Defiendan la ciudad

De Libros y Sermones Bíblicos

Revisión a fecha de 20:09 2 nov 2017; Pcain (Discusión | contribuciones)
(dif) ← Revisión anterior | Revisión actual (dif) | Revisión siguiente → (dif)
Saltar anavegación, buscar

Recursos Relacionados
Leer más Por Scott Hubbard
Indice de Autores
Leer más sobre Santificación y Crecimiento
Indice de Temas
Recurso de la Semana
Cada semana enviamos un nuevo recurso bíblico de autores como John Piper, R.C. Sproul, Mark Dever, y Charles Spurgeon. Inscríbete aquí—es gratis. RSS.

Sobre esta Traducción
English: Defend the City

© Desiring God

Compartir esto
Nuestra Misión
Esta traducción ha sido publicada por Traducciones Evangelio, un ministerio que existe en internet para poner a disponibilidad de todas las naciones, sin costo alguno, libros y artículos centrados en el evangelio traducidos a diferentes idiomas.

Lea más (English).
Como Puedes Ayudar
Si tú puedes hablar Inglés bien, puedes ofrecerte de voluntario en traducir

Lea más (English).

Por Scott Hubbard sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por Carlos Diaz


Cuando Salomón vio a un hombre cuyo espíritu no tiene rienda, vio un ejército enemigo y a una ciudad arrasada. Vio ventanas rotas y puertas sin bisagras. Vio a una fortaleza tomada y a las personas indefensas. O en sus propias palabras:

Como ciudad derribada y sin muro es el hombre cuyo espíritu no tiene rienda. (Proverbios 25:28)

En el Occidente moderno, ninguna ciudad tenía muros; no necesitan golpear el portal para entrar a Boston. Pero en el antiguo Cercano Oriente de Israel, donde las naciones tenían guerras por la tierra y sobrevivencia, los muros podían hacer la diferencia entre una ciudad floreciente y una devastada. Cuando Babilonia abrió una brecha en los muros de Jerusalén, la ciudad que una vez fue “la alegría de toda la tierra” (Salmos 48:2) se convirtió en viuda y esclava (Lamentaciones 1:1).

Así es con nosotros en la guerra contra el pecado sexual. Ustedes son una ciudad bajo asedio. Los ejércitos de lujuria están en el portal, con un rencor hirviente en sus corazones y mentiras satinadas en sus lenguas. Buscan robar su goce haciéndolos aferrarse a placeres fantasmas. Ellos ansían asesinar su virilidad dejándolos incapaces de apreciar a una mujer que no sea etérea o imaginaria. Y ellos anhelan destruir su propia alma dejándolos más en amor con la lujuria que con Jesús (1 Pedro 2:11).

Nada de esto sucede de la noche a la mañana, seguro. Pero con el paso del tiempo, a medida que lanzamos constantemente una soga a estos “deseos engañosos” (Efesios 4:22) y les permitimos escalar a nuestra ciudad, los muros se desmoronarán bajo sus pies.

Una Ciudad sin Muros

Aún no hemos tomado la naturaleza de la pelea en contra de la lujuria si pensamos solo desde el punto de vista de las escaramuzas personales. Cada acto de desobediencia ciertamente tiene sus consecuencias; todos sabemos la picada de la culpa, el arrepentimiento, y remordimiento inmediato. Pero no sólo una batalla destruye su ciudad — nadie falla en robarles su goce, su virilidad, y su alma. Sólo eso sucede en etapas, ya que las habituales derrotas debilitan gradualmente sus defensas y silencian el sonido de sus lamentos de guerra.

Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del espíritu segará vida eterna. Eso es porque el pecado tiene una calidad sutíl de cambiar el alma. Cada vez que seguimos al fantasma de la lujuria dentro de las cuevas de nuestra imaginación, nuestros ojos se acostumbran más a la oscuridad, y hallamos la luz menos agraciada. Esta curva mórbida del alma es lo que C.S. Lewis llamó “la verdadera maldad de la masturbación”:

Para mí, el verdadero demonio de la masturbación sería que toma un apetito el cual, en uso legítimo, lleva a la persona fuera de sí misma para completar (y corregir) su propia personalidad en aquella otra (y finalmente en niños e incluso nietos) y devolverla: envía al hombre de vuelta a la prisión de sí mismo, allí donde mantiene un harén de esposas imaginarias. . . . Entre esas esposas sombrías siempre es adorado, siempre es el amante perfecto: no se efectúa ninguna demanda sobre su altruismo, ni se impone nunca alguna mortificación sobre su vanidad. Al final, sólo se convierten en el medio a través del cual él se adora a sí mismo cada vez más. (Las Cartas Recolectadas de C.S. Lewis, 758)

Si nos permitimos evocar habitualmente ese harén imaginario, nos volveremos gradualmente en hombres que eligen la imaginación sobre la realidad, hombres que encuentran el goce como elusivo como una sombra, hombres que han perdido la capacidad de amar a una mujer de verdad. O, para volver a nuestra imagen de Salomón, nos convertiremos gradualmente en una ciudad sin muros. Una ciudad donde la lujuria vaga a voluntad, una ciudad donde ninguna mujer se siente segura, una ciudad que está coqueteando con la destrucción total (Mateo 5:29–30).

Sé cuán tentador es para los hombres solteros buscar refugio en el pensamiento de que el matrimonio terminará esta guerra. Pero el matrimonio, tanto cuanto pueda apuntalar al autocontrol sexual de un hombre (1 Corintios 7:8–9), no puede purificar a un hombre persistentemente lujurioso. Diciendo “acepto” no puede reconstruir los muros que ha demolido mediante miles de clics, fantasías y duplicaciones. Los hombres que hayan fijado sus armas durante la soltería no deberían sorprenderse cuando en meses, semanas, o incluso días en el matrimonio encuentren lujuria dentro de las puertas de la ciudad.

Una Ciudad con barricadas

Así que Satanás y los ejércitos de lujuria están asediando su ciudad. El destructor que convirtió un jardín en un desierto sonreiría ver a su ciudadela colapsar en ruinas.

Pero el Espíritu Santo está en una contramisión para defender su ciudad — elevar los almenajes, situar los guardias, y fortalecer los portales. Él quema con fervor para hacer de su ciudad un hogar de rectitud, donde una mujer camine de forma segura y donde el ruido de las canciones y el baile retumben por las calles. La presencia del Espíritu Santo transforma su ciudad en un templo del Dios vivo (1 Corintios 6:19) y él está celoso de hacerlo sagrado.

Si el pecado habitual deforma nuestras almas y derriban nuestros muros, la rectitud habitual embellece nuestras almas y construye nuestros muros. Cada vez que dicen que no a la lujuria por el poder del Espíritu de Dios, no simplemente están negándose ustedes mismos; están construyendo. No sólo están abatiendo las hordas de los ejércitos enemigos; están asentando bases sobre la cima de la piedra hasta que los muros se vuelvan impenetrables.

Cada vez que bajan la espada de las promesas de Dios en la cabeza lasciva de la lujuria (Efesios 6:17), se están volviendo otra persona en el exterior en vez del interior de ustedes mismos. Están desterrando esas esposas confusas y preparándose para dar la bienvenifa a una esposa de carne y hueso. Y lo más importante, están agudizando su vista de la belleza de Dios — la única vista que los inundará con placer y más placer por siempre (Mateo 5:8).

En otras palabras, se están volviendo más como Jesús, el hombre que enfrentó la ira de los ejércitos enemigos pero que nunca dejó que un soldado entrara por los portales. Jesús era la fortaleza andante de un sólo hombre — una ciudad de goce y virilidad, e integridad sexual. Dentro de sus muros vive todo lo bueno. Y pronto un día, él nos dará la bienvenida como su esposa, y nos deleitaremos en la fortaleza de su amor invariable (Apocalípsis 19:6–8).

Hasta ese día, hombres, peleemos con todo lo que tenemos para volvernos como él.

Él murió por esto

Quizás lean esto y crean que es demasiado tarde. Ya han desmantelado los muros de su ciudad. La lujuria ha tomado residencia en ustedes, y se sienten derrotados, encadenados, esclavizados. Si ese es su caso, escuchen la palabra de Jesús a cada pecador, sexual o de otro modo: “Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lucas 19:10). Jesús murió por buscar y salvar a personas como ustedes — los perdidos, los profanados sexualmente, aquellos sin autocontrol, la ciudad sin muros.

Y Jesús también murió para que ustedes pudieran empuñar una espada y elevar la resistencia. Murió para que ustedes pudieran “renunciar a la impiedad y a los deseos mundados” y vivir una “[vida] sobria, justa y piadosa en este siglo” (Tito 2:12). Él murió para que, por el poder del Espíritu Santo, pudieran construir algunos muros, elevar algunas barricadas, y defendieran la ciudad.


Vota esta traducción

Puntúa utilizando las estrellas