El Pastor Temeroso

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Se acostumbró a los malos hábitos de la incredulidad. "Sólo son mi forma de desarrollarme," se decía a sí mismo. Razonaba en que no se entrometían en el camino de lo que estaba llamado a hacer. Seguía diciéndose que estaba trabajando duro y haciéndolo bien; pero no lo estaba haciendo bien. Tenía más noches sin sueño de las que quería admitir. Había ganado treinta libras durante los últimos años. Había insensibilizado su cerebro cada noche con horas y horas de vacía televisión o cultura popular de Internet. Había incurrido en más deudas que nunca antes en su vida. Su esposa diría que se había vuelto cada vez más distante e irritable. En casa a menudo parecía un hombre sin gozo, sobrecargado. Sus hijos dirían que incluso cuando estaba presente, con frecuencia era distante. Temía a las reuniones y encontraba que se distraía fácilmente cuando necesitaba concentrarse en preparar su próximo sermón. La puerta a su oficina estaba cerrada más de lo que lo había estado antes y cada vez delegaba más de sus obligaciones a su Pastor Ejecutivo.
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Se acostumbró a los malos hábitos de la incredulidad. "Sólo son mi manera de liberarme," se decía a sí mismo. Llegó a la conclusión de que no se interponían en el camino de lo que había estado llamado a hacer. Seguía diciéndose que estaba trabajando duro y haciéndolo bien; pero no lo estaba haciendo bien. Tenía más noches sin sueño de las que quería admitir. Había ganado treinta libras durante los últimos años. Había insensibilizado su cerebro cada noche con horas y horas de vacía televisión o cultura popular de Internet. Había incurrido en más deudas que nunca antes en su vida. Su esposa diría que se había vuelto cada vez más distante e irritable. En casa a menudo parecía un hombre sin gozo, sobrecargado. Sus hijos dirían que incluso cuando estaba presente, con frecuencia era distante. Temía a las reuniones y encontraba que se distraía fácilmente cuando necesitaba concentrarse en preparar su próximo sermón. La puerta a su oficina estaba cerrada más de lo que lo había estado antes y cada vez delegaba más de sus obligaciones a su Pastor Ejecutivo.
Sin embargo nadie en la congregación se percataba de ello. Cumplía con todos sus deberes públicos y desde la perspectiva de una persona que estaba en la silla, parecía hacerlo bien. Dirigía las reuniones que se le habían asignado y daba su mejor esfuerzo para hacer el trabajo de continuidad que llegaba a su escritorio. El problema era que no lo estaba haciendo bien. Había una creciente disparidad entre la persona pública y el hombre en privado. Había una desconexión creciente entre las sentencias de fe que hacía al frente y el pensamiento que gobernaba su corazón. Llevaba consigo el sucio secreto que muchos pastores llevan; aquel que es tan difícil de admitir para un "hombre de fe ". El sucio secreto era que mucho de lo que hacía  no lo hacía por fe, sino por miedo.
Sin embargo nadie en la congregación se percataba de ello. Cumplía con todos sus deberes públicos y desde la perspectiva de una persona que estaba en la silla, parecía hacerlo bien. Dirigía las reuniones que se le habían asignado y daba su mejor esfuerzo para hacer el trabajo de continuidad que llegaba a su escritorio. El problema era que no lo estaba haciendo bien. Había una creciente disparidad entre la persona pública y el hombre en privado. Había una desconexión creciente entre las sentencias de fe que hacía al frente y el pensamiento que gobernaba su corazón. Llevaba consigo el sucio secreto que muchos pastores llevan; aquel que es tan difícil de admitir para un "hombre de fe ". El sucio secreto era que mucho de lo que hacía  no lo hacía por fe, sino por miedo.

Revisión de 02:12 24 sep 2012

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English: The Fearful Pastor

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Por Paul Tripp sobre Ministerio Pastoral

Traducción por Manuel Bento Falcón


Se acostumbró a los malos hábitos de la incredulidad. "Sólo son mi manera de liberarme," se decía a sí mismo. Llegó a la conclusión de que no se interponían en el camino de lo que había estado llamado a hacer. Seguía diciéndose que estaba trabajando duro y haciéndolo bien; pero no lo estaba haciendo bien. Tenía más noches sin sueño de las que quería admitir. Había ganado treinta libras durante los últimos años. Había insensibilizado su cerebro cada noche con horas y horas de vacía televisión o cultura popular de Internet. Había incurrido en más deudas que nunca antes en su vida. Su esposa diría que se había vuelto cada vez más distante e irritable. En casa a menudo parecía un hombre sin gozo, sobrecargado. Sus hijos dirían que incluso cuando estaba presente, con frecuencia era distante. Temía a las reuniones y encontraba que se distraía fácilmente cuando necesitaba concentrarse en preparar su próximo sermón. La puerta a su oficina estaba cerrada más de lo que lo había estado antes y cada vez delegaba más de sus obligaciones a su Pastor Ejecutivo.

Sin embargo nadie en la congregación se percataba de ello. Cumplía con todos sus deberes públicos y desde la perspectiva de una persona que estaba en la silla, parecía hacerlo bien. Dirigía las reuniones que se le habían asignado y daba su mejor esfuerzo para hacer el trabajo de continuidad que llegaba a su escritorio. El problema era que no lo estaba haciendo bien. Había una creciente disparidad entre la persona pública y el hombre en privado. Había una desconexión creciente entre las sentencias de fe que hacía al frente y el pensamiento que gobernaba su corazón. Llevaba consigo el sucio secreto que muchos pastores llevan; aquel que es tan difícil de admitir para un "hombre de fe ". El sucio secreto era que mucho de lo que hacía no lo hacía por fe, sino por miedo.

Quizás este es un secreto del ministerio pastoral que se comparte con poca frecuencia; es decir, cuánto es dirigido no por la fe en las verdades del Evangelio y en la persona y la obra del Señor Jesucristo, sino dirigido por el miedo. Es muy tentador para el pastor cargarse el bienestar de la iglesia a los hombros y cuando lo hace, acaba siendo cargado y motivado por un catálogo sin fin y siempre cambiante de "¿Qué pasaría si..?" Esto nunca conduce a una vida de descanso y gozo en el ministerio, sino más bien a un ministerio debilitado por metas irrealistas y no alcanzadas, un sentimiento personal de fracaso y temor.

Pastor, quizás estás pensando, "No creo que el miedo sea un problema significativo en mí." Bueno, te pediría que tomes un tiempo para observarte a ti mismo a la luz de las siguientes preguntas. ¿Cuántos pastores viven en un estado constante de falta de descanso espiritual?¿Cuántos de nosotros son oprimidos por la inseguridad personal?¿Cuántos de nosotros se preguntan en secreto donde esta Dios y qué se supone que está haciendo?¿Cuántos de nosotros están viviendo de manera auto-protectora, diciendo, "Me pasó una vez y no me volverá a pasar?" ¿Cuántos de nosotros están preocupados de admitir el fracaso?¿Cuántos de nosotros no comparten con nadie las luchas de fe que nos oprimen?¿Cuántos de nosotros fracasan a la hora de ser francos y decisivos porque tenemos temor de lo que pasará si lo hacemos?¿Cuántos de nosotros encuentran formas de escapar, formas de afrontar las cosas que no incluyen predicarnos el evangelio a nosotros mismos?

¿Cuántos de nosotros desearían lugares más fáciles para ministrar?¿Cuántos de nosotros llevan sus cargas a casa, convirtiendo nuestra paternidad en menos que graciosa y productiva?¿Cuántos de nosotros se han vuelto habilidosos en esconderse, de forma que ni siquiera las personas más cercanas a nosotros sienten lo que está pasando en el nivel de nuestros corazones?¿Cuántos de nosotros tienen momentos de compromiso alimentados por el temor del hombre?¿Cuántos de nosotros han dado a determinadas personas demasiado poder e influencia sobre nosotros?¿Cuántos de nosotros han dejado que el miedo nos haga demasiado opinantes, demasiado dominantes, y demasiado controladores?¿Cuántos de nosotros dejamos que el miedo nos mantenga callados cuando deberíamos hablar, o nos lleve a hablar cuando deberíamos permanecer callados?¿Cuántos de nosotros trabajamos para reconvertir en actos de fe cosas que en realidad hemos hecho por miedo?¿Cuántos de nosotros tendrían que confesar que hay momentos en los que estamos más gobernados por un temor mundano que por un temor de Dios?¿Cuántos de nosotros tienen momentos donde nos preocupamos más de ser aceptados o de que nuestro liderazgo sea validado que de lo que hacemos acerca de ser bíblicos?¿Cuántos de nosotros son debilitados o paralizados por el temor al rechazo?¿Cuántos de nosotros tienen demasiado miedo como para confiar trozos vitales del ministerio de nuestras iglesias a otros?¿Cuántos de nosotros temen examinar cuánto miedo nos atrapa y motiva?¿Cuántos de nosotros?

¿Cuántos de nosotros buscan diariamente la gracia que por si sola tiene el poder de librarnos del temor y darnos fuerza para ser pastores de fe?


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