Si Dios no te cura
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Kathryn Butler sobre Sufrimiento
Traducción por Harrington Lackey
Las semanas de la quimioterapia erosionaron el tejido de su boca, destruyeron su sistema inmunológico, y culminaron en una cirugía larga de muchas horas para extraer un tumor del tamaño de un pomelo.
En todas partes, los amigos y seres queridos elevaron una oración sincera pero singular: Sánala, Señor. Ella se envolvió en sus palabras como si se ciñiera una armadura. Después, señaló a una línea en el informe de patología que describía células muertas en el centro del tumor, y alabó a Dios por su misericordia. Razonó que la quimioterapia había matado el tumor antes de que su cirujano alguna vez pusiera el cuchillo sobre la piel, y que la curación por la cual oró estaba cercana.
Pero esas células muertas no prometían cura. Más bien, indicaron un cáncer tan agresivo que los vasos sanguíneos no podían hacer un túnel hacia su centro. El tumor estaba creciendo tan rápidamente que no podía soportar su propio medio. Unos meses más tarde, el cáncer no sólo regresó, sino que se propagó, obstruyendo sus pulmones y salpicando su cerebro.
Enroscándose en la tristeza
Conforme el delicado equilibrio de su sistema de órganos se desmenuzaba y derrumbaba, las oraciones por una curación se volvieron más ardientes, tanto las de su iglesia como las de sus propios labios. Sus médicos recomendaron el hospicio en casa, pero ella se aferró a su convicción de que Dios debía derretir su enfermedad, e insistió en la quimioterapia de última hora. Aun así, el cáncer continuó su marcha mortal. El líquido hinchaba sus extremidades y saturaba sus pulmones. Una noche horrible, con las alarmas de la UCI haciendo sonar su elegía, su corazón tembló y se detuvo.
Totalmente desprevenida para perderla, su familia se enroscó en la tristeza. Agonizaron pensando en cómo soportar sin ella y se esforzaron por conciliar esta pérdida de una vida querida y fiel, contra sus peticiones continuas a Dios por una cura. ¿Cómo había pasado esto? se lamentaban. ¿Había notado Dios sus oraciones? ¿Había escuchado? ¿No oraron lo suficiente? ¿Su fe era demasiado escasa? ¿Cómo pudo Dios ignorarla cuando ella le era tan fiel?
Dios creó el cielo y la tierra, catapultó a los planetas al movimiento, y ensambló el andamio de nuestro citoplasma. Seguramente, también podría erradicar nuestro cáncer, realinear nuestros huesos o restaurar el flujo sanguíneo a las áreas que gotean.
Una espina por ahora
Dios puede sanar y lo hace. En mi propia práctica clínica, usó la recuperación improbable de un paciente para atraerme a sí mismo. A lo largo del ministerio de Jesús, realizó curaciones milagrosas que glorificaron a Dios y profundizaron la fe (Mateo 4:23; Lucas 4:40). La Biblia nos anima a orar fervientemente (Lucas 18:1–8; Filipenses 4:4–6). Si el Espíritu nos mueve a orar por sanidad, ya sea para nosotros o para nuestros vecinos, debemos hacerlo con fervor.
Sin embargo, mientras oramos, debemos tener en cuenta una muy importante distinción: aunque Dios nos pueda curar, nunca hemos de suponer que debe hacerlo.
La muerte es consecuencia de la caída (Romanos 6:23). Nos supera a todos nosotros, y lo más común es que reclute enfermedades como vehículo. Cuando Cristo regrese, ninguna enfermedad manchará la creación de Dios (Apocalipsis 21:4), pero por ahora, esperamos y gemimos conforme nuestros cuerpos se marchitan. Podemos percibir que nuestra sanación es el mayor bien, pero la sabiduría de Dios supera incluso los alcances más impresionantes de nuestro entendimiento (Isaías 55:8). No podemos torcer su voluntad para que se parezca a la nuestra.
Una y otra vez la Biblia representa casos en los que Dios no erradica inmediatamente el sufrimiento, sino que se involucra con él para bien (Génesis 50:20; Juan 11:3–4; Romanos 5:3–5). "Me fue dada una espina en la carne", escribe el apóstol Pablo de su propia aflicción física. "Tres veces he rogado al Señor para que lo quitara de mí. Y Él me ha dicho: Te basta mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad". (2 Corintios 12:7-9, LBLA) Dios respondió a las oraciones de Pablo por sanidad, no curándole, sino más bien obrando por mediodel sufrimiento para acercarlo más a su gloria. En el ejemplo más exquisito, a través de su sufrimiento y muerte, Cristo nos redime de nuestros pecados y derrama gracia sobre nosotros (Romanos 3:23–25; Efesios 1:7).
Un latido del corazón al cielo
Cuando ignoramos la obra de Dios en el sufrimiento y nos aferramos sin aliento sólo a nuestra esperanza de una cura, abandonamos oportunidades de cierre, compañerismo y preparación espiritual al final de la vida. La investigación advierte que aquellos de nosotros que estamos en una comunidad religiosa, buscamos medidas más agresivas al final de vida, con más probabilidad de morir en una UCI.
Si nos enfocamos sólo en una cura, más que en la realidad de nuestra mortalidad física, podemos andar persiguiendo tratamientos que, no sólo no nos salvan, sino que también nos privan de nuestras capacidades para pensar, comunicar y orar en nuestros últimos días. Nos olvidamos de que si nuestra curación no está dentro de la voluntad de Dios, necesitaremos fortaleza, paz y discernimiento para perseverar. Y si la curación no viene, un enfoque único y cerrado sobre la curación nos confunde a nosotros y aquellos que amamos con dudas inquietantes acerca de la validez de nuestra fe.
El Evangelio ofrece una esperanza que supera la reparación de nuestros cuerpos. A este lado de la cruz, aunque nuestra visión se oscurece y el mundo se cierra, no debemos temer a la muerte. Cristo ha vencido, y por medio de su resurrección la muerte ha perdido su aguijón (1 Corintios 15:55–57). La muerte no es más que un aliento momentáneo, una transición, un latido antes de reunirnos con nuestro Señor resucitado (2 Corintios 4:17–18). Como consecuencia de la cruz, la muerte no es el fin. A través del sacrificio de Cristo por nosotros, por medio de la gracia desbordante y suficiente de Dios, tenemos sanación espiritual para sostenernos a través de la eternidad, aun cuando nuestros cuerpos actuales se deforman y se rompen.
Ora por más
Cuando una enfermedad que pone en peligro la vida golpea, ciertamente ora por sanidad si el Espíritu te mueve a ello. Pero también ora para que, si la cura no está de acuerdo con la voluntad de Dios, él te prepare a ti y a tus seres queridos con fortaleza, claridad y discernimiento. Ora para que nos conceda a todos la paz para perseverar, a través del dolor, a través de la enfermedad, con los ojos echados hacia el cielo aun cuando el miedo nos empuje a arrodillarnos. Ora para que cuando las sombras invadan, y la luz dentro de nosotros se marchite, la luz del mundo ilumine nuestras mentes y corazones, atrayéndonos hacia sí en nuestros últimos momentos en esta tierra. Ora para que sepamos en nuestros corazones que nuestro final en esta tierra no es de ningún modo el final.
No importa lo oscura que parezca la muerte, es fugaz y transitoria, un simple aliento antes de la vida eterna.
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