El Evento Más Grandioso de la Historia

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English: The Greatest Event in History

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Por John Piper sobre La Muerte de Cristo
Una parte de la serie Taste & See

Traducción por Piedad Scanlan

Dos Paradojas en la Muerte de Cristo

No es sorpresa que el evento más grandioso de la historia del mundo es complejo.

1) Por ejemplo, ya que Jesucristo es hombre y Dios en una persona, ¿fue su muerte la muerte de Dios? Para contestar esto debemos hablar de las dos naturalezas de Cristo, una divina y una humana. Desde el año 451 d.C. la definición de Calcedonia de las dos naturalezas de Cristo en una sola persona ha sido aceptada como la enseñanza ortodoxa de la Escritura. El Concilio de Calcedonia dice,

Nosotros, pues, . . . enseñamos, con pleno acuerdo, a confesar un solo y mismo Hijo y Señor nuestro Jesucristo. Unigénito que debe reconocerse en dos naturalezas sin confusión, sin mutación, sin división, sin separación, sin quitar de ninguna manera la diferencia de las naturalezas por razón de la unión, y más aún salvando la propiedad de una y otra naturaleza que concurre en una sola Persona y Subsistencia: no en dos personas partido y dividido, sino en un solo y mismo Hijo y Unigénito Dios, Verbo, el Señor Jesucristo.

La naturaleza divina es inmortal (Romanos 1:23; 1 Timoteo 1:17). No puede morir. Eso es parte de lo que significa ser Dios. Por lo tanto, cuando Cristo murió, fue su naturaleza humana que padeció la muerte. El misterio de la unión entre la naturaleza divina y la humana, en esa experiencia de la muerte, no se nos revela. Lo que sabemos es que Cristo murió, y que el mismo día fue al paraíso (“Hoy estarás conmigo en el paraíso”, Lucas 23:43). Por lo tanto parece que hubiera existido conocimiento en la muerte, para que la unión presente entre la naturaleza humana y la divina no fuera interrumpida, aunque Cristo, sólo en su naturaleza humana, murió.

2) Un otro ejemplo de la complexidad del evento de la muerte de Cristo es como Dios el Padre la sintió. La enseñanza evangélica más común es que la muerte de Cristo es la experiencia de Cristo de la maldición del Padre. “Cristo nos redimió de la maldición de la ley, habiéndose hecho maldición por nosotros (porque escrito está: ‘Maldito todo el que cuelga de en un madero’” (Gálatas 3:13). ¿La maldición de quién? Alguien podría suavizarlo diciendo, “la maldición de la ley.” Pero la ley no es una persona que maldice a alguien. Una maldición es una maldición si hay alguien que maldice. El que maldice a través de la ley es Dios, que escribió la ley. Por lo tanto, la muerte de Cristo por nuestro pecado y por nuestro quebrantamiento de la ley fue la experiencia de la maldición del Padre.

Esto es por que Cristo dijo, “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mateo 27:46). En la muerte de Cristo Dios le impone a él los pecados de su gente (Isaías 53:6) los cual odió. Y en odio por ese pecado, Dios dio la espalda a su Hijo cargado de pecado y lo dejo a que sufriera con toda magnitud la muerte y la maldición. Y la ira del Padre fue vertida en él en vez de sobre nosotros de forma que su ira hacia nosotros fue “apaciguada” (Romanos 3:25) y removida.

Pero aquí esta la paradoja. Dios aprobó profundamente y alegremente lo que el hijo estaba haciendo durante esa hora de sacrificio. De hecho, él lo había planificado todo junto con el Hijo. Y su amor por el Dios-Hombre, Jesucristo, sobre la tierra era debido a la misma obediencia que llevo a Jesús a la cruz. La cruz fue el acto máximo de obediencia y amor de Jesús. Y su obediencia y amor el Padre lo aprobó y disfrutó profundamente. Por lo tanto, Pablo dice estas cosas increíbles: "Cristo os amó y se dio a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios, como fragante aroma" (Efesios 5:2). La muerte de Jesús fue una fragancia a Dios.

Así que aquí tenemos una complejidad gloriosa más. La muerte de Cristo fue la maldición de Dios y la ira de Dios; sin embargo, al mismo tiempo, fue satisfactorio a Dios y una fragancia dulce. Mientras que rechaza a su Hijo y lo entrega a morir cargado con nuestro pecado, él se regocijó de la obediencia y el amor y la perfección de su Hijo.

Por lo tanto, levantémonos con temor reverente y miremos con gozo estremecedor la muerte de Jesucristo, el Hijo de Dios. No existe evento más grandioso en la historia. No existe nada más grandioso para nuestras mentes considerar o nuestros corazones admirar. Permanezcamos unidos a esto. Todo lo importante y bueno se reúne aquí. Es un lugar sabio e importante y feliz donde estar.


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