Cuando Mi Tetraplejía Termine

De Libros y Sermones Bíblicos

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English: When My Quadriplegia Ends

© Desiring God

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Por Joni Eareckson Tada sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por Natalia Micaela Moreno


Lo que Me Hace Anhelar el Cielo

En la mañana de mi boda, mis ayudantes me pusieron en un sofá en el salón nupcial de la iglesia para ponerme mi vestido. Levantaron y movieron mi cuerpo paralizado de diversas formas, tratando de hacerme entrar en el vestido, pero cuando me senté de nuevo en mi silla de ruedas, me quejé. En el espejo, parecía una carroza en el Desfile de las Rosas.

Justo antes de rodar hasta el altar, mi ramo se deslizó de mi regazo y cayó. Ahí fue cuando vi una grasienta marca de neumático en el dobladillo de mi vestido. Mi silla estaba adornada, pero seguía siendo una cosa grande y torpe con cinturones y rodamientos de bolas. No era la perfecta novia de revista.

Entonces pude dar un vistazo a Ken en el frente. Estaba estirando el cuello, buscándome. Mi cara se puso roja, y mi corazón comenzó a latir. De repente, mi silla de ruedas y mi vestido grumoso con sus manchas se desvanecieron. Había visto a mi amado, y cómo yo lucía ya no importaba. No podía esperar a llegar al frente para estar con él. Puede que me haya sentido mal, pero el amor en la cara de Ken apartó todo eso. Yo era la novia pura y perfecta. Eso es lo que él vio, y eso es lo que me cambió.

Un Vistazo de Él

Nuestro primer vistazo de nuestro Salvador bien puede ser como este momento. Solo una mirada de Jesús nos transformará completamente (1 Juan 3:2). Y es por eso que todo en mí clama, “Ven, Señor Jesús.” Anhelo estar libre de la mancha del pecado. ¿Y por qué no lo estaría? Jesús se entregó a sí mismo por mí “a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia en toda su gloria, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuera santa e inmaculada” (Efesios 5:27, LBLA).

Me ha dado una ventaja. Porque aunque mi sufrimiento a menudo se ha sentido abrumador (como cuando me vi en ese espejo) ha sido la herramienta más escogida de Dios para hacerme santa. Mi aflicción sigue purgando el pecado y el egoísmo de mi corazón, perfeccionándome hasta ser la perfecta novia de revista. El Cielo es la morada santa donde seré presentada a Jesús sin mancha e inocente. Y mi sufrimiento está ayudando con eso.

Algunos no me creen. Creen que quiero que Jesús regrese para que pueda saltar de mi silla de ruedas y caminar de nuevo. Aunque en un tiempo eso fue cierto, décadas apoyándome en Jesús en mi sufrimiento han hecho que mis anhelos por el Cielo sean más profundos. Un cuerpo glorificado será agradable, pero quiero un corazón puro. Quiero ser santa.

Y así, como con cualquier novia esperanzada, me estoy preparando, confiando en que “todo el que tiene esta esperanza puesta en El, se purifica, así como El es puro” (1 Juan 3:3). ¿Cómo puedo aferrarme a los mismos pecados que aplastaron mi Amante contra su cruz? ¿Por qué permitiría que la serpiente se enrollara alrededor de mi corazón cuando Jesús lo dio todo para aplastar su cabeza?

Mi Salvador es el más bello de diez mil, y su amor es más dulce que el vino, por lo que me esfuerzo por vivir “sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación de la gloria de nuestro gran Dios y Salvador Cristo Jesús, quien se dio a sí mismo por nosotros, para . . . Purificar para si un pueblo para posesión suya, celoso de buenas obras” (Tito 2:12–14).

Coro de Suspiros

No soy la única que está sufriendo por el regreso de Cristo. Juan, en Apocalipsis 22:17, nos dice que “el Espíritu y la esposa dicen: ‘Ven.’” Puedo ver por qué. Como “garantía de nuestra herencia” (Efesios 1:14), el Espíritu se aflige cuando la prometida de Cristo avergüenza el nombre de su Señor con distorsiones doctrinales y fracaso moral. Incluso el mundo se burla y se mofa cuando,

con maravilla desdeñosa,
el mundo ve su opresión dolorosa,
por divisiones creadas,
por herejías afligidas.

Y mientras la novia clama por ser pura, también lo hace la Tierra. Piensa en el horror y los holocaustos que el pecado ha traído sobre el mundo. He compartido el dolor del Espíritu al ver a niños con discapacidades en países empobrecidos siendo vendidos como esclavos o mutilados incluso más para convertirse en mendigos lastimeros. O cuando se abusa de personas mayores. O cuando los niños son abortados debido a una irregularidad cromosómica. Clamo junto con el Espíritu para que Jesús venga: “Rescatad al débil y al necesitado; libradlos de la mano de los impíos” (Salmos 82:4).

Nuestro planeta magullado y roto, y todo lo que mora en él; toda la creación, desde animales hambrientos hasta bosques despojados; incluso el universo entero está parado de puntillas, anhelando que Cristo haga todo lo correcto en la revelación de la gloria de Dios en sus hijos e hijas (Romanos 8:19). Oh, ¡ven pronto, Señor Jesús!

Sí, anhelo que mi Salvador acelere su regreso, pero estoy muy consciente de que “el Señor no se tarda en cumplir su promesa, según algunos entienden la tardanza, sino que es paciente . . . no queriendo que nadie perezca, sino que todos vengan al arrepentimiento” (2 Pedro 3:9). Si en todas mis aflicciones he probado la bondad de Dios, ¿cómo no compartir esa misma bondad con mis vecinos? Mi novio querría eso, así que apresuro su regreso, por así decirlo, dando la buena nueva a tantos como sea posible.

Ese Gran Momento

Si somos bendecidos con estar vivos a la hora del regreso de Cristo, literalmente lo escucharemos responder a nuestro clamor. Pronto, quizás antes de lo que pensamos, “el Señor mismo descenderá del cielo con voz de mando, con voz de arcángel y con la trompeta de Dios” (1 Tesalonicenses 4:16). ¡Ahí viene el novio!

Ahora estamos llegando al corazón de por qué anhelamos el regreso de Jesús: será el fin de los tiempos. El reino de Cristo será completo. Su nombre inigualable reivindicado. El pecado, la muerte, el diablo y sus hordas, todos ellos, juzgados y destruidos. La gloria de Jesucristo, llenando el universo al ser coronado Rey de reyes. Tierra y cielo restaurados.

En esto, nuestros rostros pueden ponerse rojos y nuestros corazones pueden latir, porque, en un instante, seremos glorificados (1 Corintios 15:51–52). Finalmente comprenderemos que todo el plan de redención fue el camino del Padre para asegurar a su Hijo un don maravilloso: su esposa inmaculada, su herencia y alegría.

Gracia Que Nos Trae A Casa

Así que clamamos, “¡Ven, Señor Jesús!” Porque le pertenecemos, y pasaremos toda la eternidad alabando la gloria de su gracia. Gracia que nos rescató del pecado, y nos sostuvo en nuestra debilidad. Gracia que nos trajo a salvo a casa (Efesios 1:6).

Ahora, imagínense conmigo grandes multitudes de redimidos, palpitando de alegría e infundidos de luz. Rodeados por la hueste angelical, caminaremos en fila con la gran procesión de los salvados, fluyendo a través de las puertas de perla; una cabalgata infinita desde los amplios límites de la tierra y las costas más lejanas de los océanos, todo en un desfile gozoso; incontables generaciones, todos levantando nuestras diademas ante Dios.

“¡Aleluya!” gritaremos. “Porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso reina. Regocijémonos y alegrémonos, y démosle a Él la gloria, porque las bodas del Cordero han llegado y su esposa se ha preparado” (Apocalipsis 19:6–7).

Me estoy preparando. Así que, ¡Maranata, Señor Jesús! Ven pronto a llevar a tu novia a través de tu umbral, haciendo todas las cosas, incluso a nosotros, nuevas.


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