Señor, Ayúdame A Ver Su Destino

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English: Lord, Help Me See Their Destiny

© Desiring God

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Por Garrett Kell sobre el Evangelismo

Traducción por Javier Matus


Cuatro oraciones para el evangelismo personal

El humo llenaba el aire mientras los bajos de la música resonaban en nuestros oídos. Las luces estaban tenues, pero las barras luminosas y las líneas de cocaína tenían drogados a todos. Era una típica noche de viernes en mi departamento universitario, hasta que Dios intervino. Un amigo me había hablado de Jesús la semana anterior y yo no podía negar la verdad que él había compartido.

Caminé por el pasillo, cerré la puerta de mi habitación y recogí una Biblia previamente oculta. Entre lágrimas dije: “Dios, si eres real, muéstrame algo”. Abrí la Nueva Traducción Viviente, que mis padres me dieron antes de ir a la universidad, a las palabras de un profeta llamado Ezequiel: “Deja atrás tu rebelión y procura encontrar un corazón nuevo y un espíritu nuevo. ¿Por qué habrías de morir, oh pueblo de Israel? No quiero que mueras, dice el Señor Soberano. ¡Cambia de rumbo y vive!” (Ezequiel 18:31-32 NTV). Mientras leía, la Palabra de Dios brilló una luz en mi corazón y comenzó a transformar mi vida.

El más grande Evangelista

Dios ama salvar a los pecadores como yo, como tú y como los que nos rodean. Dios es el Gran Evangelista. Él es el Padre que corre hacia los hijos pródigos (Lucas 15:11-32). Su Hijo dejó la gloria para buscar y salvar a los perdidos (Lucas 19:10). El Espíritu le da poder al pueblo de Dios para ser testigos de la obra salvadora de Jesús (Hechos 1:8). Dios no desea que nadie perezca, sino que todos lleguen al conocimiento de la verdad (1 Timoteo 2:3-5). Me buscó esa noche en mi departamento y usó el testimonio de mi amigo para hacerlo.

Dios ama salvar a los pecadores, y nosotros también deberíamos amar eso. Pero con demasiada frecuencia, somos miedosos, miopes y no nos conmovemos por el hecho de que miles de millones de personas van rumbo a un infierno eterno. Necesitamos la intervención de Dios para despertar el celo en nuestros corazones para el evangelismo. Lo que sigue son cuatro oraciones sencillas que le piden a Dios que nos ayude a unirnos a Él para salvar a los perdidos.

1. Dios, ayúdame a ver a las personas perdidas como Tú las ves.

Naturalmente, vemos a las personas según la carne. Vecinos entrometidos o compañeros de trabajo chismosos pueden tentarnos hacia la indiferencia insensible. Pero en Cristo, ya no vemos a las personas con ojos naturales (2 Corintios 5:16). El Espíritu de Dios nos habilita para ver a las personas que nos rodean como portadores de imagen inmortales que vivirán para siempre bajo la ira de Dios en el infierno o para siempre en el gozo de Su presencia (Mateo 25:46).

¿Cuándo fue la última vez que lloraste por la salvación de alguien y obraste en oración por el alma de alguien? No estoy tratando de avergonzarte o manipularte, pero el pueblo de Dios debe sentirse conmovido por la perspectiva de que la gente se dirige hacia la destrucción eterna. Jesús lloró por una ciudad llena de gente perdida, y Pablo lloró con “gran tristeza y continuo dolor en [su] corazón” por la incredulidad de sus compañeros israelitas (Romanos 9:2-3). Ruega a Dios que te dé esta misma empatía.

Pídele a Dios que ilumine los ojos de tu corazón para ver a las personas desde una perspectiva eterna. Pídele que te dé la misma compasión por los perdidos que Jesús sintió cuando miró a las multitudes sin pastor (Mateo 9:36). Pídele que te ayude a ver que Jesús sufrió por los pecadores y desea que se arrepientan de su pecado (Juan 3:16). Estas oraciones renuevan la pasión para proclamar a Cristo a los que perecen.

2. Dios, abre las puertas al evangelio.

Debido a que Dios es soberano sobre todas las situaciones, circunstancias y personas, debemos pedirle que prepare oportunidades para proclamar el evangelio. Pablo imploró a la iglesia de Colosenses: “[oren] también al mismo tiempo por nosotros, para que el Señor nos abra puerta para la Palabra, a fin de dar a conocer el misterio de Cristo” (Colosenses 4:3). Pablo sabía que Dios podía abrir puertas, así que le pidió a la iglesia que le rogara a Dios que lo hiciera.

Nuestra iglesia regularmente le pide a Dios que haga esto, y nos ha sorprendido cómo Él responde. Solo en la semana pasada, hemos visto a vecinos musulmanes pedir leer la Biblia, indigentes adictos a la heroína deseando escuchar a Cristo, nuevos vecinos no creyentes deseando oraciones y muchos otros encuentros que solo pueden explicarse por medio del mover del Señor.

Al orar por las oportunidades, también deberías pedir ser sensible para reconocerlas. A menudo nos perdemos lo que Dios está haciendo a nuestro alrededor porque somos distraídos por el entretenimiento, insensibilizados por el pecado o fatigados por diversas preocupaciones. Pero a medida que Dios responde a nuestra oración, comenzaremos a darnos cuenta de que cada encuentro breve es una oportunidad organizada por el Señor. Cada momento está lleno de significado eterno. El empleado de la caja registradora o la persona que está a tu lado en el avión ya no será solo otra persona en tus ojos, sino una persona que el Señor te ha puesto ante ti para mostrar Su amor y hablar sobre Su evangelio.

3. Dios, dame valor para proclamar a Jesús.

Hablar con otros acerca de Cristo puede ser aterrador. Tememos ser rechazados o mal entendidos, perder amistades o posiciones sociales, o incluso enfrentar represalias físicas. Mas no debemos retroceder con miedo, porque Dios es más grande que cualquier oposición que podamos enfrentar.

Cuando Pablo tuvo oposición en Corinto, el Señor Jesús lo animó: “No temas, sino habla, y no calles; porque Yo estoy contigo, y ninguno pondrá sobre ti la mano para hacerte mal, porque Yo tengo mucho pueblo en esta ciudad” (Hechos 18:9-10). Al proclamar a Cristo, tenemos la misma promesa de Su presencia (Mateo 28:18-20) y la seguridad de que Dios juntará a Su pueblo predestinado hacia Sí Mismo (Juan 6:37-39).

Pídele a Dios que te dé valor. Pablo le rogó a la iglesia de Éfeso que orara “por mí, a fin de que al abrir mi boca me sea dada palabra para dar a conocer con denuedo el misterio del evangelio, por el cual soy embajador en cadenas; que con denuedo hable de él, como debo hablar” (Efesios 6:19-20). Esta petición de oración divinamente inspirada pide por denuedo dos veces.

Debemos pedirle a Dios que haga morir nuestro pecado de cobardía y nos dé un espíritu dispuesto que esté listo para hacer Su voluntad. Ven con humildad ante el Señor y ofrécete a ti mismo como respuesta a la oración de Jesús para que los obreros salgan a Su abundante cosecha (Mateo 9:37-38). Ven como un sacrificio vivo, deseando ser usado en Su misión. Pídele valor; Él lo suplirá.

4. Dios, permíteme ver conversiones.

Tenemos el honor y la responsabilidad de proclamar el evangelio, pero solo Dios puede darles a las personas corazones para creer. Entonces, ora para que Dios lo haga. Pídele que no permita que Su Palabra regrese vacía, sino que resucite a los muertos. Pídele que abra los corazones de los no creyentes para que reciban el evangelio. Pídele que quite el velo de incredulidad que los ciega de ver la gloria de Cristo (2 Corintios 4:4). Pídele que les conceda el arrepentimiento y que los libere del lazo de Satanás (2 Timoteo 2:24-26). Pídele que te permita compartir el gozo del cielo al ver a un pecador arrepentirse (Lucas 15:7, 10).

Al orar y proclamar el evangelio, sabemos que Dios responderá a Su manera perfecta y en Su tiempo perfecto. Sembramos y esparcimos semillas de la verdad del Evangelio, pero confiamos que Dios las haga crecer (1 Corintios 3:6-9). Pero nuestra esperanza nunca debe estar en los resultados inmediatos de nuestro evangelismo. Nuestro llamado es compartir en oración el evangelio en el poder del Espíritu Santo y luego dejarle los resultados a Dios a medida que se acerca ese día eterno cuando todo el pueblo de Dios se reunirá en adoración ante Su trono glorioso. Allí, nos sorprenderemos de que Dios trajo la salvación a cada uno de nosotros a través del valiente testimonio de otros compañeros pecadores redimidos. Él recibirá toda la gloria, y nosotros, gozo sin fin.


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