Y toda la Tierra le nombre su Señor

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English: And All the Earth Shall Own Him Lord

© Desiring God

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Por John Piper sobre Jesucristo

Traducción por Pasqual Jabaloyas


Festival de las Misiones

Filipenses 2:9-11
Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le confirió el nombre que es sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en el cielo, y en la tierra, y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo”. ¿Por qué Exaltó Dios a Jesús hasta lo sumo? Porque: “aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y hallándose en forma de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo”. El Padre ama a su Hijo porque es obediente y se deleita infinitamente en su Hijo porque éste le tiene en tan alta estima que prefiere morir la peor de las muertes antes que abandonar el trabajo que su Padre le asigna. Al Padre le gusta mucho exaltar a los humildes. “Porque el SEÑOR es excelso, y atiende al humilde” (Salmos 138:6). “Porque así dice el Alto y Sublime que vive para siempre, cuyo nombre es Santo: Habito en lo alto y santo, y también con el contrito y humilde de espíritu, para vivificar el espíritu de los humildes y para vivificar el corazón de los contritos” (Isaías 57:15).

Esta es la ley de los Cielos que Jesús enseñó en la Tierra: “Y cualquiera que se ensalce, será humillado, y cualquiera que se humille, será ensalzado” (Mateo 23:11). Por tanto, es muy apropiado que el que se humilló más profundamente, aquel cuya obediencia le costó la mayor abnegación que se pueda imaginar, sea exaltado hasta lo sumo. Por lo cual, por lo cual Dios le exaltó hasta lo sumo. Esas pequeñas palabras contiene una orden para que algunos de vosotros os neguéis a vosotros mismos, toméis vuestra cruz, sigáis a Jesús y entreguéis vuestras vidas por el bien de las naciones que no conocen a Dios. ¿Por qué Hudson Taylor pudo decir, después de toda una vida de trabajos duros y sacrificios en China: “yo nunca he realizado un sacrificio”? Porque él comprendió el significado de “por lo cual” en Filipenses 2:9. “Si en verdad padecemos con Él a fin de que también seamos glorificados con Él” (Romanos 8:17). Tenemos el poder para dejar una carrera profesional lucrativa; tenemos el poder para decir adiós a nuestra familia y nuestros amigos; tenemos el poder para desesperarnos por un idioma y una cultura nuevos; tenemos el poder para seguir adelante una y otra vez en la enfermedad y en la oscuridad mientras nuestros compañeros de clase en nuestro lugar de origen compran casas bonitas, comienzan una familia y apenas recuerdan nuestro nombre. El poder de ser y de seguir siendo un misionery se halla en el “por lo cual” de Filipenses 2:9.

“Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le confirió el nombre que es sobre todo nombre”. ¿Qué nombre recibió Jesús tras su resurrección y que no tenía antes? No es “Jesús”, éste es el nombre del humilde servidor que fue al Calvario. En Hechos 2:36 Pedro dice: “Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo”. Fue durante esta exaltación cuando se le confirió se señoría y su mesianismo (su señoría mesiánica). Y no es que el no fuera ya el Señor y el Mesías antes de su resurrección, ya lo era, pero Él no cumplió su misión de Mesías hasta que murió por nuestros pecados y volvió a resurgir de nuevo. Por tanto, antes de su muerte y resurrección, la señoría de Cristo sobre el mundo no se había realizado completamente. Las fuerzas rebeldes todavía no habían sido derrotadas y los poderes de la oscuridad mantenían al mundo bajo su control. Para que se le declarara Mesías y Señor, el Hijo de Dios debía venir, vencer al enemigo y liberar a su gente de la esclavitud mediante el triunfo contra el pecado, Satán y la muerte. Y todo esto lo cumplió el Viernes Santo y el Domingo de Pascua.

En 1 Juan 3:8 se dice: “El Hijo de Dios se manifestó con este propósito: para destruir las obras del Diablo”. Y en Hebreos 2:14, 15: “Así que, por cuanto los hijos participan de carne y sangre, El igualmente participó también de lo mismo, para anular mediante la muerte el poder de aquel que tenía el poder de la muerte, es decir, el diablo, y librar a los que por el temor a la muerte, estaban sujetos a esclavitud durante toda la vida”. Cuando Jesús murió en la cruz y expió nuestros pecados mediante su sangre, Satán fue derrotado. Cristo despojó a los poderes y autoridades, hizo de ellos un espectáculo público, triunfando sobre ellos en la cruz (Colosenses 2:15). Se eliminó el aguijón de la muerte, se rompió el poder del pecado y se aseguró el triunfo de la Iglesia. En esta marcha hacia la victoria las puertas del infierno no prevalecerán contra ella (Mateo 16:18).

El nombre que es sobre todo nombre es por tanto el de Señor, el Señor victorioso sobre todos sus enemigos; el Señor que ha unido a gentes de todas las tribus, las lenguas y las naciones. Al final de los tiempos, cuando la misión de la Iglesia alcance su conclusión gloriosa, el nombre de Jesús resonará por todo el mundo, y ante ese nombre se doblará toda rodilla, tanto las de los ángeles en el cielo, como las de los vivos en la tierra o las de los muertos debajo de ella. Todas las rodillas se doblarán y todas las lenguas confesarán que Jesús es el Señor, para la gloria de Dios Padre. Los creyentes y los no creyentes reconocerán ese día que Jesús ha triunfado sobre todos los enemigos, los creyentes para su alegría eterna, y los no creyentes para su vergüenza eterna.

CARROS DE FUEGO

¿Y hollaron esos pies, antaño,
los verdes montes de Israel?
¿Y bajó el Cristo de los Cielos?
¿Y fue Dios en carne visto y oído?
¿Y murió Él para demostrar Su amor?
¿Y resurgió más poderoso aún?
¿Y comenzó aquí Su reinado en la Tierra,
sobre las trágicas colinas del Gólgota?

¡Traedme mi arco de oro ardiente!
¡Traedme mis flechas del deseo!
¡Traedme mi lanza! ¡Desplegaos, o nubes!
¡Traedme mis carros de fuego!

No dejaré de difundir Su luz;
mi fe un escudo, Su palabra mi espada;
hasta que Cristo, mi Dios, sea coronado rey,
y toda la Tierra Le nombre su Señor

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