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Por John Piper sobre Santificación y Crecimiento
Una parte de la serie Galatians: Broken by His Cross Healed by His Spirit

Traducción por Maria del Carmen Zanassi


Gálatas 5:19-26

“Dios nunca se insta a sí mismo ser bueno”, dijo Edward Carnell en El compromiso cristiano. Porque Él es bueno. Es decir, su naturaleza se inclina irresistiblemente siempre hacia la rectitud. Dios nunca vacila ante motivos malignos. Dios es luz y en Él no hay oscuridad en absoluto. No se le tiene que recordar sobre el deber de su deidad. Nadie necesita decirle: “Hoy, Dios, cuida tus modales, haz lo que es correcto, evita lo maligno, recuerda los diez mandamientos”. Cuando una persona es buena desde la raíz hasta las ramas, no necesita que se le diga que tiene que ser bueno. Su bondad crece como el fruto de un árbol.

Esto significa que Gálatas 5, junto con todo el Nuevo Testamento, es un recordatorio perpetuo de nuestra perversión moral. Dios nunca se insta a sí mismo a ser bueno, pero nunca deja de instarnos a nosotros a ser buenos. Nos advierte continuamente que no somos buenos – la raíz no es enteramente pura. ¿Vamos a ser humildes y servir a los demás con sumisión y amabilidad? ¿Las actitudes y los actos correctos surgen espontáneamente de nosotros, tan naturalmente como la luz y el calor salen del sol? Sabemos que no. Dios sabe que no. Se nos debe recordar lo que es correcto- qué es lo que evita que heredemos el reino. Necesitamos una lista de cosas malas y una de cosas buenas, como las que nos da Gálatas 5:19-23.

Contenido

El Peligro de Abusar de la Enseñanza Moral

Existe un gran peligro al dar una lista de cosas buenas y una de cosas malas a gente pecadora como nosotros. Es el peligro de la ley, que hemos visto continuamente a través de Gálatas. El peligro es, que en vez de buscar la transformación de nuestros corazones, que proviene de Dios, para librarnos de nuestra depravación, podemos encontrar la manera de usar la lista de virtudes para expresar nuestra depravación. Por ejemplo, si nuestro problema es que en el fondo somos personas muy orgullosas y autosuficientes, y una autoridad moral como Pablo nos dijera que la amabilidad y la fidelidad son virtudes, bien podemos entrenarnos para hacer cosas amables y cumplir nuestras promesas y así poder sentirnos moralmente orgullosos de nosotros mismos y autosuficientes ante Dios y los hombres. Entonces, la lista de virtudes no nos habría ayudado a vencer nuestra depravación en absoluto. En realidad, habría profundizado nuestro pecado, porque corrompimos la Palabra de Dios y la usamos para satisfacer nuestros deseos depravados.

Pablo es muy consciente que se puede hacer un mal uso de sus enseñanzas morales, como la ley del Antiguo Testamento. Por eso, toma medidas especiales para ayudarnos a no hacer mal uso de su lista de vicios y virtudes. El objetivo de Pablo no es cambiar nuestras vidas superficialmente con algunos hábitos nuevos de comportamiento. Su objetivo es una creación nueva desde la raíz (6:15), para que los hábitos nuevos sean la consecuencia natural de corazones nuevos. En Gálatas 5:19-26, Pablo toma cuatro medidas específicas, para evitar que tomemos sus enseñanzas de forma legalista y que pongamos una cobertura de moralidad de chocolate con leche sobre la bola ácida de nuestro orgullo. Mencioné cuatro, pero solo tenemos tiempo de considerar un par de ellas.

Pensar Bíblicamente sobre la Virtud

Primero, él llama “obras de la carne” (5:19-21) a su lista de vicios y llama “fruto del Espíritu” a su lista de virtudes (5:22-23). Es muy importante y vamos a volver sobre esto. Segundo, en el versículo 24, él dice que el fundamento de hacer lo que está bien, y no lo que está mal, es que la raíz de lo malo está muerta. La carne es crucificada si somos de Cristo. Entonces la carne no puede atrapar al amor y transformarlo en legalismo. Está muerta. Tercero, en el versículo 25, cuando Pablo finalmente nos ordena hacer algo, nos dice que lo hagamos mediante el poder de otro, no del nuestro. “Si vivimos en el Espíritu, andemos también en el Espíritu”. Esto descarta la posibilidad de que, alguna vez, hagamos de la virtud un motivo de jactancia de nuestro esfuerzo propio. No, la única manera de que un acto tenga valor moral es si lo hacemos confiando en el poder del Espíritu, no en el nuestro. Finalmente, en el versículo 26, el mandato de Pablo no está dirigido primordialmente a un acto externo, sino a una actitud interna. “No nos vanagloriemos”. No nos dejemos llevar por el amor a los elogios y a la gloria. De estas cuatro maneras, Pablo nos ayuda a ver que nuestro verdadero problema no es la cresta de la ola de comportamiento, que se puede ver sobre el agua; el verdadero problema es el oscuro y macizo iceberg de la depravación, que está debajo de la superficie.

Espero que se den cuenta que hay un mundo de diferencia entre la enseñanza ética bíblica y la moralidad popular norteamericana. La Biblia reconoce discretamente la raíz maliciosa de la depravación – arrogancia, vanagloria dentro del corazón humano. Y la Biblia soluciona el problema con un encuentro sobrenatural con Dios, llamado nacimiento nuevo al principio y luego santificación. Si cobramos vida por un acto del Espíritu, entonces sigamos andando con confianza en el Espíritu (5:25). Por otra parte, la moralidad popular norteamericana es asombrosamente ingenua, con respecto a la profundidad de nuestra corrupción e incluso convierte una buena parte de nuestro orgullo en una virtud. Dios es una opción o incluso un valor tradicional que hay que preservar, pero de ningún modo un Salvador a quien la enfermedad del pecado necesita desesperadamente.

Quiero que en Bethlehem pensemos bíblicamente sobre la virtud y no que nos adaptemos a la manera que este mundo funciona de acuerdo a su virtud. Volvamos y consideremos, al menos, la primera de estas cuatro formas específicas que Pablo usa para evitar que convirtamos su enseñanza ética en otro programa de superación personal norteamericano del siglo 20.

Obras de la Carne y Fruto del Espíritu

En 5:19-21, él llama a los vicios “obras de la carne” y en 5:22.23, “fruto del Espíritu” a las virtudes. ¿Por qué? Tengan presente que “carne” no significa “cuerpo”, aunque nuestros cuerpos fueron la causa fundamental de nuestros pecados. Hay algunos pecados en esta lista que no provienen de nuestros cuerpos (por ej. conflicto, enemistad, celos, enfado, envidia, etc.). La carne es el ego viejo que es autosuficiente y que no le gusta someterse a ninguna autoridad o depender de ninguna misericordia. Ansía la sensación del poder auto generado y ama los elogios de los hombres. Anteriormente, vimos que, en su forma conservadora, produce legalismo – observando las leyes, por poder propio y para su gloria. Pero Pablo, nos hace ver que la carne también (en su forma más liberal) produce actitudes y actos muy inmorales: “inmoralidad sexual, comportamiento licencioso, idolatría, brujería”; y tendencias detestables y dañinas: “enemistad, conflicto, enfado, celos, etc.”. La carne es la raíz orgullosa e insumisa de la depravación en cada corazón que se exalta a sí mismo sutilmente, a través de la moralidad orgullosa y autosuficiente, o alardea descaradamente mediante una inmoralidad firme que desprecia la autoridad.

¿Por qué Pablo llama “obras” al producto de la carne y “fruto” al producto del Espíritu de Dios en nosotros? Hasta hace poco yo hubiera dicho porque las obras implican esfuerzo y el fruto no implica ningún esfuerzo; la voluntad de Dios es que sintamos amor, gozo y paz sin esfuerzo. Pero luego noté que muchas de las “obras de la carne” no conllevan ningún esfuerzo para una persona común, como tampoco el fruto del Espíritu para una persona espiritual. Por ejemplo, el odio no significa ningún esfuerzo: contrariar a una persona común y enojarse fluye tan naturalmente como la sangre de una herida. O la envidia, nadie tiene que hacer ningún esfuerzo para ser envidioso. Aparece como la pintura vieja con el removedor Zip Strip. Dudo que Pablo haya llamado “obras” a estos vicios porque requieren esfuerzo. Un árbol malo produce frutos malos sin ningún esfuerzo.

Tampoco habría sido exacto decir que se llama obras a estos vicios porque se realizan para ganar salarios, de la misma manera que, con frecuencia, la gente de moral espera ganar recompensas. Los conflictos, los celos y el enojo no se planean generalmente para ganar la aprobación de alguien. Pero, tengamos cuidado. Sí, las reacciones espontáneas del conflicto, los celos, el enojo en sí mismos no se realizan para ganar nada pero, ¿no son un intento emocional para ajustar cuentas, porque no obtuvimos lo que pensamos que nos ganamos o merecimos? El propósito de la envidia no es ganar algo, sino que es el producto de un corazón que cree que merece más de lo que recibe. No se supone que los celos obtengan ningún pago, sino que son el producto de un corazón que espera que se le pague lo que recibió otro. En otras palabras, la clase de corazón que produce estos vicios es un corazón que cree que es acreedor y los demás son sus deudores. La carne está convencida de su propio mérito y espera que Dios, los hombres y la naturaleza le paguen dándole la satisfacción que desea. Cuando no obtiene estos pagos de satisfacción, la carne reacciona de la manera que lo hace cuando no gana nada, porque siente que no recibió lo que ya había ganado.

La carne no conoce nada sobre la gracia. No piensa que sus satisfacciones son regalos de un Dios misericordioso. Piensa que son deudas que merece que le paguen. Esta es la razón por la cual se les debe llamar “obras” a todos sus productos. Aunque los celos, el enojo y la envidia broten de la carne tan espontáneamente y sin esfuerzo como el fruto en un árbol, el árbol solo piensa en términos de mérito, pago y reacción sin considerar que se le debe pagar. Todo lo que produce está sazonado con la mentalidad del mérito y se lo llama “obra”.

La mentalidad en la que se basa el fruto del Espíritu es la mentalidad de la fe que depende de la gracia. Las personas que portan el fruto del Espíritu saben que solo merecen la condenación. Saben que el único pago que pueden ganar es la ira de Dios. Por lo tanto, dejaron de lado la confianza en sí mismos y esperan la misericordia de Cristo quien “nos amó y se entregó por nosotros” (2:20). No consideran deudor a nadie a causa de sus méritos. Cualquier recompensa será un presente de gracia. Cuentan con la misericordia de Dios y confían en el Espíritu para que los ayude. De esa mentalidad de fe, que depende de la gracia, no surgen “obras”, sino el “fruto”: amor, gozo, paz, paciencia, amabilidad…

Aún en los nombres de sus listas de virtudes y vicios, Pablo nos ayuda a ver que la cuestión no es sobre las actividades externas de la vida, sino sobre la clase de corazón que genera nuestra vida exterior. Pablo asume que peleamos y ganamos una poderosa batalla en el territorio profundo de nuestra alma. Ese es el significado del versículo 24: “Los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y deseos”.

Dar muerte al Dragón de la Carne

Imagínense su carne – ese ego antiguo con la mentalidad del mérito y con ansias de poder, reputación y confianza en sí mismo – imagínensela como un dragón viviendo en alguna cueva de nuestra alma. Entonces escuchan el evangelio y Cristo Jesús se acerca y dice: “Te haré mío, tomaré posesión de la cueva y mataré al dragón. ¿Te rendirás a mi dominio? Significará una forma nueva de pensar, sentir y actuar”. Ustedes dicen: “Pero ese dragón soy yo. Voy a morir”. Él dice: “Y nacerás a una vida nueva, porque yo la planearé. Haré tuyos mi mente, mi voluntad y mi corazón”. Ustedes dicen: ¿Qué debo hacer? Él responde: “Confía en mí y haz lo que te digo. Si confías en mí no perderemos”. Superados por la divinidad y el poder de Cristo, se inclinan en reverencia y juran lealtad y confianza eternas. Y mientras se levantan, Él pone en sus manos una gran espada y dice: “Sígueme”. Los conduce a la boca de la cueva y dice: “Entra, mata al dragón”. Pero ustedes lo miran desconcertados: “No puedo, no sin ti”. Él sonríe: “Bien dicho. Aprendes rápido. Nunca lo olvides: mis mandatos no son nunca mandatos para que hagas algo solo”. Entonces entran a la cueva juntos. Sigue una horrible batalla y sienten la mano de Cristo sobre las de ustedes. Finalmente, el dragón yace sin fuerzas. Ustedes le preguntan: ¿Está muerto? Su respuesta es: “He venido para darte vida nueva, que recibiste cuando te rendiste a mi dominio y me juraste fe y lealtad. Y ahora derribaste al dragón de la carne con mi mano y con mi espada. Es una herida mortal. Morirá. Es seguro. Pero todavía no sangró hasta morir y puede revivir con convulsiones violentas y hacer mucho daño. Por eso debes tratarlo como si estuviera muerto y sellar su cueva como una tumba. El Señor de la oscuridad puede causar terremotos en tu alma y agitar las piedras sueltas de tu alma, pero tú las vuelves a apilar. Confía en esto: con mi espada y mi mano en la tuya la muerte del dragón es indudable, él no existe más, tu vida nueva está asegurada”

Esto es lo que quiere decir el versículo 24: “Los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y sus deseos”. Cristo toma posesión de nuestra alma. Nuestro antiguo ego está herido de muerte y ya no tiene poder de dominio. La vida cristiana, el fruto del Espíritu, es una rendición de cuentas de que la carne está muerta (apilando piedras sobre su tumba) y una confianza constante en el Espíritu actual de Cristo para generar amor, gozo y paz interior. La diferencia entre la vida cristiana y la moralidad popular norteamericana es que los cristianos no van a dar un paso a menos que la mano de Cristo sostenga la mano que empuña la espada de la rectitud.


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