Jesús Sabía lo que Había de Hacer
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Revisión de 19:19 29 dic 2010
Por Charles H. Spurgeon
sobre Santificación y Crecimiento
Una parte de la serie Metropolitan Tabernacle Pulpit
Traducción por Allan Aviles
"Pero esto decía para probarle; porque él sabía lo que había de hacer." Juan 6: 6
Observen, queridos amigos, cuán cuidadoso es el Espíritu Santo para que no cometamos ningún error relativo a nuestro Señor Jesucristo. Él sabe que los hombres son propensos a tener una muy baja opinión del siempre bendito Hijo de Dios, y que hay algunos que a pesar de que se consideran cristianos, niegan la divinidad de Cristo, y siempre están listos para blandir un argumento en contra de la verdadera y real deidad del Salvador, apoyándose en cualquier cosa que pareciera limitar Su poder o conocimiento. Aquí tenemos un ejemplo del cuidado del Espíritu Santo para prevenir que caigamos en un conclusión errónea.
Nuestro Señor consulta con Felipe, y pregunta a este pobre discípulo: "¿De dónde compraremos pan para que coman éstos?" Algunos podrían inferir, por esto, que Jesús no sabía qué hacer, que estaba desconcertado. A partir de allí argumentan que Jesús no puede ser el Dios Todopoderoso, pues ciertamente el desconcierto no es consistente con la Omnipotencia. ¿Por qué Jesús habría de consultar con Felipe, si sabe todas las cosas?
Ahora, el Espíritu Santo quiere que tengamos cuidado de no caer en pensamientos rastreros acerca de nuestro grandioso Redentor y Señor, y especialmente que no erremos gravemente pensando jamás que Él no es Dios; por tanto, claramente nos dice: "esto dijo para probar a Felipe, pues Él sabía lo que había de hacer." Jesús no estaba pidiendo información o asesorándose con Felipe, porque tuviera alguna duda acerca del procedimiento a seguir, o necesitara ayuda de Su discípulo. Él no necesitaba que Felipe multiplicara el pan, sino que deseaba multiplicar la fe de Felipe. Cuídense, entonces, queridos amigos, de no menospreciar nunca al Salvador, o imputar motivos a cualquiera de Sus actos que menoscaben Su gloria.
De esto también aprendan que nosotros, siendo propensos a cometer errores concernientes a Cristo, necesitamos diariamente que el Espíritu de Dios nos interprete a Cristo. Basta que Jesús haga la pregunta a Felipe: "¿De dónde compraremos pan?" y de inmediato nos encontramos en peligro de sacar una inferencia errónea, y por tanto, el Espíritu Santo nos dice algo más acerca de Cristo, para que escapemos del peligro. Al proporcionarnos un mayor discernimiento de los motivos de nuestro Señor, evita que juzguemos mal Sus acciones. Debemos tener al Espíritu de Dios con nosotros, o no conoceremos al propio Cristo. La única forma de ver al sol es por su propia luz, y la única forma de ver a Jesús es por Su propio Espíritu. ¿Acaso no dijo Él mismo: "Él tomará de lo mío, y os lo hará saber"? Ningún hombre puede llamar a Jesús "Señor" sino por medio del Espíritu Santo. El Espíritu debe venir personalmente a cada hombre, y revelar al Hijo del Dios a él, y en él. Por tanto, no leamos la Biblia imaginándonos que vamos a entenderla de inmediato, como podríamos entender cualquier otro libro, sino que musitemos una plegaria para que el Grandioso Autor de su letra nos dé, Él mismo, la gracia para entrar en su espíritu, de tal forma que podamos entender su significado y sentir su poder.
Incluso con la palabra infalible delante de ustedes, se perderían en el camino, y caerían en gravoso error a menos que sean enseñados por Dios. Es misericordioso que esté escrito : "Todos tus hijos serán enseñados por Jehová"; y también: "Vosotros tenéis la unción del Santo, y conocéis todas las cosas." No hay forma de conocer algo, excepto por esa unción y por esa enseñanza divina. ¡Qué criaturas tan dependientes somos, puesto que cometemos errores incluso acerca del propio Jesús, a menos que el Espíritu de Dios se agrade en instruirnos en lo concerniente a Él! ¡Guíanos siempre, oh luz de Dios!
Otra cosa que aprendemos del texto, antes de sumergirnos en él, es que, nuestro divino Señor siempre tiene una razón para todo lo que hace. Incluso podemos descubrir la razón de que haga una pregunta; o, si no podemos descubrirla, aun así podemos estar seguros que hay una razón valiosa. En el caso de Felipe, esa razón no fue ciertamente por falta de sabiduría en Él, sino que fue esta: "Esto decía para probarle." Ahora, si hay una razón para todo lo que Jesús pregunta, de igual manera hay un motivo para todo lo que hace.
Nosotros no podemos explicar la razón de la elección: por qué este hombre es elegido, o aquel; pero hay una razón, puesto que Dios no actúa nunca irrazonablemente, aunque Sus razones no siempre son reveladas, y podríamos no entenderlas aunque lo fueran. La soberanía es absoluta, pero nunca es absurda. Siempre hay una causa justificable para todo lo que Dios hace en el reino de la gracia, aunque esa causa no es el mérito de la persona favorecida por Él, pues no hay ningún mérito.
Querido amigo, en el asunto de tu tribulación y tu aflicción actuales, tú has estado tratando de deletrear el diseño del Todopoderoso, pero sin ningún éxito. ¿Acaso no sabes que Sus caminos no son discernibles? Con toda probabilidad, de este lado de la eternidad, nunca descubrirás el propósito de Dios en tu prueba actual, pero es seguro que Él tiene un propósito, y ese propósito es sabio y benéfico. Es tal propósito, que tú mismo te deleitarías en él, si fueras capaz de entenderlo. Si pudieras tener una mente como la de Dios, actuarías como lo hace Dios, incluso en este asunto que te atribula: en este momento, tus pensamientos están muy por debajo de los pensamientos de Dios, y por tanto yerras cuando intentas medir Sus caminos. Si tienes una contienda con tu Padre celestial acerca de un duelo en la familia o una enfermedad, acaba de inmediato con ella, con humilde vergüenza.
Entonces, hijo, si el asunto llega al punto que nos preguntemos quién tiene la razón: un pobre joven, ignorante e inexperto, o un grandioso Padre, sabio y bueno, no puede haber ni un segundo de deliberación. La voluntad del Padre tiene que ser mejor para el hijo, que su propia voluntad. Sujétate al Padre de los espíritus, y vive. Cree ciertamente en tu Señor, y tranquilízate: Jesús sabe lo que está haciendo, y por qué lo está haciendo. Para la pérdida de tu salud, hay una razón. Para esos dolores del cuerpo, para esa depresión del espíritu, para esa falta de éxito en los negocios, incluso para el permiso que recibe la cruel lengua de la calumnia para que inflija sus heridas en ti, hay una razón; y posiblemente esa razón radique en las palabras de nuestro texto: "Esto decía para probarle." Tú debes ser probado. Dios no da fe, o amor, o esperanza, o cualquier gracia, sin que tenga el propósito de probarla. Si un hombre construye un puente para las vías del tren, es para que las locomotoras suban por él, y su potencia de acarreo sea probada. Si un hombre construye una carretera, es para que circule el tráfico sobre ella, y cada uno de sus tramos sea puesto a prueba por los cascos y las ruedas. Aunque sólo haga una aguja, debe ser probada por el trabajo que hace. Cuando se hicieron los cálculos de los pilares que ahora soportan el peso de estos balcones, fueron calculados con el objetivo de que aguantaran un gran peso, y durante estos veinte años han soportado valientemente la presión: habría sido inútil haberlos colocado y no ponerles ningún peso encima.
De la misma manera, hermano mío, cuando Dios te hizo para que fueras fuerte en el Señor, tenía el propósito de probar cada onza de tu fortaleza; pues lo que Dios hace, tiene un propósito, y va a probarlo para comprobar que tenga un desempeño conforme a su diseño. Yo no creo que un solo grano de fe escape al fuego; todo el mineral del oro debe ser introducido en el crisol para que sea probado. Ustedes han oído de las casas de prueba de Birmingham, dedicadas a probar los cañones de las escopetas; de igual manera, el grandioso Hacedor de creyentes, prueba con pesadas cargas de aflicción a todos los que fabrica en Su fábrica de gracia, y únicamente aquellos que pueden soportar la prueba recibirán Su sello. Cuando no puedas encontrar ninguna otra explicación para una providencia, siempre puedes recurrir al convencimiento de que: esto dijo para probarte.
Vayamos de inmediato al texto, que me parece que contiene mucho consuelo. Que el Espíritu Santo nos guíe para adentrarnos en él.
Primero, encontramos aquí una pregunta a Felipe: "¿De dónde compraremos pan para que coman éstos?" Una pregunta con un propósito. Sin embargo, en segundo lugar, el Señor no tenía ningún interrogante, pues Él mismo sabía lo que haría. Y, en tercer lugar, si entráramos en el espíritu del Señor nuestras interrogantes se acabarían, pues estaríamos perfectamente convencidos de que Él sabe lo que ha de hacer.
I. Primero, entonces, AQUÍ HAY UNA PREGUNTA PARA FELIPE, como ha habido muchas preguntas para nosotros. Jesús le hizo esta pregunta a Felipe con la intención de probarle en varios puntos. Probaría así su fe. Como alguien ha dicho muy bien: "de Felipe no requería alimento, sino fe." El Señor pregunta: "¿De dónde compraremos pan para que coman éstos?" ¿Qué responderá Felipe? Si Felipe tuviera una sólida fe, respondería: "Grandioso Señor, no hay necesidad de comprar pan; Tú eres más grande que Moisés, y bajo Moisés el pueblo fue alimentado con maná en el desierto; Tú sólo tienes que decir la palabra, y el pan lloverá cubriendo a la multitud, y serán satisfechos." Si Felipe hubiese poseído gran fe, habría podido responder: "Tú eres más grande que Eliseo, y Eliseo tomó unos cuantos panes de cebada y trigo nuevo en su espiga y con eso alimentó a los hijos de los profetas. Oh, Señor, que obras maravillas, Tú puedes hacer lo mismo." Si Felipe hubiese exhibido mayor fe todavía, habría podido decir: "Señor, yo no sé dónde habrá de comprarse el pan, pero escrito está: 'No sólo de pan vivirá el hombre'. Tú puedes hacer que estas personas recuperen sus fuerzas, sin pan visible: tú puedes satisfacer su hambre y llenarlos a plenitud, y sin embargo, no necesitan comer ni siquiera un bocado; pues escrito está: 'De toda palabra que sale de la boca de Dios, vivirá el hombre.' Solamente di la palabra, y ellos repondrán sus fuerzas de inmediato."
Hizo esta pregunta, por tanto, para probar la fe de Felipe. En verdad la probó, y demostró ser muy pequeña, pues comenzó a contar cuántos denarios tenía: "uno, dos, tres, cuatro." No; no voy a contar hasta doscientos, pero eso es lo que Felipe hizo. Comenzó a contar los denarios, en vez de mirar a la Omnipotencia. ¿Has hecho tú lo mismo, querido amigo, cuando has sido probado? ¿Te pusiste a calcular y contar los denarios, en lugar de mirar al Dios eterno y confiar en Él? Me temo que muy pocos de nosotros podemos afirmar que estamos exentos de esta falla, pues el propio Moisés se puso una vez a hacer cálculos por su incredulidad. "Entonces dijo Moisés: Seiscientos mil de a pie es el pueblo en medio del cual yo estoy; ¡y tú dices: Les daré carne, y comerán un mes entero! ¿Se degollarán para ellos ovejas y bueyes que les basten? ¿o se juntarán para ellos todos los peces del mar para que tengan abasto?" Recuerden la respuesta de Dios a su siervo ansioso: "Entonces Jehová respondió a Moisés: ¿Acaso se ha acortado la mano de Jehová? Ahora verás si se cumple mi palabra, o no." De igual manera veremos la fidelidad de Dios, pero si somos incrédulos, podríamos tener que verla de una manera que nos hará entender dolorosamente nuestro pecado, al haber desconfiado de nuestro Señor.
La pregunta tenía el propósito, sin duda, de probar el amor de Felipe, y pudo resistir este aspecto de la prueba, mejor de lo que pudo enfrentar la primera prueba, pues amaba a Jesús, aunque era lento de corazón para creer. En muchos corazones verdaderos hay más amor apacible que fe activa. Lamento que haya tan poca fe, pero estoy agradecido que haya más amor. Pareció que el Salvador decía: "Felipe, yo quiero alimentar a estas personas. ¿Me ayudarías a hacerlo? ¿De dónde compraremos nosotros pan? Te voy a asociar conmigo, Felipe. Dime ahora, ¿cómo haremos nosotros la obra?" Felipe ama a su Señor, y por tanto, está muy presto a considerar el asunto, y a aportar por lo menos el beneficio de su aritmética. Dice: "Señor, doscientos denarios de pan no bastarían." Su Señor no le preguntó cuánto no sería suficiente, sino cuánto sería suficiente; pero Felipe comienza calculando la pregunta negativa, que temo que a menudo tanto ustedes como yo hemos calculado también. Aún dándole a cada uno de la multitud un poco, no podría lograrse con menos de doscientos denarios: ¿acaso no es claro que nuestros recursos son inadecuados? Esa es siempre una pregunta deprimente e impráctica que considerar. El pobre Felipe cuenta lo que no sería suficiente para todos, y deja fuera de los cálculos al todo suficiente Señor. Sin embargo, aun en ese cálculo mostró su amor por su Señor. Si no hubiera estado lleno de amor y estima por Jesús, habría dicho: "mi Señor, es inútil involucrarse en esto: somos un grupo muy pobre: tenemos un poco de dinero que recibimos de vez en cuando, y yo no sé cómo andan las cuentas, tal vez Judas lo sepa: pero yo estoy persuadido que no hay suficiente en la bolsa para alimentar a esta multitud, aun si hubieran panaderías en las cercanías en las que pudiéramos comprar el pan."
Pero Felipe no respondió así. No; sentía demasiada reverencia y demasiado amor por Jesús para eso. Él falló en su fe, pero no falló en su amor. Será bueno que amemos mucho a nuestro Señor para que nunca hablemos de Sus planes de gracia como algo visionario, ni los juzguemos imposibles. Jesús no propone nunca esquemas quijotescos, y no debemos permitir jamás que esa idea cruce por nuestras mentes: incluso la conquista del mundo para la verdad y la justicia, no debe ser considerada como un sueño, sino que debe ser vista como algo asequible.
La pregunta probó también la empatía de Felipe. Jesús, mediante esta pregunta, movió al corazón de Felipe a preocuparse por la gente. Los otros discípulos dijeron: "despide a la multitud, para que vayan por las aldeas y compren de comer." Notando Jesús, tal vez, un poco más de ternura en Felipe que en los demás, dijo a Felipe: "¿De dónde compraremos pan?" Asociar a Felipe con Él, era conferirle un gran honor; pero tal vez veía en Felipe a una alma capaz de sentir empatía, y Cristo se agrada en trabajar con agentes que sienten empatía. Una cosa observo, que Dios raramente usa grandemente a un hombre de un corazón duro, o un corazón frío.
Únicamente nuestro calor interno puede generar calor en otros. Un hombre debe amar a la gente, o no podría ser instrumento de salvación para ellos. Un ministro debe tener un intenso deseo de que su congregación sea salva, y debe identificarse con Jesús sobre ese tema, pues de lo contrario Jesús no hará uso de él. Así que nuestro Señor buscó suscitar la empatía de Felipe. "Vamos, Felipe: ¿qué haremos tú y Yo? ¿De dónde compraremos nosotros pan para que coman éstos?" Yo no pienso que Felipe haya fallado por completo en eso. Él no tenía la identificación que debía haber tenido con su Señor, aunque tenía una cierta medida. Yo confío que nuestro Dios nos haya dado también alguna comunión con Su amado Hijo, en Su amor para con las almas de los hombres, y así esta pregunta sirva para probarnos.
Que no seamos encontrados carentes de fe, o amor, o empatía. Dios nos conceda que abundemos en todo ello por medio de la obra eficaz de Su Santo Espíritu; entonces seremos equipados para ser obreros conjuntamente con Él.
Pero, ¿por qué le hizo la pregunta a Felipe? ¿Por qué se le hace una pregunta especial a alguno de ustedes, o le es enviada una prueba peculiar a alguno de ustedes? Se dice que la pregunta se la hizo para probarle; pero ¿por qué probar a Felipe?
Bien, yo creo que el Salvador le preguntó a Felipe, porque Felipe era de Betsaida. Estaban cerca de Betsaida, y así Jesús preguntó a Felipe: "¿De dónde compraremos pan?" Todo hombre debe tener el más alto concepto del lugar donde vive. Quiero que Jesús les pregunte a algunos de ustedes: "¿qué haremos por Londres?" porque muchos de ustedes son londinenses, posiblemente nacidos dentro de un radio que está al alcance del sonido de las campanas de Bow (1), o dentro del distrito postal. Ustedes pertenecen a los cuatro millones de habitantes de esta gran provincia, es más, pertenecen a esta gran nación, y es una solemne responsabilidad ser un ciudadano de la ciudad más grandiosa del mundo. Si el Señor pone a Londres en los corazones de algunos, naturalmente la pondría en los corazones de quienes viven en ella; tal vez de la misma manera que le preguntó a Felipe: "¿De dónde compraremos pan?"
Si el Señor se asocia con alguien en la evangelización de una aldea o de un pueblo, será naturalmente con alguien que haya nacido allí, o que viva allí. Yo sé que el viejo proverbio declara que la esposa del zapatero remendón anda descalza, y algunas veces un hombre se preocupa por gente que se encuentra a miles de kilómetros de distancia, y no se interesa por su propia casa o por su propio vecindario, pero no debería ser así, pues es a Felipe, el hombre de Betsaida, al que llega el mensaje acerca de la gente, cuando esa gente está cerca de Betsaida: "¿De dónde compraremos pan?" Le hace la pregunta para probarle: y a ti, hermano londinense, son enviadas las preguntas acerca de esta gran ciudad, para probarte.
Es también probable que era el área de responsabilidad de Felipe, atender la provisión del pequeño grupo de los doce y de su Líder. Judas era el tesorero, y, a menos que estemos muy equivocados, Felipe era una especie de mayordomo. Era responsabilidad de Felipe comprobar que tuvieran pan en la mochila, y tenía que asegurar algo de provisión cuando el grupo de discípulos iba a lugares desérticos. De la misma manera, hay hermanos aquí presentes cuya responsabilidad oficial es cuidar de las almas de los hombres. Entre estos hay ministros, misioneros, maestros de escuela dominical, diáconos, ancianos, visitantes de distritos, grupos de mujeres, y responsabilidades semejantes. Si el Señor no les pregunta a otros: "¿qué haremos por Londres?" nos pregunta a nosotros. La pregunta es enviada para probarnos si somos adecuados para nuestro oficio, o si hemos asumido una posición para la que no estamos calificados, porque no tenemos un corazón para ella. Cristo nos pregunta en especial a nosotros, pero yo creo que también les pregunta a todos aquellos a quienes ha hecho sacerdotes y reyes para Dios: "¿De dónde compraremos pan?" ¿Cómo alimentaremos a esta gran ciudad?" La pregunta llega para probarnos porque esta carga debe ser puesta sobre nuestros hombros.
Y tal vez vino a Felipe porque no estaba tan adelantado en la escuela de la gracia como lo estaban otros. Felipe no hizo una petición muy sabia cuando dijo: "Señor, muéstranos el Padre, y nos basta," pues nuestro Señor respondió: "¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe?" Felipe evidentemente aprendía con lentitud. Yo no creo que Felipe haya sido el más tardo de los doce en comprender, pero estoy seguro que tampoco era el más inteligente. Santiago y Juan y Pedro eran los tres primeros: Andrés y Tomás les seguían de cerca, y probablemente Felipe andaba cercano a ellos. Tal vez Felipe era el número seis; yo no lo sé; pero ciertamente el Salvador le seleccionó, no como el último de la clase, pero tampoco como el mejor, y le dijo: "¿De dónde compraremos pan?"
Esta gente de una posición intermedia tiene mucha necesidad de ser probada para su propia satisfacción. El nivel más bajo de cristianos es tan débil que difícilmente pueden soportar ser probados. Pobres almas, necesitan aliento más que ser probadas, y por tanto, no les son asignados los problemas mayores. Por otro lado, la clase más elevada de cristianos no requiere tanto ser probada, pues ellos hacen firme su vocación y elección. El grupo del medio necesita mayormente ser probado, y ellos constituyen, me temo, la mayor cantidad de tropa del ejército de Dios. ¿Cuántos hay que pueden ser descritos como instruidos a medias, iluminados a medias? A todos ellos, el Señor les hace la pregunta: "¿De dónde compraremos pan?" Pero esto dice para probarles.
Noten bien que la pregunta que el Salvador hizo a Felipe para probarle, cumplió su propósito. Le probó. Ya les he mostrado cómo le probó. Cumplió su propósito, porque le reveló su inhabilidad. "¿De dónde compraremos pan?" Felipe se rinde. Él ha hecho un cálculo de qué no era suficiente, aun para dar a cada uno un poco de alimento, y esa es toda su contribución a la obra: no tiene ni un pan ni un pez que pueda aportar como comienzo. Felipe está derrotado. Lo que es más, su fe, siendo probada, es también vencida. "Oh, buen Señor," parece decir, "la gente no puede ser alimentada por nosotros. Nosotros no podemos comprar pan, nosotros, ni siquiera Tú y yo. Tú eres el Señor, y Tú puedes hacer grandes cosas; sin embargo, mi fe no es lo suficientemente grande para creer que nosotros podríamos comprar suficiente pan para todos estos miles de personas." Así que la pregunta respondió a su propósito. Probó la fe de Felipe, y su fe demostró ser muy débil, muy vacilante, muy escasa.
¿Acaso es bueno descubrir eso? Sí, hermanos, es bueno conocer nuestra pobreza espiritual. Muchos de nosotros pensamos que tenemos mucha fe, pero si el Señor la probara, no necesitaría ponerla en el fuego para derretirla; sólo tiene que ponerla sobre el fuego, y la mayor parte de ella se evaporaría. Buena parte de la fe desaparece bajo una prueba ordinaria, igual que el rocío de la mañana cuando el sol lo mira. ¡Cuánta fe tiene un hombre cuando está sano! Pero sólo aprieten la clavija y dejen que sufra y vean cuánto de esa fe se desvanece. Cuántos hombres tienen fe si tienen un excelente ingreso, recibido con regularidad; pero cuando tienen que hacerse la pregunta: "¿de dónde provendrá la próxima comida?", ¿tienen fe? Ay, se ponen incómodos y se tornan ansiosos. Es algo sano ser llevados a ver cuán débiles somos, pues cuando descubrimos que buena parte de nuestra fe es irreal, nos conduce a buscar más la verdadera fe, y a clamar: "Señor: Auméntanos la fe." Felipe fue atraído hacia su Señor; y es algo grandioso que seamos sacados de nosotros mismos y conducidos a nuestro Señor como para que sintamos: "Señor, no puedo hacerlo; pero anhelo ver cómo vas a cumplir Tu propósito. Yo ni siquiera puedo creer en Ti como debería creer, a menos que Tú me des la fe, de tal forma que debo venir a Ti incluso por más fe. Con las manos muy vacías debo venir y pedir prestado todo." Entonces es cuando estaremos plenos y fuertes.
Verán a Felipe partiendo directamente el pan, y alimentando a la multitud, simplemente porque Cristo ha vaciado las manos de Felipe. Mientras no vacíe nuestras manos Él no puede llenarlas, para que no lleguemos a suponer que hemos participado en el aporte. "Pero esto decía para probarle," para hacerle ver su propia debilidad, pues entonces él seria lleno de la fortaleza del Señor.
Esta pregunta hizo bien, pues tenía el propósito no sólo de probar a Felipe sino de probar a los otros discípulos, y así se juntaron, y tuvieron una pequeña conversación sobre el tema. De cualquier forma, encontramos un comité de dos personas: Felipe y Andrés. Felipe dice: "doscientos denarios de pan no bastarían," y Andrés dice: "bien, no, no bastarían; pero aquí está un muchacho, que tiene cinco panes de cebada, y dos pececillos." Me gusta esta conferencia hermanable de dos ánimos dispuestos, y ver cómo difieren en sus ideas.
Felipe está anuente a iniciar si hay la posibilidad de un gran comienzo; él necesita ver al menos doscientos denarios de pan en la mano, y luego está listo a considerar la idea. Andrés, por otro lado, está dispuesto a comenzar con un pequeño capital; unos cuantos panes y peces le permitirán comenzar, pero señala: "¿qué es esto para tantos?" Cuando los santos conversan entre sí, se ayudan los unos a los otros, y tal vez, lo que no puede descubrir el uno, lo puede hacer el otro. Felipe estaba contando el denario imposible, y no podía ver los panes posibles: pero Andrés podía ver lo que Felipe pasaba por alto. Espiaba al muchacho con esa cesta llena de panes y peces. No era mucho: Andrés no tenía la suficiente fe para ver el alimento de los miles en esa pequeña canasta; pero aun así vio lo que en verdad vio, y se lo dijo al Señor. Así dieron un comienzo mediante una consulta mutua; tal vez si consultáramos podríamos también dar inicio a algo. Cuando una pregunta roe los corazones de los hombres de esta manera: "¿qué haremos por Londres?" Cuando una pregunta conduce al pueblo cristiano a juntarse y a dialogar acerca de ello, y cuando uno suspira: "vamos, requerirá miles de pesos construir capillas, y encontrar ministros, y mantener misioneros," hay algo de esperanzador en esos cálculos.
Muy bien, Felipe, me gusta que hayas dado tu opinión, y hayas mostrado la dificultad de la tarea. Y luego me gusta que Andrés se ponga de pie y diga: "es una tarea muy difícil, mas sin embargo debemos hacer lo que podamos, y puesto que tenemos estos cinco panes y dos pececillos, al menos debemos presentárselos al Señor, y dejarle a Él la decisión de lo que debe hacerse." Todo esto es mejor que estar evadiendo la pregunta por completo, dejando que la multitud se quede con hambre.
Las facultades de Felipe fueron ejercitadas. Cristo probó su aritmética; probó su visión; probó su mente y su espíritu; y esto lo preparó para ir y servir en el banquete gigantesco que tuvo lugar después. Un hombre nunca hace nada bien hasta que ha pensado al respecto; y si Felipe no hubiera pensado acerca de cómo alimentar a las multitudes, no habría sido el hombre indicado para ser usado en ello. Le preparó también para adorar a su Señor después del festín, pues Felipe diría cuando la comida terminó: "el Señor me preguntó cómo habría de hacerse, pero no supe responderle, y ahora, aunque he tenido una participación en la obra, Él debe recibir y recibirá toda la gloria. Él multiplicó los peces, y aumentó los panes. Mi pobre fe no puede recibir ninguna gloria para sí. Él lo hizo. Él lo hizo todo."
Tal vez tengas alguna pregunta, hermano mío, acerca de la obra del Señor: "¿Cómo podemos hacerla? ¿Cómo puede ser evangelizada Inglaterra? ¿Cómo pueden ser alcanzadas las masas? ¿Cómo puede ser conducido el mundo a oír el Evangelio? Independientemente de cuál sea la pregunta que se te haga, es un pregunta enviada con el propósito de hacerte bien, y beneficiar tu alma, y conducirte a engrandecer al Señor en mayor medida, cuando el milagro de gracia sea realizado.
II. Ahora llego a la segunda parte del tema, y es que, JESÚS NO TENÍA NINGÚN INTERROGANTE. Felipe era el que no sabía qué hacer, pero Cristo no tenía ninguna duda: "Pero esto decía para probarle; porque él sabía lo que había de hacer."
Tomemos estas palabras y desarmémoslas por un minuto. "Él sabía." Él siempre sabe. "Ah," dirá alguno, "estoy convencido que no sé lo que haré." No, querido amigo, y sin embargo has estado buscando consejo, ¿no es cierto? Esa es una manera espléndida de confundirte. Te oigo clamar azorado: "no sé. He recurrido a todo el mundo, y no sé qué es lo que haré." Ese es un estado crónico que nos aflige cuando embrollamos nuestros propios pobres cerebros; pero Jesús sabía lo que haría. Este es un dulce consuelo. Jesús sabe. Él siempre lo sabe todo. Él sabía cuánta gente había. Él sabía cuánto pan era requerido: Él sabía cuántos peces necesitaría, y cómo iba a alimentar a la multitud, para enviarlos saciados. Él sabía todo antes de que sucediera.
Hermano atribulado, Jesús sabe todo acerca de tu caso y cómo va a ayudarte en el camino. No creas que tú le puedes informar acerca de algo. "Vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad, antes que vosotros le pidáis." La oración no tiene el propósito de informar al Señor. No se les hace la pregunta para que puedan avisarle, sino para que Él les avise. Él hizo los cielos y la tierra sin la ayuda de ustedes. ¿A quién pidió consejo? ¿Quién le avisó? Y Él les guiará en medio de su presente aflicción sin necesidad de agregar a su conocimiento infinito la pobre sabiduría de ustedes. Él sabe.
Jesús sabía lo que había de hacer. Él tenía el propósito de hacer algo; estaba más que listo para hacerlo; y sabía lo que iba a hacer. Nos cubrimos de vergüenza cuando decimos: "algo debemos hacer, pero yo no sé quién deba hacerlo." El Salvador sabía que algo debía hacerse, y Él sabía que Él mismo lo haría. No tenía prisa, nunca la tiene. "Nunca actúa antes de Su tiempo, y nuca llega tarde." Nuestro bendito Señor tiene un glorioso sosiego, porque siempre es puntual. La gente que se retrasa anda con prisa, pero Él, como nunca se atrasa, nunca se da prisa. Lo hace todo calmada y serenamente, porque ve por anticipado lo que hará. Jesús sabe, querido amigo, en lo concerniente a ti, no sólo lo que tú harás, sino también lo que Él hará. Ese es el punto, que Él tiene el propósito de hacer algo grande por ti y ayudarte. Tiene también el propósito de llevar a Sus pies a esta ciudad y a esta nación. Él quiere que toda rodilla se doble delante Él, y que toda la tierra esté llena de Su gloria. Él sabe lo que quiere hacer.
Además, Él sabía lo que tenía el propósito de hacer. Sabía precisamente la forma y el método que tenía la intención de usar. Él percibió mucho antes que Andrés se lo dijera, que había un muchacho en algún punto de la multitud, con cinco tortas de cebada. Cuando el muchacho salió aquella mañana, no puedo figurarme qué lo hizo llevar cinco panes de cebada y dos pececillos a esa multitud; excepto que el Señor haya susurrado en su corazón: "muchacho, lleva contigo un buen almuerzo. Pon esos panes de cebada en una canasta, y no te olvides de los pececillos. Tú no sabes cuánto tiempo estarás lejos de casa." La naturaleza le ordenó que proveyera para las contingencias, pero también la naturaleza es la voz de Dios cuando Él decide hacerlo así. Él era un muchacho hambriento, en pleno crecimiento, con un excelente apetito, y tenía la intención de salir bien provisto; pero, ¿se le ocurrió jamás que estas tortas extrañamente providenciales se multiplicarían hasta alimentar a esa multitud de personas? ¿Dónde está el hombre que será el proveedor universal? ¿Dónde está el jefe del comisariato? Es ese joven, y ese es su almacén entero. Él lleva consigo un almacén de vituallas en su espalda, en esa canasta.
El Salvador sabía eso. Y Él sabe exactamente, querido amigo, de dónde vendrá tu ayuda en tu hora de aflicción. Tú no sabes, pero Él sí. Él sabe de dónde saldrán los ministros que conmoverán a esta ciudad de Londres; y Él sabe en qué estilo y manera vendrán, y cómo accederán a las masas. Cuando el resto del mundo está derrotado y estupefacto, Él está plenamente preparado. Él sabía que esos panes y esos pececillos serían tomados a su debido tiempo, para que sirvieran de base para un banquete. Él sabía que los bendeciría, los partiría, los multiplicaría, y los daría a los discípulos, y los discípulos los darían a su vez a la multitud. Todo estaba arreglado en Su mente, y tan programado como la salida del sol.
Además, lo hizo como alguien que sabía lo que haría. ¿Cómo actúa un hombre cuando sabe lo que hará? Bien, generalmente procede de la manera más natural. Él sabe que lo hará; así que simplemente va y lo hace. ¿Pueden concebir que un milagro haya sido realizado jamás de una manera más natural? Si este hubiera sido un milagro católico romano, hubieran lanzado los panes al aire, y hubieran descendido misteriosamente transformados y multiplicados un millón de veces; todos los milagros de los católicos, si observan, están rodeados de mucho de lo teatral y espectacular. Son totalmente distintos de los milagros de Cristo. Él realiza este milagro de la manera más natural del mundo, porque es virtualmente el mismo milagro que Cristo realiza cada año. Tomamos una cierta cantidad de grano, y lo sembramos en el suelo, y a la larga, su fin es que es multiplicado en tortas de pan. Hay ciertos peces en el mar, y estos se multiplican formando grandes bancos de peces. El trigo sembrado pasa por la misma operación en el suelo, por causa de las mismas manos: las manos de Dios. Finalmente brota para convertirse en hogazas de pan; y eso es precisamente lo que resultó de la acción de nuestro Señor. Él tomó un poco en Sus manos, lo partió, y se multiplicó continuamente en Sus manos, y en las manos de Sus discípulos, hasta que se saciaron.
Él sabía lo que había de hacer, y así lo hizo naturalmente, y lo hizo ordenadamente. No sucede así cuando un hombre no sabe lo que debe reservar. Planeamos una gran reunión, y hay una provisión calculada para servir el té, pero se presenta un número tres veces mayor de personas de lo que se ha previsto. ¡Qué prisa! ¡Qué precipitación! ¡Qué correr de un lado al otro! Jesús no maneja nunca las cosas de esa manera. Él sabía lo que había de hacer, y, por tanto, ordenó a los hombres que se recostaran sobre la hierba verde; y se sentaron como obedientes hijos. Marco nos dice que se recostaron por grupos de ciento en ciento, y de cincuenta en cincuenta; fueron acomodados de tal forma como si cada uno tuviera asignado su lugar en la mesa, y encontrara su nombre colocado allí. Además, había mucha hierba en el lugar, de tal forma que el salón fue encarpetado de una manera que ninguna empresa de Londres podría haberlo hecho. El festín fue organizado tan ordenadamente como si se hubiese dado un aviso previo de siete días de anticipación, y un contratista hubiese suministrado las provisiones. Nada pudo haber sido hecho de mejor manera, y todo porque Jesús sabía lo que había de hacer.
Además, lo hizo muy gozosamente. Tomó pan y lo bendijo. Se dedicó a hacer esto con gran placer. Me habría gustado haber visto Su rostro cuando contemplaba a esa pobre gente hambrienta siendo alimentada. Como un buen anfitrión, les animaba con una sonrisa, mientras les bendecía con la comida.
Y luego, hizo esto muy abundantemente, pues Él sabía lo que iba a hacer; así que no vino con una provisión a medias, ni los restringió para que cada uno tomase "un poco." No. Él sabía lo que iba a hacer, y midió su apetito con exactitud, una empresa difícil cuando tienes que alimentar a un gran número de personas hambrientas. Él proveyó todo lo que necesitaban, y luego quedó una reserva para los jefes de meseros, de tal forma que cada uno de ellos recibió una canasta llena; pues recogieron y llenaron doce cestas de pedazos, una cesta para cada uno de los jefes de meseros.
Estoy seguro que nuestro Señor Jesucristo, en el oficio de recoger a Sus propios elegidos, se dedica a esa tarea sabiendo lo que ha de hacer; y cuando ustedes y yo veamos el fin del grandioso festival de misericordia, diremos: "¡Bendito sea el Señor! Estábamos muy preocupados; estábamos en serios problemas; pero nuestro Señor lo ha hecho fácilmente y por completo. No ha habido ningún lío, ningún apretujamiento, nadie se quedó sin su ración. ¡Bendito sea Su nombre! No lo ha hecho por casualidad o por circunstancias fortuitas. Él sabía lo que había de hacer, y ha planeado todo desde el principio hasta el fin de tal modo, que los principados y las potestades en el cielo cantarán para siempre sobre la gracia y el amor y la sabiduría y el poder y la prudencia con que ha abundado hacia Su pueblo." Oh, pero si pudiésemos ver el fin al igual que el principio, comenzaríamos desde ahora a exaltar el nombre de Jesús nuestro Salvador, que conoce por anticipado toda Su obra, y no se desvía nunca de Su plan.
III. Concluyamos diciendo que debido a que no hay ningún interrogante en Cristo, aunque nos haga preguntas, NO TIENE QUE HABER NINGUNA PREGUNTA QUE REFLEJE DUDAS EN NOSOTROS. Permítanme mencionar tres preguntas y habré concluido.
La primera pregunta que turba a una gran cantidad de gente es: "¿Cómo habré de sobrellevar mi carga presente? ¿Cómo habré de soportar este sufrimiento? ¿Cómo me ganaré la vida?" Esa pregunta es enviada a ti para probarte; pero recuerda que Cristo no tiene ninguna duda en cuanto a cómo sobrepasarás la prueba, pues "Como tus días serán tus fuerzas," y Él guardará a Sus santos hasta el fin. Por tanto no tengan ninguna duda, pues el propio Jesús sabe qué lo que ha de hacer.
Ustedes vinieron esta noche muy acongojados, y dijeron: "yo quisiera recibir una palabra que me dijera qué debo hacer." No recibirán ni media palabra en cuanto a lo que ustedes harán, sino que oirán una palabra de una naturaleza diferente. Jesús sabe lo que ÉL ha de hacer; y lo que hará es infinitamente mejor que cualquier cosa que ustedes puedan hacer. Tu fuerza, amigo mío, debe quedarse quieta. Echa tu carga en el Señor. Haz lo poco que puedes hacer, y deja el resto con tu Padre celestial. Esta es la respuesta del Urim y del Tumim para ti: Jesús sabe lo que ha de hacer.
Está esa otra pregunta, que ya he comentado: "¿Qué es lo que debe hacerse con esta gran ciudad? Tuve el gran privilegio de predicar ayer por la tarde en uno de nuestros suburbios ubicado al este de la ciudad, y saliendo de mi casa temprano en la mañana, fui andando, andando, en un tren tras otro, viajando, creo, durante unas dos horas y media antes de atravesar Londres desde un extremo al otro. ¡Es una ciudad de magníficas distancias! Da la impresión que no hay ningún árbol que los constructores no hubieran derribado, ni ningún verde prado que no hubieran convertido en feas calles. "¿Llenad la tierra," en verdad? Está llena. La tierra muerta está enterrada bajo las habitaciones de los hombres vivos. En cuanto a las criaturas de nuestra raza, ¡cuántas miríadas hay de ellos! Y, entonces, conforme caminas al lado de un amigo cristiano, te comenta: "se necesita una capilla aquí." O, "hay una pequeña capilla allí, pero ni siquiera una persona de entre cincuenta, asiste al lugar de adoración." Luego llegas a otro lugar suburbano, y tu guía te dirá: "aquí hay gente ansiosa por el Evangelio, pero no hay nadie que se los lleve." Yo viajé ayer dolorosamente abrumado, y me preguntaba en mi corazón: "¿qué vamos a hacer?" Reflexionaba: "Sería mejor que no hiciera esa pregunta, pues no puedes hacer mucho para responderla, y solamente te afligirá." Y sin embargo la pregunta regresaba: "¿cómo compraremos pan para esta multitud?" Mi Dios y Señor diría "Nosotros." En mi corazón yo quería que me dejara fuera, pero Él no lo haría. Él nunca habría podido decir: "¿De dónde compraremos pan?" porque Él sabe eso; pero Él me hacía la pregunta, y yo di cuenta que yo mismo estaba siendo un obstáculo cuando la transformaba a mi vez en una pregunta, pues Él únicamente me hace la pregunta para mi propio bien.
Oh, que tuviéramos hombres y dinero para enviar ministros y para construir lugares en los que ellos puedan predicar. Tenemos predicadores listos en el Colegio del Pastor, pero yo no tengo medios para construir lugares de adoración. De seguro, muchos de ustedes deben haber sentido el peso del tamaño de esta ciudad. Pero, queridos, queridos, esto es como una gota de lluvia en un gran aguacero comparada con todo el mundo que yace bajo el malvado. ¿Cómo va a ser iluminado el mundo? No es una pregunta que se haga Jesús, y, por tanto, no debe ser una pregunta de incredulidad para nosotros. "¿Vivirán estos huesos secos?" Respondamos: "Señor Jehová, tú lo sabes." Vamos a dejarlo allí. Él puede hacer abundantemente por encima de lo que pidamos, o siquiera que pensemos, y podemos estar seguros que si ha jurado por Sí mismo que toda rodilla se doblará, y que toda lengua le confesará, así será, y a Él sea la gloria.
Debemos mencionar una pregunta más. Es esta. ¿Ha puesto el Señor en el corazón de cualquier inconverso la pregunta: "¿Qué debo hacer para ser salvo?" Y esa pregunta, ¿los deja perplejos a alguno de ustedes? Me alegro que así sea, pero espero que acudirán al lugar correcto para recibir una respuesta. Yo espero que se estén preguntando: Señor, ¿qué quieres que yo haga? ¿Sabes por qué se te hace la pregunta? Es para probarte, para humillarte. Tiene el propósito de hacerte sentir la imposibilidad de salvación por tus propias obras, para que te sometas a la justicia de Dios, y seas salvo por la fe en Cristo Jesús. Recuerda que Cristo no tiene la menor duda acerca de cómo habrás de ser salvado. De hecho, esa pregunta fue respondida. ¿Cuándo, diré? ¿Respondida cuando murió? No, respondida mucho antes de eso: fue decidida en el pacto eterno antes que la estrella matutina conociera su lugar, o los planetas giraran en sus órbitas. Dios consideró a Su Hijo como el Cordero de Dios, inmolado antes de la fundación del mundo, y hasta este día la palabra permanece: "He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo." Mírenlo a Él y sean salvos. No hay duda acerca de la posibilidad de su salvación, o acerca de la habilidad de Cristo para salvarlos. La pregunta de su corazón: "¿Qué debo hacer para ser salvo?" es hecha para probarlos; pero Jesús mismo sabe qué ha de hacer. ¡Cuán bendita palabra es esa! Él sabe cómo los perdonará, los consolará, los regenerará, los instruirá y los guiará. Él sabe cómo los guardará hasta el fin por Su gracia inmutable. Él sabe cómo los preservará, y los santificará, y los usará, y glorificará Su propio nombre por ustedes, y los llevará al cielo, y los pondrá en Su trono, y hará que todos los ángeles se maravillen y adoren, al ver lo que Él hará. Dios los bendiga por amor de Jesús. Amén.
Porción de la Escritura leída antes del sermón: Juan 6.
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