La tolerancia, la proclamación de la verdad, la violencia y la ley
De Libros y Sermones BÃblicos
Por John Piper sobre Religiones del Mundo
Traducción por Caridad Adriana Zayas Velázquez
Principios para los cristianos sobre cómo deben relacionarse con aquellos que profesan credos diferentes.
Desde el 11 de septiembre de 2001, la cuestión de cómo deben relacionarse cristianos y musulmanes los unos con los otros ha adquirido un carácter más urgente. A su vez, este asunto forma parte de un problema aun mayor: ¿cómo han sido llamados a vivir los cristianos en un mundo pluralista? Más específicamente, ¿cómo debemos pensar y actuar nosotros, los cristianos estadounidenses, en lo que concierne a la libertad de culto o de credo en un contexto pluralista que se define por los ideales de la democracia representativa? En particular, ¿cómo podemos dar testimonio de la primacía de Cristo en un mundo en el cual las culturas y religiones poderosas no comparten el amor por la libertad o los ideales de la democracia?
El 26 de agosto de 2002, los ancianos de la Iglesia Bautista Bethlehem aprobaron los siguientes 20 principios, que constituyen una guía fiel a la Biblia para los cristianos. Se los encomendamos en primer lugar a la iglesia que está bajo nuestro cuidado, para que le sean de guía y orientación; en segundo lugar a la comunidad más amplia del Cuerpo cristiano, para que lo considere seriamente y redunde en su beneficio; y en tercer lugar a aquellas comunidades que no son cristianas, con el fin de alcanzar y reforzar el entendimiento mutuo. Nuestro principal objetivo es ayudar a los cristianos a honrar y exaltar la singularidad y la supremacía de Jesucristo con humildad y coraje, de modo que los demás puedan honrarlo por la fe y tener vida eterna.
1. Ya sea que recibamos la aprobación o la desaprobación de los demás, debemos mantenernos firmes, con gratitud y alegría, en la verdadera comprensión bíblica de Dios, en el camino de salvación que Él ha dispuesto y en la vida de amor, pureza y justicia que Cristo ha forjado y enseñado (1 Corintios 15:2; Hebreos 3:6; Hebreos 4:14; Hebreos 6:18; Hebreos 10:23; Apocalipsis 2:13, 25; Apocalipsis 3:11).
2. Tanto en la iglesia como en el mundo debemos dejar en claro, de forma explícita, todo el consejo de Dios revelado en su palabra inspirada, la Biblia, que comprende tanto las partes aprobadas por los no cristianos como las que ellos no aprueban. No debemos esconder aspectos de nuestra fe para evitar las críticas o la desaprobación (Mateo 10:27-28; Efesios 6:19-20; 2 Corintios 4:2; Gálatas 1:10).
3. Es bueno y amoroso señalar los errores y el daño que causan las religiones que niegan a Cristo. El perjuicio consiste no sólo en determinados efectos temporales sino, especialmente, en el dolor eterno causado por rechazar la verdad de Cristo. Esta advertencia debe darse con seriedad y deseándole el bien a aquellos que están en peligro de padecer las consecuencias de no confiar en Cristo (Lucas 6:31-32; Romanos 13:10; 1 Timoteo 4:8; 2 Tesalonicenses 1:8-9; 2 Corintios 5:20).
4. Nosotros los cristianos debemos reconocer nuestros pecados y nuestra necesidad desesperada de redención mediante un Salvador que ha sido crucificado y ha resucitado, de modo que no debemos asumir la postura de merecedores de la salvación, como si tuviéramos intelecto, sabiduría o bondad superiores. Somos mendigos que, por gracia, han encontrado el pan de vida de la verdad, el perdón y el gozo. Deseamos ofrecérselo a todos, para que se unan a nosotros en la admiración y el disfrute de la grandeza de Cristo por siempre (1 Corintios 1:26-30; 1 Corintios 4:7; 1 Pedro 5:6; Santiago 4:8-10; Lucas 18:13-14; Mateo 10:8b).
5. Debemos presentar a Cristo, no como la victoria en una disputa entre religiones, sino como la persona más digna de confianza, más hermosa, más importante y más invaluable de la historia, y como el sustituto que más desesperadamente necesitamos y más amamos por dos motivos: 1) Él absorbió, mediante su sufrimiento y muerte, la ira de Dios en nuestro lugar; y 2) Él se convirtió en nuestra justicia delante del Dios Santísimo al vivir una vida sin pecado, la cual nos fue atribuida cuando creímos en Jesús (1 Corintios 2:1-2; 2 Corintios 4:4; 1 Pedro 2:6-7; Romanos 3:24-26; Romanos 5:18-19; Gálatas 3:13; 2 Corintios 5:21).
6. Debemos dejar en claro que la fe cristiana, que nos une a Cristo y todos los beneficios de su salvación, es una confianza desesperada, como la de un niño, en el valor y en la obra de Cristo, no en una obra meritoria que hayamos hecho nosotros. Nuestro llamado a que las personas se conviertan al cristianismo no es un llamado a trabajar para Dios o a ganar su aprobación realizando obras de justicia y amor. Llamamos a las personas a renunciar a toda autosuficiencia y a confiar por completo en la vida y muerte salvadoras de Jesucristo (Efesios 2:8-9; Tito 3:5; Romanos 4:4-5; Romanos 10:1-4; Filipenses 3:9).
7. Creemos que es justo y amoroso señalar públicamente los errores de las demás creencias, siempre y cuando esto se haga contando con evidencia suficiente de que los escritos sagrados o los portavoces representativos de esos credos en efecto expresan esos errores. Es fundamental que nos esforcemos para evitar tergiversar las demás creencias, dado que eso no sólo es irrespetuoso sino que también socava nuestra propia credibilidad (Hechos 6:8 - 7:53; Marcos 12:24; Marcos 8:33; Hechos 3:15; Hechos 5:30; Éxodo 20:16; Efesios 4:25).
8. Cuando exponemos los errores de otras religiones, debemos sentir y expresar pena y compasión por aquellos que no abrazan a Cristo para obtener la salvación (Lucas 19:41-42; Filipenses 3:18; Romanos 9:1-3; Romanos 10:1).
9. Debemos dejar en claro que somos en primer lugar cristianos y en segundo lugar estadounidenses. Somos extranjeros y exiliados en el mundo y nuestra más profunda y verdadera ciudadanía está en el cielo. Nuestro Señor y Líder supremo es Jesucristo, no el presidente de los Estados Unidos de América. Esta lealtad primordial y más profunda nos une a los cristianos de todas las naciones más firmemente de lo que nuestra ciudadanía secular nos une a otros estadounidenses. En lo que respecta a muchos valores y comportamientos norteamericanos, somos ciudadanos disidentes. La cultura norteamericana no equivale al cristianismo. No creemos que sea antipatriótico criticar los aspectos injustos e impíos de nuestra propia cultura (Filipenses 3:20; 1 Pedro 2:11; Mateo 22:21; Hechos 5:29; 1 Timoteo 6:14-15; Apocalipsis 17:14; Efesios 5:11).
10. No debemos esperar que haya un “juego limpio” en un mundo que por siglos ha sido hostil hacia Dios y al que le incomoda la verdad de Cristo. Por consiguiente, nuestra respuesta ante los insultos, las tergiversaciones y las calumnias no debe ser el resentimiento y el enojo, sino ser testigos pacientes de la verdad, orando con la esperanza de que pagar bien por mal puede abrir los corazones a la verdad. Debemos reconocer que la persecución de diferentes tipos es normal y que mucha de la protección que tenemos en Estados Unidos es algo anormal en la historia y en el mundo. No podemos dar a conocer y difundir nuestro testimonio mientras jadeamos y resoplamos, resentidos por la violación de nuestros derechos. Nuestro testimonio se difundirá por medio del sufrimiento, estando “como entristecidos, mas siempre gozosos”, venciendo el mal con el bien, y haciendo declaraciones rotundas y una defensa razonable de la verdad (Mateo 5:43-45; Romanos 12:17-21; 1 Corintios 4:12-13; 1 Tesalonicenses 5:15; 2 Timoteo 3:12; 1 Pedro 2:15, 19-24; 1 Pedro 3:9; 1 Pedro 4:12).
11. Debemos renunciar a toda forma de violencia como medio para difundir nuestras creencias. Los cristianos bíblicos no tratan de proclamar sus creencias mediante el uso de la violencia política o personal. Los cristianos proclaman sus creencias por medio del sufrimiento, no causando sufrimiento. Los cristianos auténticos no pueden ser coaccionados por la fuerza o por la manipulación (Lucas 10:3; 2 Corintios 5:11; Colosenses 2:24; 1 Pedro 2:19-24; Apocalipsis 12:11).
12. Debemos reconocer y proclamar que Cristo, cuando vuelva en persona, castigará a aquellos que lo han repudiado. Los destinará al juicio eterno y los sufrimientos del infierno. Sin embargo, debemos dejar bien en claro que la violencia que Cristo ejercerá en el final de los tiempos es una razón decisiva por la cual no debemos ni podemos ejercer violencia contra los demás debido a sus creencias. Este es un derecho de Cristo, no nuestro (Mateo 25:46; Romanos 12:19; 2 Tesalonicenses 1:7-9; 1 Pedro 2:20-23; Apocalipsis 6:16).
13. En el tiempo presente, previo a la venida del mismo Cristo en persona, las autoridades civiles no deberían hacer uso de la fuerza física ni de ningún otro medio de coacción por la fuerza o la denegación de ayuda o derechos para recompensar o castigar a las personas por sus creencias. Esto queda implícito en el patrón bíblico de la fe voluntaria, que se incita por el poder de la persuasión y el ejemplo, y en la necesidad de gracia divina que posibilita la conversión (2 Corintios 5:11; 1 Tesalonicenses 1:5-6; Efesios 2:8-9; Hechos 6:14; Filipenses 1:29; 2 Timoteo 2:24-26).
14. Las autoridades civiles no deben hacer uso alguno de la fuerza física ni de ninguna otra forma de coacción por poder, ni de la denegación de los derechos, como medio para castigar a las personas por causa de sus palabras, escritos o arte, a menos que pueda demostrarse, a través de un proceso legal apropiado, que el mensaje revela la intención de cometer actos criminales o incitar a otros a cometerlos (ver el punto 13).
15. Creemos que Dios le ha conferido al gobierno civil, y no a los individuos ni a la Iglesia, el deber de “blandir la espada” por la justicia y la seguridad (Mateo 26:52; Romanos 13:1-4; Romanos 12:17-21; 1 Pedro 2:20-23; 1 Pedro 3:9, 14).
16. Debemos saber distinguir entre una guerra justa en defensa propia ante a una agresión, y una guerra religiosa en contra de los pueblos debido a sus creencias. Debemos reconocer que es probable que esta distinción no sea reconocida por ciertas religiones que incluyen en la definición de sus creencias el derecho a la dominación cultural por la fuerza. No obstante, debemos insistir en esta distinción en lugar de aceptar la acusación del agresor, que afirma que nuestra resistencia ante su agresión es un ataque religioso a su fe. Debemos argumentar que el fundamento de la defensa nacional es el derecho civil a la libertad (de culto, de expresión, de prensa y de reunión), no la desaprobación de la religión que subyace al ataque. Nosotros diferimos profundamente con otras religiones, pero esas diferencias no son el fundamento de la defensa armada nacional. Debemos distinguir entre la resistencia militar de facto en contra de una fuerza motivada por la religión, y el motivo de nuestra resistencia, que no es el rechazo a religión alguna, sino la libertad de todas las religiones de ganar adeptos por los medios pacíficos de la persuasión y la atracción (implícito en los principios anteriores).
17. Debemos reconocer que las creencias y las conductas no tienen el mismo peso ante la ley. Ninguna creencia debe ser reprimida por las autoridades civiles. Sin embargo, algunas conductas basadas en las creencias pueden estar fuera de la ley y, por ende, ser punibles por las autoridades civiles. Estas conductas incluyen: asesinatos, agresiones, robos, diferentes formas de discriminación, etc. Qué comportamientos están prohibidos por la ley en una sociedad basada en la libertad de credo y de culto, es algo que se determina en un proceso de persuasión, debate y elección de los representantes legislativos, mediante los mecanismos de control proporcionados por las ramas ejecutiva y judicial del gobierno y por las salvaguardas constitucionales, que garantizan los derechos de las minorías. Se reconocen las ambigüedades (ver el punto 13 y las implicaciones de los principios previos en su conjunto).
18. Debemos hacer una distinción entre el derecho a criticar las creencias erróneas y conductas pecaminosas, y la falsa deducción de algunos, que creen que esta crítica les permite ejercer malos tratos de manera legítima sobre los defensores de las creencias criticadas. No debemos aceptar la acusación de que criticar o exponer a ciertos grupos afirmando sus errores o su posición de pecadores es una forma de “maltrato”. No es un crimen (ni un delito de odio ni ningún otro) llamar públicamente a las creencias de alguien erróneas o dañinas, o denunciar el comportamiento de algunos afirmando que es pecaminoso y destructivo. Una parte necesaria de todo debate en torno a las creencias, conductas y propuestas es el argumento de que algunas son erróneas, infundadas y tienen efectos nocivos. Así es como transcurre todo debate político. No es ilegítimo hacer lo mismo en la esfera religiosa. Por ejemplo: si alguien agrediera violentamente a un senador estadounidense en la calle después de que él hubiese sido criticado en una sesión del Senado porque su proyecto de ley tenía errores, estaba basado en la desinformación y podría resultar en perjuicio de las personas pobres, no culparíamos al senador que lo criticó por el posterior ataque ni lo acusaríamos de incitar a la violencia. Por lo tanto, debemos distinguir entre la crítica pública de creencias y conductas, y la inferencia ilegítima de que estas creencias erróneas y comportamientos pecaminosos justifican los maltratos (ver los puntos 3 y 7).
19. Creemos que los diferentes credos cambian el sentido interno de todas las convicciones y conductas, pero que no cambian la forma de todas las convicciones y conductas. De ahí que, por ejemplo, dos personas puedan tener diferentes creencias pero puedan mantener la misma convicción y conducta en lo concerniente al aborto. Desearíamos que todas las personas compartieran la fe en Cristo y tuvieran convicciones y conductas cuyo sentido interno fuera que Cristo es el Señor y el tesoro de la vida. Sin embargo, aun cuando ese no fuera el caso, nos alegra tener convicciones y comportamientos en común con aquellos que difieren con nosotros en la fe. Creemos que es posible hacer causa común con ellos en los asuntos sociales, en tanto esta acción conjunta no socave las bases ni el sentido de nuestra convicción orientada a exaltar a Cristo (1 Corintios 10:31; Colosenses 3:17; Romanos 14:23).
20. Creemos que toda religión, cosmovisión o filosofía de vida puede, libremente, procurar influir sobre nuestra cultura y moldearla. Renunciamos al uso de la fuerza, los sobornos y el engaño en nuestros esfuerzos por moldear la cultura. Apoyamos la predicación del evangelio, la promulgación de la verdad, los modelos de amor y justicia, el poder de la oración, el uso de la persuasión y la participación en el proceso político. Reconocemos que todas las leyes “imponen” las convicciones conductuales de un grupo sobre todos los demás. Por ende, no es una crítica convincente el decir que una ley que controla las conductas es mala porque “impone la moralidad de algunos” por sobre la sociedad. Sin embargo, esto hace que sea mucho más importante que apoyemos los principios, las leyes y las políticas que protegen las libertades legales de las minorías que no cuentan con el número necesario de personas para influir en los procesos legislativos. El alcance de estas libertades está determinado por los principios anteriormente expuestos, especialmente el punto 17 (implícito en los principios anteriores).
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