Los Pensamientos de Dios y nuestros Pensamientos
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Charles H. Spurgeon
sobre Amor de Dios
Una parte de la serie Metropolitan Tabernacle Pulpit
Traducción por Allan Aviles
¡Cuán preciosos me son, oh Dios, tus pensamientos! ¡Cuán grande es la suma de ellos! Salmo 139: 17
Es muy consolador para nosotros creer en un Dios personal y ser capaces de confiar en Alguien que condesciende a pensar amorosamente en nosotros, y a considerar nuestras necesidades y remediar las carencias. No sería muy consolador para nosotros creer en una mera Deidad abstracta, o en lo que algunas personas llaman: “las leyes de la naturaleza” que actuaran por sí mismas, aparte de Dios, o en un sino fijo que nos aplastara como alguna arrolladora fuerza inexorable. Con todo, algunas personas parecieran siempre estar pugnando por alejarse del pensamiento de un verdadero Dios personal: Creador, Preservador, Redentor y Todo-en-todo para Su pueblo. Quienes niegan la historia inspirada de la creación, quisieran que creyéramos que descendemos de los monos, o de algo con menor inteligencia de la que posee incluso un simio; pero yo no podría obtener ningún consuelo de una creencia como esa, aunque fuera cierta; más bien me llena de lástima o de menosprecio por aquellos que pueden ser tan necios como para fomentar tal error. Pero cuando regreso a la revelación de la Biblia concerniente a un Dios personal, revelación que ha sido confirmada por mi propia experiencia espiritual, y cuando compruebo que este Dios personal tiene un interés especial en mí, y piensa en mí con una tierna, amorosa y clemente consideración, entonces, alzo mis manos en adorante asombro, y digo, imitando a David: “¡Cuán preciosos me son, oh Dios, tus pensamientos! ¡Cuán grande es la suma de ellos!” Sí, se experimenta un gran consuelo cuando se es capaz de decir verazmente: “Padre nuestro que estás en los cielos”; y quienes son realmente hijos e hijas del Dios Todopoderoso, encuentran que su principal deleite consiste en que Él piensa en ellos, y planea todo lo que es para su bien presente así como para el eterno.
I. Al abordar nuestro texto, les pido que consideren, primero, CUÁN PRECIOSOS SON LOS PENSAMIENTOS DE DIOS PARA CON NOSOTROS, Y CUÁN PRECIOSO ES QUE PENSEMOS EN ESOS PENSAMIENTOS.
Ante todo, permítanme decir que el propio hecho de que Dios piense en nosotros es en sí precioso. Tal vez alguien aquí presente diga: “No sucede así en mi caso; yo estoy bastante alarmado ante el pensamiento de que Dios piense acerca de mí. No es un consuelo para mí decir: ‘Tú eres Dios que ve’; un pensamiento como ese únicamente me llena de terror”. Puedo entender muy bien, querido amigo, cómo te sientes; claro que si sólo piensas en Dios como si fuese un oficial de justicia con una orden de arresto en tu contra, ha de ser una cosa terrible para ti darte cuenta de que Él está pensando en ti; pero supón que fueras Su hijo; ¿no sería entonces para ti un gozo continuo considerar que tu Padre celestial está constantemente pensando en ti? Si estuvieras completamente reconciliado con Él por medio de la muerte de Su Hijo, si no quedara ningún sentido de culpa en tu conciencia, si tú supieras que todos los pensamientos de Dios en cuanto a ti son pensamiento de amor, entonces bendecirías Su nombre por ser tan clemente y amable como para pensar en ti.
Además, quienes sirven al Señor se deleitan en recordar que Él está pensando en ellos. Después que hemos sido reconciliados con Dios, es un gran privilegio para nosotros gastar toda la fuerza que tenemos en promover Su gloria. Bien, nadie se avergüenza por ser enviado en una buena misión. La mirada de Dios, en vez de ser terrible para el hombre cuyo corazón es recto hacia Él, es uno de sus mayores estímulos. Siente que, aunque sus semejantes no digan nunca: “Bien, buen siervo y fiel”, le basta saber que Dios le ha visto, que Dios guarda un libro de recuerdos, y que, al final, una plena recompensa le será dada a quien es fiel, no por deuda, sino por gracia. Yo no sé qué pasa con ustedes, profesantes holgazanes, que profesan ser salvos pero que hacen poco o nada por Cristo; yo no veo cómo, el hecho de que Dios los esté observando, pueda darles algún consuelo. Si es cierto que ustedes no se pertenecen a ustedes mismos, antes han sido comprados por precio, con la preciosa sangre de Jesús como de un cordero sin mancha y sin contaminación, ¿acaso pueden pensar tranquilamente que Dios vigila sus horas desperdiciadas, que escucha sus abundantes palabras que no tienen ningún peso, ningún valor intrínseco, y advierte cómo descuidan sus múltiples oportunidades de servir a su día y a su generación?
Pero, por otro lado, en la proporción en la que son constreñidos por el amor de Cristo a instar a tiempo y fuera de tiempo, en esa misma proporción será dulce para ustedes recordar que el Señor los está observando, y que siempre está a su diestra para ayudarlos en su servicio para Él.
También aprendemos la preciosidad de los pensamientos de Dios hacia nosotros conforme dependemos sin reserva de Él como el grandioso Señor de la providencia. De poco les serviría que alguien estuviera pensando en ustedes si los pensamientos de esa persona nunca les proporcionaran ninguna ayuda práctica; pero si tuvieran algún amigo rico que les hubiere prometido, tan pronto como fuera posible, encontrarles una posición en la que serían provistos de todo en tanto que vivieran, no me sorprendería oír que, incluso estando en este servicio, hubieran estado pensando en esa persona con agradecimiento. Sí, habrían estado diciendo: “yo no podría abrirme paso por cuenta propia, pero tengo un amigo que me respalda, que dice que verá que nunca carezca de nada, y me consuela pensar que él está pensando en mí”.
Bien, entonces, si la promesa de un amigo terrenal depara tanto consuelo como ese, ¡cuánto más debería ser el caso de ustedes, que cuentan con un Amigo celestial que a la vez es capaz y está dispuesto a cumplir todas Sus promesas! Él está siempre pensando en qué es lo mejor para ustedes, qué requieren hoy y qué requerirán mañana; Él está anticipando siempre sus carencias, está proveyendo Elims con fuentes de aguas y palmeras mientras ustedes están viajando a través del desierto; y mientras meditan en la forma en que Él está pensando en cómo los bendecirá, y los perfeccionará y los glorificará, Sus pensamientos deben ser, en verdad, preciosos para ustedes.
Una razón por la que los pensamientos de Dios en lo concerniente a nosotros son peculiarmente preciosos, es que los hombres sujetos de la gracia anhelan acercarse a Dios. No están satisfechos con lo que son. Los descarríos de sus pensamientos hacia objetos inferiores son un peso para ellos, y están anhelando continuamente acercarse más a Dios. Si hay un clamor que sube más frecuentemente a nuestros labios que cualquier otro, es este:
“Más cerca de Ti, mi Dios, Más cerca de Ti.”
Pero, ¡ay!, nuestros pensamientos sobre Dios son una ayuda muy pobre para nosotros para llevarnos más cerca de Él; flaquean, y se cansan y pronto mueren; pero los pensamientos de Dios para nosotros son poderosos, como Dios mismo lo es, y ellos, como cuerdas irrompibles sujetadas firmemente a nosotros, nos están atrayendo siempre más cerca de Él. El pensamiento conduce a la acción, y que Dios piense en nosotros conduce a la acción práctica de atraernos más cerca de Él mismo. Entonces el hecho de que esté pensando continuamente en nosotros, nos anima a creer que un día estaremos junto a Él, y seremos aptos para estar junto a Él, siendo conformados perfectamente a la imagen de Cristo, y conducidos a la comunión más cercana posible con Dios.
Y entre más nos acerquemos a Dios, más preciosos se volverán para nosotros Sus pensamientos acerca de nosotros. Si no fuéramos tan bebés en Cristo, y tan carnales, valoraríamos cada migaja de la mesa de nuestro Padre, y sobre todo, cada pensamiento de la mente de nuestro Padre. Deberíamos valorar, muy por encima del oro y los rubíes, lo que podría llamar: las incursiones ordinarias de la mente divina en Sus arreglos providenciales para con nosotros; pero deberíamos valorar mucho más esos pensamientos profundos, eternos e infinitos, que ya han asegurado nuestra salvación, y que, en breve, completarán nuestra santificación y también nuestra glorificación.
II. Ahora, en segundo lugar, hay ALGUNOS PUNTOS EN CONEXIÓN CON LOS PENSAMIENTOS DE DIOS HACIA NOSOTROS QUE LOS VUELVEN MUCHO MÁS PRECIOSOS PARA NOSOTROS.
Y, primero, recordemos que los pensamientos de Dios acerca de nosotros son sempiternos. Cuando comenzamos a pensar en los pensamientos de amor de Jehová en relación a Su pueblo, tenemos que retroceder más allá de la región del tiempo, y llegar adonde todas las fechas se pierden en el mar sin orillas de la eternidad.
Amados, ustedes fueron amados por su Dios mucho antes de que creara el mundo; sí, desde la eternidad tuvo pensamientos de amor hacia ustedes; entonces, ¿acaso esos pensamientos no deberían ser preciosos para ustedes? Además, como fueron desde la eternidad, también serán hasta la eternidad; Dios estará pensando amorosamente en ustedes cuando el sol, y la luna y las estrellas hayan cumplido su misión, y hayan sido olvidados, y cuando todas las cosas que los hombres consideran ahora sólidas y duraderas, se hayan disuelto como la burbuja sobre la cresta de la ola, y hayan desaparecido para siempre. Dios los ha vinculado de tal manera con Su Hijo que ha hecho que tengan una vida que es eterna, que no puede morir nunca. Todas las otras cosas han de perecer, y las columnas del universo han de desmoronarse y deteriorarse, y toda la creación visible ha de desplomarse con un estruendoso estrépito; sin embargo, ustedes, los amados del Señor, morarán a salvo con Él:
“Lejos de un mundo de dolor y pecado Compartiendo eternamente con Dios”.
Sus pensamientos siempre estarán dirigidos hacia ti; Él no te olvidará nunca. Nunca ha habido un momento en el pasado cuando no haya pensado en ti; incluso en tus años de pecado, Él te miraba con ojos piadosos; en tu depresión más profunda, Su corazón estaba lleno de simpatía por ti; nunca ha habido una hora, en las quietas vigilias de la noche, o en medio de los cuidados y las actividades del día, en que no hubiera estado pensando siempre en ti, tanto, como si tú fueras el único ser que hubiere creado jamás. Desde el principio el Señor te ha estado mirando y pensando en ti como si fueras el único centro de Su íntegra atención, y así continuará pensando en ti incesantemente.
Los pensamientos del Señor acerca de ti son especialmente preciosos porque han sido siempre pensamientos de amor. Incluso cuando estabas muerto en delitos y pecados y Él odiaba tus pecados, no te odiaba a ti, pues te amó con un amor sempiterno.
“Te vio arruinado en la caída, Pero te amó a pesar de todo; Te salvó de tu estado perdido, ¡Oh, cuán grande es Su misericordia!”
Este es el amor del que Pablo escribió a los Efesios: “Su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados.” Y a partir de su conversión, los pensamientos de Dios sobre ustedes han sido pensamientos de amor. Él los ha golpeado dolorosamente hasta que llegaron a sentir que seguramente tenía que ser enemigo de ustedes, pero no fue así, pues nunca ha habido, en el grandioso corazón de Dios, otra cosa sino amor por ustedes. Si:
“Nos azotara con aflicciones, Enviara una cruz para cada día”;
eso no sería una prueba de enojo hacia nosotros; por el contrario, es una muestra de Su afecto:
“Todo para hacernos sentir Enfermos del yo, y apasionados de Él”.
Además de esto, los pensamientos de Dios acerca de nosotros han sido siempre pensamientos sabios. No han sido pensamientos casuales como los que pasan por las mentes de los hombres mientras viajan rápidamente por tierra o en tren, cuando advierten simplemente este objeto por aquí y aquel otro por allá; pero los pensamientos de Dios contienen infinitamente más en ellos que los más profundos pensamientos que los hombres jamás pudieran tener. Ustedes saben que hay muchas maneras de pensar en una cierta cosa; pueden pensar en ella de tal manera de guardarla simplemente en el recuerdo, o pueden pensar en ella tan intensamente como para permanecer despiertos en la noche, dándole vueltas en su mente, viéndola desde todos las perspectivas para poder entender todas sus implicaciones. Pueden pensar en ella con la cuidadosa consideración que un abogado le da a un importante caso por el que está a punto de argumentar, o que un inventor da a los intrincados detalles de una máquina que está buscando perfeccionar. Una consideración como esa, sólo que de un orden infinitamente más excelso, es la que Dios da a cada uno de Sus hijos. Él está arreglando continuamente aquello que es para su mayor bien en Sus tratos providenciales con ellos, y pensando constantemente y trabajando en su favor con el propósito final de llevar a muchos hijos a la gloria. Los pensamientos de Dios son siempre sabios, pero son tan elevados comparados con nuestros pensamientos, que no podemos alcanzarlos; sin embargo, entre más podamos comprenderlos, más sabiduría y prudencia percibiremos en ellos.
Además, estos pensamientos de Dios hacia nosotros son prácticos de manera preeminente. Dios pensó de tal manera en ustedes, hermanos y hermanas en Cristo, como para ordenarlos para vida eterna. El siguiente decreto fue pronunciado en relación a toda la Iglesia del Dios viviente: “Serán para mí especial tesoro, ha dicho Jehová de los ejércitos, en el día en que yo actúe.” No sólo hubo un decreto divino concerniente a ellos, sino que hubo un pacto eterno realizado entre el Padre y el Hijo, mediante el cual, la salvación eterna de todos los elegidos es asegurada infaliblemente. Más que eso, en la plenitud del tiempo, esos eternos pensamientos de amor asumieron un efecto práctico en el don del primogénito y bienamado Hijo de Dios para que muriera por Su pueblo: “el Justo por los injustos, para llevarnos a Dios.” Estos pensamientos de Dios fueron implementados, además, por la venida a nuestros corazones del Espíritu Santo, de tal manera que ahora, a través de Su poder y energía divinos, hemos sido convertidos, renovados en el espíritu de nuestras mentes, ayudados hasta este punto en nuestra ruta al cielo, y consolados con la plena seguridad de que, en el tiempo señalado, seremos conducidos a la inmediata presencia de nuestro Padre celestial, perfectos y completos. Ustedes ven, amados, que los pensamientos de Dios hacia nosotros deberían ser sumamente preciosos para nosotros porque son de un carácter tan práctico que nos traen bendiciones, temporales y espirituales, que gozamos diariamente.
III. Ahora, en tercer lugar, notemos brevemente ALGUNAS OCASIONES EN LAS QUE LOS PENSAMIENTOS DE DIOS SON PECULIARMENTE PRECIOSOS PARA NOSOTROS.
Así es cuando hemos sido traicionados y abandonados por algunos en quienes hemos confiado. Cuando el hombre que comía pan con nosotros alzó en contra nuestra el calcañar, entonces nos volvemos a nuestro siempre fiel Amigo, y nos regocijamos de saber que Sus pensamientos concernientes a nosotros nunca son falsos ni traicioneros. Él es el Amigo que nos acompaña más íntimamente que un hermano; Él es siempre veraz aunque todos los demás comprueben ser mentirosos. Ahitofel puede abandonar a su rey, Judas puede traicionar a su Señor, y nosotros, en nuestra medida podríamos saber qué significa ser abandonados y traicionados; pero los pensamientos de Dios hacia nosotros serán, en todo momento, pensamientos de amor y de fidelidad. Vana fue la confianza que pusimos en algunos que salieron de nosotros porque no eran de nosotros; pero Dios no nos ha abandonado nunca, siempre ha estado pensando en nosotros para bien y, entonces, Sus pensamientos son peculiarmente preciosos para nosotros.
También lo son cuando somos tratados con desdén por nuestros compañeros cristianos y por otros que deberían estimarnos. Ha de ser muy duro continuar afanándose en alguna oscura esfera sin recibir una palabra amable o una sonrisa alentadora de alguien; vivir, tal vez, como un sirviente en una familia, esforzándose por cumplir fielmente con el deber, y sin embargo, no encontrarse nunca con el más leve aliciente procedente de quienes gobiernan la casa; o trabajar denodadamente como trabajadora social y vendedora de Biblias o como un misionero citadino en algún distrito relegado, y tener tan poco éxito que tu superintendente te mira como si no estuvieras haciendo nada. Puedo imaginar cuán doloroso ha de ser para tu espíritu sensible, y cuán consolador es para ti pensar: “Bien, Jesús sabe todo acerca de esto, y Sus pensamientos valen mucho más que los pensamientos de los hombres, pues Él puede leer mi corazón, y Él puede ver que es el amor por Él lo que me constriñe a hacer para Su servicio todo lo que pueda. Los hombres me podrán llamar necio, pero si mi Señor sabe que yo sólo deseo ser un necio por Su causa, si Él considera que yo estoy sirviéndole fielmente hasta donde mi capacidad me lo permite, ¡cuán preciosos son Sus pensamientos para mí!”
Este es también especialmente el caso cuando nuestras palabras y nuestras acciones son interpretadas siniestramente y son tergiversadas. Algunos de nosotros sabemos lo que significa esta prueba. Cuando hemos intentado ser desinteresados, y realmente lo hemos sido, los hombres han dicho a veces que hemos actuado por algún siniestro motivo. Cuando hemos hablado con suma claridad y simplicidad, hemos sido malentendidos con frecuencia, y peor todavía que eso, hemos sido tergiversados intencionalmente; bien, ¿qué pasa entonces? Nuestro Padre celestial conoce la sinceridad de nuestros motivos y el significado de nuestras palabras, así que retiramos todo el caso de esta corte inferior donde las lenguas humanas altercan y causan contiendas, y apelamos a la Corte suprema del Tribunal superior de Justicia del Rey del cielo. Nuestra petición es: “¡Oh Señor, da Tú el veredicto en este caso! ¡Tú sabes quién ha deseado servirte fielmente, y hablar Tu verdad con valor; pronuncia Tú un veredicto justo que nadie pueda contradecir!” En momentos como esos, el hecho de que Dios piense en nosotros es peculiarmente precioso para nosotros.
Así sucede en tiempos de perplejidad, cuando somos, como dijo Bunyan: “catapultados hacia arriba para caer desplomados en nuestros pensamientos”. Yo supongo, queridos amigos, que algunas veces se hunden en una condición tal que, aunque tengan todas las fuerzas de la omnipotencia a su disposición, están tan distraídos que no saben cómo hacer uso de ellas. Están en un lugar donde se encuentran dos océanos, y una ola tras otra pasa sobre ustedes, y temen ser anegados. No saben qué hacer, no pueden pensar en ninguna vía de escape para su perplejidad. Bien, entonces, no traten de hacerlo, dejen incluso de pensar en el asunto, y refiéranlo al grandioso Pensador cuya mente maestra puede extraer bien del mal, luz de las tinieblas, y orden de la confusión.
Los pensamientos de Dios son también preciosos para nosotros cuando nuestros propios pensamientos son resplandecientes y jubilosos. El cristiano genuino no acude a su Dios meramente en sus momentos de tribulación, sino que se deleita en el Señor en todo tiempo y bajo cualquier circunstancia. Piensa en Él cuando está en tierra de sequedad, pero no se olvida de Él en tierra de paz y abundancia, pues canta entonces:
“Si la paz y la abundancia coronan mis días, Me ayudan, Señor, a proclamar Tu alabanza.”
Sus pensamientos más esplendentes, amados, han de ser siempre aquellos que conciernen a su Señor; y por sobre todos los gozos de la tierra, dejen que este gozo se eleve hasta el propio cenit: que su Padre celestial piensa en ustedes. Esta es una mejor fortuna para ustedes que la abundancia de oro y plata; esta es una mejor protección para ustedes que la amistad de millones de millones de amigos terrenales; esta es una mayor consolación que la que jamás les pudieran proporcionar los consuelos del tiempo.
En tus horas más resplandecientes, creyente, espero que aún digas con el salmista: “¡Cuán preciosos me son, oh Dios, tus pensamientos! ¡Cuán grande es la suma de ellos!”
IV. Mi tiempo se ha acabado, pero quiero darles solamente UNAS CUANTAS OBSERVACIONES PRÁCTICAS QUE SURGEN DE ESTE TEMA.
La primera es esta: si los pensamientos de Dios son tan preciosos para nosotros, ¡cuán grandemente preciosas deberían ser Sus palabras! Aquí, en este inspirado volumen, tienen ustedes los pensamientos encarnados del Divino Pensador, si puedo usar la palabra en ese sentido, y por tanto, quisiera que valoraran muy altamente cada palabra de este bendito Libro. Hay muchas personas en nuestros días que rehúsan creer en la inspiración verbal de las Escrituras, pero yo no puedo ver cómo el sentido de la Escritura puede ser inspirado, si las palabras con las que ese sentido es expresado, no son inspiradas también. Yo creo que las propias palabras, en el hebreo y griego originales, fueron reveladas desde el cielo; y a pesar de cualquier objeción que pudiera ser presentada desde cualquier perspectiva, nunca me he podido desembarazar de la firme creencia que, si renuncio a las palabras de mi Señor, renunciaría también a Sus pensamientos. No puedo amar bien el alma de un hombre sin sentir también un afecto por su elemento corporal; no puedo amar los pensamientos de Dios, que son el alma de Su revelación, sin amar las palabras que son el cuerpo en el que nos llega. No se entrometan con las palabras de la Escritura, ni siquiera con una letra de ella, sino más bien digan: “¡Cuán preciosas me son, oh Dios, tus palabras! ¿Acaso no hemos conocido momentos en los que la bendición que hemos recibido de algún texto ha llegado a nuestros corazones, no tanto procedente del pensamiento principal contenido en él, sino del uso de una palabra especial? Algunos de nosotros, al recurrir a nuestros Testamentos en griego, nos hemos quedado perfectamente asombrados al encontrar que se usó una palabra particular que ha respondido exactamente a la situación en la que nos encontrábamos; y si el Espíritu Santo hubiera movido al escritor a usar cualquier otra palabra, no sería tan apropiada para las circunstancias en las que no encontrábamos entonces. Le alabamos por seleccionar esa precisa palabra, y no cualquiera de sus sinónimos, que no habrían respondido precisamente a nuestro caso. Por tanto, hermanos y hermanas en Cristo, valoren las palabras de Dios por encima de todo lo demás que posean.
¡Oh, que se leyera más la Biblia! Me temo que esta es una época en la que se lee casi cualquier otra cosa excepto aquello que más vale la pena leer. Yo creo que muchas personas que se profesan cristianas, envenenan positivamente sus mentes y obstruyen todas las avenidas del sentido, con grandes cantidades de aserrín, tamo y desperdicios que extraen de su lectura liviana que un hombre podría leer por toda la eternidad, sin ser jamás mejor por ello. Sin embargo, en todo momento, hay libros sólidos, sobrios e interesantes, llenos de valiosa información e instrucción, que permanecen sin ser leídos; y, lo peor de todo es que, el Libro de Dios, la propia Biblia, yace olvidada en la repisa. Los verdaderos lectores y escudriñadores de la Biblia jamás la encuentran tediosa. Los que menos conocen la Biblia, la disfrutan menos, y la aman más, los que más la leen. La encuentran más nueva quienes la han conocido más tiempo, y quienes descubren que el pasto es más apetitoso, son aquellos cuyas almas han sido alimentadas de él por mayor tiempo.
Cuando uno de nuestros misioneros tuvo que leer un cierto Libro del Antiguo Testamento completo cien veces mientras lo estaba traduciendo, dijo que en verdad disfrutó más la centésima vez que lo leyó que la primera vez, pues lo entendió mejor, y le parecía que lo encontraba más lleno y más vivo entre más se familiarizaba con él.
A continuación, así como los pensamientos de Dios son tan preciosos para nosotros, las acciones de Dios, que surgen de Sus pensamientos, deberían ser también preciosas para Su pueblo. Deberían serlo, pero, ¿acaso lo son? Tal vez, una de las acciones de Dios haya sido abatir con una enfermedad a uno que es muy querido para ti; ¿puedes decirle a Dios: “Cuán preciosa es esa acción”? No; meneas tu cabeza, pues no puedes decir eso. Posiblemente hayas tenido una gran pérdida hoy, y esa pérdida vino por un acto directo de Dios. Ahora, Dios primero pensó, luego actuó, y te quitó algo que tú valorabas grandemente. Tú dices que no puedes ver ninguna preciosidad en eso; pero si juzgaras de conformidad a la fe, y no de acuerdo al sentido, dirías: “Sí, Señor, esta aflicción es preciosa para mí porque creo que viene de ti, y no sólo me someteré a ti, sino que te agradeceré por ello, e incluso me enamoraré de la cruz que Tú pones sobre mí.” Cuando miramos en retrospectiva nuestra experiencia pasada, vemos cuán preciosas nos han sido nuestras tribulaciones. Alguien dijo: “Regrésenme mi lecho de flaqueza, regrésenme los dolores y dolencias que sufrí en aquella larga enfermedad aflictiva, si sólo pudiera tener tal gozo de la presencia de mi Señor como lo tuve entonces”.
Ahora, para concluir, sólo permítanme decir que, como los pensamientos de Dios son tan preciosos para nosotros, deberíamos hacer la mejor retribución que podamos pensando mucho en Él. Tú, creyente, estás desposado con Cristo, y como Esposo tuyo, está siempre pensando en ti, ¿acaso puedes estar contento de vivir sin pensar con frecuencia en Él? ¿Has vivido a lo largo de este día sin haberte acordado de Él? ¿Has estado tan ocupado con los afanes y los cuidados de esta vida que te has olvidado de Él, que te ha dado una vida más excelsa, más noble y mejor que esta? Si ese ha sido el caso contigo, entonces, sonrójate de pura vergüenza, y pide el perdón de tu Señor, y ésta ha de ser tu sincera oración ahora: “Señor Jesús, Tú estás siempre atento de mí; por tanto, por medio de la bendita obra de Tu clemente Espíritu, haz que siempre esté atento de ti.”
Me temo que estoy dirigiéndome a muchísimas personas que no piensan en Dios a menudo, y que hay algunos de ustedes para quienes sería un consuelo si no hubiese un Dios del todo. O, si piensan en Él, Él es únicamente un Ser todopoderoso de quien están horrorizados porque temen que los castigará por sus pecados. Entonces reciban un aviso por medio de sus propios pensamientos acerca de Dios, y busquen ser reconciliados con Él para que no tengan por más tiempo una causa para temer Su justa ira. Esa reconciliación puede ser obtenida por una simple fe en el Señor Jesucristo. Él es el único Mediador entre Dios y los hombres; entonces, si ponen su caso en Sus manos, y le piden que actúe como su Abogado, Él les revelará, por Su Espíritu, la gloriosa verdad que la reconciliación fue efectuada hace mucho tiempo, cuando entregó Su vida en la cruz del Calvario. Entonces, cuando hayan recibido esta bendita seguridad, pensar en Dios será su deleite continuo consistirá, y saber que Él está pensando en ustedes será su constante bienaventuranza; y dirán, en las palabras de nuestro texto: “¡Cuán preciosos me son, oh Dios, tus pensamientos! ¡Cuán grande es la suma de ellos!”
Vota esta traducción
Puntúa utilizando las estrellas