"Estad quietos y conoced que yo soy Dios"
De Libros y Sermones BÃblicos
Por John Piper
sobre Ministerio Pastoral
Una parte de la serie Taste & See
Traducción por Javier Matus
Vuelvo de las vacaciones temblando. Primero, porque temo haber olvidado cómo hacer mi trabajo. Segundo, porque en este ministerio se ponen en juego cuestiones más importantes que en una neurocirugía.
¿Recuerdan haber regresado a la escuela después de un largo verano de diversión? De repente, en algún momento empezadas las clases, uno se da cuenta: “No he escrito nada en todo el verano. Puede que no recuerde cómo escribir. Quizá se me trabe la mano. Quizá no pueda deletrear. Quizás haya olvidado todas las tablas de multiplicar. Y para colmo, ¿cómo voy a recordar el nombre de todos mis compañeros?”. Entonces uno tiene esa sensación de que se le revuelve el estómago y le dan ganas de salir corriendo.
Bueno, no se rían, pero esa sensación me vino muchas veces esta semana. ¿Qué hace un pastor de todos modos? ¿Por dónde empiezo el lunes? Veamos, hay al menos tres personas en el hospital a las que tengo que visitar; hay una gran cantidad de correspondencia; hay una reunión de personal y una reunión con los pasantes; hay una boda el sábado y un ensayo el viernes; hay una pareja que se acaba de comprometer a la que tengo que ver el lunes; tengo que ponerme al día con la situación de los maestros de niños; tengo que enviar algunos avisos sobre la ordenación de Tom Steller. Ah, sí, y estoy dictando un curso de tres semanas en un programa de Doctorado en Ministerio y en Bethel Seminary a partir del lunes, todas las mañanas, durante 2 horas y media; tengo que estar listo para eso. Y los sermones que me falta preparar. Sólo pensar en eso me pone nervioso.
Pero no salgo corriendo. Más bien, corro hacia el sótano y cierro la puerta. Leo el Salmo 46: “Estad quietos, y conoced que yo soy Dios”. Quietud. Puedo oír a algunos pasos arriba y el deshumidificador zumbando en la habitación contigua, pero tendré que conformarme con eso. ¡Estate quieta, alma! Deja de ensayar. Relájate. Respira profundo. Quieta. Ahora, conoce esto: Dios es Dios. Dios es Dios. Solo estate quieta y deja que esa verdad te invada. Déjala crecer. Deja que llene la habitación y el sótano, la casa, Elliot Park, Minnesota, Estados Unidos, la Tierra, el Sistema Solar, la Vía Láctea, el universo y más allá. ¡Dios es Dios! Dios, que pueda saberlo desde lo profundo de mi alma. Que pueda llevar esta quietud conmigo a través de estos días agitados. ¡Dios es Dios! Dios, que pueda vivir estos días de modo que alguien diga en mi funeral: John fue una persona totalmente apasionada por Dios.
No obstante, cuanto más de Dios llevo en el alma, tanto más siento que una neurocirugía es un juego de niños comparada con el ministerio pastoral. Ellos transitan el tiempo, nosotros transitamos la eternidad. Si ellos son derrotados, es por la muerte. Si nosotros somos derrotados, es por el infierno. Este trabajo no es trivial. Si mis vacaciones —con su ocio, su libertad total para la mente, sus paisajes de mar y sus noches estrelladas— han hecho algo por mí, es poner sobre mis hombros el peso de mi llamamiento. Si lo hago bien me salvaré a mí mismo y a los santos (1 Timoteo 4:16). Si fracaso…
“Estad quietos, y conoced que yo soy Dios […]. Jehová de los ejércitos está con nosotros; nuestro refugio es el Dios de Jacob.”
Temblando bajo el yugo,
Pastor John
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