Espiritualidad Olímpica, parte 2

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English: Olympic Spirituality, Part 2

© Desiring God

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Por John Piper sobre Santificación y Crecimiento
Una parte de la serie Olympic Spirituality

Traducción por Desiring God


Contenido

¿Cómo, entonces, debiéramos correr?

1ra a los Corintios 9:23–27

Y todo lo hago por amor del evangelio, para ser partícipe de él. ¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos en verdad corren, pero sólo uno obtiene el premio? Corred de tal modo que ganéis. Y todo el que compite en los juegos se abstiene de todo. Ellos lo hacen para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible. Por tanto, yo de esta manera corro, no como sin tener meta; de esta manera peleo, no como dando golpes al aire, sino que golpeo mi cuerpo y lo hago mi esclavo, no sea que habiendo predicado a otros, yo mismo sea descalificado.

Lo que vimos de este texto la semana pasada fue que la vida cristiana es como una carrera y como una pelea. Es como correr y boxear. Incluso más importante, vimos que el modo en que corremos y peleamos hace la diferencia en sí somos partícipes del evangelio (v.23; comparar con Romanos 1:16), y en si obtendremos el premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús (v.24; comparar con Filipenses 3:14), y en sí ganamos la corona de justicia y vida (v.25; comparar con 2da a Timoteo 4:7-8), o sí somos descalificados de la carrera (v.27; comparar con 2da a los Corintios 13:5).

La vida eterna depende del modo en que corremos

En otras palabras, la vida no es un juego sin consecuencias permanentes. El modo en que vivimos nuestras vidas tiene consecuencias eternas. La vida es un terreno de prueba, donde probamos quienes somos, en quién confiamos, y qué apreciamos. La vida eterna, el supremo llamamiento, la corona de justicia, todos dependen de lo que diga nuestra vida de quiénes somos, en quién confiamos, y qué amamos.

¡No cometa un error aquí! La vida no es un lugar para demostrar a Dios u otra persona cuán fuerte es usted. La vida es un lugar para probar de quién es la fuerza en que confiamos, del hombre o de Dios. La vida no es un lugar para demostrar el poder de nuestra inteligencia para conocer la verdad. Es un lugar para probar el poder de la gracia de Dios para mostrar la verdad (Mateo 16:17). La vida no es un campo para demostrar la fuerza de voluntad para tomar buenas decisiones. Es un campo para demostrar cómo la belleza de Cristo nos cautiva y compele a elegir y correr para Su gloria.

La carrera de la vida tiene consecuencias eternas, no porque seamos salvos por obras, sino porque Cristo nos ha salvado de las obras muertas para servir, con una pasión olímpica, al Dios vivo y verdadero (Hebreos 9:14).

La carrera de la vida tiene consecuencias eternas, no porque la gracia sea anulada por el modo en que corremos, sino porque la gracia es verificada por el modo en que corremos. "Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia para conmigo no resultó vana; antes bien he trabajado mucho más que todos ellos, aunque no yo, sino la gracia de Dios en mí" (1ra a los Corintios 15:10). La carrera de Pablo no anuló el propósito de la gracia, verificó el poder de la gracia.

La vida eterna depende del modo en que corremos y del modo en que peleamos, no porque la salvación esté basada en el mérito de las obras, sino porque la fe sin obras es muerta (Santiago 2:26). La vida es un terreno de prueba para verificar si la fe está viva o muerta, un terreno de prueba para verificar en quién confiamos.

Corriendo para obtener, porque hemos sido obtenidos

Permítanme demostrarlo con el modo en que Pablo describe su propia carrera en Filipenses 3:12. Esto es absolutamente crucial para el modo en que corremos por el premio del supremo llamamiento de Dios. Aquí Pablo aclara la relación entre la carrera para obtener (que hace que la vida sea algo serio), y la carrera porque hemos sido obtenidos (que hace que la vida sea segura).

No que ya lo haya alcanzado o que ya haya llegado a ser perfecto, sino que sigo adelante, a fin de poder alcanzar aquello para lo cual también fui alcanzado por Cristo Jesús.

Esto es lo único absoluto en el modo en que corre el corredor cristiano: corremos, no como si viéramos a Jesús, el juez, simplemente escrutando desde la meta, mientras confiamos en nuestras propias fuerzas; sino que corremos como quienes ya han sido seleccionados por Jesús para el premio. Corremos para ganar el premio en el poder de haber sido seleccionados para el premio.

Así lo dice Hebreos 12:1b-2:

Corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús [¿en qué sentido?], el autor y consumador de la fe [como alguien involucrado en la carrera, creando y completando la carrera de la fe], quien por el gozo puesto delante de Él soportó la cruz, menospreciando la vergüenza, y se ha sentado a la diestra del trono de Dios

En otras palabras, corremos para obtener la vida eterna (1ra a Timoteo 6:12), porque ya hemos sido obtenidos para la vida eterna. Y nuestra carrera por ella es la demostración de que hemos sido obtenidos para ella.

Nuestra carrera es sobre la base de la obra de Dios

Recuerde todos los mensajes de la primavera pasada sobre los fundamentos de la plena certidumbre. Hemos sido obtenidos por la elección soberana de Dios, desde antes de la fundación de la Tierra (Efesios 1:4) Hemos sido obtenidos por Su predestinación para adopción (Efesios 1:5). Hemos sido obtenidos por la muerte reconciliadora de Su Hijo, cuando aún éramos pecadores (Romanos 5:6-10). Hemos sido obtenidos por la regeneración y el llamamiento efectivo (1ra a los Corintios 1:24; 1ra de Juan 5:1). Hemos sido obtenidos por la morada y la obra selladora del Espíritu Santo (Efesios 1:13; 4:30).

Ahora Pablo dice, Sobre el fundamento de esta inmensa obra de Dios en Cristo para obtenernos sin que hubiera alguna iniciativa de nuestra parte (en 1ra a los Corintios 9:24): "Corred de tal modo que ganéis", es decir, que ganen el premio para el que ustedes fueron obtenidos. Dios no le salvó para que se sentara en la tarima. Dios no le salvó para que que se acostara en la pista. Dios no le salvó para que se sentara en el borde de la piscina con los pies en el agua. Dios le ha salvado a fin de que se desgaste para la gloria de Su Hijo (Filipenses 1:20). "¿O no sabéis [...] que no sois vuestros? Pues por precio habéis sido comprados; por tanto, glorificad a Dios en vuestro cuerpo" (1ra a los Corintios 6:19-20). El propósito de la salvación es que la gloria de Dios sea visible en el universo.

De éso trata este texto. De la carrera y pelea que glorifican a Dios, que demuestran que Él es real y digno y precioso y poderoso y puro y amoroso y santo y satisfactorio. Correr y pelear tienen que ver con revelar quién es Cristo para nosotros y quiénes somos en Él y cuán precioso es, para nosotros, el premio de la vida eterna con Él.

¿Cómo, entonces, debiéramos correr?

Miremos brevemente cómo debiéramos correr.

El modo en que corre el ganador

Primero, Pablo dice en el versículo 24: "¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos en verdad corren, pero sólo uno obtiene el premio? Corred de tal modo que ganéis".

La idea es que no es que solo un cristiano gana el premio del supremo llamamiento de Dios. De hecho, en la carrera cristiana una de las reglas es que usted debe ayudar a los otros corredores a llegar a la meta (Hebreos 3:13). Llegar a la meta es un proyecto comunitario. La idea no es que solo hay un ganador. La idea es: corre como corre el ganador.

¿Cómo corre el ganador? Corre fuerte. Entrega todo lo que tiene a la carrera. En otro lugar, Pablo dice: "no seáis perezosos en lo que requiere diligencia; fervientes en espíritu, sirviendo al Señor" (Romanos 12:10). Así es como debemos correr en nuestro servicio para Cristo: sin pereza y fervientes en el Espíritu. No haraganeando, o siendo inactivos, o torpes, o despreocupados.

Con todas nuestras fuerzas

Cuando Jonathan Edwards fue estudiante en Yale, unos 270 años atrás, escribió 70 resoluciones para animarse a correr la carrera. Una de ellas captura el espíritu del versículo 24. Escribió: "Resuelvo: vivir con todas mis fuerzas mientras vivo". "Con todas mis fuerzas" Es la exteriorización práctica del gran mandamiento: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza". "Todo lo que tu mano halle para hacer, hazlo según tus fuerzas" (Eclesiastés 9:10).

El Nuevo Testamento lo expresa de muchas maneras. "Esforzaos por entrar por la puerta estrecha" (Lucas 13:24). "Trabajad [...] por el alimento que permanece para vida eterna" (Juan 6:27). "Estad firmes, constantes, abundando siempre en la obra del Señor" (1ra a los Corintios 15:58). "Y no nos cansemos de hacer el bien, pues a su tiempo, si no nos cansamos, segaremos" (Gálatas 6:9). "Aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos" (Efesios 5:16). "Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor" (Filipenses 2:12). "[Cristo] se dio a sí mismo por nosotros, para [...] purificar para si un pueblo para posesión suya, celoso de buenas obras" (Tito 2:14). "Pero deseamos que cada uno de vosotros muestre la misma solicitud hasta el fin" (Hebreos 6:11). "Amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro" (1ra de Pedro 1:22).

Esfuércense, trabajen, abunden, no sean perezosos, sean entrañables. Corran como corre el ganador. Acabe con la falta de entusiasmo y la vagancia y la indiferencia. Cristo le ha comprado para esto mismo. Usted no lo hace con sus propias fuerzas. Se esfuerza y obra y abunda y ama en la fuerza que Él le da, para que en todo Él reciba la gloria (1ra de Pedro 4:11).

Creo que éso es lo más importante del versículo 24. Es un llamado al celo cristiano. Ahora, Pablo es más específico acerca de cómo un ganador se mantiene en condición para correr.

Con una abnegación forjada por el Espíritu

Versículo 25: "Y todo el que compite en los juegos se abstiene de todo. Ellos lo hacen para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible".

En Gálatas 5:22, Pablo nos dice que esta disciplina de abnegación, o dominio propio, es un fruto del Espíritu Santo. Así que la abnegación no es, en un sentido supremo, el auto-control por parte del ego, sino el control por parte del Espíritu. Generalmente, lo experimentamos como si fuera control por nuestra voluntad, pero es de hecho Dios en nosotros deseando y obrando Su propio beneplácito (Filipenses 2:13). El poder espiritual del dominio propio ocurre cuando creemos la promesa de la Palabra de Dios de que tendremos mayor gozo mediante la abnegación, y cuando confiamos en que el Espíritu de Dios nos dará fuerzas, y cuando buscamos la gloria de Dios como resultado de nuestra victoria.

Lo que Pablo dice aquí es que existen impulsos que tenemos que controlar si es que vamos a correr como ganadores, y si es que vamos a recibir la corona de justicia. Los impulsos que tenemos que controlar son los impulsos de hacer algo que debilite nuestro celo por Dios: nuestro ímpetu en oración, nuestra hambre por las Escrituras, nuestro anhelo de amar, nuestra pasión por la santidad.

El atleta serio no pregunta cómo solo sobrevivir en su entrenamiento. Pregunta qué producirá el máximo rendimiento. Así que el cristiano maduro pregunta: ¿qué me hará más útil al reino? ¿Qué encenderá más mi celo por Dios? ¿Qué intensificará mi fervor en la oración? ¿Qué provocará más hambre por la palabra de Dios? ¿Qué fortalecerá mi anhelo de amor? ¿Qué avivará las llamas de mi pasión por la santidad?

Y, entonces, el cristiano toma nota de todos los impulsos, y de todos los hábitos y prácticas de su vida que debilitan su celo por Dios y su gozo de la fe, y se prepara para controlarlos y expulsarlos de su vida.

La severidad de esta abnegación

En los versículos 26 y 27, Pablo comunica la severidad de este dominio propio. Aquí Pablo no podría estar más fuera de órbita con la vida contemporánea norteamericana. ". . . de esta manera peleo, no como dando golpes al aire, sino que golpeo mi cuerpo y lo hago mi esclavo". El cuerpo no es malo en sí mismo. Dios lo creó. Y lo resucitará de entre los muertos para existir para siempre. Pero el cuerpo es la base de operaciones del pecado, y el pecado lo usa para provocar muchos impulsos que son destructivos para la vida espiritual.

Por tanto, Pablo dice que cuando ejercita el dominio propio, es como si peleara o boxeara, y el enemigo a ser golpeado es el cuerpo, y cuando lanza su golpe, no yerra o golpea al aire. Impacta y golpea su cuerpo, y lo convierte en su esclavo. No será gobernado por los apetitos e impulsos y anhelos y letargo del cuerpo. "El Señor es para el cuerpo" (1ra a los Corintios 6:13). Así que Pablo quiere que su cuerpo sirva a la gloria del Señor.

Este es exactamente el espíritu de Jesús cuando dijo: si tu ojo te es ocasión de pecar, sácatelo, o si tu mano te lleva a pecar, córtatela. Porque es mejor entrar a la vida eterna con un ojo y mutilado de una mano, que ir al infierno con los dos (Mateo 5:29-30). Pablo dijo, es mejor golpear mi cuerpo hasta someterlo que ser descalificado de la carrera.

Ahora, sacarse el ojo no vence la lujuria, y cortarse la mano no conquista al deseo de robar o a la agresividad. La idea es: combate estos impulsos con toda seriedad. Tanto Jesús como Pablo quisieron decir: hay impulsos que deben morir. Y la pelea para exterminarlos es como un encuentro de boxeo con golpes directos a la cara.

Una tremenda importancia para la misión de la iglesia

Ahora, todo esto es tremendamente importante para la misión en esta iglesia y nuestra parte en ella. Hay días en que sufriremos de antemano a causa de la iglesia profesante en Norteamérica. Casi cada día aumenta el costo de la fidelidad a la Palabra de Dios en una sociedad hostil y en una iglesia mundana. No solo eso, el costo de llevar el amor de Cristo a los pueblos inalcanzados del mundo, en medio de siglos de oscuridad satánica, no será sin persecución y martirio.

Y algo es cierto: el cuerpo humano dirá NO a este sufrimiento. El cuerpo dirá: "¡No pagaré el precio!" Imagine a Pablo listo para entrar en una ciudad hostil con el evangelio. Ha sido golpeado cuatro veces ya, con 39 azotes durante su ministerio. Sabe que podría pasar de nuevo. Por un momento duda en su carrera, cuando su cuerpo dice "NO, no iré. Es estúpido ir. Es doloroso ir. ¡No!"

Entonces Pablo recuerda la promesa de que el que pierde su vida por Cristo la hallará. Invoca al Espíritu Santo en busca de ayuda. Medita en la gloria de Dios en la salvación de los pecadores que se pierden. Y entonces se vira como si golpeara a su cuerpo justo en el rostro y dice: "Estate quieto, y sométete ahora como instrumento de justicia. Vas a ir para Cristo y para Su reino".

Lo mismo es cierto en un nivel inferior en el modo en que nos cuidamos unos por los otros en esta iglesia. Hasta que aprendamos a abofetear al cuerpo como Él lo hizo en el Jardín del Getsemaní, hasta entonces, no nos amaremos unos a otros como Cristo nos amó. Su cuerpo clamó diciendo: "¡NO, no seré crucificado!". Y Jesús batalló con Su cuerpo hasta el punto de sudar gotas de sangre. E hizo que su cuerpo fuera un siervo de amor.

A menos que aprendamos ese tipo de abnegación, en esta época de auto-gratificación, seguiremos desviándonos del doloroso camino del amor, y del costoso sendero de la obediencia misionera, y Dios nos evitará en su camino hacia el triunfo en el mundo.

Pero si mantenemos nuestros ojos en el premio, si nos gloriamos en la verdad de que ya Cristo nos obtuvo por Su propia sangre, si confiamos en la promesa de Su ayuda y Su gracia sustentadora, entonces correremos con poder en el sendero del amor. La misión será completada, y las personas verán nuestras buenas obras y darán gloria a nuestro Padre en los cielos.



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