A veces la bondad escuece

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Por Jon Bloom sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por Alicia Mateos Castro


Contenido

Por qué el amor utiliza palabras duras

Hace unos meses, pensando en el mayor nivel de desacuerdo entre algunos cristianos estadounidenses en los últimos años, me topé con esta perla de sabiduría pastoral de Richard Sibbes, el pastor puritano inglés de hace cuatrocientos años:

Era un serio conflicto entre los cristianos, trabajar para no ofender y trabajar para no ofenderse. Los mejores hombres son severos consigo mismos y blandos con los demás. (The Bruised Reed, 47)

Sibbes estaba exhortando a sus hermanas y hermanos cristianos durante un momento histórico terriblemente conflictivo, en el que los cristianos practicantes de Inglaterra se decían y hacían cosas horribles unos a otros. Y me parece que sería sabio hacer caso al consejo de Sibbes y poner de nuestra parte para contribuir a la reputación pública colectiva que Jesús desea para nosotros: »en esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os tenéis amor los unos a los otros» (Juan 13:35).

Sin embargo, todos sabemos por las Escrituras que hay momentos en los que un amor fiel nos pide que hablemos usando palabras duras, o incluso cortantes e hirientes (Proverbios 27:6). Y todos sabemos que los que reciben nuestras palabras duras e hirientes tal vez, y con frecuencia, las encuentran ofensivas. Si abrazamos entonces el principio bíblico de Sibbes de que en lo posible, por amor, deberíamos trabajar para no ofender ni ofendernos, ¿por qué principio deberíamos guiarnos en las (esperemos) raras excepciones en las que, por amor, debemos arriesgarnos a ofender a alguien con nuestras palabras?

Bueno, Sibbes, como cabe esperar, también tiene algo muy útil que decir al respecto. Pero antes debo daros el contexto bíblico del que Sibbes saca su principio.

Jesús a la ofensiva

Ocurrió durante la última semana de la vida terrenal de Jesús, tan solo días antes de su crucifixión. Había habido muchos intercambios verbales tensos entre Jesús y los líderes religiosos cuando los escribas, fariseos y saduceos intentaron que Jesús se autoincrimara con sus palabras —y todos fallaron, por lo que abandonaron esa estrategia (Mateo 22:46).

Y entonces Jesús les atacó y anunció a escribas y fariseos siete afirmaciones de infortunio mordades y proféticas que quedaron plasmadas en 36 de los 39 versículos de Mateo 23. He aquí algunos de los extractos:

Pero, ¡ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque cerráis el reino de los cielos delante de los hombres. pues ni vosotros entráis ni dejáis entrar a los que están entrando. (Mateo 23:13)

Pero, ¡ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque recorréis el mar y la tierra para hacer un prosélito, y cuando llega a serlo, lo hacéis hijo del infierno dos veces más que vosotros. (Mateo 23:15)

Guías ciegos, que coláis el mosquito y os tragáis el camello! (Mateo 23:24)

porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera lucen hermosos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia. (Mateo 23:27)

¡Serpientes! ¡Camada de víboras! ¿Cómo escaparéis del juicio del infierno? (Mateo 23:33)

Aquí Jesús estaba siendo más ofensivo que nunca —o al menos es lo que hubiésemos pensado entonces si hubiésemos sido escribas o fariseos.

Pero esto plantea una pregunta importante: ¿solo porque la mayoría de escribas y fariseos se ofendiera por las palabras de Jesús quiere decir que de verdad estaba siendo ofensivo? Puede parecer una distinción pequeña, pero el responder a la pregunta ilumina cuándo necesita nuestro amor palabras duras —y cuál debería ser nuestro objetivo con dichas palabras.

Para responder a esa pregunta tenemos que mirar brevemente cómo define ofensa el Nuevo Testamento. (Y os prometo que después compartiré la otra perla de Sibbes.)

¿Sin ofender?

Empecemos con una de las afirmaciones más directas del Nuevo Testamento sobre la ofensa: »No ofendan a los judíos ni a los gentiles ni a la iglesia de Dios» (1 Corintios 10:32). Si nos basamos solo en esta frase, parece que Jesús rompió un mandato inspirado por el Espíritu. Pero esas palabras no cuentan toda la historia. Tenemos que examinar el contexto para entender a qué se refiere en concreto Pablo cuando dice »no ofendan».

Lo afirma después de pasar tres capítulos indicando a los corintios que tuvieran »cuidado» de no ejercer sus libertades cristianas (como comer carne que hubiera sido sacrificada a ídolos) de forma que «de alguna manera se convierta en piedra de tropiezo para el débil» destruyendo así la fe de otro (1 Corintios 8:9). Y entonces, como ejemplo de renuncia de libertades personales por amor, Pablo describe tres formas en las que Bernabé y él dejaron de lado sus »derechos» apostólicos:

  1. Tenían cuidado para no ofender a otros con lo que comían o bebían (1 Corintios 9:4).
  2. Se abstuvieron de casarse para mantener una devoción exclusiva al Señor (1 Corintios 7:35; 9:5).
  3. No pidieron a la iglesia corintia que les proporcionara apoyo financiero o material de culto, a pesar de que pagaron un alto precio para llevar el evangelio a los corintios (1 Corintios 9:6–12).

¿Y por qué se negaron aquello? Porque Pablo dice »sufrimos todo para no causar estorbo al evangelio de Cristo» (1 Corintios 9:12).

Y ahí vemos a lo que se refiere Pablo con ofender a judíos, gentiles y cristianos: cualquier cosa que sea un obstáculo para la fe en Jesús. Incluso llega a decir en un punto »si la comida hace que mi hermano tropiece, no comeré carne jamás para no hacer tropezar a mi hermano» (1 Corintios 8:13). La palabra en griego que Pablo usa para tropezar (skandalizō) es la misma que usa Jesús cuando nos advierte que no hagamos »pecar a uno de estos pequeñitos que creen en mí [él]» y que nos cortemos la mano o el pie o que nos arranquemos el ojo si nos es ocasión de pecar (Mateo 18:6–9).

Estos textos (y muchos más) captan lo que el Nuevo Testamento considera una verdadera ofensa: decir o hacer cualquier cosa que impida que otros abracen la fe en Cristo o perseveren en su fe.

Aplicación dolorosa de un «bálsamo dulce»

Ahora podemos volver a nuestra pregunta: ¿solo porque la mayoría de escribas y fariseos se ofendiera por las palabras de Jesús quiere decir que de verdad estaba siendo ofensivo —en el sentido del Nuevo Testamento? Por fin ha llegado el momento de compartir la perla de Richard Sibbes que prometí:

Vemos a nuestro Salvador lanzar ataque tras ataque cuando tiene que tratar con hipócritas de corazón de piedra (Mateo 23:13), pues los hipócritas necesitan un mayor convencimiento que los viles pecadores porque tienen mala voluntad y, por tanto, su conversión es violenta. A un nudo duro se le debe responder con una cuña igualmente dura o de lo contrario, con cruel lástima, traicionamos sus almas. A veces una intensa reprimenda es una perla preciada y un dulce bálsamo. (The Bruised Reed, 49)

Me encanta la interpretación de Sibbes de la mordaz reprimenda de Jesús a los escribas y fariseos. No perdió las formas con ellos, ni descargó su frustración acumulada con un lenguaje ofensivo. Usó la cuña afilada de una dura reprimenda con el duro nudo de sus corazones .

Si, como yo, sois leñadores inexpertos, tal vez os preguntéis qué tiene que ver una cuña con un nudo. Sibbes está citando un viejo proverbio que, probablemente, todo el mundo conocía cuando los árboles caídos eran una parte normal de la vida y era necesaria una cuña afilada para atravesar un nudo duro de madera.

La cuña no era la verdadera ofensa, lo eran los nudos. Los escribas y fariseos estaban obstaculizando el evangelio (1 Corintios 9:12), obstáculos que evitaban que tanto ellos como los demás entraran en el reino de Dios (Mateo 23:13). Que él no dijera nada hubiera sido un acto de »lástima cruel» —y también que dijera algo blando. Por lo que Jesús usó la cuña afilada de sus palabras contra el nudo de su incredulidad. O, por usar otra imagen de Sibbes, aplicó un »bálsamo dulce» con una dolorosa reprimenda. Y podemos ver el corazón tras la reprimenda en las lágrimas de los lamentos de Jesús que aparecen en los tres últimos versículos del capítulo (Mateo 23:37–39).

La dura bondad del amor cristiano

Si abrazamos el principio bíblico de Sibbes de, en lo posible y por amor, trabajar para no ofender ni ofendernos, ¿qué principio podemos sacar del consejo de Sibbes que pueda guiarnos cuando nos encontramos las, esperemos, raras excepciones en las que, por amor, debemos arriesgarnos a ofender a alguien con palabras duras?

No ofender a nadie (1 Corintios 10:32), a menos que usar palabras duras sea un acto de bondad (1 Corintios 13:4) y no hacerlo un acto de crueldad.

Por eso Natán se arriesgó a ofender al rey David (2 Samuel 12); por eso Pablo se arriesgó a ofender a Pedro (Gálatas 2:11–14); por eso Jesús se arriesgó a ofender a los escribas y los fariseos y por eso a veces debemos arriesgarnos a ofender a alguien con una reprimenda dolorosa. En esos casos, si nos motiva el amor y nuestro objetivo es retirar una barrera que haga tropezar a alguien en el camino de la fe nuestras palabras duras no son ofensivas de verdad. Son actos de amor, pues »fieles . . . son las heridas del amigo» (Proverbios 27:6). Si para los que nos escuchan son «piedra de tropiezo»(1 Pedro 2:8), puede deberse a los nudos duros de incredulidad en sus corazones más que a la cuña afilada de nuestras palabras.


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