Envuelve la Verdad en una Historia

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Última versión de 19:04 19 mar 2021

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English: Wrap Truth in Story

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Por Desiring God Staff sobre Crianza de los Hijos

Traducción por Natalia Micaela Moreno


Cómo Capturar el Corazón de un Niño

“Papá, cuéntanos qué pasó cuando te casaste.”

“Mamá, ¿puedes decirme cómo nací?”

¿Has notado que los niños quieren saber no solo que algo sucedió, sino cómo sucedió? Les encanta escuchar relatos de eventos que para ellos están en el pasado lejano, y de los que tienen pocos o ningún recuerdo, pero que saben que son fundamentales para quiénes son.

Y así, no les digo simplemente: “Tu mamá y yo nos casamos el 20 de agosto de 2005.” No, les cuento los detalles de la iglesia, los invitados, el vestido, los votos, la parte donde lloré, y así sucesivamente.

Mi esposa no les dice simplemente: “Naciste en esta fecha, en este hospital, y pesaste tanto.” No, ella les cuenta lo que estaba haciendo cuando comenzaron las contracciones; cuando fuimos al hospital; cómo uno de ellos había reunido a un público de médicos para cuando decidió aparecer, y cómo el otro tenía una partera cristiana que oró con nosotros; cuando sus abuelos visitaron; y así sucesivamente.

En otras palabras, les decimos la verdad envuelta en una historia. Esa es a menudo la mejor manera de disfrutar de una verdad. Las historias verdaderas traen proposiciones verdaderas a la vida, las alojan en nuestros corazones, y ocupan nuestros afectos así como nuestros intelectos. Nos dan espacio para pensar, para imaginar, para sentir. Es por eso que la verdad envuelta en una historia es cómo Dios se comunica con nosotros.

Papá, ¿Cómo Sabemos Quién Tiene Razón?

Queremos que nuestros hijos, más que nada (más de lo que pueden contar los detalles del día de la boda de sus padres o el día de su nacimiento) conozcan a Jesús. Queremos que sepan que Él es supremo sobre todas las cosas, más digno de su amor que cualquier otra persona, más merecedor de sus vidas que cualquier otra causa. Queremos que confíen en Él más de lo que confían en nosotros, y que estén más asombrados de Él que nosotros.

Queremos que estén emocionados, no aterrorizados, ante la perspectiva de vivir en ciudades multiculturales y poscristianas como la nuestra, que les presentan una amplia gama de opciones cuando se trata de a quién adorar. Así como Pablo estaba en Atenas (Hechos 17:16), queremos que estén horrorizados de que nuestras ciudades están llenas de ídolos, y hambrientos de decir a los que adoran ídolos acerca del Dios que los hizo y puede salvarlos. Queremos que vean nuestras ciudades no como amenazas a su fe, sino como campos para su alcance.

Queremos todo eso; y entonces uno de mis hijos llega a casa a los 5 años y me dice que ha tenido una conversación en el patio de recreo de su escuela con algunos amigos, algunos de los cuales no piensan que haya un Dios, otros insisten en que hay muchos, y ninguno piensa que Jesús sea el Señor.

“Papá, ¿Cómo Sabemos Quién Tiene Razón? ¿Cómo sabemos que nuestro Dios es el verdadero Dios?”

Y yo entro en pánico. Mi mente busca un conjunto de duras proposiciones: “Jesús es el Señor.” “Jesús dijo que Él es el Hijo de Dios, y el único camino al Padre.” “Jesús es el que murió por el pecado, y no hay otra manera de ser salvo.” Quiero que mi hijo sepa la respuesta correcta. Para pararse en el patio la próxima vez y anunciar la verdad.

Pero espera. A los niños les encantan las historias. Las historias dan vida a las proposiciones. Y la palabra de Dios está llena de ellas.

Podría simplemente comunicar la verdad. Pero hay un peligro en hacerlo si la comunico sin más: sus cabezas pueden saber las respuestas correctas mientras que sus corazones no aman la verdad. Y si no aman la verdad, no la defenderán en el patio de recreo, y un día ellos mismos se alejarán de ella.

Así que hago una pausa. La “respuesta correcta” se detiene en mi garganta. Y le digo a mi hijo la verdad envuelta en una historia, una historia verdadera.

Dos Montañas, Un Héroe

Nos remontamos a los días de Elías, un tiempo en que Israel estaba completamente confundido acerca de quién era Dios, cegado por su idolatría y complacencia, engañado por su rey y reina, tentado por los dioses de otras naciones. Nos encontramos con Elías, de pie contra la marea del sincretismo, advirtiendo del juicio de Dios, llamando a la gente al arrepentimiento y encontrando resistencia o, tal vez peor, apatía. Luego subimos al Monte Carmelo, y nos paramos y observamos cómo los profetas de Baal realizan sus rituales para persuadir a Baal de prender fuego a su altar. Escuchamos a Elías burlarse de ellos: tal vez Baal está de vacaciones o en el baño. Vemos a Elías orar, y luego (y esto rápidamente se convierte en nuestra parte favorita) vemos el fuego caer del cielo. Vemos al verdadero Dios demostrar su imponente supremacía sobre todos los demás objetos de adoración, allí en esa montaña, en esa historia (1 Reyes 18:20–40).

Y luego bajamos esa montaña, saltamos a través de los siglos, y escalamos el Monte Sion en los días de Jesús: un tiempo en que un hombre había revelado que Él era el Dios que envió fuego sobre la montaña de Elías, y sin embargo fue recibido con confusión y luego ira por los romanos politeístas y los judíos monoteístas, ninguno de los cuales le haría lugar en sus perspectivas religiosas, ya que la única habitación con la que estaba satisfecho era el trono de sus corazones. Escuchamos a Jesús prometer que será asesinado y luego resucitará (Marcos 10:32–34). Visitamos el lado del Monte Sión, y vemos una tumba vacía (Marcos 16:1–7). Vemos al verdadero Dios una vez más demostrar su imponente supremacía incluso sobre la muerte, allí en esa montaña, en esa historia.

Y le pregunto a mis hijos: “¿Cómo nos ayuda esto a saber quién es el verdadero Dios? ¿Qué nos muestra esto acerca del Dios del que habla la Biblia?” Y trato de ayudarles a ver que si, por fe, eligen el “Equipo Jesús”, están en una larga fila de testigos de la verdad acerca de Jesús. Ellos mismos son parte de la historia más grande jamás contada. Ellos pueden escribir un capítulo en la misma historia de la que Elías es parte, y de la que Jesús es el autor y héroe.

Tenemos las Mejores Historias

Así que, esa es mi historia sobre una historia. Y este es mi punto.

Hay un deseo comprensible en nosotros como padres cristianos de proteger a nuestros hijos del mundo. Es algo que siento, y hay sabiduría en ello. Pero también necesitamos equipar a nuestros hijos para que vivan en ese mundo; para que vivan vidas confiadas, positivas y que anuncian a Cristo. Si van a hacer eso, entonces necesitan no solo conocer la verdad, sino estar entusiasmados con la verdad; no solo saber que Cristo es supremo, sino amar que Él sea supremo. Necesitan compartir con sus amigos no solo declaraciones simples de doctrina, sino historias verdaderas que se han apoderado de sus corazones y luego, a su vez, agarran los corazones de esos amigos y los ayudan a comprometerse con las afirmaciones históricas de la fe que nuestros hijos tienen.

Y una manera de fomentar ese tipo de fe en nuestros hijos es darles la verdad envuelta en una historia: en la historia. Cuando están pensando en Por qué Jesús murió, podemos contarles la historia de la Pascua Judía (Éxodo 12–14). Cuando se enfrenten a un momento difícil en la vida y se pregunten qué está haciendo Dios, podemos llevarlos a la vida de José (Génesis 37–50). Cuando se sientan dudosos de que puedan hacer una diferencia para Cristo, podemos hablarles del testimonio de la esclava de Naamán (2 Reyes 5). Cuando nos pregunten acerca del sexo, podemos guiarlos a través de Génesis 2:18–25. ¡Y eso es antes de llegar a los Evangelios!

No olvidemos que los cristianos tienen las mejores historias porque somos parte de la mejor y más gloriosa historia. Y seguimos a un salvador que contaba parábolas tantas veces como predicaba sermones, y que señalaba a la gente a las historias verdaderas de la historia del Antiguo Testamento tantas veces como les recordaba la ley del Antiguo Testamento.

“Papá, ¿cómo sabemos que nuestro Dios es el verdadero Dios?”

Bueno, hijo, ven conmigo al Monte Carmelo y al Monte Sión. Déjame contarte una historia.


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