Los Pensamientos y su Fruto

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¿Observan aquí, hermanos míos, cómo declara Dios que castigaría a Israel, no sólo por sus actos de pecado manifiestos y escandalosos, sino que traería terribles castigos sobre la nación por sus pensamientos? Se trata de una solemne advertencia, llena de instrucción para nosotros.  
¿Observan aquí, hermanos míos, cómo declara Dios que castigaría a Israel, no sólo por sus actos de pecado manifiestos y escandalosos, sino que traería terribles castigos sobre la nación por sus pensamientos? Se trata de una solemne advertencia, llena de instrucción para nosotros.  

Última versión de 19:17 2 mar 2011

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English: Thoughts and Their Fruit

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Por Charles H. Spurgeon sobre Vida de la Mente
Una parte de la serie Metropolitan Tabernacle Pulpit

Traducción por Allan Aviles


"El fruto de sus pensamientos". Jeremías 6: 19.

¿Observan aquí, hermanos míos, cómo declara Dios que castigaría a Israel, no sólo por sus actos de pecado manifiestos y escandalosos, sino que traería terribles castigos sobre la nación por sus pensamientos? Se trata de una solemne advertencia, llena de instrucción para nosotros.

Casi se ha convertido en un proverbio la expresión: "el pensamiento es libre". Si esto es verdadero o falso, si es un axioma o un solecismo, depende de la esfera en la que el pensamiento se mueva. Es verdad en el sentido de que el pensamiento es libre frente a los hombres, ya que ninguno de nosotros puede juzgar los pensamientos de su vecino, ni tenemos ningún derecho de intentar esa tarea.

La opinión religiosa, por ejemplo, no es algo en lo que la ley tenga justamente injerencia alguna. En lo concerniente al gobierno civil, independientemente de que los sentimientos de un hombre sean los de un cristiano, o de un idólatra, o de un católico, o de un protestante, o de un mormón, se le deben garantizar todos sus derechos civiles. Sea quien sea, estaría oprimido si fuese privado de su libertad, o de cualquier privilegio, por causa de su pensamiento. Sea quien sea, se vería lesionado si cualquier denominación se volviese dominante, o fuese apoyada por una tributación forzada extraída de la totalidad.

El pensamiento debe ser libre, y debe ser reconocido, con la ayuda de Dios, como perfectamente libre entre hombre y hombre. Sin importar lo que los tiranos puedan decretar, nunca han sido capaces de detener el progreso de la opinión. Cuando han usado todas sus prisiones y potros de tormento, sus calabozos y hogueras, no han sido capaces de apartar a un hombre convencido de la verdad que ha abrazado, y, podría añadir que han sido incapaces de confirmar a un hombre irresoluto en la falsedad que han tratado de imponerle. El pensamiento, en ese sentido, es libre por derecho natural.

Empero, hay otro aspecto involucrado en esta misma cuestión, en razón del cual estamos obligados a hacer esta solemne protesta: el pensamiento no es libre delante de Dios. No tengo más autoridad para pensar en Dios como me plazca de la que tengo para actuar delante de Él como me plazca; en ambos casos, la acusación de libertinaje sería presentada contra mí; pues el Dios que es supremo sobre las acciones externas de mi cuerpo, es asimismo el único Señor y Gobernador de los movimientos internos de mi espíritu. Todas las provincias de la pequeña isla del alma del hombre pertenecen a Dios, el grandioso Gobernador. Él es Legislador y Señor sobre el cuerpo, el alma y el espíritu.

Puede demostrarse muy claramente que el pensamiento no es libre en este sentido, pues algunos de los mandamientos de Dios, contenidos en el Decálogo, se relacionan particularmente con el pensamiento; especialmente mandamientos tales como, por ejemplo, "No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo", etcétera. Ese mandamiento está clara, particular, y peculiarmente relacionado con el pensamiento; la ley de Dios tiene competencia en el pensamiento.

Además, de acuerdo a lo que leemos en el Salmo ciento treinta y nueve, sabemos que Dios nos ha dicho que Él vigila constantemente nuestros pensamientos. Él los conoce antes de que sean conocidos por nosotros: "Has entendido desde lejos mis pensamientos." ¿Con qué fin creen ustedes que Dios está atento a nuestros pensamientos, sino este: para llevarnos a juicio en el último gran día por cada palabra ociosa, y por cada imaginación ociosa y por cada pensamiento ocioso de nuestros corazones?

Hermanos míos, también vemos que está registrado que Dios no sólo pone a la ley a trabajar sobre nuestros pensamientos, y que está atento a nuestros pensamientos, sino que Él está enojado por causa de los malos pensamientos. Recuerden que leemos en Génesis 6: 5, 6: "Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal. Y se arrepintió Jehová de haber hecho hombre en la tierra, y le dolió en su corazón."

Por tanto, no le resten importancia a los malos pensamientos. Si su conciencia estuviera despierta, verdaderamente despierta, nunca los tomarían a la ligera. Una conciencia cauterizada y acerada puede contemplarlos con indiferencia. Aquellos cuyos corazones no son rectos para con Dios, podrían burlarse de la idea de las malas consecuencias derivadas de lo que simplemente repasan en sus mentes; pero si tuvieran un tierno corazón, si Dios se hubiese agradado en quitar las callosidades y las duras membranas de su conciencia, y en hacerla sensitiva, dirían de inmediato: "¡Oh, salva a mi alma de pensamientos ruines y perversos!"

Que los pensamientos son de suma importancia puede inferirse, de igual manera, del hecho de que Dios los hace aquí la base para castigar a Su pueblo. Él habla de "el fruto de sus pensamientos". El pensamiento, en sí mismo, tal vez no sea algo muy grande, pero, ¿en qué parará ese pensamiento? Podría ser incluso algo muy pequeño, pero, ¿cuál será su fin?

Los pensamientos del mal son, en sí mismos, malos pensamientos. Es cuestionable que podamos leer incluso el reporte del pecado de nuestro vecino, sin que produzca en nosotros algunos pensamientos pecaminosos. Es debatible que una persona tenga mucho interés en hablar u oír acerca de las ofensas de otros sin que se ensucie en algún grado a sí misma; pues así como las varas embadurnadas de brea, y el hollín y las cosas negras y sucias lo manchan a uno con el más leve contacto, lo mismo hace el pecado de cualquier tipo que atraviese la mente. Tocado por la mano, escasamente podría dejar tras sí alguna marca discernible; pero queda una clara impresión en la mente, de tal forma que cualquier cuadro del mal que pase a través del alma, permanece allí para lesionar al alma. El pensamiento del mal es en sí mismo un pecado.

Y, lo que es más, el pensamiento del mal paraliza las facultades más sutiles del alma. Entre más pensemos en el pecado, y nos familiaricemos con él, menos terrible se vuelve en nuestra estimación. Estoy seguro de que este es el resultado si los hombres habitúan sus fantasías a cualquier forma de mal. Si pudiesen ser analizadas las mentes de los hombres que se han convertido en asesinos, no dudo de que se descubriera que habían estado largo tiempo entrenándose para la comisión del horrible crimen. Han reflexionado sobre él, han meditado y deliberado sobre él, hasta que al fin les ha llegado a parecer sólo una nimiedad, y luego han seguido adelante para cometerlo sin recelo.

Yo no creo que un hombre se convierta en un villano súbitamente. Él inscribe su alma en la escuela, y los pensamientos son sus maestros; o, más bien, los pensamientos son los libros de texto en los que su alma lee; y al fin se vuelve capaz de llevar a cabo los actos de un canalla. Si piensan largamente en el pecado, la probabilidad es que, tan pronto como llegue la tentación para cometer ese pecado, lo cometerán.

He conocido a personas que han producido una monomanía por un rumiar constante. Conocí una vez a un hombre que tenía la continua aprensión de que estaba siendo envenenado por la gente; y yo siempre experimenté un temor de que él mismo se envenenara. Si ustedes albergan un mal pensamiento; si rumian sobre cualquier pecado, y le dan vueltas, y se hacen aconsejar por él sobre su almohada, esa familiaridad desarmará su miedo; y el traidor que ha sido albergado los traicionará antes de que despierte sospechas.

Tengan cuidado, entonces, de todos los pensamientos de pecado. Si muestran a un ladrón todas las cerraduras, y los pasadores, y las barras de su casa, y le dicen cómo se puede abrir la ventana de la bodega, o cómo se puede romper la cerradura de la puerta trasera, no se sorprendan si, una de estas noches, descubren que todos sus bienes han sido robados. Si quieren hacer esto, e introducen todas estas cosas malas en su habitación, no deberían sorprenderse de las consecuencias, sin importar cuán alarmados se queden sus amigos al detectarlo.

Es un hecho que los pensamientos son los huevos del pecado. Son el embrión del que brota el pecado: son el fermento del que procede toda forma de iniquidad. Oímos algunas veces acerca de guaridas de fiebres y cuevas de pestilencia: los malos pensamientos son semejantes a estas cosas. Son las selvas en las que los monstruos del pecado crecen y engordan. Los pensamientos de pecado son los oscuros bosques que albergan todo tipo de males; son los malignos pájaros de presa que destruyen todo tipo de bien.

Por tanto, como Dios está atento a nuestros pensamientos, debemos tener memoria de la responsabilidad que implican en nosotros. No debemos despreciarlos más, sino que hemos de vigilar la sala de maternidad en los que son criados, y comenzar a escudriñar nuestros corazones, y juzgarnos como a la vista de Aquel que escudriña todos los corazones.

I. LOS MALOS PENSAMIENTOS Y SU FRUTO EXHIBEN UNA MUY AMPLIA VARIEDAD. Sin embargo, únicamente voy a referirme al capítulo 20 del Libro de Éxodo, donde los diez mandamientos nos proporcionarán una lista de pensamientos, todos los cuales son horriblemente perversos.

El primer mandamiento que Dios nos da es, "No tendrás dioses ajenos delante de mí." Eso significa, de hecho, "No tendrás ningún otro dios sino Yo", puesto que Dios está en todas partes. Este precepto es fácilmente quebrantado en nuestros pensamientos. Si yo me dijera: "esta es la ley de Dios, pero la acción contraria redundará en mi mayor beneficio", entonces yo me constituyo, o constituyo a mi dinero, en mi dios. Si en cualquier ocasión yo me dijera: "claramente percibo que no he de entregarme a ese pecado, mas, sin embargo, me proporcionará un gran placer", y me entregara a él, entonces haría de mi placer, es decir, de mí mismo, mi dios, y me estaría adorando a mí en vez de adorar a Dios. Este es un pecado cuya esencia radica en los pensamientos, en el juicio, en los afectos. No necesitan hacer una imagen de oro, o de madera, e inclinarse ante ella; pueden volverse idólatras consumados en el templo de su corazón, al rendir homenaje a su propia obstinación.

El segundo mandamiento contiene una prohibición adicional, "No te harás imagen", etcétera. Esto es, "No adorarás a Dios bajo ningún símbolo; no adorarás a Dios por medio de ningún símbolo"; o, en su espíritu, "No adorarás a Dios de ninguna manera que Dios no te hubiere mandado"; "No te inventarás métodos ni modos de adoración, sino que harás como Dios te manda".

Ahora, muy fácilmente podemos fabricar una imagen en nuestros pensamientos. Esto es lo que hace la mayoría de nosotros. Decimos y pensamos que Dios es alguien completamente como nosotros; y, habiéndonos formado una idea de Dios, nos inclinamos ante ella, y decimos: "Israel, estos son tus dioses."

Hermanos, ustedes pueden ser tan idólatras al adorar a un dios fabricado por su imaginación, como si adoraran a un bloque de piedra. Ese Ser incomprensible, que se ha proclamado en la Escritura de acuerdo a los misteriosos atributos de Su ser, y que se ha revelado adicionalmente tan dulce y gloriosamente en la persona del Señor Jesús, ese es el Dios que debemos adorar. No debemos hacernos un dios, sino tomar al Dios revelado por la Escritura. No hemos de moldear en nuestros pensamientos un dios tal como quisiéramos que fuese, -un dios que es pura benevolencia, pero que no tiene justicia- sino que hemos de tomar al Dios de la Escritura, grandiosamente severo, severamente terrible en Su ira, a la par que ilimitado en Su compasión, y siempre clemente y lleno de misericordia. Hemos de reconocer al Dios de la Biblia y no hacernos una deidad para nosotros, pues de lo contrario quebrantaríamos la ley divina en nuestros pensamientos, y el fruto de ese pensamiento será que seremos idólatras, y el pecado estará a nuestra puerta.

El tercer mandamiento, como percibirán claramente, puede ser quebrantado sin decir una palabra: "No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano." Vanos pensamientos acerca de Dios, la irreverencia del alma hacia Él, todo esto constituye una violación de este solemne interdicto. Sólo basta que consideres con liviandad Su nombre, y lo habrías blasfemado. Antes de que tu boca se hubiese abierto para pronunciar la irreflexiva expresión, el pensamiento rebelde ya es una profanación del Altísimo.

En cuanto a la ley del día de reposo en el cuarto mandamiento, que obliga a nuestra raza, es violada con suma facilidad por todos nosotros. No supongan que guardan el día domingo porque no trabajen con sus manos; serían tan culpables si trabajaran con su cerebro. Han de descansar en ese día de todas sus propias obras. Hagan todo lo que quieran por Dios en ese día, pero su mente debe hacer a un lado sus cuidados. No deben traer su taller a este lugar. Harían mejor en quedarse en casa, y continuar haciendo su negocio. No deben traer sus preocupaciones a este lugar. No, hermanos míos, déjenlos en la puerta, y pidan la gracia de Dios para que se eleven en este día sobre todas esas cosas, y entreguen su corazón y su mente enteramente a la adoración de Aquel que ha santificado para Sí ese día.

Vean, entonces, que este mandamiento puede ser fácilmente quebrantado sin necesidad de ningún acto manifiesto, y su contravención destruye la validez del día domingo para ustedes. Mientras su mente esté trabajando arduamente, y luchando y esforzándose acerca de miles de problemas y dificultades, no les producirá un confortable descanso; pero si guardaran el mandamiento en su espíritu, sería un dulce y bendito descanso para ustedes.

Vamos ahora a la segunda tabla, a los mandamientos que se relacionan con los hombres. "Honra a tu padre y a tu madre." ¡Ah!, cuando éramos niños, y desde entonces, pensamientos adustos y malvados en relación a nuestros padres han bastado para declararnos culpables de ofensas contra esta ley. Sin una acción desobediente, sin una palabra de rebelión, el hijo puede ser un rebelde contra sus padres en el pensamiento.

"No matarás"; pero Cristo nos dice que cualquiera que se enoje contra su hermano sin causa, es virtualmente un asesino; de tal forma que el pensamiento puede asesinar y matar, y, en verdad, es el pensamiento airado el que pone el cimiento del golpe mortal. No habría asesinatos ni crímenes si no hubiera enemistad. Con toda seguridad, los hombres no procederían a matarse entre sí, o a poner celadas a sus desventuradas víctimas, o a realizar desesperados actos de violencia, a menos que, antes que nada, sus almas estuvieran ardiendo con el fuego del infierno.

"No cometerás adulterio." Diré poco en relación a este mandamiento, pero aquí está la propia exposición de nuestro Señor al respecto: "Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón." Así, la fornicación pudiera abundar en nosotros para nuestra contaminación y la ruina de nuestra alma, aun cuando tal vez pudiéramos reservarnos de la comisión del acto impío por miedo.

Entonces, tengan cuidado, ustedes, que pueden deleitarse en el mal; ustedes, que pueden sorber el fruto prohibido tras la puerta; ustedes, que pueden saborear el suculento bocado bajo su lengua; tengan cuidado para que no vayan a tener su porción con aquellos que caen en el pecado.

Yo no digo que el pensamiento del pecado sea tan malo como el pecado mismo; no puede ser así, ciertamente, en su resultado para con otros; pero, aun así, es un pecado, y un pecado por el que habrá que responder en aquel tremendo día, cuando el Juez de toda la tierra distribuya sus porciones a los hombres.

"No hurtarás." Cada pensamiento de envidia de otro hombre, cada deseo de apoderarme de lo que no es mío; toda cosa de este tipo, en la que quiera tomar lo que no me pertenece, es un robo tácito. El ladrón no roba tanto cuando extiende su mano para tomar la cartera de su vecino, como en el pensamiento que lo condujo a hacerlo, pues la mano puede algunas veces tomar la cartera sin ofensa: podría ser para proteger la propiedad de alguien que es discapacitado e incapaz de guardarla él mismo. Que alguien pudiera tomar la cartera de otro legítimamente y que tuviera el derecho de hacerlo, es algo que podría suponerse. No es el acto, sino el motivo cuando deliberadamente uno se aventura a tomar aquello que no le pertenece, y quiere poseer los bienes de su vecino en detrimento de su vecino, lo que constituye el mero virus y el alma del robo.

"No hablarás contra tu prójimo falso testimonio." Si yo pienso duramente de mi vecino sin causa; si concibo un prejuicio injusto en contra suya; si lo miro con frialdad cuando realmente no lo merece; cuando me convenzo a partir de un capricho o de algo imaginario que es un mal individuo, y encojo mis hombros, y no sé qué otras cosas más; aunque no hubiera dicho nunca una sola palabra, sin embargo, en el pensamiento, habría lesionado a mi vecino.

Por sobre todas las cosas, hermanos, eviten ese encogimiento de hombros; ¡es una abominación! Nosotros algunas veces vemos que lo hacen en grupo. ¡Ah, no se atreven a decir lo que significa, los muy cobardes! Podrías suponer que el hombre contra quien se dirige hubiese matado a su madre, pues estás obligado a suponer lo peor.

Ten valor, si algo ha de decirse, dilo; y si no ha de ser dicho, bien, entonces no lo digas en ese lenguaje misterioso que puede arruinar a un hombre en la estimación de los demás. Evita cualquier falso testimonio en tus pensamientos, y entonces no lo expresarás en tus palabras.

Ya me he referido al último precepto del catálogo; es, en particular, un mandamiento para el pensamiento: "No codiciarás." Todos los deseos codiciosos que nos hacen ansiar tener los bienes de nuestro prójimo, causándole un daño, son pecados, y los frutos de tales pensamientos son culpa, castigo y la ira venidera.

Permítanme ahora llevarlos un paso más adelante, a otro grupo de malos pensamientos, que no podrían ser fácilmente incluidos en el Decálogo.

Estos son los pensamientos de justicia propia, la suposición de que no somos tan pecadores como Dios dice que somos, el concepto de que podemos, quizá, salir por nosotros mismos de nuestras dificultades, y forzar nuestro camino al cielo. Ahora, el fruto de un pensamiento como este, será aturdimiento en el día cuando Dios nos desnude de nuestra justicia propia, y haga que nos quedemos desnudos, para nuestra eterna vergüenza.

¡Cuídense de los pensamientos de justicia propia, mis oyentes! Son la Roca de Tarpeya desde la cual Satanás ha lanzado a miles de almas. Mejor les fuera que se les colgase al cuello una piedra de molino y que se les hundiese en lo profundo del mar, que agradecieran a Dios que no son como los demás hombres, cuando, después de todo, son tan corruptos como los demás hombres y perecerán como perecen ellos. La justicia propia les impide ir a Cristo, y ciertamente, los excluye de la vida eterna, y cerrará las puertas del cielo en su cara. ¡Que Dios nos libre del fruto de tales pensamientos!

A continuación, los pensamientos altivos, jactanciosos, vanagloriosos y egocentristas son igualmente aborrecibles. ¡Qué exaltada opinión tienen algunas personas de sí mismas! Pueden verlo en su porte, y su conversación los delata. Sin embargo, su vino es pura espuma, y su oro es todo falso. Su conversación, cuando comienzan a contar de lo que tienen, y lo que pueden hacer, y lo que hicieron en tales y tales ocasiones, todo esto ya es una abominación para los hombres honestos; pero sus pensamientos han de ser sumamente abominables para Dios. Es una de las cosas que Él dice que aborrece: los ojos altivos. ¡Que Dios nos conceda gracia para que desechemos todo pensamiento altivo, pues no tenemos nada de qué estar orgullosos!

Un hombre orgulloso no es nada sino un fuelle, y cuando, ya sea los males de la vida o la crisis de la muerte lo atraviese con un punzón, ¡qué colapso habrá; cómo descubrirá el altivo que no es nada sino vacío y vanidad! Desháganse de los pensamientos altivos, pues, ¡oh!, ¿qué harán ellos? La soberbia sacó a rastras a un ángel del cielo, e hizo un demonio de él, y la soberbia abatirá a cualquiera de nosotros hasta el nivel del demonio, si cayéramos en su trampa.

Otro grupo de pensamientos, más comunes todavía, y no tan desacreditados, son los pensamientos murmuradores. ¡Ah, caramba, cuán llenas de estos pensamientos están algunas personas! Difícilmente pueden hablar si no tienen algo de qué murmurar. Hacer negocio con ellas es siempre malo. 'Desde que vine a Londres, el negocio ha sido malo, pero ahora es incluso peor. Nunca fue tan malo como es ahora, excepto que el año pasado también fue muy malo; y, hasta donde sé, siempre ha sido de lo peor. Los granjeros nunca han obtenido, hasta donde yo recuerde, algo más que "una cosecha promedio", y la mayoría de los años ha sido un fracaso. Si el trigo ha sido bueno, los nabos no han prosperado, o algo parecido.'

Noto que la murmuración es algo muy común en mucha gente, y tan pronto como te sientas en la casa del campo, en lugar de decirte que alguien ha estado allí para ayudarles, y para proporcionarles un auxilio, afirman que sólo tienen la pensión parroquial: ¡una miserable pitanza! Así es; pero ellos olvidan las misericordias que tienen.

¿Por qué habría yo de estar siempre contando cuán a menudo sufro de dolores reumáticos, y cuántas veces descubro que hay algo malo en mi constitución? ¿Por qué habría de ser mi hábito constante forzar a todo mundo a que sea miserable doquiera que voy?

"Bien", -dirá alguno- "pero tú sabes que no podemos evitarlo".

Mi querido amigo, entonces, si no puedes evitarlo, yo te diré cuál será su fruto: tú te harás incorregiblemente miserable. Te conducirás a un desesperado estado, en el que nada te consolará. Yo creo que, a este respecto, nosotros somos en gran medida nuestros propios señores. No todas las munificencias de la providencia pueden hacernos felices si tenemos un corazón ingrato y malagradecido. Pueden tener todo lo que el mundo pueda darles, y, sin embargo, ser desdichados; o pueden ser muy, muy pobres, y sin embargo, ser alegres.

Lo que necesitamos es un corazón agradecido; y, ¡oh, que Dios se agrade en darnos ese corazón agradecido! Pero lo que quiero que recuerden es que la murmuración es un gran pecado. Ellos murmuraron contra Dios en el desierto, y Él envió serpientes ardientes entre ellos. Dios considera seriamente nuestras quejas en contra de Sus tratos providenciales con nosotros; no hemos de tener en poca consideración el pecado de provocarlo con nuestros pensamientos.

De igual manera, ¡cuán propensos somos a abrigar pensamientos incrédulos! Oh, que nos viéramos libres de ellos; pero yo supongo que si recorriera estas galerías, encontraría en cada banca a alguien que alimenta pensamientos incrédulos. Nos imaginamos que Dios nos abandonará, que la providencia se volverá en contra nuestra. Nos volvemos como el viejo Jacob cuando dijo: "José no parece, ni Simeón tampoco, y a Benjamín le llevaréis; contra mí son todas estas cosas"; en verdad todo está operando en nuestro favor, sólo que somos incapaces de verlo. ¡Fuera toda incredulidad!, pues el fruto de los pensamientos incrédulos es debilidad, aflicción y rebelión contra Dios, y no sé que otras cosas más de presunción y temeridad. ¡Que Dios nos libre de estos pensamientos!

Los pensamientos aplazadores han sido una fructífera fuente del mal para una gran cantidad de personas entre ustedes. Ustedes tienen buenos pensamientos y buenas resoluciones, pero siempre aplazan las cosas, y piensan que vendrán tiempos mejores para abandonar sus pecados y buscar a Cristo. Aunque el menor de los males sea sólo una terrible pérdida de tiempo, corren un grave peligro de algo peor que eso, pues ha de temerse que sus almas se perderán al fin.

Otros hemos de quejarnos de pensamientos distraídos cuando estamos adorando a Dios, y el fruto de ellos es echar a perder las estaciones doradas, que, bien usadas, podrían producir una gran ganancia. A menudo, cuando el servicio ha sido adecuado para ministrar refrigerio e instrucción, y otros han sido nutridos por la Palabra, alguna pobre alma sale, y dice: "no lo disfruté en absoluto." Vamos, por supuesto que no, pues tus pensamientos estaban en otra parte. Estas son las aves de rapiña que descienden sobre el sacrificio. Si, como Abraham, las ahuyentamos, seremos capaces de adorar en paz; pero si no, el fruto de los pensamientos distraídos en la casa de Dios es que el servicio es estropeado.

Igual nos ocurre en el aposento, ya sea que estemos ostensiblemente involucrados en la devoción privada, o en la lectura de las Escrituras, a menos que los pensamientos estén centrados en el tema que tenemos entre manos, no puede haber ganancia espiritual en acercarse a Dios.

II. Ahora, durante unos cuantos minutos, pensemos en cosas más brillantes, mientras menciono UNOS CUANTOS PENSAMIENTOS Y SUS FRUTOS.

"De las cuales cosas", -dice el apóstol- "no se puede ahora hablar en detalle", cuando tenía ante sí una larga lista y un corto espacio; yo debo decir lo mismo ahora. Si quieren tener buen fruto en su alma, cultiven pensamientos humildes. Nadie fue dañado jamás por tener un humilde concepto de sí. La mejor definición de humildad que escuché jamás, fe esta: "no darnos indebida importancia". Considerarnos por debajo del estándar es bajeza; considerarnos por encima del estándar es orgullo; pero formarnos una correcta estimación de nosotros es la verdadera humildad.

Eviten la falsificación que hay en el mundo; esa es una humildad fingida. Sean verdaderamente humildes. Alberguen pensamientos humildes acerca de ustedes mismos, especialmente delante de Dios; son indispensables los pensamientos penitentes del pecado, las humildes consideraciones relacionadas con la gracia divina, y una estrecha rendición de cuentas por la propia responsabilidad; así descubrirán que la humildad barrerá el aposento de su alma, y la preparará para la entrada del grandioso Príncipe.

Cultiven mucho pensamientos perdonadores hacia sus semejantes. Nunca sean tardos para ser persuadidos de perdonar una ofensa. El que agarra a su hermano por el cuello puede estar seguro de que será agarrado también por el cuello. Mal por mal, se dice, es algo a semejanza de las bestias; bien por bien, es algo a semejanza del hombre; mal por bien, es demoníaco; pero, bien por mal, es a semejanza de Dios. Procuren hacerlo; y si algo puede hacer que tañan las campanas en su corazón, es perdonar a alguien que los ha injuriado grande y protervamente. Entre peor sea la ofensa, si pueden pasarla por alto, mayor será su gozo, y tendrán una mejor prueba de que son hijos de Dios.

Vayan a la cama cada noche, y despierten por la mañana, con pensamientos de admiración hacia la bondad de Dios, y con pensamientos de adoración hacia la grandeza de Dios. Encontrarán que estos pensamientos son como las abejas, pues vendrán a ustedes cargados de miel. Permitan que su alma sea como una colmena para ellos. Adoren al Señor. Piensen mucho en Él. Que cada bendición que reciban los conduzca a pensar en Él. No se sienten a la mesa y ofrezcan lo que llamamos "gracia" (dar gracias) sólo porque sea la costumbre de hacerlo; pero su alma ha de ver realmente la mano de Dios en el don de todo lo que se encuentra sobre la mesa.

No hemos de temer los pensamientos mundanos si santificamos esos pensamientos mundanos. Alguien dijo: "el camino que recorro me hace pensar en Cristo como el camino. La puerta por la que paso me hace pensar en Cristo como la puerta. No puedo manejar dinero sin pensar que no me pertenezco, sino que he sido comprado con precio. No recibo una factura sin recordar que Él ha borrado la escritura de las ordenanzas escritas contra mí. No puedo hablar con mi semejante, y recibir su respuesta, sin pensar cómo hablo con Dios, y cómo me responde."

De esta manera, con muchos pensamientos de Dios, descubrirán el fruto de la concentración en las cosas celestiales en su espíritu. Los ángeles irán y vendrán entre ustedes y los atrios del Altísimo, si poseen muchos de estos pensamientos de admiración y de adoración para con Dios.

Pensamientos agradecidos son grandes merecedores de ser alentados por ustedes. Consigan una jaula llena de estos pájaros del paraíso, y permitan que revoloteen en los bosques de su alma, y canten allí en todo momento. ¡Oh!, no hay mejor compañero que la jubilosa gratitud. Si un hombre pudiera ver la misericordia de Dios en todo, en vez de mirar siempre al lado negro del cuadro, sería en verdad feliz. El fruto de pensamientos agradecidos será un verano en su alma, aunque cuando sea lo profundo del invierno en el exterior. Cultiven pensamientos agradecidos como cultivan hermosas flores en su jardín.

Además, queridos amigos, procuren muchos y abundantes pensamientos creyentes. Cuando no puedas ver tu camino, aun así confía en tu Señor. Cree en Él. Aunque todo diga que la promesa es una mentira, aun así has de creer que la promesa es verdadera.

Abunden mucho en pensamientos de sumisión a Dios. Cada mañana ejerciten tales pensamientos. Pongan su alma en las manos de Dios para que trate con ustedes de acuerdo a Su voluntad durante todo el día; y cada noche, cuando repasen el día, den gracias a Dios por todo, cualquier cosa que haya sido, sabiendo que debe ser buena, es más, sabiendo que es lo mejor si Dios lo ha ordenado.

Finalmente diré esto: busquen, creyentes, tener muchos pensamientos que anhelen a Cristo. Tengan pensamientos de anhelo de estar con Él donde Él está. Cristo ha de tener nuestros mejores pensamientos: la crema de ellos. Él ha de tener el primer producto de su espíritu. Estén con Él al despertar. Díganle en la noche: "Quédate con nosotros, porque el día ya ha declinado." Y si están despiertos en la noche, busquen todavía tener algunos preciosos pensamientos acerca de Cristo, como hojuelas con miel, para colocarlos bajo su lengua. ¡Oh!, podemos bajar el cielo a la tierra si podemos elevar nuestros pensamientos al cielo. Si los pensamientos son las alas, y el Espíritu es el viento, volaremos lejos, al paraíso celestial.

¡Abunden, entonces, en tales pensamientos como estos, y que el fruto de sus pensamientos sea de tal manera que Dios mismo se agrade de ellos, para alabanza de Cristo! Amén.


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