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Por MaryLynn Johnson sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por Romina Mendoza


Esperanza ante los planes frustrados, reencauzados y demorados.

Los planes que ella tenía eran probablemente similares a los míos, imagino. Casarse. Tener niños. Formar una familia. Vivir una vida felizmente normal, predecible. Cuando atrajo la atención del chico nuevo que llegó a la ciudad y éste la llevó rápidamente hacia un proyecto de matrimonio, parecía ser el momento en que todas sus esperanzas comenzaban a desplegarse.

Justo cuando la vida parecía instalarse en una rutina firme y estable, las cosas fueron realmente mal. Quedaron atrás las celebraciones de la boda y aumentó la impaciencia. Quizás el no tener hijos al cabo de dos o tres años de la boda no suponía una desgracia para una mujer, pero el paso de diez años le había otorgado un nuevo título: el de mujer estéril. La esperanza de formar una familia propia se había desvanecido dando lugar a una humillación silenciosa. Ya no sería madre. No podría abrazar la vida que anhelaba vivir.

Entonces su peor pesadilla se hizo realidad. La mujer sin niños ahora también estaba sin esposo. El murió y la dejó con otro nombre indeseable: el de viuda. Todo lo que ella esperaba que le ocurriese le había sido arrebatado sin ninguna expectativa de recuperarlo.

Como si la situación no fuera lo suficientemente dolorosa, ella tenía que aprender a dirigir una vida completamente nueva. Se transformó con el dolor. La fe la inspiró a hacer una locura. Iría a un lugar nuevo, aunque no tuviera la esperanza de realizar sus sueños. Y de nuevo, asumiría un nuevo e incómodo rol: el de la extranjera.

Nada de esto era parte del plan de Ruth.

Contenido

La viuda: planes insatisfechos

Ruth y Mahlon. Son dos nombres que no van unidos cuando los escuchas normalmente porque esta parte de la historia, y el dolor indiscutible que ella debió sufrir, resulta difícil de aceptar. Mahlon probablemente encarnaba la realización de lo que Ruth había estado esperando. El la convirtió en una esposa. Ella esperaba que él la hiciera madre, pero esos planes no se cumplirían. Mahlon murió diez años después del casamiento, dejando a Ruth sin marido y sin el sostén de una familia. Era una viuda y llevaría esa carga con ella para el resto de su vida.

La herida de los planes frustrados se quema con el dolor de lo que pudo haber sido. Independientemente de que sea la pérdida de alguien cercano a nosotros o de que el sueño que hemos anhelado por mucho tiempo llega a un callejón sin salida, cuando nos vemos obligados a hacer frente a la realidad de que nuestros planes nunca se materializarán, sentimos que nuestro futuro ha muerto. Pero de la misma manera que los planes frustrados eran sólo el comienzo de la historia de Ruth, también nosotros podemos confiar en que la desilusión que sentimos ahora no es el final.

La extranjera: planes reconducidos

El camino al que Dios nos dirige puede que no siempre tenga sentido. Si no es el plan que esperábamos para nosotros, supondrá un reto comprender cómo puede llevar esto a algo bueno. Aceptar una nueva dirección requiere valor- valor para soltar el pasado, y valor para avanzar con los planes de futuro de Dios, especialmente cuando no podemos ver lo que viene a continuación.

Cuando Ruth se casó con Mahlon por primera vez, probablemente nunca se le había pasado por la cabeza que algún día se mudaría a un lugar diferente con su suegra, y ahora como viudas. Era un cambio grande y que daba miedo. Puesto que sería una extranjera en la tierra natal de Naomi, no sólo dejaría atrás su vida familiar, sino que también sería difícil que volviera a casarse de nuevo (Ruth 1:11–13).

Pero algo extraordinario empezó a gestarse en su corazón. Naomi le rogó a Ruth que regresara a Moab como una cuñada, a sus dioses falsos y a su gente. Ruth, en cambio, no tomaría el camino fácil. Dios había agarrado su corazón en medio del dolor y de la tristeza, y le había infundido valor para hacer algo inimaginable. Ella seguiría a su suegra a una tierra donde la rechazarían. Ella escogería seguir a Dios, y él le marcaría un nuevo sendero, le haría un llamamiento para asumir una nueva tarea como sostén de una familia atípica de dos, y escribir una nueva historia de planes reconducidos.

Este es el consuelo y la esperanza que nos brinda Dios en medio de nuestros planes que cambian drásticamente a lo largo del tiempo–con frecuencia en contra de nuestra voluntad. Cuando nos volvemos hacia él y buscamos su voluntad para nuestras vidas, él será leal para apresar nuestro corazón y transmitirle la fuerza que necesitamos para llegar hasta donde él nos guía. (Salmo 37:4–5).

La estéril: planes demorados

Los planes de Dios— aunque desafiantes e incómodos- no decepcionaron. Finalmente Boaz entra en la historia y brilla radiantemente, anunciando el amor que Cristo tiene para nosotros. El asume el rol de pariente redentor de Ruth, incluso aunque no se lo hubieran requerido (Ruth 3:12). Boaz le daría a ella un hijo, llevando alegría a la vida de Ruth y Naomi. Pero eso era solo el comienzo de lo que Dios tenía reservado para Ruth.

El hijo de Ruth sería el bisabuelo del Rey David (Mateo 1:5–6), lo que conlleva que la que fue una vez viuda y extranjera estéril pertenecía al linaje de Cristo. A pesar de que Ruth no recibió la familia que había anhelado cuando por primera vez se casó con Mahlon, la demora, el cambio de dirección y el desaliento abrieron un camino ante ella para recibir algo mejor. Entraría a una nueva familia que nos traería un Salvador.

Los sueños rotos son senderos

Dios, en Cristo, nos ama, de la misma manera que amó a Ruth. Nos llama para ser parte de su familia y, por la gracia, se nos da un nuevo nombre (Isaías 56:5). Algunas veces nuestros propios planes frustrados, reconducidos, y demorados, son el camino que él utiliza para llevarnos a ese lugar de esperanza y de una nueva identidad.

No podremos ni veremos la imagen completa de lo que Dios ha comenzado en nuestras vidas. La plena realización del regalo de ser parte de la familia de Dios nos queda por delante, cuando Cristo regrese y nos reunamos con él para la eternidad (1 Juan 3:1–2). Entonces comprenderemos cómo cada lágrima y sueño truncado nos dirigía al mismísimo Dios y a sus buenos planes para nosotros.



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