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Por Jon Bloom sobre Dar
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Traducción por Jaime Duran


Cuando se trata de la mezcla del ministerio del evangelio y el dinero, nosotros quienes somos los líderes de las iglesias o los ministerios auxiliares debemos tener el temor de Dios fuertemente plasmado en nosotros. El cielo y el infierno están en juego por la forma en que conseguimos, gastamos, y reservamos el dinero - ya que la manera en que manejamos el dinero puede adornar u oscurecer el evangelio.

El amor al dinero realmente se toma la barbilla en el Nuevo Testamento. Jesús y los apóstoles tienen en su mayoría cosas negativas que decir acerca de la riqueza, a menos que estas se regalarán. En los Evangelios, Jesús es implacablemente duro hacia la riqueza, tanto en sus enseñanzas como en su llamado al discipulado. En Hechos y las Epístolas, estamos advertidos en repetidas ocasiones en contra, y se nos dan tristes ejemplos del amor al dinero, el cual "es raíz de toda clase de males" (1 Tim. 6:10).

Hay muy buenas razones para ello. El dinero puede ser un rival con Dios por nuestros afectos. Jesús lo dijo claramente: "No podéis servir a Dios y a las riquezas" (Mateo 6:24). Ambos nos hacen promesas y ambos nos hacen demandas a nosotros. Amaremos a unos y odiaremos al otro. Solamente podemos tener un amor verdadero. Nuestros labios pueden mentir. Pero nuestros afectos nunca lo harán. Nuestro corazón siempre estará con nuestro tesoro.

Es por eso, que cuando Jesús llamó a la gente a que lo siguiera, a menudo incluía que sacrificaran su seguridad financiera. Era un llamado a dar a Dios el lugar que la riqueza ocupaba en su corazón. Jesús nunca glorificó la pobreza. Lo que Él estaba ofreciendo era un tesoro muchísimo mas superior, el satisfactorio: el mismo Dios con todo aquello que volara nuestra mente de alegría y placer de Su presencia (Sal. 16:11).

También es por esto que cuando Jesús primero envió a sus discípulos a anunciar el Evangelio, les dio instrucciones de no cobrarle dinero a nadie sino de predicar o mediar el poder del Reino. "Gratuitamente han recibido, den también gratuitamente" (Mateo 10:8). Su propósito no sólo era entrenar a los discípulos a vivir por fe en la provisión de Dios, pero que su presentación del evangelio reflejara el evangelio a las personas a las que predicaban.

El Evangelio que los discípulos de Jesús debían anunciar era ofrecimiento del perdón de los pecados, la reconciliación con Dios y la vida eterna, todo a través de la fe en Jesucristo aparte de las obras de la ley o de cualquier otro tipo de pago a Dios (Rom. 3 : 28). Todo diseñado para ampliar la gloria de la gracia gratuita de Dios. Por lo tanto, el pago de algún tipo para escuchar el evangelio o recibir beneficios del reino distorsionaría completamente el evangelio. Brevemente volvería a la iglesia en una cueva de ladrones. Era fundamental que el medio también fuera el mensaje.

Es precisamente por esto que Pablo trabajó duramente para hacer que la presentación del evangelio fuera gratis para sus oyentes. Tuvo que luchar contra los distorsionadores del Evangelio, los "vendedores ambulantes de la palabra de Dios" (2 Cor. 2:17) que habían descubierto cómo hacer de la piedad un medio de gran ganancia (1 Tim. 6:5). Incluso decidió renunciar a formas legítimas de ganarse la vida desde el evangelio (1 Cor. 9:14) con el fin de evitar cualquier mala interpretación de sus motivos. Decidió "soportar cualquier cosa en vez de colocar un obstáculo al camino del Evangelio de Cristo" (1 Cor. 9:12).

Si el tráfico del evangelio de Dios fue un problema en los días de Pablo, es una epidemia en el nuestro, especialmente en la iglesia opulenta de Occidente. Somos un mercado de miles de millones de dólares. Hay mucho dinero por hacer. Y eso es peligroso para el evangelio.

Y es por esto que nosotros, los que guiamos las iglesias evangélicas y los ministerios debemos dar mucha reflexión con oración y tener un cuidado extremo en la forma como hablamos, administramos y utilizamos el dinero personalmente. Mucho más está en juego de lo meramente legal o ético. Es el evangelio el que está en juego.

Así que por el bien del Evangelio, unámonos al Señor Jesús y a los apóstoles en las siguientes resoluciones:

Hagamos el propósito de mostrar por nuestro estilo de vida que Dios es nuestro tesoro y no el dinero. El medio como mensaje comienza con nosotros. No hay ninguna fórmula para ello. Se ve diferente en cada organización y vida. No nos juzgaremos el uno al otro (Romanos 14:4). Pero que nuestras vidas demuestren que buscamos primero el reino.

Hagamos el propósito de ser despiadadamente transparentes en nuestras relaciones financieras. Que no haya ningún indicio que estamos ocultando algo.

Hagamos el propósito de soportar cualquier cosa con el fin de eliminar los obstáculos al evangelio. Y como el amor al dinero ha demostrado en el Nuevo Testamento y en toda la era de la iglesia ser un obstáculo mortal, vamos a buscar lo más que podamos hacer que el Evangelio sea libre al mundo. No nos preguntamos: "¿Cuál es nuestro derecho?" o "¿Qué es lícito?" Pero digamos con Pablo: "¿Cuál es entonces mi recompensa? Que en mi predicación pueda presentar el evangelio gratuitamente, a fin de no hacer pleno uso de mi derecho del evangelio "(1 Cor. 9:18).

Es una obra maravillosa del Espíritu que en nuestros días el mensaje del evangelio sea aclarándose nuevamente y amado y defendido. Es otra gloriosa reforma de la iglesia. Y mientras esto ocurre, vamos a orar y trabajar enérgicamente para garantizar que el papel que el dinero juega en nuestras presentaciones de este mensaje sin precio también apunten a la gloriosa gracia gratuita de Dios.


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