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English: What’s Better Than Jesus Beside You

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Por J. D. Greear sobre Espíritu Santo

Traducción por Natalia Micaela Moreno


Cuando se trata del Espíritu Santo, la mayoría de los evangélicos caen en uno de dos extremos.

Algunos parecen obsesionados, relacionándose con él de formas extrañas y místicas. Sus experiencias con el Espíritu siempre parecen coincidir con un momento emocionalmente extático — al que llegan con un crescendo musical, el lamento de las guitarras eléctricas, o ese momento al final de un sermón cuando su pastor entra en un bucle de aliteraciones.

Otros Cristianos reaccionan a ese exceso percibido descuidando su ministerio entero. Ellos creen en el Espíritu Santo, pero se relacionan con él de la misma forma en la que se relacionan con su glándula pituitaria: agradecen que esté allí, saben que es esencial para algo, pero no le prestan mucha atención. Ciertamente no hay un sentido de la presencia de Dios con ellos, o de una Persona viva, en movimiento y dinámica. Yo fui así por muchos años. Para mí, la Santa Trinidad consistía del Padre, el Hijo y la Santa Biblia.

Aún así las Escrituras indican que Dios siempre ha deseado una presencia cercana y personal con su gente. Él caminaba con Adán y Eva en el fresco del Jardín, habitaba entre su gente en el pilar de nubes y fuego, y descendía al Templo de su presencia. Los israelitas incluso le dieron el nombre Jehovah Shammah, "el Señor está allí" (Ezequiel 48:35, LBLA). Ahora a través del Espíritu Santo, Él está más cerca que nunca — Dios está en nosotros.

Una Promesa Asombrosa

La mayoría de los cristianos, de todas formas, no se relacionan con Dios como si fuera una Presencia personal y dinámica en sus vidas. Jesús hizo algunas promesas verdaderamente sorprendentes acerca del Espíritu Santo — algunas tan sorprendentes de hecho, que es tentador ni siquiera tomarlas en serio. Él dijo a sus discípulos que si entendieran lo que se les estaba ofreciendo en el Espíritu Santo, ellos estarían agradecidos de que regresara a los Cielos si eso significaba obtener el Espíritu (Juan 16:7). Tener al Espíritu Santo en ellos, dijo, sería mejor que tener a su presencia corporal junto a ellos.

¡Piensa en lo absurdo de esa afirmación, superficialmente! ¿Cuán increíble sería tener a Jesús como tu compañero de ministerio? ¿Y si te llegara una solicitud de empleo para tu siguiente pastor de jóvenes, y vieras que es de "Jesús"? Claro, es una idea descabellada. Pero si fuera verdad, estarías lleno de alegría. ¿Te emociona de la misma forma que tú y tu gente tengan el Espíritu de Dios? ¿Ves a la presencia del Espíritu en ti como más ventajoso que tener a la presencia de Jesús "junto" a ti? Si no, ¿no te muestra eso cuán separados estamos de la realidad que Jesús nos prometió?

O ten en cuenta lo siguiente: el Espíritu Santo era aparentemente tan vital que Jesús dijo a sus discípulos que no levantaran siquiera un dedo hacia la Gran Comisión hasta que lo hubieran recibido: esperen en Jerusalén, les dijo, "hasta que seáis investidos con poder de lo alto" (véase Lucas 24:49, LBLA).

¿Qué era tan importante acerca del Espíritu Santo que incluso la Gran Comisión podía esperar? ¿Cómo pudo Jesús asegurar a sus discípulos que sería "mejor" tener el Espíritu en lugar de que Jesús mismo se quedara?

Presencia Hecha Personal

Como mencionamos arriba, una relación personal e interactiva siempre ha sido el plan de Dios para su gente. Vivir en la presencia de Dios es absolutamente esencial para una vida cristiana próspera. Como señala el Apóstol Pablo, solo cuando caminamos en la presencia del Espíritu tenemos el poder para resistir las pasiones de la carne (Gálatas 5:16). Una cristiandad victoriosa no se encuentra estudiando mucha teología, o manufacturando los sentimientos correctos. Se encuentra en permanecer en presencia de una Persona.

El Espíritu de Dios engrandece el amor de Dios hacia nosotros y lo hace personal para nosotros. D. Martyn Lloyd-Jones decía que el mejor ejemplo de lo que significa ser llenado por el Espíritu de Dios nos es dado por Moisés en Éxodo 34, cuando Moisés le pide a Dios que le muestre su gloria. Dios pone a Moisés en la hendidura de la roca y pasa frente a él. Mientras lo hace, le declara su nombre, su pacto de amor. El Espíritu de Dios, señalaba Lloyd-Jones, hace lo mismo cuando nos llena. "Nos pone en Cristo y nos declara el nombre de Dios, engrandeciendo nuestra relación de pacto como hijos."

Lloyd-Jones comparó esta experiencia a un padre que se abalanza a abrazar a su hijo de cinco años y lo hace girar diciendo "¡Tú eres mi hijo y te amo!" En ese momento, el niño "no es más" su hijo — legalmente hablando — de lo que lo era unos momentos antes, pero entre los brazos de su padre él "se siente" su hijo más íntimamente. El Espíritu de Dios, dice Pablo, cuando nos llena, derrama el amor de Dios en nuestro corazón, haciendo que nuestro espíritu se levante para decir a Dios, "Abba, Padre" (Romanos 5:5; 8:15, LBLA).

¿Cómo cambiaría tu relación con Dios si vieras su presencia contigo como una persona real? ¿Y si entendieras ese sentimiento de convicción como su voz real? ¿Y si vieras el pecado no tanto como a romper una ley sino más bien como llorar a alguien? ¿Cómo cambiaría tu cristiandad si vieras que cuando caminabas por el valle de las sombras de la muerte, "Él" era el que traía las promesas de las Escrituras a tu mente para reconfortarte?

Ahondar en el Evangelio, Plenitud del Espíritu

Mientras estudiaba lo que significaba ser llenado con el Espíritu, una de las percepciones más sorprendentes que tuve es que Pablo constantemente iguala la plenitud de Espíritu con ahondar en el evangelio. En Efesios Pablo dice que mientras más íntimamente conozcamos la grandeza del amor de Dios en Cristo, más tendremos la experiencia de "toda la plenitud de Dios" (Efesios 3:14–18, LBLA). En Gálatas dice que nos llenamos más del Espíritu Santo de la misma forma en la que lo recibimos por primera vez — escuchando y creyendo en el Evangelio (Gálatas 3:1—3). Ahondar en uno lleva a la plenitud en el otro.

Muchas personas Reformadas y Baptistas no hacen esa conexión. Pensamos que el crecimiento en el evangelio se basa apenas en nuevos afectos por, y gozo en, Dios. Y claro, lo hace. Pero a veces no nos damos cuenta de que la presencia de esos afectos y ese gozo son, en realidad, la presencia de una Persona — una Persona viva y en movimiento. Es Dios mismo. El Espíritu mismo "inunda nuestros corazones" con el amor de Dios, y grita desde nuestro espíritu “Abba, Padre!” (Romanos 5:5; 8:15, LBLA).

Los cristianos "carismáticos" pueden olvidar a veces que la plenitud del Espíritu se encuentra primariamente en ahondar en el evangelio. Lo buscamos en lo místico y en lo espectacular, olvidando que el deseo primordial del Espíritu es engrandecer a Jesús en nuestros corazones (Juan 16:14).

De ambos lados, arriesgamos perder algo absolutamente crítico. Los lados baptistas/reformados se centran en el evangelio y la doctrina, pero a menudo prestan poca o ninguna atención a la presencia del Espíritu. El lado más carismático se centra más en el Espíritu, pero a menudo olvida que está ligado al evangelio. Ambos lados necesitan aprender que hay una unidad profunda e inseparable entre los dos.

Ahondando en el evangelio te vuelves vivo en el Espíritu. Así, como decía Martyn Lloyd-Jones: "¡Paso la mitad de mi tiempo diciéndole a los cristianos que estudien doctrina, y la otra mitad diciéndoles que la doctrina no es suficiente!" Necesitamos oír a ambos.


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