‘No Me elegisteis vosotros a Mí’

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English: ‘You Did Not Choose Me’

© Desiring God

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Por Jon Bloom sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por Javier Matus


Contenido

Cómo Jesús me despertó a Su soberanía

Se nos dice que “la palabra de Dios es viva y eficaz”, que puede cortar a través de las complejidades de nuestro ser interior y revelar “los pensamientos y las intenciones del corazón” (Hebreos 4:12). Esto hace a la Biblia, el repositorio autorizado de las palabras de Dios, inspirado por el Espíritu Santo, un lugar de encuentro con el Dios vivo. La mayor parte del tiempo la lectura de la Biblia no es una experiencia dramática. Pero hay momentos en que la Palabra se revela a Sí Mismo dentro de la palabra de una manera tan extraordinaria que nunca somos los mismos conscientemente.

Permítanme compartirles un encuentro poderoso que tuve con Jesús una mañana de verano en Manila, justo antes de mi vigésimo cumpleaños. Estaba teniendo mi devocional matutino cuando Él me despertó a la doctrina de la elección, aunque yo todavía no tenía ni idea de qué era el calvinismo. Él también me llamó a una vida de perseguir mi mayor gozo en Él, aunque yo no tenía idea de lo que era el hedonismo cristiano. Lo que pasó esa mañana, hace treinta y seis años, ha cambiado el rumbo de mi vida.

Encuentro con Jesús

Estaba en Filipinas participando en una Escuela de Discipulado y Entrenamiento de seis meses operada por Juventud con una Misión (JUCUM). Durante una sesión de enseñanza la noche anterior, un maestro invitado había afirmado enérgicamente que todos los cristianos que deseaban ser fructíferos y eficaces en su servicio a Cristo debían adquirir y ejercitar cierto don espiritual. Si no lo hacían, sus vidas y ministerios sufrirían por ello.

Esto me preocupó profundamente, en parte porque no había adquirido este don, y en parte porque no había visto este énfasis en las Escrituras. También conocía cristianos que ambos ejercían y no ejercían este don, y no observaba ninguna correlación en cuanto lo fructíferos que eran. Pero ¿y si estaba equivocado? ¿Y si mis recelos eran señales de resistir al Espíritu Santo?

Así que, esa mañana comencé mi devocional orando fervientemente para que Dios me diera entendimiento. Abrí mi Biblia a la lectura del día, que resultó ser el capítulo 15 del Evangelio de Juan.

De repente, cuando comencé a leer, parecía como si Jesús estuviera justo allí. Los primeros diecisiete versículos saltaron de la página. Las palabras del Señor se volvieron intensamente vivas y eficaces cuando el Espíritu Santo me las iluminó. Y escuché al Mismo Jesús afirmar con fuerza lo que todos los cristianos necesitan más para ser fructíferos y eficaces: “el que permanece en Mí, y Yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de Mí nada podéis hacer” (Juan 15:5). Su mensaje para mí esa mañana fue claro: una vida fructífera no requería cierto don espiritual; requería confiar en Jesús. La paz se apoderó de mí.

Él eligió primero

Cuando llegué al versículo 16, lo que dijo Jesús me dejó sin aliento. Esto, incluso más que el versículo 5, reformó mi comprensión de lo que hace que un cristiano sea fructífero y eficaz:

No me elegisteis vosotros a Mí, sino que Yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidiereis al Padre en Mi nombre, Él os lo dé. (Juan 15:16)

No fui criado en una iglesia que enseñó teología reformada. Hasta ese momento, había pensado poco en la doctrina de la elección, así que realmente no la entendía. Mi impresión inmadura y arrogante era que esa era una de esas doctrinas periféricas y controvertidas a las que les gustaba debatir a las personas con demasiado tiempo y muy poca preocupación por las almas perdidas y heridas.

Todo eso cambió cuando me senté asombrado, mirando esas palabras: “No me elegisteis vosotros a Mí, sino que Yo os elegí a vosotros”. No eran las palabras de algún maestro con una convicción teológica exagerada y equivocada. Ni de Juan Calvino. Ni siquiera de los sofisticados argumentos autorizados, pero a menudo debatidos, del apóstol Pablo. Eran las palabras cristalinas, sencillas, directas y comprensibles del Mismo Jesús: Yo os elegí a vosotros.

A medida que penetraban, la renovación de mi entendimiento inició una transformación en mí (Romanos 12:2). Mi vida se reformuló. Cuando, a los 11 años, respondí a una invitación del evangelio en Camp Shamineau, yo no había elegido a Jesús; Jesús me había elegido a mí. La implicación inmensa comenzó a surgir: si eso era cierto, entonces Dios había estado mucho más involucrado providencialmente de lo que yo había pensado antes de ese momento en Manila mientras leía Juan 15. Fue devastador, fue humillante y fue precioso. Y glorioso más allá de las palabras. Jesús me había elegido.

Y esto me llenó de esperanza mientras miraba hacia el futuro.

Él puso fruto

Mi esperanza vino de lo que Jesús dijo a continuación: “No me elegisteis vosotros a Mí, sino que Yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis…” Vi que cuando Jesús elige a sus discípulos, los pone [designa] para “buenas obras, las cuales Dios preparó [para ellos] de antemano” (Efesios 2:10). Todavía no sabía para qué trabajos futuros me había puesto el Señor, pero me llenó de esperanza darme cuenta de que yo no soportaba el peso principal de resolverlo todo. El Señor, quien me eligió, pudo dirigirme plenamente hacia lo que Él me había puesto.

Pero eso no fue todo. Jesús fue más allá: “Yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca”. Mi asombro y esperanza aumentaron al ver que mi habilidad de ser fructífero dependía en última instancia, no de ningún don espiritual específico, ni siquiera de mi fe en Cristo, sino de Jesús Mismo. El Dios que me eligió para ser Su discípulo y me puso para mis labores presentes y futuras en el reino también me haría fructífero en esas labores —incluidas las labores de mis oraciones: “…para que todo lo que pidiereis al Padre en Mi nombre, Él os lo dé”.

Con el tiempo, Juan 15:16 se convirtió en una especie de lente a través del cual vi lo que Jesús dijo anteriormente en el capítulo sobre la Vid y los pámpanos (Juan 15:1-8). Él describió la misteriosa interacción de la soberanía divina y la responsabilidad humana en acción. El poder para mí (un pámpano) de dar fruto proviene únicamente de permanecer en Jesús (la Vid). Por lo tanto, debo asumir mi responsabilidad de hacer la obra de permanecer (ejercer confianza en Jesús en todo). Y, sin embargo, en última instancia, el mismo poder para llevar a cabo mi responsabilidad proviene de la Vid soberana, quien me eligió como pámpano y puso mi lugar en la Vid para que yo permaneciera y fuera fructífero. Porque la fe requerida para permanecer no es obra mía; es en sí mismo un don de Dios (Efesios 2:8).

Para que vuestro gozo sea cumplido

Un versículo más iluminó como una luz cálida toda la sección que leí esa mañana. Jesús dijo: “Estas cosas os he hablado, para que Mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido” (Juan 15:11). Jesús quería que yo estuviera lleno de gozo. Más que eso, ¡quería que yo estuviera lleno de Su gozo! Más que eso, Él estaba actualmente persiguiendo mi experiencia de Su gozo en mí al hablar las cosas que estaba diciendo.

Toda la experiencia de esa mañana fue abrumadora, y no pude asimilarlo todo. La estoy volviendo a contar aquí con palabras más claras de lo que podía articular en ese entonces. Jesús me estaba despertando a estas cosas esa mañana, y mi comprensión aumentó con el tiempo.

Por ejemplo, no comencé a reflexionar profundamente sobre lo que Jesús quiso decir con Su gozo haciendo que mi gozo fuese cumplido hasta tres años después, cuando me presentaron las enseñanzas de John Piper sobre el hedonismo cristiano. Entonces, la promesa de Jesús de que aquellos que confían en Él con todo conocerán el mayor amor (Juan 15:9-14), el gozo cumplido (Juan 15:11) y el fruto más abundante (Juan 15:1-8) comenzó a abrirse para mí de maneras más profundas. Y cuanto más comprendía, más deseaba esa vida. Porque esa vida era en esencia la vida (Juan 14:6). Y yo lo quería a Él.

Aquella calurosa mañana de verano en Manila, lo que quería de Jesús era claridad con respecto a una enseñanza problemática. Pero lo que Él quería darme era una revelación de Sí Mismo a través de Sus palabras que me despertaría a Su soberanía sobre mi salvación, plantaría las semillas del hedonismo cristiano y establecería mi rumbo para una cita futura. Y lo hizo en menos de una hora.

Desearía que todos mis devocionales fueran así. Muy pocos lo han sido. La mayoría han sido bastante ordinarios. Jesús parece preferir darnos lo que necesitamos principalmente a través del efecto acumulativo de nuestra búsqueda diaria fiel de Él en las Escrituras. Pero esas pocas ocasiones extraordinarias en las que me he encontrado con la Palabra viva y eficaz de Dios en la palabra escrita han transformado mi vida.

Comparto esta historia para animarnos a todos a seguir buscando la Palabra dentro de la palabra. Jesús sabe lo que necesitamos cuando lo necesitamos. Y cuando la necesidad sea correcta y el momento sea propicio, el que nos eligió, nos puso y nos hace fructíferos vendrá y hará más de lo que podamos pedir o pensar. Y la vida nunca volverá a ser la misma.


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