma más sublime y gloriosa en que Dios se inclina para acomodarse a nuestra debilidad es en la encarnación del Hijo de Dios.
En el aposento alto, Felipe pide ver al Padre (Juan 14:8). Al igual que Moisés, Felipe deseaba ver a Dios, porque al ver a Dios estaría satisfecho. Sin embargo, nuestro Señor responde,
El que me ha visto a Mí, ha visto al Padre. ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre? ¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras. (Juan 14:9–10)
Ver a Dios se hace posible en la persona de Cristo, que es el Dios-hombre, "la imagen del Dios invisible" (Colosenses 1:15). Dios, que es invisible, es visible en la persona del Hijo. Moisés y Felipe expresaron un buen deseo al pedir ver a Dios. Dios responde a su deseo en Jesucristo.
Ver por fe
Los discípulos tenían a Jesús ante sus propios ojos. Si bien su falta de fe les impidió verlo como debían, incluso su fe débil fue suficiente para que realmente vieran a Dios en el rostro de Cristo. Sin embargo, Cristo ha ascendido, por lo que, en cierto sentido, ahora somos como Moisés, quien perseveró como libertador del pueblo de Dios “como viendo al Invisible” (Hebreos 11:27).
Vemos a Dios en la persona de Cristo de dos maneras: por fe en esta vida, y por vista en la vida venidera. En esta vida, "andamos por fe, no por vista" (2 Corintios 5:7). Cristo es el objeto de nuestra fe. Miramos su obra no solo como el Mesías encarnado que vivió y murió, sino también como el Salvador que resucitó de entre los muertos, ascendió al cielo y ahora está entronizado como nuestro Rey Sacerdote, que vive para interceder por nosotros.
Sin embargo, no hay duda de que Jesús desea que veamos su gloria y que algún día vivamos por vista. De hecho, Él ora para que veamos su gloria (Juan 17:24). Pero, en esta vida, desea que vivamos por fe (Juan 20:29). "Vemos" a Dios en Cristo al vivir por fe de acuerdo con la verdad de las Escrituras. A medida que aprendemos la verdad divina en la palabra de Dios, vemos a Cristo más claramente en esta vida. Las Escrituras hablan principalmente de Cristo (Lucas 24:44), lo que significa que, en la medida en que entendamos correctamente la palabra de Dios y la recibamos por fe, veremos a Dios en Cristo con mayor claridad.
Las verdades divinas que recibimos por fe nos transforman en esta vida. Los cristianos, "con el rostro descubierto", contemplan la gloria de Cristo y, por lo tanto, son "transformados en la misma imagen de un grado de gloria a otro" (2 Corintios 3:18). Esta transformación interna es nuestra propia "transfiguración" por la cual somos conformados a la imagen de Cristo por el poder de su Espíritu.
Aquellos que desean ver a Cristo cara a cara en la vida venidera deben verlo en este mundo por fe. Creemos en lo que (aún) no vemos. Pero debemos creer; de lo contrario, nunca veremos. Porque, como escribió solemnemente John Owen: "Nadie verá la gloria de Cristo por vista en el más allá, si en alguna medida no la ve por fe aquí en este mundo" (Obras de John Owen, 1:288).
Contemplando el deseo de nuestro corazón
Nuestra visión de Cristo en gloria será inmediata. Nada se interpondrá entre nosotros y Cristo. El Espíritu vivificará nuestros cuerpos y almas para contemplar la gloria de Cristo. Esta "visión ocular" será directa. Cristo, en su gloria, aparecerá ante nosotros; lo veremos tal como realmente es (1 Juan 3:2).
La visión que anhelamos es tanto visible como intelectual. Lo contemplaremos en su gloria con una comprensión de su persona acorde a nuestro estado glorificado. Sin embargo, este tipo de visión no es adecuada para nosotros aquí en la tierra (véase Lucas 9:30–33; Apocalipsis 1:17; Hechos 9:3–8). Tal visión en nuestra condición actual es, para usar las palabras de Owen, "demasiado alta, ilustre y maravillosa para nosotros" que vivimos en la tierra con el pecado que mora en nosotros (1:290).
Si Cristo en su majestuosa y exaltada gloria estuviera ante nosotros ahora, sería demasiado para que lo soportáramos. "Porque", como dice Owen, "no podemos, por el poder de ninguna luz o gracia que hayamos recibido, o podamos recibir, soportar la apariencia y representación inmediata [de Cristo]" (1:380).
Así como somos transformados a la imagen de Cristo en esta vida por fe, también seremos transformados a la imagen de Cristo en la vida venidera por vista. Como Juan deja en claro: "Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es." (1 Juan 3:2). La visión de Cristo es transformadora para el pueblo de Dios, tanto por fe como por vista.
Esta visión futura del Señor glorificado nos permitirá ver una gloria en la persona de Cristo "mil veces por encima de lo que aquí podemos concebir", escribe Owen. Esta visión es lo que todos los hijos de Dios en la tierra "anhelan profundamente" (1:379). Los cristianos no desean nada más que la bendita visión del Hijo de Dios, quien hace a Dios visible, deseable y conocible.
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