La Congruencia de la Salvación por Gracia con Andar en Buenas Obras

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English: The Agreement of Salvation by Grace with Walking in Good Works

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Por Charles H. Spurgeon sobre Santificación y Crecimiento
Una parte de la serie Metropolitan Tabernacle Pulpit

Traducción por Allan Aviles


"No por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas." Efesios 2: 9, 10.

Quiero llamar su atención en lo referente a la inmediata vecindad de estas dos frases: "No por obras," y "Creados en Cristo Jesús para buenas obras." El texto resuena con un sonido singular, pues resulta extraño al oído que las buenas obras sean desaprobadas como la causa de la salvación, y que luego se hable de ellas como el grandioso fin de la salvación. Pueden considerar esto entre las conceptos que los puritanos llamaban "Paradojas Ortodoxas," si así lo quieren, aunque difícilmente sea un asunto tan complicado como para que merezca el nombre.

No hace mucho, procuré tratar el punto de la diferencia que se supone que existe entre la doctrina de la fe: "Cree, y serás salvo," y la doctrina del nuevo nacimiento y su necesidad: "Os es necesario nacer de nuevo." Mi método iba en este sentido: yo no expliqué las dificultades visibles para el lógico y para el doctor en metafísica. Más bien intenté demostrar que, prácticamente, no existen. Si únicamente tratamos con dificultades que bloquean el camino de la salvación, no hay ninguna. En cuanto a esos asuntos que no representan un estorbo real, los dejo donde están. Una roca que no entorpece el camino de nadie, puede quedarse donde está. El que cree en Jesús es nacido de nuevo. Estas dos cosas son igualmente verdaderas: tiene que haber una obra interna del Espíritu, y sin embargo, el que cree en el Señor Jesús tiene vida eterna.

Ahora, siempre hay una contienda vigente acerca de la doctrina de las buenas obras: y en lugar de tomar partido por un bando o por el otro, vamos a ver si existe realmente una controversia si nos apegamos a las Escrituras. Insistimos con todas nuestras fuerzas que la salvación "no es por obras, para que nadie se gloríe." Pero por otro lado, admitimos sin reservas y enseñamos con celo que "Sin santidad nadie verá al Señor." Allí donde no hay buenas obras, no mora el Espíritu de Dios. La fe que no produce buenas obras no es fe salvadora: no es la fe de los elegidos de Dios: no es fe, en lo absoluto, en el sentido escritural.

Simplemente he tomado estos dos puntos para exponerlos como ayuda y consuelo de los principiantes. No busco instruir a los que ya saben mucho. Mi meta en este momento es instruir a los principiantes acerca de este importante tema. La salvación no es por obras; pero, al mismo tiempo, nosotros, que somos los sujetos de la gracia divina, somos "Creados en Cristo Jesús para buenas obras." Esto está muy claro para el creyente entendido; pero los bebés en la gracia tienen sus ojos débiles, y no pueden percibirlo de inmediato.

Tiempo atrás, en la graciosa providencia de Dios, Lutero fue llamado a predicar la doctrina de la justificación por fe; la noción prevaleciente entre las personas religiosas era que los hombres deben ser salvados por obras; y el resultado fue que, desconociendo la raíz de la que brota la virtud, muy pocas personas poseían algunas buenas obras. La religión declinó de tal manera que se volvió un simple asunto de ceremonias vacías o de un encierro estéril; y, además, la superstición recubrió de tal manera la verdad original del Evangelio, que difícilmente se podía encontrar. El reino de la justificación propia y de la superchería clerical, no produjo ningún buen resultado sobre la masa de gente religiosa. Las indulgencias y el perdón de los pecados eran pregonados a lo largo de las calles, y vendidos públicamente. Se cobraba una cantidad por el perdón de un pecado, y otra cantidad por el perdón de otro, y el tesorero de "su santidad" en Roma, que mejor debiera llamarse "su impiedad", estaba abrumado de pagos para reducir las sentencias de un purgatorio inventado por Roma.

Lutero aprendió en el Volumen sagrado, por el Espíritu del Señor, que somos salvos sólo por gracia por medio de la fe; y, habiéndolo descubierto, fue de tal manera poseído por esa sola verdad, que la predicó con voz de trueno. Su testimonio se centró tanto sobre este punto, que sería ocioso esperar claridad igual con respecto a todas las otras verdades. Algunas veces yo le comparo con un toro que cierra sus ojos, y va directo hacia el objeto que quiere embestir. Con una poderosa embestida, Lutero derribó las puertas de la superstición papal. No vio nada, no quiso ver nada, excepto esto, "Por gracia sois salvos por medio de la fe." Hizo una muy buena labor y dejó muy en claro este punto, aunque mostró algunas deficiencias en otros.

Los ecos de su voz varonil resonaron a lo largo de los siglos. Noto que casi todos los sermones de los teólogos protestantes, durante mucho tiempo después de Lutero, trataron sobre la justificación por la fe. Independientemente de cuál fuera su texto, de alguna forma u otra, introducían ese artículo por el que una iglesia se sostiene o cae. Casi nunca concluían un sermón sin declarar que la salvación no es por obras, sino que es por fe en Jesucristo. Yo nos los censuro ni por un instante; por el contrario, les reconozco esto: es mejor hablar en demasía, que demasiado poco, sobre la doctrina central del Evangelio. Los tiempos requerían que ese punto quedara muy claro para todos los que se agregaban; y los predicadores reformadores lo dejaron muy claro. La justificación por fe era el clavo que necesitaba ser explicado y remachado; y todos los martillos daban en ese clavo. No fueron para nada tan específicos sobre muchas otras doctrinas, como lo fueron sobre esta; pero lógicamente era una piedra de cimiento, y estaban ocupados en colocarla, y la colocaron por completo y la afirmaron para siempre. Sin embargo, habrían completado más plenamente el círculo de la verdad revelada, si la santificación hubiera sido comprendida con la misma plenitud y explicada con la misma claridad, que la justificación. Hubiera sido muy bueno que las piernas del evangelio de la Reforma hubieran sido iguales, pues una era un poco más larga y más fuerte que la otra, y por tanto, había una pequeña cojera, leve, como la que experimentó el victorioso Israel cuando vino de Jaboc, pero cojera, al fin y al cabo, que habría sido bueno curar.

Hemos superado la etapa de predicar demasiado esa doctrina cardinal, aunque me temo grandemente que, en estos tiempos, carecemos de la suficiente predicación sobre la justificación por fe. Desearía que regresara la época luterana, y que pudieran escucharse una vez más los viejos truenos de Wittemberg; y, sin embargo, me contentaría si, en la predicación, se le dedicara el suficiente tiempo a todo lo que es de aplicación práctica en el Evangelio. La justicia imputada, definitivamente; pero también oigamos de la justicia impartida; pues ambas son preciosas bendiciones de la gracia. Los deberes (permítanme decir más bien, los altos y santos privilegios) que nos vienen como hijos y siervos de Dios, estos deben ser sostenidos y predicados plenamente, lado a lado, con la bendita verdad contenida en estas líneas:

"Hay vida en una mirada al Crucificado:
Hay vida en este instante para ti."

Voy a reflexionar, antes que nada, en el primer punto del texto, que es, "No por obras," o el camino de la salvación. "No por obras," es una descripción negativa, pero dentro del aspecto negativo yace claramente el positivo. La vía de la salvación es por algo diferente a nuestras obras. En segundo lugar, voy a hablar del andar de la salvación. Nosotros que somos salvos andamos en santidad; pues somos "Creados para Jesucristo para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas." Es un decreto del soberano Señor que Sus elegidos sean conducidos a andar en santidad.

I. Primero, entonces, EL CAMINO DE SALVACIÓN está descrito negativamente como "No por obras." Aunque muchos se ofenden por esto, no podemos evitarlo; la Escritura es lo suficientemente clara. Se nos dice que no debemos permitir que las personas canten en ninguna ocasión:

"Pecador, no hagas cosa alguna,
Ni grande ni pequeña,
Jesús lo hizo, lo hizo todo,
Desde mucho tiempo atrás."

Esa expresión ha resultado ser grandemente ofensiva para muchos; pero yo creo que, aunque la misma verdad hubiese sido expresada en otras palabras, la misma objeción habría sido interpuesta, pues lo que se objeta es la verdad, más que las palabras en las que está expresada. Mi propio texto sería muy objetable para tales personas: "No por obras." Están listos para hablar mal de Pablo, por expresarse de esta manera evangélica. Odian la doctrina de la salvación como un completo don, sin incluir absolutamente ningún mérito, una doctrina que nosotros amamos. Predicamos la salvación "no por obras." Repetimos esa enseñanza una y otra vez, y pretendemos repetirla continuamente, hasta la muerte. La salvación es por la misericordia del Señor, y no por las obras de la ley.

Si predicáramos que la salvación es por obras, agradaríamos a mucha gente excelente; pero como no sabemos que sea del todo para su beneficio que sean agradados, no cepillaremos ningún cabello de nuestra cabeza de manera diferente a como crece, para agradarles; muchos menos ocultaremos, o haremos a un lado, la verdad fundamental del Evangelio de Jesucristo, y eso por varias razones.

Si predicáramos a pecadores muertos en delitos y pecados, que la salvación es por sus propias obras, estaríamos haciendo a un lado el camino de la salvación por gracia. No puede haber dos caminos de salvación para el mismo pueblo. Si nos inclinamos por uno, prácticamente negamos el otro. No puede ser cuestionado que un hombre culpable, si va a ser salvo, debe ser salvo por medio de la misericordia de Dios. No puede ser negado, tampoco, que nuestro Salvador y Sus apóstoles enseñaron que somos salvos por fe. Un hombre tendría que tener sus ojos cerrados, si no ve que esto era lo que enseñaban. Si, entonces, yo enseño a los hombres que pueden ser salvos por obras, prácticamente les habría dicho que la salvación por gracia es un mito, una equivocación, un error perverso. Yo lo he desechado; pues, como lo he dicho antes, no puede haber dos caminos al cielo: no puede haber más de uno. Si yo abro el camino de salvación por obras, cierro el camino de salvación por gracia. Si la salvación es por méritos, no es por misericordia. Pero si los hombres no recibieran la salvación por la pura misericordia de Dios, ¡en qué condición tan infeliz nos encontraríamos! Negar la gracia es realmente negar la esperanza. ¿Dónde estaría, entonces, el Evangelio, o las buenas nuevas, o las buenas noticias? El camino de salvación por obras no es una "nueva." Es el viejo camino de las invenciones del hombre, que ha sido el error general y bien conocido en todas la épocas. Es más, no son "buenas noticias," o alegres nuevas; pues no hay nada de bueno ni alegre en eso. Que seremos recompensados por nuestras obras, es lo mismo que enseñaban los paganos. La justificación por representaciones religiosas, y obras meritorias, es exactamente igual al viejo fariseísmo con un nombre cristiano puesto sobre él. No sería digno de ser revelado por el Espíritu de Dios, pues puede ser visto a la luz de la propia vela del hombre. Esa doctrina convierte al Señor Jesucristo prácticamente en un don nadie; pues si la salvación es por obras, entonces el camino de la salvación a través de la fe en un Salvador es superfluo, e incluso perverso.

En seguida, predicar el camino de salvación por obras es proponer a los hombres un camino en el que ya han fallado. Si vas a ser salvado por obras, debes comenzar muy temprano: debes comenzar antes de pecar, puesto que un solo pecado decide el asunto. Pero ya comenzaste a quebrantar la ley de Dios. No me estoy dirigiendo a personas que apenas habrán de comenzar su camino, pues efectivamente ya comenzaron. Ya llevan un buen recorrido, de una manera o de otra; y como comenzaron en el camino de obras, ¡en qué fracaso lo han convertido desde ahora! ¿Acaso hay alguien aquí que pueda afirmar que ya es salvo por sus obras, en lo que lleva caminado hasta ahora? ¿Acaso alguno de ustedes no ha cometido pecado? Miren sus vidas; examinen sus conciencias; observen sus palabras, sus pensamientos, sus imaginaciones, sus motivos; puesto todo eso cuenta. ¿Hay algún hombre aquí que haga el bien, y no peque? La Escritura declara que "No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno." "Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino." El camino de salvación no puede consistir, por tanto, en seguir un camino del cual nos hemos apartado pecaminosa y consistentemente. Si ustedes fuesen perfectos como lo fue Adán antes de que pecara, podrían seguir el camino de las obras, y estar seguros; pero ustedes no están en esa condición. Si yo fuera enviado a un Adán y a una Eva libres de toda caída, podría proponerles el camino de salvación por la obediencia a la ley; pero ustedes han caído, y su naturaleza está inclinada a abandonar el camino recto. Los propios vestidos que ustedes usan demuestran que han descubierto su vergüenza. Las labores diarias que los agotan, comprueban que no están en el paraíso. La misma predicación del Evangelio implica que ustedes están en un mundo pecador. No están en posesión de una voluntad sin sesgo, o inclinada al bien: han elegido el mal, y todavía continúan eligiéndolo; y, por tanto, sólo estaría proponiéndoles una camino en el que ustedes ya han tropezado, y les estaría poniendo una tarea que no han podido cumplir.

Y, a continuación, pienso que todos ustedes admitirán que, el camino de salvación por buenas obras sería evidentemente inadecuado para un número considerable de personas. Voy a tomar un caso. Se requiere mi presencia por causa de una emergencia, en plena noche. Un hombre está muriéndose, súbitamente ha recibido el golpe mortal. Acudo a su lecho de muerte, como me fue solicitado. La conciencia permanece, pero él se encuentra evidentemente en una mortal agonía. Ha vivido una vida impía, y está a punto de morir. Su esposa y sus amigos me piden que le hable una palabra que pueda bendecirle. ¿Le diré que únicamente puede ser salvado por buenas obras? ¿Acaso tiene tiempo para obras? ¿Dónde está la posibilidad de obras? Mientras le hablo, su vida forcejea para escaparse de él. Me mira en la agonía de su alma, y balbucea la pregunta: "¿qué debo hacer para ser salvo?" ¿Acaso habré de leerle la ley moral? ¿Le expondré los Diez Mandamientos, y le diré que debe guardarlos todos? Menearía su cabeza y me diría: "los he quebrantado todos; estoy condenado por todos ellos." Si la salvación es por obras, ¿qué más podría decirle? No sirvo para nada. ¿Qué podría decirle? El hombre está completamente perdido. No hay remedio para él. ¿Cómo puedo decirle el cruel dogma del "pensamiento moderno" que su propio carácter personal lo es todo? ¿Cómo puedo decirle que no hay ningún valor en la fe, ninguna ayuda para el alma al mirar a otro: a Jesús, el Sustituto? No hay ningún susurro de esperanza para un moribundo en la dura y pétrea doctrina de salvación por obras.

Si la salvación fuera por obras, nuestro Señor no habría podido decirle al ladrón que moría a Su lado: "Hoy estarás conmigo en el paraíso." Ese hombre no podía hacer ninguna obra. Sus manos y sus pies estaban fijados a la cruz, y él se encontraba en las agonías de la muerte. No, debe ser por gracia, la gracia conquistadora; y el modus operandi (modo de operar) debe ser por fe, pues de lo contrario el Evangelio es una burla para los moribundos. El hombre debe mirar y vivir. El pecador agonizante debe confiar en el Salvador agonizante. Conforme la vida se desvanece, el penitente debe encontrar la vida en la muerte de Jesús. ¿Acaso no es claro que el evangelio de obras es inadecuado en casos tales como ese? Ahora, un evangelio que es inadecuado para alguien, no es el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo. Sí, lo digo categóricamente. Un evangelio que es inadecuado para todos es igualmente inadecuado para uno; y si se adecua real y verdaderamente a cualquier clase y condición, debe adecuarse a todas las clases.

Creo que les he comentado que, en una ocasión, recibí de parte de un caballero más bien eminente y aristocrático, una carta que tenía el propósito de irritarme mucho. Decía que había leído algunos de mis sermones cuando se encontraba en la costa del África, y descubrió que algunos individuos de color allá, ciertos "negros despreciables," se deleitaban mucho con los sermones. Escribió para informarme que yo era un predicador muy competente para "negros despreciables." Yo acepté de inmediato esa afirmación como un notable cumplido. Sentí que si podía predicar a "negros despreciables," podía predicar a todo el mundo; y que si el Evangelio que yo predicaba era adecuado para los nativos de la costa de África, sería definitivamente adecuado para la gente de Londres. Si aquellos que se encuentran muy lejos podían entenderlo, ustedes, que están cerca, también podrían entenderlo. El Evangelio no fue enviado al mundo para que fuera una medicina de patente que sólo pudiera ser comprada por los adinerados, o un ensalmo que sólo pudiera ser expresado por eruditos expertos en Latín. Es un Evangelio para todos los rangos y condiciones de hombres. Y si yo demuestro que lo que ustedes llaman el evangelio es inadecuado para los moribundos, o es inadecuado para los ignorantes, no es el Evangelio de Jesucristo. El Evangelio de la salvación por gracia por medio de la fe, es adecuado para toda clase de personas con las que tenemos que tratar. El hábito pecaminoso ha atado con grillos de hierro a muchos de nuestros conciudadanos, y el Evangelio puede liberarlos. Ya sea el hábito de la borrachera, o de la blasfemia, o el que sea, el hábito los aprisiona; y el profeta dice en lo relativo al hábito: "¿Mudará el etíope su piel, y el leopardo sus manchas? Así también, ¿podréis vosotros hacer bien, estando habituados a hacer mal?" ¿Con qué propósito, entonces, le grito al leopardo: "muda tus manchas," o al etíope, "muda tu piel"? Debo traer una fuerza superior que actúe sobre el leopardo o el etíope, antes de que esto pueda lograrse; y no hay fuerza en una simple exhortación. Pueden exhortar tanto como quieran a un ciego para que vea; pero no verá. Pueden exhortar tanto como quieran a un muerto para que viva; pero no vivirá solamente por causa de sus exhortaciones. Se necesita algo más. Las fuerzas de la depravación natural y de los hábitos adquiridos de pecado, en muchos casos, (yo pienso que ustedes concederán eso), vuelven inadmisible la doctrina de la salvación por obras; y si es inadmisible para uno, lo es para todos; pues no puede haber sino un Evangelio.

Vayan a los campos de prisioneros; vayan a sus cárceles; y simplemente vean qué pueden hacer con una doctrina de salvación por buenas obras. Regresarán desilusionados a casa, independientemente de cuán sincera sea su predicación. Pero vayan otra vez, y hablen de la gracia inmerecida y del amor agonizante, y del perdón comprado con sangre, y los ojos que derraman lágrimas, las confesiones de pecado, y los gritos pidiendo perdón, les dirán que no han hablado en vano.

Además, queridos amigos, si vamos y les predicamos a los hombres salvación por obras, les estaríamos predicando un camino de salvación imposible para todos por causa de la perfección de la ley. ¿Qué son las buenas obras para que puedan ameritar el cielo? ¿Qué son las buenas obras para que puedan asegurar la vida eterna? Estas no son las cosas fáciles que muchos imaginan. Deben ser perfectamente puras, consistentes y sin mancha. "La ley de Jehová es perfecta." Condena un pensamiento, e también la mirada de un ojo, como un acto criminal. "Cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón." La ley de Dios en diez mandamientos significa mucho más de lo que esas simples palabras implican: trata con todo el alcance de la condición, del motivo y del pensamiento humanos. No sueñen con que su alcance incluya únicamente los actos externos: en efecto incluye lo externo, pero discierne las partes íntimas del espíritu. Entre más entienda la ley un hombre, más se sentirá condenado por ella, y menos se entregará al sueño de que él, tal como es, será capaz jamás de guardarla impecablemente. Con esas manos tan sucias como las nuestras, ¿cómo podríamos hacer una obra limpia? Con corazones tan contaminados, ¿cómo podríamos ser "perfectos de camino"? La naturaleza no se eleva por encima de su fuente, y lo que sale del corazón no será mejor que el corazón, y el corazón es "engañoso más que todas las cosas, y perverso."

La ley de Dios es una; y si la quebrantas en un punto, la quebrantas en su totalidad. Si en una cadena que contiene cien eslabones, noventa y nueve son perfectos, pero hay un solo eslabón, en algún punto de la cadena, que es muy débil para la presión que deba soportar, la carga caerá al suelo igual que si veinte eslabones se hubieran roto. Un quebrantamiento de la perfecta ley de Dios implica una transgresión contra toda ella. Para ser salvo por obras, debe haber una obediencia absolutamente perfecta, una obediencia continuamente perfecta a la ley, en pensamiento, y palabra y obra; y esa obediencia debe ser practicada alegremente, y de corazón, pues esta es la parte esencial de la primera tabla: "Amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas." ¿Puedes guardar eso? Hombre vanaglorioso, ¿has medido tu fortaleza moral contra requerimientos tan grandes, y sin embargo tan justos? ¿Has demostrado hasta este momento ser capaz de cumplir la tarea? Y he aquí el resumen de la segunda tabla: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo." ¿Has intentado alguna vez hacer esto: amar a tu prójimo como a ti mismo? Has sido un poco amable, y algunas veces generoso; pero la norma de amar a tu prójimo como a ti mismo: ¿la has alcanzado jamás? ¿Ha sido tu caridad igual al amor a ti mismo? No creo que haya llegado ni a la mitad. Ahora, "Todo lo que la ley dice"; y si te dice todas estas cosas, y no puedes responder a sus requerimientos, ¿cómo puedes esperar que vivirás por ella? Cuando un hombre incumple la ley, esta lo condena; y su castigo (en otras palabras, su maldición) cae sobre él, como se lo merece. El que está bajo la ley, está bajo maldición. Todo lo que la ley tiene que decirte es: "Tú me has quebrantado, y debes morir por ello." Lean las maldiciones escritas en el Libro de Deuteronomio, y recuerden que todas ellas son pronunciadas sobre sus cabezas.

"Miren a las llamas que Moisés vio,
Y retrocedan, y estremézcanse, y desesperen."

Y además, queridos amigos, si predicamos salvación por obras, apartaremos las mentes de los hombres del sentido de su gran necesidad. Aquí hay una persona que sufre de una terrible enfermedad. Puede ser curada, pero deben usar el bisturí; pero si, en lugar de eso, le establezco normas de limpieza y de higiene general, podría hacerle algún tipo de bien; pero entre tanto, descuidaría su mal principal, y su enfermedad progresaría y se tornaría fatal. ¿Qué debo hacer, si soy un cirujano? ¿Acaso no deberé convencerle, primero, que se requiere de una cirugía mayor, y que debe someterse a ella? Todo lo demás será lo suficientemente conveniente, e incluso necesario, a su debido tiempo; pero no debo hacer nada que aparte su mente del gran mal primordial que está destruyendo su vida. Se le debe decir al pecador que debe nacer de nuevo, que su naturaleza está corrompida, que su naturaleza corrompida debe ser destruida, que debe crearse una nueva naturaleza en él: a esto debe volverse su mente. Debe ser hecha "una nueva criatura" en Cristo Jesús; y si yo lo motivo a una acción externa, con miras a su salvación por ese medio, estaría desviando sus pensamientos del mal interior del pecado, que es la verdadera esencia del asunto.

Oh, señores, si hubiesen cometido una ofensa en contra del gobierno de su país, y fueran encontrados culpables, y condenados a muerte, mi primera responsabilidad con ustedes consistiría en suplicarles que pidieran perdón a su reina. Yo podría ir a su celda, y decirles que me gustaría que se vistieran de una manera más respetable; que me gustaría que leyeran tal libro, o que aprendieran tal ciencia; y todo esto podría estar muy bien; pero lo primero que necesitarían es que su sentencia de muerte fuera revocada. Los exhorto, mis queridos lectores, a que hagan todo lo que es honesto, y recto, y bueno; pero hay algo que es más necesario que eso. Necesitan ser purificados de su pecado por la preciosa sangre de Cristo. Necesitan ser renovados en el corazón por el Espíritu Santo, y deben volver sus pensamientos a esas cosas. Primero y más que nada necesitan al Señor Jesús. Mírenlo a Él, se lo suplico. No me atrevo a exhortarlos a esta obra, o a esa, para que no distraigan su mente de Cristo.

La predicación de la justificación legal no tiene poder sobre los hombres. Las congregaciones que han recibido esa enseñanza son usualmente descuidadas, mundanas, y devotas de las diversiones carnales. Los que oyen acerca de las obras sienten como si ahora ya hubieran hecho lo suficiente, y no necesitaran practicarlas más. En esa doctrina no hay nada que despierte la ansiedad, o mueva el deseo, o sacuda las profundidades del alma. No hay nada divino respecto a ella, nada sobrenatural, nada que pueda levantar realmente al caído, animar al desfallecido, o inspirar al que posee gracia. Sin unción, vida, o fuego, un ministerio legal no es sino como tocar una pieza de baile para los cojos o establecer un curso de viva acción para una bóveda llena de cadáveres. Sabemos que este punto es un hecho, y por ello no vamos a repetir el experimento.

Me temo que, si comenzáramos a predicar la salvación por obras, alentaríamos el orgullo en unas personas y provocaríamos la desesperación en otras. Muchos pensarían que lo han hecho muy bien, al compararse con otras personas; por ello, rápidamente se envolverían en una falsa esperanza. Mas otros, sabiendo que no lo han hecho muy bien, al compararse con otros, pensarían que no habría esperanza para ellos, y se quedarían inmóviles sumidos en la desesperación. ¿Para qué propósito práctico podría servir esto: volver orgullosos a algunos, y más perversos a otros por causa de la influencia que ejercería la desesperación en ellos?

Pero lo peor de todo esque los estaría separando de Jesús. Nuestro oficio, hermanos míos, consiste en mostrar a Jesucristo. ¿Con qué propósito murió, si los hombres pudieran ser salvados por sus propias obras? Fue una superfluidad que colgara de la cruz si nuestros propios méritos pudieran abrir un camino de salvación. ¿Cómo podría el grandioso Dios permitir, e incluso ordenar, tal muerte, si pudiésemos ser salvados por nuestros propios méritos? ¿Por qué ese sudor de sangre? ¿Por qué esas manos y esos pies clavados? ¿Por qué ese: "Elí, Elí, ¿ama sabactani?, si ustedes pueden salvarse por ustedes mismos? Pero resulta que no es así. No pueden salvarse a ustedes mismos por esfuerzos propios, y por esta razón hemos venido a ustedes para inducirles a esto solamente: que deben ser salvos por fe en Él, a quien Dios ha establecido para que sea propiciación por el pecado. Ustedes necesitan el amor de Dios; necesitan el poder del Espíritu Santo; necesitan ser revividos a una vida nueva; necesitan ser ayudados para andar en los caminos de la justicia: en una palabra, necesitan todo hasta venir a Cristo, y todo lo que necesitan, lo encontrarán en Él, y solamente en Él. No hay nada que necesiten dentro de ustedes. Pueden hurgar, y mirar, y escarbar una y otra vez en el muladar de su naturaleza, pero nunca encontrarán allí la joya de la salvación. Esa perla de gran precio está en el Señor que asumió la naturaleza humana, y vivió, y amó, y murió, y se levantó de nuevo, para redimir de la caída a los hombres, y de todo el consiguiente pecado. ¡Oh, que miraran lejos del yo, de una vez por todas! Dios no quiera que al predicar alce jamás otra cosa delante de ustedes excepto al Salvador crucificado, como Moisés alzó la serpiente en el desierto, ordenando a los hombres que miraran y vivieran.

Hablar a los incrédulos acerca de la posibilidad de salvación mediante sus propias obras los apartaría de la vida eterna. Todo lo que la vida de la naturaleza pueda hacer, nunca bastará para producir una naturaleza superior. Dejen que lo natural se ejercite como pueda, pero nunca se elevará a lo espiritual. El mejor caballo de trabajo no se convierte por eso en un hombre: el mejor hombre viviente no regenerado, no se convierte por esa razón en regenerado. Debe haber un nuevo nacimiento; y eso viene por fe, y no por obras. Creer en Jesús es la puerta de entrada a la nueva vida, y no hay otra puerta. Si nosotros, de cualquier manera, los ponemos a buscar otra puerta, los haremos perder la única entrada, y eso será para la pérdida eterna de sus almas. Como nos espanta eso, resolvemos alzar cada vez más la cruz, y sólo la cruz, y una y otra vez clamamos: "Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo." ¡Dios no quiera que, por nuestros ensayos sobre la virtud, o "el entusiasmo de la humanidad," los distraigamos de apresurarse al Señor Jesús, para que les dé descano, y vida y santidad! Queremos que dejen correr sus pensamientos, todos ellos, al Calvario, a esa maravillosa Persona, cuyas heridas sobre el madero sangran salud para las heridas del pecado, y cuya muerte es para los creyentes, la muerte del poder del gran mal que una vez los tuvo cautivos.

Suficiente sobre un tópico del que no podremos hablar demasiado, y sobre el que insistiremos siempre, mientras haya vida o aliento, porque siempre será necesario mientras haya pecadores que necesiten salvación en la tierra.

II. Pero ahora llegamos a esta segunda parte, sumamente importante de nuestro tema, es decir, EL ANDAR DE LA SALVACIÓN. Los que han creído en Cristo, y han sido sujetos de la obra del Espíritu, ahora son "creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas." Dios desea que Su pueblo abunde en buenas obras. Su gran propósito es producir un pueblo idóneo para la comunión con Él: un pueblo santo, con el que pueda tener comunión en el tiempo y en la eternidad. Él desea que produzcamos, no solamente buenas obras, sino que abundemos en ellas, y que abundemos en el orden superior de esas buenas obras. Quiere que nos convirtamos en imitadores Suyos como amados hijos, que poseamos los mismos atributos morales que posee el Padre en el cielo. ¿Acaso no está escrito: "Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto"? ¡Oh, que nos acercáramos dentro de una distancia mensurable de esta consumación bienaventurada!

Observen en el texto, primero, que hay una nueva creación. Uno de los poetas dijo, hace mucho tiempo, que "un hombre honesto es la más noble de las obra de Dios." Eso no es cierto, a menos que pongamos en la palabra "honesto" un enfático sentido espiritual. Un hombre cristiano, sin embargo, es la obra más noble de Dios. Es el producto de la segunda creación. Al principio el hombre cayó, y estropeó la obra de su Creador; pero en la nueva creación, el que hace todas las cosas nos hace de nuevo. Ahora, el objetivo de la nueva creación de nuestra raza es la santidad para la gloria de Dios. No somos hechos de nuevo en la imagen del Adán caído, sino en la semejanza del segundo Adán. No somos creados de nuevo para pecar, esto no puede imaginarse. La nueva criatura no peca, pues es nacida de Dios. La nueva vida es una simiente viva e incorruptible, que vive y permanece para siempre. La vieja naturaleza peca, y siempre pecará; pero la nueva vida es por Dios, y se esfuerza diariamente contra el pecado de la vieja naturaleza, y persevera, y empuja hacia adelante hacia todo lo que es santo, recto y perfecto. Todos sus instintos corren hacia la perfecta santidad. La vieja naturaleza no se preocupa de orar; pero la nueva naturaleza ora tan necesariamente como respiramos. La vieja naturaleza murmura, pero la nueva naturaleza canta y alaba a Dios por un impulso interno. La vieja naturaleza va tras la carne, pues es carnal; pero la nueva naturaleza busca las cosas del Espíritu, pues es espiritual. Si han nacido efectivamente de nuevo, han nacido para la santidad. Si han sido creados de nuevo, han sido creados para buenas obras. Si no sucede así con nosotros, nuestra religión es una mera pretensión.

Esta nueva creación es en conexión con Cristo, pues leemos en el texto, "Creados en Cristo Jesús." Nosotros somos los pámpanos; Él es la Vid en la que crecemos nosotros. Su vida, y todo su poder de producir fruto yacen en su unión a Cristo. No son simplemente creados de nuevo, sino que son creados en Cristo Jesús. No se trata de un simple cambio de una naturaleza inferior a una superior, sino de una separación que había de Cristo a una unión con Él. ¡Qué cosa tan maravillosa es esa: que ustedes y yo no seamos únicamente criaturas en el mundo, sino nuevas criaturas en Cristo Jesús! Éramos criaturas en el primer Adán; pero nuestra nueva condición de criaturas es en el segundo Adán.

Amados, si son lo que profesan ser, son uno con Jesús por esa vital unión que no puede ser disuelta, y las buenas obras se desprenden de esa unión. Unidos a Jesús por la fe en Él, por el amor a Él, por la imitación de Él, ustedes andan en buenas obras. Su creación para la santidad es su creación en Cristo Jesús. Conforme se vuelven uno con el Salvador ungido, Su unción los ordena para el servicio, y su salvación los conduce a la obediencia. No puede sino haber fruto en ese pámpano que está vitalmente unido a ese fructífero tallo, Cristo Jesús, que siempre hizo las cosas que agradaban al Padre.

Nuestras buenas obras deben brotar de nuestra unión con Cristo en virtud de nuestra fe en Él. Dependemos de Él para que nos santifique. Dependemos de Él para que nos conserve santos. Vencemos al pecado por la sangre del Cordero. Nos esforzamos por alcanzar la santidad por el amor de Jesús que nos constriñe. El amor a Cristo es la fuerza motriz para hacer a un lado, primero un mal, y luego otro; y la energía que nos da la capacidad de seguir tras una virtud, y luego tras la otra. El amor a Cristo arde como un fuego en el pecho que lo ha concebido; y, conforme arde, hace que el corazón resplandezca y se transforme a su propia naturaleza. Si han visto una pieza de hierro cuando es puesta al fuego, toda negra y herrumbrosa, verán que en el fuego arde al rojo vivo con el calor; y, cuando ha enrojecido, ha eliminado el recubrimiento de herrumbre, hasta que al fin se ha visto como si ella misma fuera una masa de fuego. El efecto del amor de Dios, derramado en abundancia en el corazón por el Espíritu Santo, quema el sarro y las escamas del pecado y de la depravación, y nos convertimos en puro amor a Dios a través de la fuerza del amor de Dios, que toma posesión de nuestro ser.

Además, ese amor nos mueve a la paciente imitación de Cristo. ¿Saben lo que eso significa? "La Imitación de Cristo" es un libro maravilloso sobre el tema, que todo cristiano debería leer. Tiene sus defectos, pero son muchas sus excelencias. ¡Que no sólo leamos el libro, sino que lo escribamos de nuevo en nuestra propia vida y carácter, buscando en todo ser semejantes a Jesús! Es bueno que se hagan la pregunta en su casa: "¿qué haría Jesús?" Respondería a nueve de diez dificultades de casuística moral. Cuando no sepan qué hacer, y la ley no parezca ser muy explícita al respecto, pregúntense: "¿qué haría Jesús?" Sobre esto, entonces, se basa el caso: por su creación en Cristo, llegan a exhibir fe en Él, amor a Él, e imitación de Él; y todos estos son los medios por los cuales las buenas obras son producidas en ustedes. Son "creados en Cristo Jesús para buenas obras."

Observen que la creación para estas buenas obras está sujeta a un decreto divino: "Las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas." Este es el decreto de Dios. ¿Estoy ordenado para vida eterna? Responde a la pregunta: "¿estoy ordenado para buenas obras?" Si estoy ordenado para buenas obras, entonces efectivamente ando en ellas, y el decreto de Dios es cumplido manifiestamente en mí. Pero si hago una profesión de ser cristiano, y asisto a un lugar de adoración, y me felicito por mi seguridad, mientras sigo viviendo en pecado, entonces evidentemente no hay un decreto que establezca que andaré en buenas obras, pues estoy viviendo de manera diferente a la que ese decreto habría establecido que viviera.

¡Oh, amados, el eterno propósito de Dios es hacer santo a Su pueblo! ¡Estén de acuerdo con ese propósito, con la libertad de su renovada voluntad, y con el deleite de su corazón regenerado! Confórmense a la voluntad de Dios. Sí, deseen vehementemente, anhelen de todo corazón la perfecta santidad en el temor de Dios. Entonces podrán, en medio de severos forcejeos con la tentación, tanto externa como interna, apoyarse en el decreto de la predestinación. Como es el decreto de Dios que, siendo creados de nuevo en Cristo, esté lleno de buenas obras, lo estaré a pesar de mi vieja naturaleza, y a pesar de debilidad espiritual. El decreto, en la nueva criatura de Dios, será cumplido a pesar de mis circunstancias, a pesar de las tentaciones de mis circunstancias, a pesar de la oposición del diablo. Dios ha ordenado de antemano que andemos en buenas obras; y andaremos en ellas, sostenidos por Su santo Espíritu.

De esta manera, queridos amigos, estas buenas obras deben estar en el cristiano. No son la raíz, sino el fruto de su salvación. No son el camino de la salvación del creyente; son su andar en el camino de la salvación. Cuando hay una vida saludable en un árbol, el árbol dará fruto de acuerdo a su especie; así, si Dios ha hecho nuestra naturaleza buena, el fruto será bueno. Pero si el fruto es malo, es debido a que el árbol es lo que siempre fue: un árbol malo. El deseo de los hombres creados de nuevo en Cristo, es ser libres de todo pecado. De hecho pecamos, pero no amamos el pecado. El pecado gana poder sobre nosotros algunas veces, para nuestra tristeza, pero es una especie de muerte, para nosotros, sentir que hemos pecado; sin embargo, no tendrá dominio sobre nosotros, pues no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia; y por eso lo venceremos, y obtendremos la victoria.

El resultado de nuestra unión con Cristo debe ser la santidad. "¿y qué concordia Cristo con Belial?" ¿Cómo pueden aquellos que son del mundo, que aman al mundo, ser considerados miembros de la Cabeza que está en el cielo, en la perfección de Su gloria? Hermanos, en el poder del texto, y especialmente en el poder de nuestra unión con Cristo, debemos buscar alcanzar avances diarios en buenas obras, que Dios ha preparado de antemano para que andemos en ellas; pues andar significa no sólo perseverar sino avanzar. Iremos de poder en poder en santidad: deberemos hacer más y hacerlo mejor. ¿Qué estás haciendo por Jesús? Haz el doble. Si estás esparciendo ampliamente el conocimiento de Su nombre, trabaja con las dos manos. Si estás viviendo rectamente, busca hacer a un lado toda reliquia de pecado que more en tu carácter, para que puedas glorificar el nombre de Dios al máximo.

Y, finalmente, este debe ser nuestro ejercicio diario: "Para que anduviésemos en ellas." Las buenas obras no deben ser una diversión, sino una vocación. No debemos entregarnos a ellas ocasionalmente: tienen que ser el tenor y la dirección de nuestras vidas. "Oh," dirá uno, "esa es una palabra dura." ¿Lo crees? Bien, entonces, esto manifiesta y pone en claro la primera parte de mi tema. Ustedes ven cuán imposible es que sean salvos por estas buenas obras; ¿no es cierto? Pero si son salvos, si han obtenido una salvación presente, si ahora son hijos de Dios, si tienen ahora la garantía de su seguridad, los exhorto, por el amor que le tienen a Dios, por la gratitud que sienten hacia Su Cristo, a que se den enteramente a todo lo que es recto, y bueno, y puro y justo. Ayuden a todo lo que tenga que ver con la templanza, y la justicia, y la verdad y la piedad; y "Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos."

¡Que el Espíritu de Dios selle este sermón sobre los corazones de Su pueblo, por Cristo nuestro Señor! Amén.

Porción de la Escritura leída antes del Sermón: Efesios 2.


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