Padres en Cristo

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English: Fathers in Christ

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Por Charles H. Spurgeon sobre Crianza de los Hijos
Una parte de la serie Metropolitan Tabernacle Pulpit

Traducción por Allan Aviles


“Os escribo a vosotros, padres, porque conocéis al que es desde el principio.”… “Os he escrito a vosotros, padres, porque habéis conocido al que es desde el principio.” 1 Juan 2: 13, 14.

Observen la diferencia entre estos dos versículos: Juan dice primero: “Os escribo”, y luego dice: “Os he escrito”. Cuando prediqué en dos ocasiones anteriores sobre los mensajes del amado apóstol a los jóvenes y a los hijitos, les expuse la más completa interpretación de esa diferencia que pude elaborar, y no necesito repetirla ahora. Se me ocurren ciertos pensamientos adicionales que voy a presentarles para que el asunto sea todavía más claro.

El apóstol Juan dice: “Os escribo”, y casi inmediatamente después afirma: “Os he escrito”. Esto demuestra, creo yo, la importancia de su tema. Si ya había escrito al respecto, debió considerar que se trata de una verdad muy necesaria y valiosa, ya que vuelve a escribir una vez más sobre el mismo asunto. Un hombre no disertaría repetidamente sobre el mismo tema si tuviera otras muchas cosas que decir -como era el caso de este inspirado escritor- a menos que considerara necesario regresar una y otra vez al mismo tema hasta no haberlo grabado en las mentes de quienes le escuchaban. Debido a esto, el apóstol no se siente avergonzado de decir en efecto: “Escribo esto y no necesitan recordarme que ya lo he hecho antes, pues en tanto que estoy en este cuerpo considero sabio recordarles lo que ya les he dicho”. Los clavos que son importantes para una estructura deben ser clavados con diligencia. Los cimientos deben ser colocados con un escrupuloso cuidado, y la verdad, cuando es fundamental, debe ser repetida por el maestro hasta que el discípulo la aprenda más allá de todo temor de que la olvide alguna vez.

Esta forma de lenguaje revela también la convicción inconmovible del escritor, quien, habiendo escrito una vez, se alegra de escribir las mismas cosas otra vez. Esto muestra una mente resuelta y decidida de la que procede un testimonio consistente. En estos volubles tiempos, algunos de nuestros públicos maestros se deben de sentir incapaces de decir de cualquier tema: “Os escribo”, y “Os he escrito”, pues, antes de que la tinta se seque, tienen necesidad de borrar lo que han puesto sobre el papel y de escribir una enmendada versión de sus ideas religiosas.

Difícilmente estos pensadores veleidosos sostienen la misma posición por más de un mes: son estrellas tan fugaces que ningún mapa podría establecer jamás su posición durante tres semanas consecutivas. Podrían decir: “Os escribo, pero discúlpenme, pueblo amado, pues no sé qué fue lo que escribí hace seis meses. Muy probablemente mi opinión anterior no sea válida ahora, pues todas las cosas fluyen y mi cabeza va nadando con el resto. Soy un hombre de progreso; siempre estoy aprendiendo y nunca llego al conocimiento de la verdad. Olvídense de lo que escribí hace un año pero lean con cuidado lo que escribo hoy”. A lo cual respondemos: “Querido amigo, no podemos prestar mucha atención a lo que escribes ahora, porque, con toda probabilidad, en una semana o dos te retractarás de todo ello, o lo mejorarás al punto de hacerlo remontarse lejos de la tierra. No te prestaremos atención, entonces, pues estarás modificando tu pensamiento tan pronto como lo hubieres expresado. Nos negamos a aprender aquello que tendremos que desaprender. Nos quedaremos con nuestro actual conocimiento hasta que alcances algo cierto para ti mismo. Tal vez en el transcurso de veinte años, cuando hubieres plantado tu tienda de gitano, valdría la pena que nos enteremos de su ubicación; pero ni siquiera nos comprometemos a esa promesa pues, como el avance que estás logrando es hacia más densas tinieblas, probablemente acabarás en un noche siete veces más oscura”.

Queridos amigos, yo me gozo en la firmeza de la fe del cristiano: no sé nada de mejoras ni desarrollos en el Evangelio del Señor Jesús, resumido en estas palabras: “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”. Yo creo que Dios el Espíritu Santo nos ha dado en las Escrituras una revelación perfecta e íntegra, que ha de ser recibida por todos los cristianos sin ninguna adición ni disminución. Yo no creo que apóstoles, mártires, confesores y maestros hayan estado viviendo de falsedades durante estos mil novecientos años; prefiero la fe de los santos en gloria a las quimeras de esos mequetrefes que en nuestros días reclaman guiarnos mediante su “pensamiento”.

Compartimos el pensamiento de David cuando dijo: “Aborrezco a los hombres hipócritas”. Bien dice la Escritura: “Jehová conoce los pensamientos de los hombres, que son vanidad”. Si se trata de pensar, nosotros podemos pensar tan bien como ellos, y nuestros pensamientos acerca de la teología moderna están llenos de un angustiado desprecio. Tal vez la doctrina sea nueva -incluso dudamos de ello- pero que sea nueva no la hace verdadera, pues la verdad tiene que ser necesariamente antigua, como las colinas eternas. Observamos que la palabra “meditación” es usada ahora muy raramente, y el ídolo moderno es el “pensamiento”. Ni más ni menos: nosotros meditamos en la verdad revelada, pero esa noción de pensamiento hace a un lado la verdad y exalta a la mera fantasía. Rehusamos formar parte de ese errático grupo de pensadores, pues pertenecemos a la raza establecida de los creyentes. Nosotros podemos decir: “lo que hemos escrito, eso escribimos todavía; lo que hemos predicado, eso predicamos todavía, pues como hemos predicado lo revelado en la Santa Escritura, esa es la verdad que sostenemos y sostendremos con la ayuda de Dios. Si viviéramos mil años, al término de la vida no tendríamos que decir nada más ni nada menos que la verdad de Dios, fija, inmutable y eterna. Esperamos entender mejor la verdad, pero nunca descubriremos una mejor verdad.

“Os escribo”, y “Os he escrito”, indican también la necesidad permanente de los hombres: ellos necesitan de vez en cuando la misma enseñanza. Yo supongo que Juan alude a su Evangelio cuando dice: “Os he escrito”, y ahora, un poco más tarde, escribe su Epístola y dice: “Os escribo” dando en cada caso la misma enseñanza. La naturaleza de los hombres sigue siendo la misma, los conflictos espirituales de los hombres y los peligros siguen siendo los mismos, y por esta razón, la misma verdad es la adecuada, no sólo de un día a otro, sino de un siglo a otro. No hay sino un solo alimento para el alma hambrienta, y una sola ayuda en el peligro espiritual. El verdadero maestro viene perennemente a los hombres con la misma verdad, porque los hombres siguen expuestos a los mismos peligros, necesidades, aflicciones y esperanzas. Los padres que previamente necesitaban que Juan les escribiera, seguían requiriendo que les escribiera exactamente las mismas cosas. Aunque se hubieran vuelto más paternales, no dejaban de necesitar la enseñanza apostólica. La primera verdad sigue siendo válida para nuestros tiempos.

Hace muchos años, cuando algunos de nosotros éramos simples muchachos, escuchamos el Evangelio de Jesús y nuestro corazón dio saltos cuando lo abrazamos. Era la vida y el gozo de nuestro espíritu. Y hoy, después de progresar bastante en la vida divina, si oímos uno de aquellos sencillos sermones que al principio nos condujeron a Cristo, concernientes a la sangre preciosa de Jesús y a la fe en Él que semeja la de un niño, es tan adecuado ahora como en aquellos tempranos días.

He notado que cuando predico algún mensaje puramente evangélico dirigido únicamente a los pecadores y sin ningún contenido para la edificación y consuelo de los santos en plena madurez, las personas cristianas maduras presentes lo absorben con igual deleite, como si ellos mismos fuesen recién convertidos.

Después de todo, aunque ustedes y yo no nos alimentemos ahora con leche, un trago de esa leche sigue siendo todavía para nosotros algo sumamente refrescante. Aunque ahora podamos digerir el sólido alimento del reino, el pan de los hijos no ha perdido nada de su gusto en nuestra estimación. Las verdades elementales son todavía dulces para nuestros corazones; sí, más dulces de lo que jamás lo fueron. Aunque hemos avanzado a los cursos superiores del edificio del conocimiento santo, no cesamos nunca de mirar con intenso deleite esas verdades fundacionales que conciernen a nuestro Señor Jesús. Nos aferramos con pleno propósito de corazón a Él, de quien el Señor Dios ha dicho: “He aquí que yo he puesto en Sion por fundamento una piedra, piedra probada, angular, preciosa, de cimiento estable”. Jesús sigue siendo para nosotros, “escogido, precioso”, y sabemos que así lo será hasta la última hora de nuestra vida.

Sobre este texto voy a predicar principalmente a los padres, y como la iglesia no tiene muchos padres, podría suponerse que tendré una escasa audiencia, pero no es así, puesto que espero y confío que el área de influencia del sermón incluya a los jóvenes, pues ustedes, hermanos míos, aspiran a ubicarse a la delantera y ser contados entre los padres. Incluso para ustedes, que son hijitos, el texto tiene su palabra de instrucción, y se alegrarán al oír lo que saben los padres, pues ustedes esperan pronto conocer lo mismo. La vida de Dios es tan similar en todas las etapas, que la palabra que es provechosa para los padres tiene una aplicación para los bebés, y lo que es dicho a los hijitos contiene una voz para los jóvenes. ¡Que Dios el Espíritu Santo bendiga esta palabra para los corazones de todo Su pueblo!

En relación a los padres, voy a preguntar tres cosas esta mañana. Primero, ¿quiénes son ellos? “Vosotros, padres”. En segundo lugar, ¿cuál es ésta característica peculiar? “Habéis conocido al que es desde el principio”. Y, en tercer lugar, ¿cuál es el mensaje para ellos? “Os he escrito a vosotros, padres”. ¿Qué es lo que Juan ha escrito a los padres de la iglesia de Dios?

I. Primero, ¿QUIÉNES SON ESTOS PADRES?

Usualmente de alguna manera asociamos esa idea con la edad; pero debemos tener cuidado de no cometer un error aquí, porque la edad, en la gracia, aunque pudiera correr en paralelo en muchos casos con la edad de la naturaleza, no siempre lo hace. En la iglesia de Dios hay niños que tienen setenta años de edad. Sí, niñitos que manifiestan todas las debilidades de los años que declinan. No es un espectáculo agradable ver a bebés de cabellos grises, y sin embargo, he de confesar que he visto a personas que son así, e incluso me he alegrado de poder llegar hasta el punto de esperar que fueran bebés en Cristo. A uno no le gustaría decir de un hombre de ochenta años que acababa de extraerse las muelas del juicio y, sin embargo, hay personas que responden a ese perfil; escasamente salidos de los brazos de la nodriza a los sesenta años de edad, necesitan justo tanto cuidado y consuelo como si fueran lactantes de pecho.

Por otro lado, hay padres en la iglesia de Dios, sabios, estables e instruidos, que son comparativamente hombres jóvenes. El Señor puede hacer que Su pueblo crezca rápidamente, y que superen por mucho sus años naturales. David, cuando muchacho, era más un padre en Dios que Elí en su ancianidad. El crecimiento en la gracia no es un crecimiento con base en el tiempo. En los asuntos eternos los años cuentan poco. El Señor da sutileza a los simples, y a los jóvenes conocimiento y discreción. Salomón era sabio cuando todavía era joven y en algunos aspectos era más sabio que cuando envejeció. Algunos jóvenes han sido como José, hombres para con Dios antes de que fueran hombres entre los hombres. José, según se nos informa en nuestra versión, era más amado por Jacob que todos sus hermanos, “porque lo había tenido en su vejez”; esto difícilmente podría ser una versión correcta, pues Benjamín, que había nacido dieciséis años más tarde, tenía mucho más derecho de ser llamado así. Otra interpretación, que pareciera ser más correcta, significa que era un hijo de los Ancianos, e implica que aunque era un niño, era compañero de las personas mayores, y que él mismo era tan reflexivo, serio y bien instruido como para ser un hijo de edad madura, un hombre-niño, lleno de sabiduría y prudencia inusuales.

Todavía son enviados algunos Josés a nuestra iglesia de vez en cuando, y el Señor bendice grandemente a Su pueblo por su medio. ¡Oh, que nos envíe más de ellos! Desde su más temprana juventud tienen un discernimiento de la palabra de Dios, y una rapidez de entendimiento, maravillosos de advertir. Más que eso, he observado que incluso se otorga a ciertos creyentes jóvenes una profundidad de experiencia en tan corto tiempo que, aunque sólo eran jóvenes en edad, ya eran padres en piedad.

Sin embargo, y como algo usual, debe esperarse que el avance en la gracia vaya acompañado por el avance en los años, y sucede tan a menudo así, que somos propensos a llamar a los que son idóneos para cuidar a las almas de los demás: “los ancianos de la iglesia”, no necesariamente debido a que sean hombres viejos, sino porque son instruidos en las cosas de Dios.

Estos son los padres, entonces, hombres que han envejecido en la gracia, que han llegado al pleno desarrollo de su hombría espiritual, y que han sido confirmados en ese desarrollo por la prueba del tiempo y las tribulaciones. Cuando los creyentes han mostrado en el transcurso de los años que son capaces de trabajar y sufrir, son clasificados adecuadamente entre los padres. ¿Por qué llamamos a los primeros escritores: los padres de la iglesia? Yo creo que no es porque debamos más a su enseñanza que a la de otros escritores de períodos posteriores, sino porque fueron los primeros hombres, los pioneros, la vanguardia, y así fueron los padres de la iglesia. Los primeros y los más antiguos miembros de una iglesia se convertirán en padres a su debido tiempo, cimentados y establecidos, si continúan en la fe: sus años de santidad perseverante les darán derecho al respeto.

Pablo menciona con honor a ciertas personas, diciendo: “que también fueron antes de mí en Cristo”. Hay un honor en haber sido un soldado de Cristo por largo tiempo. No fue un pequeño elogio para Sus discípulos cuando Jesús dijo de ellos: “Habéis estado conmigo desde el principio”. Nosotros vinculamos tanto la idea de padres con la idea de edad, que esperamos y aguardamos que los creyentes que han estado en Cristo durante mucho tiempo hayan aprendido bien su lección y hayan llegado a una plenitud de crecimiento en las cosas de Dios.

Juzguen, mis hermanos cristianos, si pueden clasificarse ustedes mismos entre los padres; y si no fueran capaces de hacerlo, prosigan hacia la meta. Me atrevería a decir que en esta iglesia hay una mayor proporción de esta clase de cristianos de la que he visto en otras partes, y por ello doy gracias a Dios con todo mi corazón, pues son de un máximo servicio para nuestras huestes.

Además, “padres”, son personas de madurez, hombres que no son novatos ni bisoños; no son nuevos reclutas, desacostumbrados a marchar o a pelear, sino viejos legionarios que ya han usado sus espadas contra otros, y ellos mismos muestran las cicatrices de las heridas recibidas en conflicto. Estos hombres saben lo que saben pues han reflexionado sobre el Evangelio, lo han estudiado, lo han considerado y habiéndolo considerado así, lo han abrazado con una plena intensidad de convicción.

Usualmente, con la expresión de “padres” nos referimos a hombres que se han desarrollado en la gracia, que han madurado en carácter, que han decidido con convicción, que son claros en sus expresiones y precisos en su juicio. Pueden discernir entre cosas que difieren, y no son engañados por filosofías que fascinan a los ignorantes. Conocen la voz del Pastor, y no siguen a ningún extraño. Las personas jóvenes pueden ser hechizadas de tal manera que no obedecen a la verdad; pero aquéllos no son fascinados por el error. Los recién convertidos recurren a estos padres en sus dificultades, pues las dudas que azoran al principiante son la sencillez misma para quienes son enseñados por el Señor. Estos son los vigías que están sobre los muros para detectar dónde se está introduciendo furtivamente una duda insidiosa, dónde el error letal disfrazado de verdad está minando astutamente la fe de la iglesia; para ese fin el Señor los ha instruido y les ha capacitado para que tengan sus sentidos ejercitados para discernir entre el bien y el mal. Entre ellos hay hombres que tienen un entendimiento de los tiempos para saber qué es lo que tiene que hacer Israel.

Si ustedes son unos padres así, amados hermanos, me gozo en ustedes; si no son así todavía, aspiren a esa eminencia y pídanle a Dios que no tengan que esperar mucho antes de que lleguen a la madurez y a la dulzura que pertenecen a los cristianos maduros que están preparados para la gran recolección.

“Padres”, además, son hombres de estabilidad y fortaleza. Si unos ladrones están planeando asaltar una casa, no se preocupan por los niños y consideran poca cosa a los muchachos; pero si allí estuvieran los progenitores, los ladrones no estarían ávidos de un encuentro. De igual manera el archiengañador tiene esperanza de engañar a los hijitos y a los jóvenes; pero los robustos hombres de Dios, que caminan en medio de la casa y son tenidos en estima por todos, no son tan fáciles de ser arrastrados de un lado a otro. Así como los espartanos consideraban a sus ciudadanos como los verdaderos muros de Esparta, así nosotros consideramos a estos hombres sustanciales, como los muros de bronce y baluartes de la iglesia bajo nuestro Dios. Los hombres que son bien enseñados, confirmados, experimentados y entrenados por el Espíritu de Dios, son columnas en la casa de nuestro Dios. Podría decirse de cada uno de ellos: “Le guarda, y el maligno no le toca”. Estos son hombres en armas, que saben cómo llevar la armadura que Dios ha provisto y usar la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios. Estos son hombres de fe firme y de firmes convicciones, hombres de decisión y valor, hombres de prudente acción, que no tienen prisa por causa del miedo y que tampoco experimentan excitación por causa de una falsa esperanza. Estos no son hombres que se retracten, o que se anden con rodeos o que evadan, sino que son testigos fieles y veraces que transmiten confianza, por su tranquilo desafío del enemigo, a quienes son de una naturaleza más débil.

Oh, que todos los cristianos crecieran hasta convertirse en unos santos sólidos. Muchas mentes ligeras, vanas y volátiles, vienen a la iglesia y nos dan problemas indecibles para poder mantenerlos encarrilados e infinitamente más problemas porque no quieren ser mantenidos encarrilados. Oh, necesitamos más hombres de tal naturaleza que si el mundo entero errara, ellos se apegarían a lo recto; hombres que no pueden ser arrastrados por la superstición aunque se adorne con todas las bellezas del arte; hombres que tampoco pueden ser doblegados por el escepticismo aunque haga alarde de toda la pompa de su pretendida cultura y sabiduría. Estos padres saben y están seguros, y han aprendido a ser resueltos y firmes por cuenta propia, pues no se moverán más allá del “Escrito está”, ni provocarían la ruina eterna por construir sobre las arenas movedizas de la hora. En este momento hay una gran necesidad de una falange de hombres invencibles. ‘Estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre’.

Pero hay algo más que eso en la paternidad cristiana. Los padres de la iglesia son hombres de corazón que naturalmente se preocupan por las almas de los demás. Es sobre el padre que recae el peso del hogar: sale por la mañana a su cotidiana labor y regresa por la noche con el fruto de su trabajo para mantener el hogar. No es para sí que vive, sino para esa amada familia que está reunida en torno a él. No está encerrado por completo en su propio ego personal, pues vive en toda la casa; vive especialmente en sus hijos. El sufrimiento y la carencia de ellos serían el sufrimiento y la carencia de él. Su corazón se ha expandido más que cuando era un niño o un joven, pues ahora su corazón palpita en todo ese hogar, del cual él es la vida. Es algo grandioso cuando los hombres y mujeres cristianos llegan a esto: que no están pensando perpetuamente en su propia salvación y en que sus propias almas sean alimentadas bajo el ministerio, sino que se preocupan sobre todo por aquellos que son débiles y enclenques en la iglesia. Durante el servicio, sus pensamientos se enfocan en aquellos que están congregados. Están ansiosos porque aquél visitante sea impresionado por el sermón; cómo aquel ansioso espíritu que está por allá pudiera ser consolado, cómo un hermano rebelde pudiera ser restaurado, cómo uno que se está enfriando pudiera ser revivido. Este cuidado paternal revela a un verdadero padre en la iglesia. Que el Señor multiplique entre nosotros a quienes sientan que su obra vital es alimentar al rebaño de Cristo. Teniendo este cuidado sobre él, el padre llega a ser tierno; participa de algún modo de la ternura de una madre, y es llamado así: un padre nutricio. Un verdadero padre, tal como han de ser los padres, siente un tierno amor por todos los hijitos. Él no les haría daño; por el contrario, estudia para complacerlos y se entrega por el bien de ellos. Es una gran bendición para la iglesia cuando los espíritus que guían son amorosos; no ásperos y groseros, dominantes o fanfarrones, sino gentiles y semejantes a Cristo.

Oh, hermanos míos que asumen el liderazgo, hemos de soportar y contenernos y aguantar mil cosas molestas de los hijos que nuestro Señor ha entregado a nuestro cuidado. Hagámonos siervos de todos. ¿No es el padre el que trabaja para los hijos? ¿No atesora para ellos? ¿No es mejor vista su superioridad porque hace más por la familia que nadie más? Haciéndose grandemente útiles para otros es como los cristianos se vuelven grandes. Si eres el esclavo de todos y estás dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de poder ayudarles y hacerlos felices y santos, esto te hace un padre en la iglesia de Dios. La preocupación compasiva y la ternura de corazón son dones del Espíritu Santo y te brindarán una felicidad que te compensará ricamente por todas tus aflicciones.

Todavía no he agotado la explicación del pleno significado de un padre, pues el padre es el autor, bajo Dios, del ser de sus hijos; y feliz es una iglesia que cuenta con muchos que son padres espirituales en Sion por haber traído pecadores a Cristo. Felices son los hombres por cuyas palabras, y acciones, y espíritu, y oraciones y lágrimas, otros hombres han sido engendrados para Dios por medio de Jesucristo nuestro Señor. ¡Cuán grande honor es ser un padre así! Algunos de nosotros hemos sido llenados con este gozo hasta casi quebrantar nuestros corazones incluso al solo pensar en ello, pues el Señor ha cumplido para nosotros la promesa que le hizo a Abraham cuando le ordenó que alzara sus ojos a las estrellas, y le dijo: “Así será tu descendencia”. Esto no podría corresponder a la porción de todos, pero en la iglesia de Dios todo hombre debe orar para no ser estéril ni infructífero. Todos nosotros tenemos que ser ganadores de almas; no únicamente el ministro, no únicamente los maestros de la escuela dominical, ¡sino cada uno sin ninguna excepción! ¿Por qué cada santo no habría de traer a alguien al Señor Jesús? Por lo menos, por medio de nuestras oraciones unidas y de nuestras vidas piadosas, por medio de nuestro testimonio y de nuestra fidelidad unánimes, laboremos por la expansión del reino del Mesías. Yo pienso que difícilmente podríamos clasificar a alguien entre los padres mientras no haya ganado algún corazón para Jesús.

De esta manera he descrito a los padres. No son nunca tan numerosos, nunca son tan numerosos como deberían ser. Pablo dice: “No tendréis muchos padres”, pero dondequiera que estén, son la fortaleza de la iglesia. He visto en el ejército a un número de veteranos marchando al frente, y son un ornato y un honor para toda la compañía. Sus hombres de un breve servicio vienen y van, pero estos hombres probados son fieles a los colores y son la espina dorsal del regimiento. Si se ha de combatir en una lucha peligrosa, debes apoyarte en hombres como esos. Como la Vieja Guardia de Napoleón, no pueden ser sacudidos ni pueden ser puestos en retirada; el olor de la pólvora no los alarma, y ni siquiera el silbido del disparo ni el rugido de la artillería; ya han visto antes muchas cosas. Ellos también pueden esperar el momento propicio y aguardar, lo cual es una gran cosa en un soldado; y cuando por fin se les ordena que ataquen, saltan como leones sobre su presa, y el enemigo es puesto en retirada delante de ellos. Contamos con tales hombres en la iglesia de Dios, y necesitamos tales hombres; hombres que no sean adulados por la oposición, ni llevados a perder la cabeza por la agitación. Creen en Dios, y si otros dudan, no son infectados por su necedad. Ellos saben; tienen certeza; han puesto su pie en firme y no se moverán de su persuasión. Cuando llega el tiempo de la acción, están listos para ella y se entregan tan denodadamente a la batalla que cada acometida lo revela. ¡Dios, envíanos más regimientos de esos en estos tiempos malos y presérvanos los que tenemos!

II. En segundo lugar, ¿CUÁL ES LA CARACTERÍSTICA PROMINENTE DE UN PADRE EN CRISTO? Lean el texto: “Os escribo a vosotros, padres, porque conocéis al que es desde el principio”. Repite la expresión sin alteración.

Observen aquí la concentración de su conocimiento. Dice dos veces: “Conocéis al que es desde el principio”. Ahora, un bebé en la gracia sabe veinte cosas; un joven en Cristo sabe diez cosas; pero un padre en Cristo sabe una cosa, y esa única cosa la conoce a fondo. Es muy natural que al principio dividamos nuestro pequeño riachuelo en muchas corrientes; pero conforme envejecemos en la gracia, derramamos todo en un solo canal, y entonces corre con una fuerza eficaz para nuestra obra vital. Yo creo que conozco muchas doctrinas, muchos preceptos y muchas enseñanzas; pero mi conocimiento se concentra más y más en torno a mi Señor, del modo que las abejas zumban en torno a su reina. Que todos nosotros llegáramos a esto: “Me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado”. Todo nuestro conocimiento debe estar enfocado como un espejo ustorio sobre este único punto. Que la adorable persona de Aquél que fue desde el principio llene el horizonte entero de nuestro pensamiento. Oh, tener un corazón y unos ojos para nuestro único Señor y sólo para Él.

Noten a continuación, la peculiaridad de su conocimiento en cuanto a su objeto: ellos conocen “al que es desde el principio”. ¿No conocen al Señor Jesús los bebés en Cristo? Sí, lo conocen, pero no lo conocen en Su pleno carácter. Lo conocen como el que ha perdonado sus pecados, y eso es mucho, pero no es todo. Allá está el Cristo bendito, y yo, un pobre pecador, le miro cuando viene a mí, y soy aligerado de mi carga y me convierto en uno de Sus hijitos. Sí, y conforme crezco y me convierto en un joven me acerco más a Jesús, y tengo otra visión de Él, pues venzo al Maligno tal como Él lo hizo, y así estoy a Su lado en el conflicto. Pero si me convierto en un padre, entro en comunión con el propio grandioso Padre, pues es la unión con Dios el Padre lo que convierte a un hombre en padre en Dios. Entonces, por decirlo así, no sólo miramos hacia Jesús que viene para salvar, sino que consideramos a Cristo desde el punto de vista del Padre. El pecador mira a Jesús viniendo a Él, pero el Padre mira a Jesús como enviado por Él. Cuando crecemos en la gracia, a nuestra medida, vemos a Jesús desde el punto de vista de Dios; es decir, le vemos como “al que es desde el principio”, y a su debido tiempo fue manifestado para quitar el pecado. Estos son “registros antiguos”, dirá alguien. Justamente de eso se trata, pues los padres son también hombres ancianos y las cosas profundas de Dios son adecuadas para ellos.

Los creyentes ven a Cristo de una manera similar a la suya propia. Casi no necesito aludir a lo que les he mencionado con frecuencia, que todo hombre en el Antiguo Testamento que vio al Señor le vio en un carácter semejante al suyo. Abraham, el peregrino, vio a Cristo como un peregrino. Jacob, el luchador, vio al ángel del pacto luchando con él a lo largo de la noche. Moisés, el representante de un pueblo probado como por fuego pero sin consumirse, vio al Señor como una zarza que ardía en fuego. Josué, el valiente guerrero, vio al Príncipe del ejército del Señor como un hombre con una espada desenvainada en su mano. Los tres santos varones vieron al Hijo de Dios en el horno de fuego ardiendo, tal como ellos se encontraban. Cuando te conviertes en un padre en Cristo, ves a Cristo desde el punto de vista del Padre; no como recién venido para salvar, sino como “desde el principio” el Salvador de los hombres.

El padre en la gracia se regocija de contemplar al Señor Jesús como Dios; contempla la gloria de Su adorable persona para siempre con el Padre o antes de que la tierra existiera. Sabe que sin Él no se hizo nada de lo que fue hecho y, por tanto, lo contempla dándole forma a todo en el yunque de Su poder. Sabe que “sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad”, y se deleita al verle planeando desde el principio la salvación de Sus escogidos. Es un espectáculo glorioso. El creyente maduro medita en el pacto, en los acuerdos de la gracia en la antigua eternidad. Los pobres bebés en Cristo se tropiezan frecuentemente con la misteriosa verdad de Dios y la llaman ‘doctrina elevada’; pero cuando un hombre crece y llega a ser un padre, ama la verdad del pacto y se alimenta de ella. Es una señal de gracia avanzada que las sublimes verdades que conciernen a la eternidad sean valoradas cada vez más. En la agraciada madurez el cristiano ve a las benditas personas de la Divina Trinidad entrando en un pacto para la salvación de los hombres, y ve al Hijo de Dios mismo desde el principio actuando como el representante de Sus elegidos, y asumiendo sobre Sí mismo responder al Padre a nombre de ellos. Ve al Hijo Eterno convirtiéndose, allí y entonces, en el patrocinador y la fianza de Sus elegidos, comprometiéndose a pagar su deuda y ofrecer una recompensa a la lesionada justicia de Dios por cuenta de sus pecados. Él ve ese pacto, incluso desde la antigüedad, ‘ordenado en todas las cosas, y será guardado’ en mano de Aquél que fue desde el principio.

Hay un punto en el que el padre en Cristo se deleita en reflexionar, es decir, que la venida de Cristo al mundo no fue un recurso adoptado después de un desastre inevitable e imprevisto para recuperar la honra de Dios; sino que entiende que el esquema íntegro de todos los eventos fue planeado, en el propósito de la sabiduría divina, para la glorificación de Cristo, por lo que desde el principio fue parte del plan de Jehová que Jesús asumiera una naturaleza humana y manifestara en esa naturaleza todos los atributos del Padre. Fue el plan original que el Dios encarnado revelara una infinita gracia y un ilimitado amor, entregando Su vida por los pecadores, “el justo por los injustos, para llevarnos a Dios”. El Unigénito Hijo no es introducido en la economía divina como una decisión tardía, sino que todo el arreglo es diseñado con un ojo puesto en Él, que fue antes que todas las cosas, y para quien todas las cosas fueron creadas. Agradó al Padre exaltar a la creación uniendo a la criatura y el Creador en una persona, y ennoblecer nuestra naturaleza, que es una combinación de lo espiritual y de lo material, al asumir un cuerpo y llevarlo al trono de Dios.

¡Oh, plan sin igual, por el cual los redimidos son ennoblecidos y Dios mismo es glorificado! Oh, padres, si han visto esto alguna vez, sé que dirán: “el predicador lo describe a medias”. En efecto, lo describo a medias; desearía poder describirlo bien, pero ni el tiempo ni la habilidad están presentes para apoyarme. Aun así, me deleito en las glorias sempiternas del Señor Jesús, que es desde el principio. Grandemente amados para mi propio corazón son “el fruto más fino de los montes antiguos, con la abundancia de los collados eternos”. Yo creo que mi Señor Jesucristo no es segundo de nadie, y creo en Él como el Rey y Señor desde el principio, el cual, aunque fue despreciado y desechado entre los hombres, es aun así, Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos, y lo será por los siglos de los siglos. Aunque “se amotinen las gentes, y los pueblos piensen cosas vanas”, Jehová ha puesto a Su Hijo como Rey en Su santo monte de Sion, y el decreto de Dios permanecerá. Quien es el Alfa será la Omega: quien es desde el principio será hasta el fin Rey de reyes y Señor de señores. Mi corazón clama: “Aleluya”. ¡Oh, ustedes, padres, clamen: “Aleluya” conmigo!

Sí, pero además quiero que adviertan que este conocimiento es, en sí mismo, especial: el conocimiento es en sí mismo notable así como también lo es el objeto del conocimiento. “Habéis conocido al que es”. La otra noche se sentó junto a mí en esta plataforma un amado siervo de Dios: él pertenece a otra rama muy distinta de la iglesia de Cristo, pero me comentó esto acerca de tal y tal persona: “¿sabes, amado hermano?, ése es uno que conoce al Señor; no se trata de un simple cristiano, sino que conoce a nuestro Señor; tú y yo sabemos lo que eso significa, ¿no es cierto?” Sólo pude mirarle con una profunda mirada de amoroso aprecio.

Sí, nosotros, en verdad, conocemos al Señor como una realidad viva y resplandeciente, como un amigo cotidiano, un consejero, un compañero. Los verdaderos padres en la gracia meditan en Cristo, se alimentan de la Escritura, le extraen su jugo y disfrutan internamente de su sabor. La gente dice que son golosos. Es algo bueno ser goloso por el Señor Jesucristo. No solamente conocen al Señor por medio de mucha meditación sobre Él, sino que le conocen por una relación real: caminan con Él, hablan con Él. Esos santos están más con Cristo que con nadie más; a nadie le dicen tanto como lo que le han dicho a Él; y nadie les ha dicho jamás tanto como lo que Jesús les dice, pues “La comunión íntima de Jehová es con los que le temen, y a ellos hará conocer su pacto”. Pregúntenles: “¿quién es tu amigo más cercano?”, y ellos responderán: “El Bienamado es mi pariente más cercano, mi más amado compañero”. Conocen al Señor mediante una relación y han llegado a conocerle ahora porque sienten una intensa identificación con Él. Sienten como siente Jesús acerca de los asuntos, y así, le conocen; Su tierna piedad por los pecadores agita sus corazones, no en el mismo grado, pero sí de manera semejante de conformidad a su medida. Sienten a menudo que pudieran morir por los pecadores. Uno de estos padres dijo: “Deseara yo mismo ser anatema, separado de Cristo, por amor a mis hermanos, los que son mis parientes según la carne”. Ellos no consideran los asuntos desde la perspectiva del hombre, sino desde la perspectiva de Cristo, y por esto entienden mucho acerca de los caminos del Señor, que en otro tiempo fueron oscuros para ellos. Quien simpatiza profundamente con un hombre, le conoce bien. Aprendiendo por fe a esperar con quietud y con fe el evento, estos padres calmadamente esperan que todas las cosas les ayuden a bien y de aquí que entiendan la inquebrantable serenidad del corazón de Jesús, y le conozcan en Sus alegrías así como en Sus aflicciones. Tales santos saben en qué consiste llorar por la ciudad con Jesús, y regocijarse por los pecadores que regresan con el buen Pastor; sí, saben qué es sentarse con Él en Su trono esperando hasta que Sus enemigos sean convertidos en el escabel de Sus pies. Están tranquilos con Jesús, pues han bebido del significado del texto: “Preciso es que él reine”. Sí; preciso es que Él reine; preciso es que Él reine hasta que todos Sus enemigos estén bajo Sus pies. Este conocimiento de quien es desde el principio es la principal característica del padre en Cristo.

III. En tercer lugar, queridos amigos, ¿CUÁL ES EL MENSAJE PARA LOS PADRES? Quisiera indicar ese mensaje muy brevemente, refiriéndolos al contexto. Juan ha estado diciéndoles a ustedes, queridos padres, y en verdad, a todos nosotros que estamos en Cristo, que hemos de amarnos los unos a los otros. Si ustedes son en verdad padres, no pueden evitar amar a toda la familia; el instinto paternal es amor, y los padres en Cristo deben desbordar ese amor. Los pequeñitos deben ser inducidos por nuestro amor a acercarse a nosotros, sintiendo que si nadie más los ama, nosotros sí los amamos, si nadie más se preocupa por ellos, nosotros sí nos preocupamos.

Yo he conocido a un padre en Cristo a quien un convertido hablaría de buen grado más de lo que les hablaría a su propio padre o a su propia madre terrenales. Yo supongo que ven una invitación en los rostros de estos padres. No sé exactamente cómo lo descubren, pero de alguna manera los convertidos sienten que ése es un hombre al que pueden dirigirse, o una mujer con quien pueden hablar. Estos padres y madres en Israel están llenos de amor, y su conversación delata ese hecho. Yo conozco a algunos hombres que son como grandes abrigos para los barcos: un alma sacudida por la tempestad corre hacia ellos como hacia un puerto abrigado. Los corazones quebrantados dicen: “Oh, que pudiera contarle mi problema, y pedirle sus oraciones”. Que ustedes y yo seamos justo esas personas, y que el Espíritu Santo nos use para el bien de nuestros semejantes.

El siguiente mensaje sigue inmediatamente al texto: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo”. Oh, amados padres, no deben amar al mundo, pues pasa, y esto es particularmente válido para ustedes. Aunque algún cristiano amara al mundo, y yo espero que ninguno lo haga, ciertamente los padres no deben hacerlo. Ustedes saben tanto de Cristo que harían bien en despreciar al mundo; e irán tan pronto a casa que deben dar poca importancia a estas cosas pasajeras. Ustedes muestran todas las señales de lo que llaman ‘los años declinantes’; yo los llamo los años ascendentes: pronto partirán del mundo y sus cambiantes vanidades, por tanto, no pongan su amor en tesoros terrenales. Sostengan a la riqueza con una mano displicente y estén listos para partir, ya que pronto partirán. Antes de la vigilia de la mañana podrían partir a la casa del Padre en lo alto. “No améis al mundo”.

Otro deber de los padres es mencionado también aquí. Así como no deben amar al mundo, deben cuidarse de no ser víctimas de alguna de las concupiscencias de este presente mundo malvado, tales como los deseos de la carne. ¿Pueden los padres caer alguna vez en ese sentido? Es muy triste, pero tenemos que hablar muy solemnemente y admitir que el santo más avanzado necesita todavía ser advertido en contra de los deseos de la carne y la indulgencia en los apetitos que tan fácilmente conducen a los hombres al pecado. Luego están los deseos de los ojos. David cayó en eso cuando se quejó por causa de la prosperidad de los impíos, y se vio obligado a confesar: “Tan torpe era yo, que no entendía”. Él miraba a los prósperos impíos hasta comenzar a alterarse por causa de ellos. Esos deseos de los ojos que desean más para ti y envidian a quienes tienen más, no deben ocurrirle nunca a un padre. Y la vanagloria de la vida: esa sed de ser considerado respetable, esa emulación de otros, esa persecución del honor y cosas parecidas, tales cosas no deben existir en un padre. Ustedes son hombres y deben desechar las cosas pueriles.

Mis queridos y honorables hermanos, no sean presa de las vanidades, pues esos juguetes son para los niños del mundo mas no para ustedes que están tan cerca de la gloria del Señor. Ustedes han madurado en gracia y pronto entrarán en el cielo, por tanto, vivan conforme a eso. Hagan que todas las cosas terrenales permanezcan a sus pies como chucherías de bebés mientras ustedes se elevan a la madurez de su alma.

La siguiente exhortación para los padres es que deben vigilar, pues, el apóstol dice: “Y según vosotros oísteis que el anticristo viene, así ahora han surgido muchos anticristos”. Oh, valientes padres, mantengan la vigilancia y la posición defensiva. Me asombra mucho que los miembros de las iglesias estén de acuerdo en la elección de ministros que no tienen una sana fe, es más, que no parecieran tener ninguna fe del todo. ¿Cómo es que puede suceder esto? Solíamos tener en nuestras iglesias bautistas hombres sustanciales que antes hubieran tolerado a Satanás a su propia mesa que a un predicar errado en el púlpito.

Solía haber un grupo en el norte de Escocia llamado “los hombres”. Vamos, si la herejía hubiere sido predicada ante ellos, habrían sido tan provocados como lo fue Janet Geddes cuando arrojó su bajo taburete a la cabeza del predicador. Ellos no habrían tolerado estas modernas herejías como lo está haciendo la presente generación afeminada. Los nuevos teólogos pueden tener la libertad de predicar lo que les plazca en su propio territorio, mas no en nuestros púlpitos. ¡Ay!, los miembros líderes de muchas iglesias son cristianos sin una espina dorsal, maleables, esponjosos; yo los llamaría ‘caracoles’, sólo que no tienen la consistencia de la concha del caracol. Están dispuestos a tragarse cualquier cosa mortal si el predicador parece talentoso y elocuente. El talento y la elocuencia, ¡fuera con ellos para siempre! Si no es la verdad de Dios, entre más talentosa y elocuentemente se predica, más condenable es. Hemos de recibir la verdad y sólo la verdad, y yo exhorto a los padres en Cristo a lo largo de toda Inglaterra y América que se preocupen por esto. Suban a su atalaya y guarden su rebaño, para que las ovejas no sean destruidas mientras se encuentran durmiendo.

Por último, es un deber de los padres prepararse para la venida del Señor. Cuán hermosamente está expresado en el versículo veintiocho: “Permaneced en él, para que cuando se manifieste, tengamos confianza, para que en su venida no nos alejemos de él avergonzados”. Eso está dirigido a todos ustedes, pues todos ustedes son hijitos, pero les incumbe especialmente a quienes son padres. ¡Despierten todas sus facultades! Velen para la venida del Señor, y mantengan sus lomos bien ceñidos. Jesús podría venir hoy; este domingo pudiera ser el último domingo de esta dispensación; sin embargo, pudiera ser que no viniera en los próximos diez mil años, quién sabe; por lo tanto, no se cansen aunque esperen a través de una larga noche. No digan que Él demora Su venida, pues regresará en el día establecido. Sólo debemos conservar lo que hemos recibido, y quedarnos esperando el clamor de medianoche; Él vendrá, y no tardará; por tanto, salgan a recibirle.

“Defiendan el fuerte, pues Yo vengo,
Jesús nos indica todavía;
Envíen la señal de la respuesta al cielo,
‘Con Tu gracia lo haremos’”.

Amén.

Porción de la Escritura leída antes del sermón: 1 Juan 2.


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