Pero si no
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Greg Morse sobre Sufrimiento
Traducción por E. G.
Contenido |
Caminando al sufrimiento con fe
“No te preocupes, amigo”, me dijo. “Si Dios hace lo que hemos hablado, confío en que Él sacará de esto algo maravilloso”.
No te preocupes. La ironía no podía ser más evidente. Era él, no yo, el que se dirigía a casa, a un país hostil. Era él, no yo, el que ya había recibido amenazas de muerte de antiguos amigos musulmanes que le esperaban allí. Y era él, no yo, quien buscó confortar a otros en las horas previas a su partida.
Si Dios hace lo que hemos hablado —esa era una forma de resumirlo—. Después de cuarenta minutos, compartió una historia tras otra de lo que su gobierno, amigos, y familia habían hecho a aquellos incluso tan solo acusados de seguir a Jesús. Algunos fueron llevados para ser “interrogados” y nunca se les volvió a ver. Otros fueron ejecutados públicamente como ejemplos para disuadir a los demás, como mi amigo, de llamar Señor a Jesús. La excomunión de la familia parecía ser el más misericordioso de los posibles resultados.
Él se marchaba a casa a hablarles sobre su Señor. Podría haber sido su muerte. Habíamos estudiado textos como 1 Pedro y Romanos 8 juntos, preparándonos para sufrir bien. Oramos y se fue, confiando en que Dios podría protegerle de todo daño si así lo deseaba, y que si Dios no lo hacía, es porque sacaría algo mejor por medio de eso.
Dios de la posibilidad
Sea o no así de extremo, Dios ciertamente nos puede liberar de cualquier aflicción que enfrentamos.
Él puede liberarnos de la opresión. Él puede liberar a su pueblo de la persecución. Jesús nos enseña a orar, “líbranos del mal”, porque Dios puede. Pero, por supuesto, todo esto es fácil de decir cuando no estamos sufriendo o nos sentimos amenazados. Es difícil anunciar: “Dios es soberano sobre mi cáncer”. Más difícil aún: “Dios es soberano sobre el cáncer de mi esposa”. Y todavía más: “Dios tiene el control de la enfermedad terminal de mi hija”. La gloriosa verdad de la soberanía de Dios puede ser difícil de ver en esas épocas.
Pero la pregunta que todos debemos responder en este breve instante de la eternidad es la siguiente: Si Dios no hace lo que nosotros sabemos que puede hacer —curar, redimir, reparar—, ¿confiaremos en Él? Si se niega a contestar a nuestras súplicas de la manera que nosotros esperamos, ¿lo amaremos, lo obedeceremos y perseveraremos en la fe hasta el final?
¿Diremos desafiantes, después de orarle acerca de nuestras penas más profundas y los golpes más dolorosos, después de echar sobre Él cargas tan pesadas que amenazan diariamente nuestra voluntad de seguir adelante, diremos después de sufrir un dolor tan paralizante que incluso no nos deje llorar, diremos junto a mi amigo, y los tres jóvenes judíos que enfrentan el horno de fuego ardiente, “Pero si no...”?
Pero si no
Negándose a someterse —incluso ni para evitar ser quemados vivos—, se plantaron ante el rey de Babilonia y la enorme estatua de oro de sí mismo. Nabucodonosor pensaba que él era un dios. Exigió que ellos le adorasen. Pero los tres jóvenes doblaban sus rodillas solo ante el Dios verdadero, y así lo declararon cuando se les convocó para arrodillarse,
“No necesitamos darte una respuesta acerca de este asunto. Ciertamente nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiente; y de tu mano, oh rey, nos librará. Pero si no lo hace, has de saber, oh rey, que no serviremos a tus dioses ni adoraremos la estatua de oro que has levantado”. (Daniel 3:16-18, LBLA)
Otros israelitas yacían postrados alrededor de ellos. Solo ellos hicieron que se escuchara la proclamación de fe disponible para nosotros hoy: “Mi Dios me librará, Pero si no, seguiré confiando en Él. El Señor es lo suficientemente fuerte como para rescatarme si Él lo elige. Pero si no, no voy a ceder al pecado. Mi Dios es capaz de sanarme si decide que es lo mejor. Pero si no, no voy a abandonar mi confesión de fe. Mi Dios puede deshacer esta discapacidad solo con decir la palabra. Pero si no, confiaré en el Dios que me hará resucitar de la muerte”.
Podemos unirnos a los fieles y decir “Toma a mi Isaac, toma mi familia y sirvientes, toma mi salud, y yo cantaré, ‘mi alma está en paz’. Contenderé, ‘Todo lo puedo en Cristo que me fortalece’. Razonaré: “Considero que los sufrimientos presentes son ligeros y temporales en comparación con lo que me espera”. Resolveré: “Aunque la tierra tiemble y los montes sean arrojados al mar, no temeré ni me moveré”.
No voy a correr. No voy a esconderme. Me jactaré de mi debilidad. Les diré a quienes se ríen de mí: “Aunque me mate, ¡voy a confiar en Él!”. Diré claramente: “¡Yo sé que mi Redentor vive!”.
Y rogaré, oh, rogaré: “Señor, líbrame del mal”. Oraré: “Padre, aparta de mí esta copa”. Oraré: “Dios mío, en ti confío; no sea yo avergonzado, que no se regocijen sobre mí mis enemigos”. Y también oraré, “pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”.
Y cuando desespere de la vida misma, imploraré a mi Salvador, “Sácieme por la mañana con tu misericordia”. Y cuando la duda me tiente, oraré: “¡Señor, creo; ayuda a mi incredulidad!”. Y si mi enemigo prevalece sobre mí en esta vida, si me cubre de rocas, enviándome a la Roca de los Tiempos, Oraré: “Señor Jesús, ten misericordia de ellos”. Y, “Padre, ¡en tus manos encomiendo mi espíritu!”.
En las llamas
¿Sientes como si te estuvieras deslizando y cayendo al horno? ¿Sientes que ya estás en las llamas que arden siete veces más caliente de lo normal (Daniel 3:19)? ¿Sientes que simplemente no puedes seguir adelante? ¿Ves la cuarta persona que está en las llamas contigo (Daniel 3:25)?
¿Le ves simpatizar contigo? ¿Le ves sufrir por ti? Cuando todo lo demás falla, ¿es suficiente para ti? ¿Crees en su promesa de que pronto no sufrirás más? ¿Lo ves contigo? ¿Sabes cuál es la profundidad de su amor por ti? ¿Sabes que Él te está fortaleciendo, incluso en esto, incluso ahora? ¿Están sus manos llenas de cicatrices sosteniendo las tuyas mientras te susurra de la gloria por venir?
¿O ha robado el engañador tu valentía? ¿Ha estado sembrando la duda en tu corazón? ¿Estás a punto de morir, no porque las llamas rocen tu cuerpo, sino porque han empezado a chamuscar tu fe? ¿La esperanza diferida ha hecho enfermar tu corazón?
No te canses de hacer el bien. No te rindas en la lucha de la fe. Considera a aquel que sufrió tal hostilidad contra sí mismo para que no desfallecieses. Puede que no te libres de este horno, pero te levantarás de él a un lugar donde la agonía no puede seguirte. Con la gracia que Dios provee, resiste y di: “Mi Dios puede librarme de esta pesadilla si así lo elige. Pero si no, yo bendeciré su santo nombre y despertaré para ver su rostro en gloria”.
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