Deberíamos estar llorando

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Por Jared Mulvihill sobre Imputado & Pecado Original

Traducción por Susana Belvedere

Una contestación cortante. Una conducta indulgente. Desagradecimiento. Una mirada lujuriosa. El juzgar a otros. Una tendencia a gastar dinero. Inclinación a la impaciencia. Cobardía para hablar.

El pecado está por todas partes (Santiago 4:8). Y es mortal (Santiago 1:15; 5:20). Pecar es creer una promesa falsa del mundo por encima de una promesa verdadera de Dios. Todos nuestros pecados encuentran su origen en los deseos arraigados dentro del corazón (Santiago 1:14-15). Hoy en día en nuestras vidas, algunos pecados son abiertamente desalentados, otros engañosamente alabados, y otros aceptablemente comunes.

Somos demasiado hospitalarios con nuestro pecado. ¿Cuándo fue la última vez que miramos nuestro pecado en el espejo y nos alejamos quebrantados? ¿Cuándo fue la última vez que sentiste la gravedad de tu pecado como una traición contra un Dios santo?

Rara vez lloramos.

Nuestros corazones son insensibles. Aun estando justificados por la sangre de Cristo, todavía tenemos pecado infiltrado en nosotros (Romanos 8:13), y la mayoría del tiempo parecemos estar bien con respecto a eso. Necesitamos ayuda. Necesitamos recordar.

Santiago Nos Refresca la Memoria

El libro de Santiago fue escrito para animar a los creyentes a volver a una vida llena de fe, en vez de tener una vida llena de pecado descarriado (Santiago 1:21; 4:8-10; 5:19-20). En el punto culminante de la carta, Santiago clama para que los creyentes vean a su pecado correctamente y actúen como corresponde.

Acercaos a Dios, y Él se acercará a vosotros. Limpiad vuestras manos, pecadores; y vosotros de doble ánimo, purificad vuestros corazones. Afligíos, lamentad y llorad; que vuestra risa se torne en llanto y vuestro gozo en tristeza. (Santiago 4:8-9,LBLA)

Santiago quiere que sus lectores sientan el peso y atrocidad de sus pecados y lamenten por eso. ¿Pero por qué los creyentes deberíamos hacer eso? ¿Por qué deberíamos llorar por nuestro pecado?

Viendo nuestro pecado

Santiago escribe de esta manera porque él sabe que el Evangelio se ve glorioso cuando reconocemos que la profundidad y el poder de nuestros pecados son graves. Cuando vemos con más claridad nuestro pecado tenemos una mejor claridad de la cruz. El horror de nuestro pecado magnifica la hermosura del sacrificio de Cristo.

La realidad es que el Evangelio son buenas noticias de gran gozo (Lucas 2:10) porque invade las temibles noticias del gran sufrimiento. El Evangelio entra y cambia cosas, trayéndonos a Dios como suyos (1ra Pedro 3:18). El resultado es que Dios se lleva la gloria y nosotros recibimos el gozo.

Pero en vez de matar muestro pecado lo alimentamos. En vez de sentir rechazo lo amamos. En vez de destruirlo lo deseamos. El resultado: disminuimos la Cruz y nos engañamos a nosotros mismos. Se reducen las necesidades y se disipa el sacrificio de Cristo. La manera más rápida de perder el encanto del Evangelio es perder de vista lo profundo de nuestro pecado.

Si, deberíamos estar llorando. Deberíamos estar horrorizados, disgustados, alarmados y lamentándonos desde lo más profundo del corazón por nuestro pecado. Todo el pecado es traición contra Dios. No solo el pecado de orgullo, de mentiras, de robo y lujuria sino también el de la lengua, pecado de ansiedad, pecado de amargura, pecado de parcialidad, pecado de complacencia, pecado de celos, pecado de impaciencia, y pecado de arrogancia. Deberíamos compungirnos por todos ellos.

Llorar abre camino a la memoria

Nos afligimos por nuestro malvado pecado viéndolo correctamente delante de un Dios Santo. El verdadero lamento por el pecado surge de contemplar a nuestro Salvador, no de compararnos con otros a nuestro alrededor.

La manera más rápida y consistente de lamentar por nuestro pecado, es mirar a Jesús por quien es Él y a la vida digna la cual Él nos ha llamado a vivir. Dios tiene un estándar conforme al que han de vivir los redimidos y fallamos…a menudo (Filipenses 1:27). Pero el lamento piadoso debe abrir camino al arrepentimiento, el cual se gloría en Dios, el dador de la gracia, mientras vivimos bajo el Evangelio de la salvación (2da Corintios 7:10). Conforme luchamos por ver a Jesús, también tenemos la esperanza de que nuestros corazones sean transformados y de esa manera damos muerte al pecado (2da Corintios 3:18)


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