Cuando nuestros hijos están heridos

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English: When Our Children Are Wounded

© Desiring God

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Por Stacy Reaoch sobre Crianza de los Hijos

Traducción por Ilduara Escobedo


Contenido

Seis recordatorios para las madres

Una amiga me contó recientemente sobre una conversación sincera que tuvo con su hijo discapacitado. A los 13 años, es un niño brillante y parlanchín que está confinado a una silla de ruedas debido a una lesión en la médula espinal.

Una noche, su madre le preguntó si deseaba que la gente supiera algo sobre él, a lo que él respondió: "me gustaría que la gente supiera que mi cerebro no tiene nada de malo". Muchas veces, otros han visto su discapacidad física y erróneamente piensan que también tiene una discapacidad mental. La incomodidad de no entender su condición, combinada con no querer decir algo ofensivo, a menudo impide que los niños se involucren con él.

Mi amiga trabaja duro para enseñar a su hijo para que se relacione con otros e incluso pueda reírse de los malentendidos. Pero el dolor sigue ahí: el dolor que siente el hijo que se siente invisible para sus compañeros y la madre que tiene un asiento en la primera fila.

Heridos por las heridas de nuestros hijos

No hay nada como ver al niño que has cuidado y criado ser lastimado por otros. Como madres, daríamos cualquier cosa para proteger a nuestros hijos del dolor y el sufrimiento, pero no siempre está bajo nuestro control.

Como madre joven, siempre me sentí un poco ansiosa de ir a museos y parques llenos de gente con mis hijos pequeños. Parecía que casi cada vez que íbamos, mis pequeños se paraban con el montón de niños que esperaban para subir al tobogán o ver la nueva exhibición, pero los niños que eran más agresivos los empujaban hacia atrás. Recuerdo la ira que crecía dentro de mí mientras veía a otros niños literalmente pisar a mis hijos.

A medida que mis hijos crecieron, las situaciones cambiaron. Tal vez no los empujen fuera de la fila por un turno en los columpios, sino que se quedan fuera de una invitación a una fiesta, o fuera de un equipo o elenco, o fuera por el comentario cruel de un amigo. Como madre, estos dolores son difíciles de tragar. Ver como hieren a mi hijo hace que la mamá osa dentro de mí esté lista para rugir. Quiero que los demás respondan por el daño que han causado. Quiero que experimenten el peso del mal que han hecho. Quiero que mis hijos sean vindicados.

Seis formas para responder

Entonces, ¿cómo navegamos las madres por el desastre de las emociones cuando vemos a nuestros hijos lastimados o perjudicados por otros? Es tentador querer decirles a nuestros hijos lo injusto de la situación y criticar las acciones de los demás. Pero eso probablemente no va a ayudar a la situación. En cambio, generará amargura y descontento tanto en sus corazones como en los nuestros. Aprendí a predicar algunos recordatorios centrados en el Evangelio tanto para mis hijos como para mí cuando se han infligido heridas.

1. Recordemos que todos somos pecadores.

No hay personas perfectas, ni niños perfectos. Todos pecaremos y lastimaremos a otros. Las personas decepcionarán a nuestros hijos, y nuestros hijos las decepcionarán. Los buenos amigos de nuestros hijos no se darán cuenta y no se preocuparán cuando nuestros hijos tengan dificultades. Otros harán un comentario hiriente sobre ellos en el parque. "Ninguno es justo, no, ni uno" (Romanos 3:10).

Del mismo modo que otros han herido insensiblemente a nuestros hijos, es probable que nuestros hijos hayan hecho lo mismo a los demás. Una pregunta útil para hacerles a nuestros hijos cuando han sido lastimados es: "¿cómo podrían haber contribuido a la situación?". A menudo, somos ciegos a nuestro propio pecado. Ten cuidado de no asumir que tu hijo es inocente de toda ofensa.

2. Ignorar la ofensa.

Los pensamientos negativos son una espiral descendente. Sabemos que el desempeño de nuestro hijo en la cancha de baloncesto fue criticado por el entrenador, por lo que contemplamos cómo podemos cuestionar de forma pasiva-agresiva sus técnicas de entrenamiento. Es fácil reproducir la situación en nuestras mentes y crear la respuesta difamatoria perfecta a nuestro dolor. Sin embargo, Proverbios 19:11 habla de la gloria de ignorar una ofensa.

Una de las mejores maneras de salir de una situación dolorosa es, por la gracia de Dios, elegir el perdón. En lugar de preocuparse en el mal hecho, preocúpense de lo que es bueno, correcto y verdadero (Filipenses 4:8). Es bueno que mi hijo tenga la oportunidad de jugar baloncesto. Es cierto que su desempeño necesita mejorar. Puedo estar agradecida porque el entrenador quiere convertirlo en un mejor jugador. Al elegir ignorarlo, confiamos en que Dios tiene el control de la situación y que hará las paces. Esto no quiere decir que nunca debas enfrentar un mal hecho. Es bueno orar por sabiduría para decidir cuándo se deben enfrentar las ofensas y cuándo se deben ignorar.

3. Cree en lo mejor.

En cada situación dolorosa, tenemos una opción. Podemos creer que la otra parte lastimó deliberadamente a nuestros hijos, o podemos creer que no tenían intención de herirlos. Podemos suponer que la actividad de la que los dejaron fuera fue manipulada y realizada injustamente, o podemos suponer que los jueces hicieron el mejor trabajo posible al elegir el elenco o el equipo. Cuando parece que nuestro hijo ha sido menospreciado de alguna manera, nuestra tendencia natural y pecaminosa es asumir lo peor de la parte contraria. "Probablemente tuvo menos tiempo de juego que otros por faltar a las prácticas dominicales". "¡Por supuesto que todos los hijos del entrenador forman parte del equipo!".

Este tipo de palabras engendran amargura y descontento tanto en nuestros corazones como en los corazones de nuestros hijos. Pablo nos recuerda: "El amor todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta" (1 Corintios 13:7). A menos que tengamos evidencia clara de que había malicia en juego, dejemos que el amor impregne nuestros pensamientos y mentes asumiendo que el dolor no fue intencional.

4. Confía en que Dios es soberano.

Los errores o injusticias infligidos a nuestros seres queridos no están fuera del control de Dios. ¿Recuerdas cuando José fue encarcelado en Egipto? Tres veces en Génesis se nos recuerda que Dios estaba con José. El libro Read-Aloud Bible Stories (Leer en voz alta las historias de la Biblia) repetidamente da esta respuesta simple al dolor y la injusticia que José enfrentó en su propia vida: "¿Era José feliz? No, pero Dios estaba allí".

Se nos recuerda que incluso con tristeza y dolor en nuestros corazones, Dios no nos ha abandonado. Cuando nuestra adolescente es excluida de las reuniones sociales con otros o no encaja debido a sus convicciones cristianas, Dios está allí. Él está trabajando en medio de nuestras pruebas. La soledad que ella siente podría ser lo que Dios usa para hacer crecer su fe. Él ve y sabe, y tiene el control de las heridas en la vida de nuestros hijos. Nada está fuera de su control.

5. Recuerda que Dios es nuestro vengador.

La famosa cita "Darles una muestra de su propia medicina" es el antídoto del mundo para el daño infligido por otros. Queremos que otros paguen por el daño que nos han infligido a nosotros o a nuestros seres queridos. Cuando un colega dice algo desagradable sobre nuestro hijo, nuestra inclinación pecaminosa es responder con una palabra hiriente o encontrar una manera de señalar las fallas de su hijo. Cuando estamos tentados a pagar mal por mal, a repartir lo mismo que recibieron nuestros seres queridos, debemos recordar que Dios es el que se venga.

Cuando los israelitas se llenaron de miedo al ver que el ejército de Faraón se acercaba al Mar Rojo, Dios les recordó su poder y su fuerza para vengarse: “No teman, manténgase firmes y vean la salvación del Señor, que él trabajará para ustedes hoy. Pues a los egipcios que ven hoy, nunca los volverán a ver. El Señor peleará por ustedes mientras ustedes permanecen callados“ (Éxodo 14:13–14). Perseveramos en amar a los que nos hieren al confiar en que Dios hará las paces por los errores cometidos (Romanos 12:19–21).

6. Extiende la gracia de Dios.

Nuestras heridas y las de nuestros hijos son un recordatorio perfecto para extender la misma gracia que Dios nos ha dado a través de Cristo Jesús. No somos dignos de ser perdonados. No nos ganamos el derecho a ser amados por nuestro comportamiento modelo. ¡Todo lo contrario! Mientras éramos enemigos de Cristo, él murió por nosotros (Romanos 5:10). Esto nos motiva a extender la gracia a quienes nos lastiman y a nuestros seres queridos. La misericordia de Dios se destacará en nosotros cuando demostremos amor y perdón a quienes han herido los corazones de las personas que más amamos.

Tanto un espíritu alegre como un espíritu amargo son contagiosos. ¿Qué actitud de tu corazón se representa a través de las palabras que fluyen de tus labios? Imitemos la gracia y la misericordia de Cristo con los discípulos que viven dentro de las cuatro paredes de nuestro hogar. Serán los primeros en notar si estamos respirando el aire tóxico de la amargura o el aire fresco de la gracia.

No es para los débiles de corazón

He oído decir que nuestros hijos son como nuestros corazones caminando fuera de nuestro cuerpo. Es natural que sentiremos un vínculo emocional significativo con aquellos que llevamos en nuestro útero durante nueve meses. Las alegrías de nuestros hijos se convierten en nuestras alegrías, y las penas de nuestros hijos se convierten en nuestras penas. Sin embargo, las experiencias que son más difíciles de navegar para nuestros hijos también pueden ser el mejor campo de entrenamiento.

A medida que los guiamos a través de sus dificultades, podemos señalar la oportunidad de ser más como Cristo: no pagar el mal con el mal, sino con una bendición; para ver más allá de las palabras o acciones hirientes y mirar con compasión a otra alma herida; creer lo mejor sobre el maestro o entrenador que los trató con dureza; confiar en la bondad y fidelidad de Dios en medio de una prueba difícil.

Mientras aconsejamos a nuestros hijos, seamos diligentes para luchar contra nuestras propias tentaciones hacia la amargura y la ira. Nuestros hijos notarán si estamos cuidando nuestras heridas con chismes y calumnias, o si estamos corriendo hacia la palabra de Dios como un bálsamo curativo. Que Dios nos dé la gracia de modelar un amor tolerante, paciente y misericordioso para aquellos que han herido a nuestros hijos.


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