Si Dios no te cura

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English: If God Doesn’t Heal You

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Por Kathryn Butler sobre Sufrimiento

Traducción por Harrington Lackey

n el hospicio de casa, pero ella se aferró a su convicción de que Dios debe derretir su enfermedad pero en su lugar, insistió en la quimioterapia de última hora.  Aun así, el cáncer continuó su marcha mortal. El líquido ensatuó sus extremidades y saturaba sus pulmones. Una noche horrible, con las alarmas de la UCI sonando su elegía, su corazón temblaba y se detuvo.</p>

Totalmente desprevenida para perderla, su familia enrolló la pena.   Estuvieron angustiados cómo durar sin ella y se esforzaron por conciliar este parpadeo de una vida querida, fiel, contra sus peticiones continuas a Dios para la cura.  ¿Cómo había pasado esto? se lamentaban. ¿Había notado Dios sus oraciones? ¿Había escuchado? ¿No rezaron lo suficiente? ¿Su fe era demasiado escasa? ¿Cómo pudo Dios ignorarla cuando le era tan fiel?

Dios creó el cielo y la tierra, catapultó a los planetas en movimiento, y reunió el andamio de nuestro citoplasma. Seguramente, también podría erradicar nuestro cáncer, realinear nuestros huesos o restaurar el flujo sanguíneo a las áreas que motean.

Una espina por ahora

Dios puede y sana. En mi propia práctica clínica, usó la recuperación improbable de un paciente para atraerme a sí mismo.  A lo largo del ministerio de Jesús, realizó curaciones milagrosas que glorificaron a Dios y profundizaron la fe (Mateo 4:23; Lucas 4:40).  La Biblia nos anima a orar en serio (Lucas 18:1–8; Filipenses 4:4–6). Si el Espíritu nos mueve a orar por la sanación, ya sea para nosotros o para nuestros vecinos, debemos hacerlo con fervor.

Aún mientras oramos, nos debemos ocupar de una distinción crítica: aunque Dios nos pueda curar, nunca debemos suponer que debe.

La muerte es la consecuencia de la caída (Romanos 6:23). Nos supera a todos nosotros, y más comúnmente recluta enfermedades como su vehículo.  Cuando Cristo regrese, ninguna enfermedad se mancha la creación de Dios (Apocalipsis 21:4), pero por ahora, debemos esperar y gemimos como nuestros cuerpos se marchitan.  Podemos percibir que nuestra sanación es el mayor bien, pero la sabiduría de Dios supera incluso los alcances más impresionantes de nuestro entendimiento (Isaías 55:8). No podemos doblar su voluntad para parecernos a la nuestra.

Una y otra vez la Biblia representa casos en los que Dios no erradica inmediatamente el sufrimiento, sino que se relaciona con él para siempre (Génesis 50:20; Juan 11:3–4; Romanos 5:3–5).  <<Me fue dada una espina en la carne,>> el apóstol Pablo escribe de su propia aflicción física.    <<Tres veces he rogado al Señor para que lo quitara de mí.   Y Él me ha dicho: Te basta mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad.>> (2 Corintios 12: 7-9) Dios respondió a las oraciones de Pablo por sanarlo no curarlo, sino trabajar a través del sufrimiento de Pablo para acercarlo más a su gloria. En el ejemplo más exquisito, a través de su sufrimiento y muerte, Cristo nos redime de nuestros pecados y derrama gracia sobre nosotros (Romanos 3:23–25; Efesios 1:7).

Un latido del corazón al cielo

Cuando no hacemos caso del trabajo de Dios en el sufrimiento y nos partimos sin aliento sólo a nuestra esperanza de una cura, abandonamos oportunidades de cierre, compañerismo y preparación espiritual al final de vida.  La investigación advierte que aquellos de nosotros dentro de una comunidad religiosa con mayor probabilidad perseguirán medidas agresivas al final de vida, y más probablemente morir en un ICU.

Si enfocamos sólo en una cura, más que en la realidad de nuestra mortalidad física, podemos perseguir tratamientos que no sólo no nos salvan, sino que también nos privan de nuestras capacidades para pensar, comunicar y orar en nuestros últimos días.  Nos olvidamos de que si nuestra curación no está dentro de la voluntad de Dios, tendremos la fortaleza, paz y discernimiento para perseverar. Y si la curación no viene, un sencillo enfoque sobre curación nos abandona y aquellos que amamos con dudas inquietantes acerca de la validez de nuestra fe.

El Evangelio ofrece una esperanza que supera la reparación de nuestros cuerpos.  Este lado de la cruz, aunque nuestra visión se oscurece y el mundo se cierra, no debemos temer a la muerte.  Cristo ha vencido, y por medio de su resurrección la muerte ha perdido su aguijón (1 Corintios 15:55–57). La muerte no es más que un aliento momentáneo, una transición, un latido antes de reunirnos con nuestro Señor resucitado (2 Corintios 4:17–18).  Como consecuencia de la cruz, la muerte no es el fin. Por medio del sacrificio de Cristo por nosotros, a través de la gracia desbordante y suficiente de Dios, tenemos sanación espiritual para sostenernos a través de la eternidad, aun cuando nuestros cuerpos actuales se deforman y se rompen.

Oren por más

Cuando una enfermedad que pone en peligro la vida, por todos los medios ora por la sanación si el Espíritu te conmueve.  Pero también oran para que, si la cura no está de acuerdo con la voluntad de Dios, él podría equiparlos a ti y a tus seres queridos con fortaleza, claridad y discernimiento.  Ora para que nos conceda a todos la paz para perseverar, a través del dolor, a través de la enfermedad, con los ojos echados hacia el cielo aun cuando el miedo nos empuje a arrodillarnos.  Ora para que cuando las sombras invaden, y la luz dentro de nosotros marchita, que la luz del mundo ilumine nuestras mentes y corazones, nos atrae hacia sí en nuestros últimos momentos en esta tierra.  Reza que supiéramos en nuestros corazones que nuestro final en esta tierra no es de ningún modo el final.

No importa qué tan oscura la muerte parece, es fugaz y transitorio, un simple aliento antes de la vida eterna.


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