El Corazón de Mi Bebé Dejó de Latir

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English: My Baby’s Heart Stopped Beating

© Desiring God

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Por Jasmine Holmes sobre Sufrimiento

Traducción por Paola Montano


Hace unos días, mi esposo y yo volamos a San Diego, la ciudad que más me gusta visitar. Estaba sentada en la fila detrás de él, casi aturdida por la emoción, ansiosa por un respiro de todo el estrés de las últimas dos semanas.

A mi lado, una mujer estaba hablando por teléfono en voz alta sobre su amiga, quien estaba embarazada de nuevo. De manera desagradable dijo que el esposo de su amiga le dice que es más hermosa cuando está embarazada, "Probablemente solo para tener más hijos de ella", dijo bromeando. Seguí escuchando por un tiempo hasta que vi que la mujer en el teléfono también estaba embarazada.

Entonces tuve un feo momento.

¿Cómo es que ella sí puede tener a su bebé pero yo no? Ella parece odiar a los niños. Yo los amo. Esto no es justo. Tan pronto como el pensamiento vino a mi cabeza, me sentí terriblemente culpable. Sé que se supone que no debes pensar esas cosas y, cuando lo haces, ciertamente no es agradable admitirlo. Pero así fue, tan claro como el día: yo estaba celosa.

Adiós Bliss

Cuando mi esposo y yo descubrimos que esperábamos un bebé, no nos sorprendimos. Claro, al mirar la prueba tuve un momento muy especial, mis manos temblorosas, mis ojos bien abiertos, la maternidad asomándose a mi vida. Pero a pesar de que Phillip y yo solo teníamos un mes de casados, crecí escuchando a mi padre bromear sobre la eficiencia de él y mi madre (nací diez meses después de que se casaron). Sin mencionar que crecí en una iglesia donde los niños siguen el matrimonio tan inexorablemente como la noche sigue al día. Dos de mis amigos y sus esposos, quienes se casaron antes que yo, le dieron la bienvenida a recién nacidos con una semana de diferencia el año pasado.

Pensé mucho en decirle a alguien que estaba embarazada, sabiendo que el riesgo de un aborto espontáneo es más alto durante el primer trimestre. Para mi esposo, era más que obvio: que la gente se alegre con nosotros mientras nos regocijamos. Y si hay llanto, lloraremos juntos (Romanos 12:15). Esperé dos semanas antes de hacerlo público, pero les di las noticias a mis amigos y compañeros de trabajo de inmediato.

Y luego empecé a preocuparme.

Me preocupo fácilmente por naturaleza, y continué mordiéndome las uñas en mi nuevo embarazo. Pasé seis semanas despertándome con sudores nocturnos, temiendo que algo le hubiera sucedido a mi bebé — el pequeño arándano que ya amaba tanto. Luego, durante la séptima semana, sentí que había llegado a un punto más seguro. Estaba más tranquila, pude disfrutar los cambios en mi cuerpo y lo maravilloso de que el bebé estaba creciendo dentro.

No sabía que para entonces el corazón de mi bebé había dejado de latir.

Cuando el ultrasonido nos lo informó, sentí el dolor más profundo que había experimentado en mi vida. Todavía duele. Siempre dolerá, supongo.

¿Para Qué Sirve?

Lo peor que había imaginado durante las últimas semanas sucedió hace dos semanas. Me recosté en el piso de nuestro apartamento con un dolor físico, emocional y espiritual, luchando con más dolor de lo que había sentido jamás, y grité: "¿Por qué?”

Soy una “buena chica cristiana” de una “buena familia cristiana", así que sé que no debo preguntar, “¿Por qué a mí?” Sí, desde luego, merezco la muerte, el infierno y la tumba (Romanos 3:23). En los momentos más difíciles, la respuesta de la escuela dominical de que yo estaba "recibiendo más de lo que merecía" resonaba dentro de mí. Pero aun así, no pude evitar sentirme engañada.

Aquí estaba yo con un dolor insoportable, mis lágrimas fluyendo — por un bebé que me causó tanta alegría en tan poco tiempo — un bebé que nunca llegaría a sostener en mis brazos.

En el momento en que descubrí que estaba embarazada, me sentí ansiosa por conocer a la pequeña persona que el Señor me había bendecido para ser madre. Me preguntaba acerca de su futuro, su lugar en mi hogar, su impacto en nuestras vidas. Llegué a amar a esa persona más y más cada día.

Me encantan los niños. Crecí alrededor de ellos, les enseño, quiero un hogar lleno de ellos. No podía esperar para ser madre — no podía esperar para cuidar a mi propio hijo. Pero ahora mi bebé estaba muerto. Me sentí como el salmista, “¿Qué provecho hay en mi sangre si desciendo al sepulcro? ¿Acaso te alabará el polvo? ¿Anunciará tu fidelidad? (Salmo 30:9, LBLA). A veces no podemos evitar preguntar: Dios, ¿qué estás haciendo?

Su Propósito Inmutable

Incluso en ese dolor insoportable, el sufrimiento del Señor en mi lugar vino a mi mente.

Y no me refiero a que me senté allí cantando "Sublime Gracia" mientras mi corazón estaba lleno de dolor y angustia. Estaba lejos de ser un momento bonito. Clamé a Dios — literalmente, di gritos — y me sentí cerca del Salvador quien había experimentado un dolor aún más insoportable por mí, no porque haya perdido un hijo, sino porque lo dio todo para traer a los hijos perdidos a casa.

Él le da propósito a nuestro sufrimiento (Romanos 8:28). Mi aborto involuntario no sucedió de la nada. Tanto mi bebé como yo fuimos creados a imagen de Dios, diseñados para su gloria. Mis intenciones para la vida de mi bebé no eran las intenciones del Señor, y mi plan no era su plan. Él eligió que el propósito de esa pequeña persona se cumpliera a través de siete semanas de vida. Él eligió que mi propósito fuera revelado aún más a través de la muerte de ese pequeño.

Él me eligió para ser la madre de mi bebé durante siete semanas. Él eligió que mi esposo y yo aprendiéramos a caminar juntos durante desequilibrios hormonales, para que mi esposo mostrara un amor sacrificial a su cansada esposa. Él decidió que camináramos juntos a través del dolor, y proclamáramos su grandeza incluso en medio del dolor (Job 13:15).

Tengo que ser una madre. Fue solo por un momento, pero fue un momento hermoso. Espero volver a ser madre, pero aún si eso no sucede, Dios es bueno. Y sus propósitos para mí son seguros. Mi pequeña porción de maternidad sigue mostrándome diferentes ángulos del buen carácter de Dios y cosas sobre mí que nunca podría haber aprendido sin mi bebé. Por eso, estoy agradecida. Dios es el autor de la vida y el único que lo satisface todo. Él cumplirá su propósito en nosotros (Salmo 57:2) y eso me consuela.


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