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Por Jon Bloom sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por Soldados de Jesucristo

“Si pudiese guardar el tiempo en una botella,
Lo primero que me gustaría hacer
Es guardar cada uno de los días
Hasta que la eternidad pase de largo,
Solamente para pasarlos contigo”.

En 1972, Jim Croce era un joven cantante/compositor apenas surgiendo en el mundo de la fama. También era un padre joven cuyo corazón estaba lleno de amor hacia su hijo de un año.

Su carrera musical le exigía estar lejos de su hijo más de lo que estaba con él, lo cual era difícil. Podía sentir que el breve e irrecuperable tiempo que tenía para disfrutar de su maravilloso hijo, lo azotaba. Así que Jim expresó su nostalgia paternal en su conmovedora canción “El tiempo en una botella”.

En el estribillo de la canción, expresa una angustia que todos entendemos:

Parece que nunca hay suficiente tiempo
Para hacer las cosas que quieres hacer,
Una vez que sabes cuáles son.

Jim sabía que no tenía una eternidad de tiempo con su niño. Pero tenía menos tiempo del que sabía. El 21 de septiembre de 1973, Jim murió en un accidente aéreo. Tenía 30 años.

Contando nuestros días

El tiempo es corto; sabemos eso. Pero es incluso más corto de lo que sabemos. Moisés dijo que nuestras vidas son “como la hierba que por la mañana reverdece, [y] al atardecer se marchita y se seca” (Sal. 90:5-6). Incluso si alcanzamos la vejez:

“los días de nuestra vida llegan a setenta años; y en caso de mayor vigor, a ochenta años. Con todo, su orgullo es trabajo y pesar, porque pronto pasa, y volamos” (Sal. 90:10).

Para darnos un poco de perspectiva acerca de nuestras vidas semejantes a la hierba, Moisés compara nuestro tiempo con el tiempo de Dios:

“Porque mil años ante tus ojos son como el día de ayer que ya pasó, y como una vigilia de la noche” (Sal. 90:4).

Mil años son como el ayer. Quizás Pedro estaba parafraseando a Moisés cuando escribió:

“para el Señor… mil años [son] como un día” (2 P. 3:8).

Entonces, pensemos en esto. Si vivimos 70 años, nuestros días serán 25,500. O “si en caso de mayor vigor” vivimos 80 años, nuestros días serán 29,200. Al escribir esto, he vivido un poco más de 18,900 días. John Piper ha vivido un poco más de 25,900 días. Los días de Steve Jobs fueron algo menos de 21,000. Los días de Jim Croce fueron algo menos de 11,200.

Ahora, piénsalo así. Si 1,000 de nuestros años son como un día para Dios, entonces una persona que muere a la edad de 80 años solo vive un 8% de un día según Dios. Eso es menos de dos horas en un día de veinticuatro horas. Eso es poco.

Pero si usamos la metáfora de Moisés de la “vigilia de la noche”, nuestras vidas comparadas son incluso más cortas. En el día de Moisés, una vigilia en la noche era de tres horas. Entonces si 1,000 de nuestros años son como 3 horas para Dios, un período de vida de 80 años es menos que 15 minutos de un día según Dios. Jim Croce vivió cinco minutos.

¿Cuántos minutos piensas que tienes? No lo sabes. Y no importa cuántos tengas, no son muchos.

Dios debe enseñarnos

Cuando realmente comenzamos a sentir la brevedad de nuestras vidas, a menudo lamentamos que nunca pareciera haber suficiente tiempo para hacer las cosas que queremos hacer. También reconocemos que hemos derrochado días valiosos que nunca recuperaremos, y esto hace que queramos vivir de forma distinta.

Pero percatarse de la realidad de la mortalidad, no produce sabiduría en sí misma. De hecho, puede producir gran imprudencia y terminar desperdiciando la vida aún más. El miedo a dejar pasar la vida es, a menudo, la raíz de una crisis de la mediana edad que destruye una familia. Con frecuencia, está al pie de “las listas de cosas que hacer antes de morir” que valora experiencias pasajeras, exóticas, aventureras y emocionantes, por encima de alimentar el amor real por personas reales.

Moisés sabía que percatarse de la feroz realidad de la muerte no guiaba a la gente a vivir sabiamente. Por esta razón, oró así:

“Enséñanos a contar de tal modo nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría” (Sal. 90:12).

Contar nuestros días no es suficiente. Necesitamos a Dios, el autor de la vida, que nos enseñe qué significa realmente contar nuestros días. Necesitamos que Dios nos enseñe para qué son nuestros pocos días, para que los administremos bien. Entonces así tendremos un corazón sabio.

Un corazón sabio

¿Qué es exactamente la sabiduría? Dios nos dice a través de Job:

“el temor del Señor es sabiduría” (Job 28:28).

¿Y qué es exactamente el temor del Señor? Dios nos dice a través de Salomón:

“el temor del Señor es aborrecer el mal” (Pr. 8:13).

¿Y qué es el mal? Dios nos dice a través del autor de Hebreos:

“un corazón de incredulidad” (He. 3:12).

En su raíz, toda malicia moral es incredulidad en Dios y toda acción que resulta de ella, porque

“todo lo que no procede de fe, es pecado” (Ro. 14:23).

Entonces, un corazón sabio teme al Señor a tal grado que rehúsa cambiar la verdad de Dios por la mentira (Ro. 1:25). Un corazón sabio confía en las promesas de Dios y en su sabio gobierno sobre toda la vida, y no confía ni en sus propias percepciones limitadas y variables, ni en engaños mundanos resplandecientes y vacíos.

Un corazón sabio teme tanto perder la delicia del tesoro de Dios mismo que mira a la incertidumbre como un ladrón que solo roba, mata y destruye la vida.

La recompensa de la sabiduría

La vida terrenal es corta, quizás mucho más corta de lo que esperamos. Es muy corta como para derrocharla tratando de hacer todas las cosas que queremos hacer.

Debemos no solamente contar nuestros días; debemos pedirle a Dios que nos enseñe a contar nuestros días. Porque si los contamos en nuestros propios términos, nos preocuparemos por alimento o vestimenta (Mt. 6:25), o en experiencias de “las listas de cosas que hacer antes de morir”, o en logros profesionales, o incluso en nuestros seres queridos, sólo para finalmente descubrir que la vida no estaba en ninguna de aquellas cosas o personas. Contar nuestros días no producirá un corazón sabio.

Si queremos “echar mano de lo que en verdad es vida” (1 Ti. 6:19), debemos asirnos de la vida eterna, “y esta vida está en Su Hijo” (1 Jn. 5:11). “El vivir es Cristo” (Fil.1:21), y “el que cree en el Hijo tiene vida eterna” (Jn. 3:36). Por eso la gran obra en la que Dios quiere que nos enfoquemos es que creamos en su Hijo (Jn. 6:29).

Un corazón sabio es un corazón que aprende que la vida no es acerca de cuánto podemos ganar, lograr o experimentar en nuestros pocos días de vida terrenal; la vida se trata de creer de todo corazón en la Vida (Jn. 14:6). Un corazón sabio aprende que la única cosa que derrocha la vida es la incredulidad.

Y la recompensa de un corazón sabio es la eternidad, donde no hay necesidad de envasar el tiempo, donde habrá abundancia de tiempo para hacer lo que queramos hacer, y una lista tan larga de cosas que hacer, provista por Dios, que llevará una eternidad cumplirlas.


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