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English: Let Your Heart Take Courage

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Por Jon Bloom sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por Yura Gonzalez

Si consideramos todas las cosas a las que podríamos tenerles miedo, entenderíamos por qué “no temas” --de una u otra forma – es uno de los mandatos más repetidos en las Escrituras. Dicho de manera positiva, Dios nos convoca a “ser fuertes y valientes” (Daniel 10:19).

Pero, ¿cómo convertirnos en personas valientes?

A menudo, el miedo es nuestra respuesta natural. No tenemos que pensar en todas las razones por las que sentimos miedo; llega espontáneamente. Pero ser fuerte y valiente no es algo natural. Muchas veces tenemos que explorar las diferentes razones por las que debemos superar nuestros miedos con coraje. Dios nos convoca a armarnos de valor porque no es algo natural; tenemos que luchar por ello. Frente a todos los temores, incluyendo los internos, el coraje se construye.

Estirpe del coraje divino

Las Sagradas Escrituras están llenas de hombres y mujeres de notable valentía.

Abraham demostró coraje al obedecer las instrucciones de Dios de abandonar Harán por una tierra que él le mostraría (Génesis 12: 1). Dejó todo lo que conocía, "y salió, sin saber adónde iba" (Hebreos 11: 8). Luego, muestra más coraje cuando al lado del monte Moriah se prepara obedientemente para sacrificar a su único hijo, el hijo de la promesa de Dios (Génesis 22; Hebreos 11: 17–19).

Jacob mostró coraje al enfrentarse a un hermano que había prometido matarlo (Génesis 32–33). José dio muestras de valentía mientras estuvo en prisión por falsa acusación (Génesis 39–40), y cuando se enfrentó a Faraón qué quería que interpretara sus sueños (Génesis 41).

Luego está Moisés que se enfrentó repetidamente a un Faraón hostil (Éxodo 5–12) y después dirigió a los hebreos recién liberados a través del Mar Rojo "como por tierra seca" (Hebreos 11:29).

Está Gedeón que se enfrenta a un atosigante ejército madianita (Jueces 7). David que se enfrenta a un abrumador Goliat (1 Samuel 17). También Joab y Abisai enfrentando abrumadores ejércitos sirios y amonitas (2 Samuel 10: 11–12). Ester que enfrenta a un esposo de la realeza con el poder y el precedente comprobado de castigar a una reina que no está dispuesta a cumplir con sus obligaciones (Ester 4: 13–5: 2). Está Daniel que se enfrenta a un foso de leones (Daniel 6).

Luego está Jesús, qué se enfrentó a una fuerza mucho mayor que todos los peligros anteriores juntos, de hecho mayor que la combinación de todos los peligros mortales que jamás persona haya vivido: la ira de Dios contra el pecado de la humanidad (Romanos 1: 18). Para que él viva con el conocimiento de este hecho que se avecina (Juan 12:27), camine deliberadamente hacia él (Lucas 9:51) y acepte de manera fiel y voluntaria sus horrores (Hebreos 12: 2), incluso cuando tuvo el poder de pararlo en cualquier momento (Mateo 26:53), requería gran valentía.

Estos santos bíblicos tuvieron que llenarse del valor que requerían sus acciones. Tomaron la acción que creían correcta, a pesar del miedo que experimentaron ante la idea de tomarla.

¿Qué alimenta al coraje?

¿Qué alimentó su coraje? La fe. El valor es un acto de fe, porque la persona valiente actúa de acuerdo con lo que cree correcto a pesar de la amenaza de peligro real o aparente.

Uno no tiene que creer en el trino de Dios para actuar con valentía. La historia está llena de grandes actos de coraje por personas de otras religiones o no religiosas. Sus acciones fueron alimentadas por algún tipo de fe, porque creían que resultarían en un bien mayor, o al menos, por conciencia y reputación, representando un bien moral más alto que la capitulación ante la alternativa del miedo.

Sin embargo, desde la perspectiva de Dios, "todo lo que no procede de fe [en él, el Dios real que existe] es pecado" (Romanos 14:23). Esa es la diferencia entre la fe que animó los valerosos actos de los santos bíblicos y la fe que incita los valientes actos de los no creyentes: en quien depositan su fe. La fe que no está enraizada en la realidad suprema, en última instancia, no es buena fe. Al final, es la falsa fe que inconscientemente ignora o conscientemente rechaza al Dios que es (Éxodo 3:14). Por tanto, el coraje que no se alimenta de la fe en la realidad suprema, en el fondo, no es buen coraje.

Buen coraje

¿Cómo es el buen coraje? Pablo lo ilustra de forma clara:

Así que somos siempre de buen coraje. Sabemos que mientras habitamos en el cuerpo, estamos ausentes del Señor (porque por fe andamos, no por vista). (2 Corintios 5: 6–7)

¿Qué alimenta el “buen coraje” según Pablo? La promesa de Dios de la vida eterna y la resurrección final para los que creen en Jesús (2 Corintios 4: 16–5: 5). Y ver esto a través de la fe (y no de los ojos) nos da el coraje para afrontar el miedo que produce la “decadencia” de nuestros cuerpos mortales y las diversas formas de “sufrimiento” que experimentamos en este mundo caído (2 Corintios 4: 16–17).

En otras palabras, el buen coraje se alimenta de la fe en la realidad suprema: lo que Dios promete a su pueblo. Nos debieran animar las promesas de Dios: de perdonar todos nuestros pecados (1 Juan 1: 9), de nunca desampararnos (Hebreos 13: 5), de hacer que la luz resplandeciera en las tinieblas (Salmo 112: 4), de proveer todo lo que necesitamos (Filipenses 4:19), de proveer una vía de escape en cada tentación (1 Corintios 10:13), de que todas las cosas, incluso las peores, cooperen para nuestro bien (Romanos 8:28), de provocar que venzamos a nuestros peores enemigos (Romanos 16:20), de hacernos vivir, aunque muramos (Juan 11:25), de algún día enjugar cada lágrima (Apocalipsis 21: 4), de darnos plenitud de gozo y deleites para siempre en su presencia, por su presencia (Salmo 16:11). Y muchas, muchas más promesas como esas.

Aliéntese tu corazón

Como el coraje se alimenta de la fe, y la fe es creer en las promesas de Dios, o como mejor lo expresara John Piper, creer en todo lo que Dios promete ser para nosotros en Jesús (2 Corintios 1:20): el coraje bíblico, el "buen coraje" es el resultado de apropiarse de estas promesas. Hay que tener coraje.

Era esto exactamente lo que David estaba haciendo cuando, frente a un peligroso oponente escribió:

He de ver la bondad del Señor
en la tierra de los vivos!
Espera al Señor;
esfuérzate y aliéntese tu corazón.
Espera al Señor! (Salmo 27: 13–14)

David expresó su añoranza por Dios (Salmo 27: 4), rogó por la ayuda de Dios (Salmo 27: 7–12), y se animó al recordar cómo Dios había cumplido sus promesas y continuaría cumpliéndoselas a él (Salmo 27: 1–3, 5–6). Basado en lo que creía (Salmo 27:13), se exhortó a sí mismo a "que [su] corazón se alentase" (Salmo 27:14). Por la fe, resistió la tentación de sobreestimar lo que lo amenazaba y subestimar el poder o la voluntad de Dios de cumplir sus promesas. Alentar su corazón significaba creer en las promesas de Dios.

La valentía siempre se alimenta de la fe. El buen coraje se alimenta de la fe en el bien supremo del Dios verdadero y todo lo que él promete ser para nosotros en Jesús. Por tanto, debemos llenarnos de buen coraje: hay que aferrarse a las verdaderas promesas dadas por el Dios real de modo que, una vez hecho todo, podamos mantenernos firmes en el día malo (Efesios 6:13). Pase lo que pase, sabemos que "veremos la bondad del Señor en la tierra [eterna] de los vivos" (Salmo 27:13).

Dado que todas las promesas de Dios son sí para nosotros en Jesús (2 Corintios 1:20), no debemos ser cobardes sino dejar que se alienten nuestros corazones creyendo que lo que Dios ha prometido es sí para nosotros.


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