¿Cómo Puedo Cambiar?/Prefacio

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No me mal entiendas – aunque no soy un atleta sobresaliente, por lo regular mantenía mi paso, y estaba dispuesto a esforzarme en otros deportes. Pero la carrera larga era diferente. Era difícil. No compleja-sólo difícil. Quería decir dolor, y a mí no me interesaba el dolor. De hecho, durante una unidad de carrera larga en mi clase de gimnasia, mis amigos y yo, a escondidas de nuestro instructor, regularmente trotábamos un curso más corto que nos llevaba por el edificio de la secundaria, por el corredor donde estaban las clases de mecanografía, y luego salíamos de nuevo al campo. Así ahorrábamos casi cuarta milla del curso, hasta que el maestro de mecanografía cayó en la cuenta por el ensordecedor ruido de cascos que disturbaba su clase.
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Pero esta vez yo decidí hacer lo mejor que pudiera. De modo que, con toda mi fortaleza interior, me empujé hasta no más y entregué una carrera extraordinaria. De hecho fue tan extraordinaria, que el entrenador se enteró y trató de enlistarme para el equipo. Yo le respondí de la misma manera que había respondido a mamá cuando me sugirió que tomara clases de ballet junto con mis hermanas: -No gracias-.
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-Pero Robin,- me dijo ella, -los chicos también bailan ballet.-
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“Por tanto, también nosotros, que estamos rodeados de una multitud tan grande de testigos, despojémonos del lastre que nos estorba, en especial del pecado que nos asedia, y corramos con perseverancia la carrera que tenemos por delante” (Heb 12:1).
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Esta gran multitud de testigos incluye a esos heroicos hombres y mujeres de la historia bíblica-como Abraham, José, y Moisés-que corrieron fielmente su carrera (Heb 10).
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Aunque en la Escritura hay otras útiles ilustraciones de la vida cristiana, el tema de la carrera larga nos da mucho para pensar. Una carrera como esa exige perseverancia. Exige disciplina y entrenamiento. Exige fijar la vista en la meta. Y aunque no sea particularmente complicada, los corredores de éxito han estado entre nuestros atletas más inteligentes. Pueden armarse de sus recursos y enfocarlos en la tarea a mano, paso a paso.
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Hemos escrito este libro para los corredores-mujeres y hombres cristianos sinceramente interesados en correr la carrera que les está marcada. A los que han tratado y han fracaso y están a punto de darla por algo sin esperanza, ofrecemos ánimo. Habiendo nosotros tropezado lo suficiente en el camino, hemos consistentemente encontrado que Aquel que nos llama a correr es fiel. Su Palabra y su Espíritu nos están disponibles. No sólo eso, sino que tiene un interés compasivo en nuestro éxito. “No acabará de romper la caña quebrada”, dijo el profeta Isaías, “ni apagará la mecha que apenas arde” (Is 42:3). Cuando estés tan doblado que estás seguro de partirte en dos, cuando tu fuego esté casi apagado, Él está ahí para revivirlo.
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A los que puedan sentirse como que han logrado un cómodo grado de éxito en la vida cristiana, ofrecemos una exhortación. El profeta advirtió a sus oyentes, “¡Ay de los que viven tranquilos en Sión!” (Am 6:1). Una actitud así es extremadamente peligrosa, porque cuando creemos que tenemos afianzada la santidad, es cuando estamos más inclinados a relajar y confiar en nosotros mismos en vez de confiar en Dios. En ese punto por lo regular es necesaria una crisis para volvernos a la realidad.
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Finalmente, este libro es para los que simplemente desean crecer como cristianos, que están satisfechos en Cristo pero no satisfechos consigo mismos. Quizás estés frustrado con tu progreso. Quizás no estés seguro de dónde comenzar. Quizás hayas corrido muchas millas y simplemente necesitas un segundo aliento. Creemos que este libro ayudará.
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En un día cuando con demasiada facilidad se ofrecen soluciones rápidas a problemas que existen desde mucho tiempo, deseamos recomendar los caminos antiguos, habiéndolos encontrado probados y verdaderos. No hay atajos hacia la madurez cristiana. No hay un camino sin cruz para seguir a Cristo, no hay secreto instante para la vida cristiana. Pero como la carrera larga, si el camino de la cruz no es fácil, tampoco es complicado. Dios nos presenta un camino que es angosto pero recto. Él muestra sus caminos a los que están sinceramente interesados en seguirlo a Él, y Él se mostrará fuerte a favor de aquellos cuyo corazón es enteramente suyo.
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Nuestro propósito en introducir la doctrina de la santificación (eso es lo mejor que podíamos esperar hacer en un libro de este tamaño) es que podamos ser transformados según la imagen de Jesucristo (Ro 8:29). Y desde el comienzo damos énfasis al hecho de que el Espíritu de Dios es el que nos transforma (2 Co 3:18). Aunque se requiere de nuestro vigoroso esfuerzo, todo crecimiento es por su gracia. Con esa maravillosa verdad como nuestro bloque para comenzar, sigamos hacia la meta, cada uno confiado de que “el que comenzó tan buena obra en ustedes la irá perfeccionando hasta el día de Cristo” (Fil 1:6).
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“Así, todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados a su semejanza con más y más gloria por la acción del Señor, que es el Espíritu” (2 Corintios 3:18)

Última versión de 19:50 22 ago 2009

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Por Robin Boisvert sobre Santificación y Crecimiento
Capítulo 2 del Libro ¿Cómo Puedo Cambiar?

Traducción por Covenant Life Church

Cuando yo estaba en la escuela intermedia, era requisito que todos corriéramos una carrera marcada con el reloj. Normalmente yo hubiera ejecutado una carrera marginal, si acaso. Pero esta vez decidí poner todo mi esfuerzo en la prueba.

No me mal entiendas – aunque no soy un atleta sobresaliente, por lo regular mantenía mi paso, y estaba dispuesto a esforzarme en otros deportes. Pero la carrera larga era diferente. Era difícil. No compleja-sólo difícil. Quería decir dolor, y a mí no me interesaba el dolor. De hecho, durante una unidad de carrera larga en mi clase de gimnasia, mis amigos y yo, a escondidas de nuestro instructor, regularmente trotábamos un curso más corto que nos llevaba por el edificio de la secundaria, por el corredor donde estaban las clases de mecanografía, y luego salíamos de nuevo al campo. Así ahorrábamos casi cuarta milla del curso, hasta que el maestro de mecanografía cayó en la cuenta por el ensordecedor ruido de cascos que disturbaba su clase.

Pero esta vez yo decidí hacer lo mejor que pudiera. De modo que, con toda mi fortaleza interior, me empujé hasta no más y entregué una carrera extraordinaria. De hecho fue tan extraordinaria, que el entrenador se enteró y trató de enlistarme para el equipo. Yo le respondí de la misma manera que había respondido a mamá cuando me sugirió que tomara clases de ballet junto con mis hermanas: -No gracias-.

-Pero Robin,- me dijo ella, -los chicos también bailan ballet.-

No este chico.

Yo me sentía como que iba a morir después de esa carrera, y por razones obvias. No había hecho nada para entrenarme para la carrera-no podía molestarme con eso-así que no estaba en forma para perseverar.

Veinticinco años después, he adquirido un nuevo respeto para la carrera larga. Es una de las mejores analogías para comprender la vida cristiana, como vemos tan claramente en la Escritura:

“Por tanto, también nosotros, que estamos rodeados de una multitud tan grande de testigos, despojémonos del lastre que nos estorba, en especial del pecado que nos asedia, y corramos con perseverancia la carrera que tenemos por delante” (Heb 12:1).

Esta gran multitud de testigos incluye a esos heroicos hombres y mujeres de la historia bíblica-como Abraham, José, y Moisés-que corrieron fielmente su carrera (Heb 10).

Aunque en la Escritura hay otras útiles ilustraciones de la vida cristiana, el tema de la carrera larga nos da mucho para pensar. Una carrera como esa exige perseverancia. Exige disciplina y entrenamiento. Exige fijar la vista en la meta. Y aunque no sea particularmente complicada, los corredores de éxito han estado entre nuestros atletas más inteligentes. Pueden armarse de sus recursos y enfocarlos en la tarea a mano, paso a paso.

Hemos escrito este libro para los corredores-mujeres y hombres cristianos sinceramente interesados en correr la carrera que les está marcada. A los que han tratado y han fracaso y están a punto de darla por algo sin esperanza, ofrecemos ánimo. Habiendo nosotros tropezado lo suficiente en el camino, hemos consistentemente encontrado que Aquel que nos llama a correr es fiel. Su Palabra y su Espíritu nos están disponibles. No sólo eso, sino que tiene un interés compasivo en nuestro éxito. “No acabará de romper la caña quebrada”, dijo el profeta Isaías, “ni apagará la mecha que apenas arde” (Is 42:3). Cuando estés tan doblado que estás seguro de partirte en dos, cuando tu fuego esté casi apagado, Él está ahí para revivirlo.

A los que puedan sentirse como que han logrado un cómodo grado de éxito en la vida cristiana, ofrecemos una exhortación. El profeta advirtió a sus oyentes, “¡Ay de los que viven tranquilos en Sión!” (Am 6:1). Una actitud así es extremadamente peligrosa, porque cuando creemos que tenemos afianzada la santidad, es cuando estamos más inclinados a relajar y confiar en nosotros mismos en vez de confiar en Dios. En ese punto por lo regular es necesaria una crisis para volvernos a la realidad.

Finalmente, este libro es para los que simplemente desean crecer como cristianos, que están satisfechos en Cristo pero no satisfechos consigo mismos. Quizás estés frustrado con tu progreso. Quizás no estés seguro de dónde comenzar. Quizás hayas corrido muchas millas y simplemente necesitas un segundo aliento. Creemos que este libro ayudará.

En un día cuando con demasiada facilidad se ofrecen soluciones rápidas a problemas que existen desde mucho tiempo, deseamos recomendar los caminos antiguos, habiéndolos encontrado probados y verdaderos. No hay atajos hacia la madurez cristiana. No hay un camino sin cruz para seguir a Cristo, no hay secreto instante para la vida cristiana. Pero como la carrera larga, si el camino de la cruz no es fácil, tampoco es complicado. Dios nos presenta un camino que es angosto pero recto. Él muestra sus caminos a los que están sinceramente interesados en seguirlo a Él, y Él se mostrará fuerte a favor de aquellos cuyo corazón es enteramente suyo.

Nuestro propósito en introducir la doctrina de la santificación (eso es lo mejor que podíamos esperar hacer en un libro de este tamaño) es que podamos ser transformados según la imagen de Jesucristo (Ro 8:29). Y desde el comienzo damos énfasis al hecho de que el Espíritu de Dios es el que nos transforma (2 Co 3:18). Aunque se requiere de nuestro vigoroso esfuerzo, todo crecimiento es por su gracia. Con esa maravillosa verdad como nuestro bloque para comenzar, sigamos hacia la meta, cada uno confiado de que “el que comenzó tan buena obra en ustedes la irá perfeccionando hasta el día de Cristo” (Fil 1:6).

-Robin Boisvert

“Así, todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados a su semejanza con más y más gloria por la acción del Señor, que es el Espíritu” (2 Corintios 3:18)


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