Irán saltando como terneros

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Por John Piper sobre La Encarnación
Una parte de la serie The Minor Prophets

Traducción por Karla Alvarado


Malaquías

Malaquías es el último profeta del Antiguo Testamento. Ageo y Zacarías predicaron durante la reconstrucción del templo en Jerusalén después del exilio babilónico. En Malaquías, el templo ya estaba terminado, y la adoración se había vuelto aburrida para el pueblo (v. 1:13). El divorcio y los matrimonios mixtos con incrédulos (v. 2:10, 11), la retención de los diezmos (v. 3:8) y la opresión de los pobres (v. 3:5), son situaciones como lo que pasaba en la época de Nehemías (v. 13:1-3; 23; 10:32-39; 5:1-5). Por lo que la fecha probable de Malaquías es alrededor del 450 a.C.

La época de Malaquías y nuestra época

Hay algunas semejanzas importantes entre la época de Malaquías y la nuestra. Era una época de esperar a que Dios cumpliera sus promesas. Hageo había dicho que el último esplendor del templo sería mayor que el primero, y que los tesoros de todas las naciones lo llenarían. ¡Anímate, construyes más de lo que ves! (Habacuc 2:4-9.) Zacarías había dicho que su rey vendría a ellos (v. 9:9), que se abriría una nueva fuente de perdón (v. 13:1), un espíritu de oración descendería sobre el pueblo para arrepentimiento (v. 12:10-14), que muchas naciones se unirían al Señor y que Dios estaría en medio de ellas (v. 2:11). Ahora el templo está terminado; el tiempo ha pasado. Algunos de los grandes hombres y mujeres de fe que dieron todo para reconstruir el templo han fallecido y se han ido, y el Señor no ha venido a su templo. Se desvanece la esperanza que impulsa a un pueblo a ser puro, correr riesgos y aventurarse a grandes cosas con Dios. Al igual que en nuestra actualidad, no fue fácil seguir adelante con una fe viva y alerta, cuando la venida del Señor se demora año tras año.

La gran tentación para Israel en el Antiguo Testamento y para la iglesia de Cristo hoy en día es olvidar que somos peregrinos, no nativos en este mundo. La tentación es dejar que la demora del Señor nos haga establecernos en el mundo y volvernos pasivos mientras esperamos; olvidar que somos extranjeros y exiliados, peregrinos, forasteros sobre la tierra, que buscamos otra patria, deseando y anhelando una patria mejor (Hebreos 11:13-16). La gran amenaza para la iglesia en Estados Unidos no es que seamos perseguidos y quedemos sin hogar y nos lleven como refugiados, sino que nos sintamos como en casa aquí. Hemos dejado que la demora del Señor nos adormezca: sin sentido de urgencia, sin anhelo ferviente, sin clamar apasionantemente: “¡Ven, Señor Jesús!” No tenemos alguna estrategia misionera apasionada para alcanzar los pueblos no evangelizados a los que hay que llegar antes de que él venga. E inevitablemente, cuando el celo urgente por el nombre de Dios se desvanece, también se desvanece el poder moral de ser puro. Y donde alguna vez estuvo Dios, el Señor, regresa el señor de la avaricia y el señor del sexo. Así fue en los días de Malaquías, y así es hoy.

Pero no queremos que sea así. Dios ha tocado a muchos de ustedes recientemente poniendo el deseo de la libertad y el poder en el Espíritu. Muchos de ustedes han estado orando conmigo en lo secreto: “Dios, perdónanos por nuestra indiferencia hacia los perdidos, perdónanos por la pequeñez de nuestra visión, perdónanos por la debilidad de nuestra vida espiritual. Muévete, oh Dios. ¡Tócanos con luz y fuego! ¡Sintoniza nuestros corazones para alabarte! Haznos conocer la emoción de morir a nosotros mismos y vivir en justicia. Haznos conocer la elevación del alma que viene con la disminución para que Cristo pueda aumentar. Danos tal encuentro con el Dios viviente que toda duda se desvanezca, y la confianza gozosa y la valentía flagrante nos lleven al trabajo misionero en todo el mundo.” Creo que más y más de ustedes están comenzando a clamar a Dios de esa manera. Y necesitamos ayuda a medida que avanzamos hacia esta revolución en Bethlehem.

Malaquías y Navidad

Así que leamos la palabra de Malaquías según su época y según la nuestra. Y no he olvidado que esta es una palabra navideña. Si quisieran ver el mensaje de Malaquías en una frase según nuestra época, sería esta: El propósito de la Navidad es purificar a un pueblo sacerdotal que vive y salta por la gloria del nombre de Dios. Para desarrollar ese mensaje, hago cuatro preguntas: 1) ¿Se observa la Navidad en Malaquías? 2) ¿Es el propósito de la Navidad purificar a un pueblo sacerdotal? 3) ¿De qué aspira Dios purificarnos? 4) ¿Cuál es la esencia de la pureza de la Navidad?

Con respecto a la primer pregunta, ¿se observa la Navidad en Malaquías?, la respuesta es sí y no. No, en el sentido de que a Malaquías no se le dieron los detalles que ahora conocemos sobre la primera venida de Jesús, a unos 2000 años desde su segunda venida. No sabía que la obra del Mesías para salvar y purificar a su pueblo y juzgar al mundo ocurriría en dos venidas separadas. Pedro (1 Pedro 1:10-12) nos dice que los profetas escudriñaron e indagaron sobre los tiempos cuando predecían los sufrimientos y las glorias posteriores de Cristo, pero simplemente les fue revelado que estaban al servicio de otra generación y debían contentarse con hablar a grandes rasgos y dejar que los detalles los indicara la historia.

Pero los rasgos generales son ciertos e incluyen la Navidad, la primera venida de Jesús. Por ejemplo, observen del versículo 2:17 en adelante. Primero, vemos aquí la situación en Jerusalén que describí anteriormente. “Habéis cansado al Señor con vuestras palabras. Y decís: ¿En qué le hemos cansado? Cuando decís: Todo el que hace mal es bueno a los ojos del Señor, y en ellos Él se complace; o: ¿Dónde está el Dios de la justicia?” Dios se ha alejado tanto de sus vidas que no importa si una persona es mala o buena. El Dios de la justicia ha retrasado tanto su venida que es irreal.

Luego observe la respuesta de Malaquías en el versículo 3:1, “He aquí, yo envío a mi mensajero, y él preparará el camino delante de mí. Y vendrá de repente a su templo el Señor a quien vosotros buscáis; y el mensajero del pacto en quien vosotros os complacéis [ironía], he aquí, viene —dice el Señor de los ejércitos”. Parece que vienen tres personas en este versículo. Primero, el mensajero que preparará el camino de Dios: “…yo envío a mi mensajero, y él preparará el camino delante de mí”. En segundo lugar, Dios mismo; el mensajero prepara su camino. “…el Señor a quien vosotros buscáis” se refiere a la búsqueda del versículo 17 donde preguntan: “¿Dónde está el Dios de la justicia?” Así que Dios mismo vendrá a su templo, tal como lo prometió Hageo en el versículo 2:7. En tercer lugar, está el “mensajero del pacto”. Por un lado, esta persona parece ser el mismo Señor que viene a su templo. Pero, por otro lado, Dios habla de él en tercera persona: “…viene, dice el Señor”. Entonces parece ser alguien distinto a Dios.

La primera persona se nos identifica en el versículo 4:5, 6. El mensajero que prepara el camino del Señor se llama Elías: “He aquí, yo os envío al profeta Elías antes que venga el día del Señor, día grande y terrible. Él hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que venga yo y hiera la tierra con maldición”. En Lucas 1:16, 17, un ángel le dijo a Zacarías, el padre de Juan el Bautista, “[Juan] hará volver a muchos de los hijos de Israel al Señor su Dios. E irá delante de Él en el espíritu y poder de Elías para hacer volver los corazones de los padres a los hijos…” Él identifica a Juan el Bautista con el esperado Elías de Malaquías 4. Y Jesús nos confirma (en Mateo 11:10) que el primer mensajero de Malaquías 3:1 es el mismo que el precursor de Malaquías 4:5, que es de hecho, Juan el Bautista. Él dice acerca de Juan: “Este es de quien está escrito: ‘He aquí, yo envío mi mensajero delante de tu faz, quien preparará tu camino delante de ti.’” Así que Malaquías 3:1 lo relaciona explícitamente con Juan el Bautista, y luego en Mateo 17:12ss., dice que Juan es el Elías por venir: “pero yo os digo que Elías ya vino y no lo reconocieron, sino que le hicieron todo lo que quisieron. Así también el Hijo del Hombre va a padecer a manos de ellos. Entonces los discípulos entendieron que les había hablado de Juan el Bautista”. Por lo tanto, el cumplimiento del precursor en Malaquías 3:1 es Juan el Bautista.

Ahora, claro está, Juan el Bautista vino a preparar el camino del Mesías. Dijo en Juan 3:28: “Yo no soy el Cristo, sino que he sido enviado delante de Él”. Y Jesús mismo afirmó ser ese Mesías. Porque cuando Juan preguntó en Mateo 11:3: “¿Eres tú el que ha de venir, o esperaremos a otro?”, Jesús respondió: “Mira las señales y no te ofendas”. En otras palabras, “Yo soy el Mesías del que habló Malaquías. Pero el cumplimiento de su profecía está sucediendo de manera diferente a lo que esperas. El juicio y el reino glorioso no vendrán de inmediato; esta vez estoy aquí para dar mi vida en rescate. Vendré otra vez en las nubes con gran gloria. No te ofendas por mi humilde venida, Juan. Yo soy. La Navidad no es toda la historia, sino que es el comienzo del gran día del Señor”. Entonces Jesús es el Señor que viene a su templo en Malaquías 3:1.

Desde el punto de vista del Nuevo Testamento podemos ver por qué “el Señor” y el “mensajero del pacto” parecen ser distintos por un lado y parecen ser los mismos por el otro. Creo que la razón es que Jesús el Mesías es Dios. “En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios (Juan 1:1, 14). Como lo profetizó Isaías: “Porque un niño nos ha nacido, … y se llamará su nombre … Dios Poderoso” (versículo 9:6). No es sorprendente, entonces, que la venida del Mesías a veces se llame la venida de Dios.

Entonces, en respuesta a nuestra primera pregunta, ¿se observa la Navidad en Malaquías? La respuesta es sí. Malaquías está profetizando la venida de un precursor y mensajero del pacto que Juan el Bautista y Jesús afirman cumplir. Sin duda, su profecía está expresada en términos que abarcan tanto la primera como la segunda venida de Jesús. Pero eso significa que su profecía comenzó a cumplirse en la primera Navidad y que estamos en medio de su profecía porque estamos entre la primera y la segunda venida de Cristo.

La Navidad y un pueblo sacerdotal purificado

La segunda pregunta es: ¿Es el propósito de la Navidad purificar a un pueblo sacerdotal? Observe el versículo 3:2-4, “¿Pero quién podrá soportar el día de su venida? ¿Y quién podrá mantenerse en pie cuando Él aparezca? Porque Él es como fuego de fundidor y como jabón de lavanderos. Y Él se sentará como fundidor y purificador de plata, y purificará a los hijos de Leví y los acrisolará como a oro y como a plata, y serán los que presenten ofrendas en justicia al Señor”. Al final de esta era cuando Cristo regrese, el acto final de purificación tendrá lugar; todas las impurezas en el corazón del pueblo de Dios serán eliminadas. Pero esa promesa de pureza ha comenzado a cumplirse desde la primera venida de Cristo. Hebreos 1:3 dice: “Después de llevar a cabo la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas…” Y Tito 2:14 dice que Cristo “quien se dio a sí mismo por nosotros, para redimirnos de toda iniquidad y purificar para si un pueblo para posesión suya, celoso de buenas obras”. En una palabra, Cristo vino para limpiarnos. La Navidad es para la pureza. 1 Juan 3:8 lo expresa así: “El Hijo de Dios se manifestó con este propósito: para destruir las obras del diablo”; es decir, nuestro pecado. El Mesías ha venido no sólo para rescatarnos del castigo del pecado, sino también para darnos poder para no pecar. Vino para hacernos puros y celosos de buenas obras. Cristo vino en Navidad para construir un puente sobre el abismo del pecado y hacia la vida eterna, pero el nombre del puente es pureza. El único camino a la vida eterna es el camino de la santificación. Romanos 6:22 lo expresa así: “Pero ahora, habiendo sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como resultado la vida eterna”.

Entonces, la purificación de Malaquías 3 comenzó con la venida de Cristo. Ahora, cuando dice en el versículo 3 que los hijos de Leví serán purificados, no significa que Dios sea indiferente a la pureza de todo el pueblo, sino que todo juicio comienza en la casa de Dios. Si la tribu sacerdotal es impura, todo el pueblo será impuro. Si se purifican, el pueblo se volverá. Pero hay otra verdad aquí. Dios le había dicho a todo Israel en Éxodo 19:6 que eran un “reino de sacerdotes”. Y en el Nuevo Testamento, Pedro nos enseña que la iglesia de Cristo es un “sacerdocio santo” (1 Pedro 2:5) o un “real sacerdocio” (versículo 2:9). Todos los cristianos son hijos de Leví. Y, por tanto, la purificación prometida en Malaquías 3:3 ha comenzado en Jesucristo y se extiende a todo su pueblo, su “sacerdocio santo”. El propósito de la Navidad es purificar al pueblo sacerdotal.

De qué somos purificados

La tercer pregunta es: ¿De qué aspira Dios purificarnos? Por supuesto, la respuesta es del pecado. Pero Malaquías nos ayuda a tomar en serio la pureza al ser específicos. Se les da un tratamiento especial a dos tipos de impurezas en este libro: la infidelidad marital y el amor al dinero. La Navidad tiene que ver con su matrimonio. Cristo vino para mantenerlo puro y para darle la voluntad y el poder de guardar sus votos mientras vivas. Pero en la época de Malaquías, al igual que en la nuestra, el pueblo de Dios apartó los ojos de la venida de Dios, se estableció en el mundo y absorbió la mente y el corazón de la época, incluyendo la actitud hacia la infidelidad marital y el divorcio. En el versículo 2:14, el pueblo pregunta por qué Dios no considera sus ofrendas, y Malaquías responde: “Porque el Señor ha sido testigo entre tú y la mujer de tu juventud, contra la cual has obrado deslealmente, aunque ella es tu compañera y la mujer de tu pacto… Prestad atención, pues, a vuestro espíritu; no seas desleal con la mujer de tu juventud. Porque yo detesto el divorcio—dice el Señor, Dios de Israel” (versículo 2:14-16). El propósito de la Navidad es purificarnos del pecado del divorcio. Sí, creo que eso incluye el perdón si ese acto mancha su pasado, y si lo odias como Dios lo odia. Pero la buena noticia que quiero enfatizar es igualmente importante: la Navidad es el poder que nos aparta del divorcio. Jesucristo vino al mundo para ponerse a disposición de las familias. Cada divorcio que involucra a cristianos se debe a una ruptura en la orientación de la pareja hacia Cristo. Algunos de ustedes simplemente están pidiendo que su matrimonio colapse porque no están trabajando en construir un triángulo de comunión espiritual con Cristo. Y maridos, Dios les da la mayor parte de la responsabilidad a ustedes. No le corresponde a su esposa traerlo a su lado para orar y tener una conversación espiritual. Deben tomar la iniciativa, y traerla a ella a su lado y buscar a Dios como coheredero de la gracia. Les sugiero a ustedes, esposos, que se aparten hoy y oren y busquen lo que deben hacer este año para que su celebración navideña sea espiritual con Cristo en el centro.

Al Mesías se le llama el “mensajero del pacto” (Malaquías 3:1). En el contexto de Malaquías, creo que eso significa: Maridos y esposas, cultiven con todo su corazón la relación de pacto entre ustedes y Jesús, y el pacto de su matrimonio perdurará.

La Navidad también tiene que ver con su dinero y sus posesiones. El propósito de la Navidad es purificarnos del amor al dinero. La impureza de la codicia se había apoderado del pueblo en los días de Malaquías. No están dispuestos a diezmar, y las ovejas que llevan para sacrificio están enfermas o cojas. Por ejemplo, el versículo 3:8–10 dice, “¿Robará el hombre a Dios? Pues vosotros me estáis robando. Pero decís: «¿En qué te hemos robado?». En los diezmos y en las ofrendas. Con maldición estáis malditos, porque vosotros, la nación entera, me estáis robando. Traed todo el diezmo al alfolí, para que haya alimento en mi casa”. Pero no sólo estaban dejando de diezmar. Dios dijo en el versículo 1:8, “Y cuando presentáis un animal ciego para el sacrificio, ¿no es malo? Y cuando presentáis el cojo y el enfermo, ¿no es malo? ¿Por qué no lo ofreces a tu gobernador? ¿Se agradaría de ti o te recibiría con benignidad?”

La razón por la que el pueblo trae cabras ciegas a la casa de Dios y ni siquiera diezma es doble: 1) aman los placeres y las comodidades que el dinero puede comprar más de lo que aman promover el evangelio, y 2) creen que si se mantienen en posesión y control, podrán construirse un futuro más prometedor del que Dios puede darles si renuncian a las posesiones y confían en su gracia soberana. En una palabra: su amor se dirige al mundo y su fe se dirige a ellos mismos. Y el propósito de la Navidad es purificarnos de ese tipo de idolatría.

La esencia de la pureza de la Navidad

Esto nos lleva a la pregunta final: ¿Cuál es la esencia de la pureza de la Navidad? La pureza de la Navidad no es eliminar el pecado, sino restaurar la justicia. Cristo nunca le quita a su pueblo algo que no lo reemplace con algo mejor. Dennis Smith dijo algo grandioso en el grupo de estudio y oración del Pastor ayer por la mañana: “Si pierdes tu billetera de camino a recolectar un millón de dólares, no te enojas”. Cada pecado que abandonas por amor a Cristo es reemplazado por un gozo más profundo y puro. El objetivo de Dios en la Navidad es hacer que las bondades del mundo pierdan todo su atractivo en comparación con la gloria incomparable del Nombre divino. La esencia de la pureza de la Navidad no es lo que enfrentas, sino lo que te asombra, el glorioso nombre de Dios.

Escuche lo que Dios dice en Malaquías 1:11, “Porque desde la salida del sol hasta su puesta, mi nombre será grande entre las naciones, y en todo lugar se ofrecerá incienso a mi nombre, y ofrenda pura de cereal; pues grande será mi nombre entre las naciones —dice el Señor de los ejércitos”. El versículo 14 dice, “Porque yo soy el Gran Rey —dice el Señor de los ejércitos— y mi nombre es temido entre las naciones”. En el versículo 2:5 Dios le dio su vida y su paz a Leví, “y él me reverenció, y estaba lleno de temor ante mi nombre”. Y en el versículo 3:16 se escribe un libro memorial para aquellos “que temen al Señor y para los que estiman su nombre”.

El propósito de la Navidad es purificar a un pueblo sacerdotal que vive para la gloria del nombre de Dios. Pero que no solo vive, sino que también salta: Dios dice en el versículo 4:2, “Mas para vosotros que teméis mi nombre, se levantará el sol de justicia con la salud en sus alas; y saldréis y saltaréis como terneros del establo”. Cuando abras los ojos a la gloria del nombre del Dios poderoso y le ames por encima de todo, saldrás saltando con la libertad de un ternero recién nacido: libres del amor al dinero, libres de infidelidad en el matrimonio, libres para levantar las manos en alabanza al Salvador, libres para descubrir la emoción de la piedad y el amor, libres para disminuir lo que Cristo pueda aumentar y para que Dios lo sea todo en todos.


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