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10 de Febrero

“Porque serás testigo suyo a todos los hombres, de lo que has visto y oído.” Hechos 22: 15.


Pablo fue elegido para ver y oír al Señor que le hablaba desde el cielo. Esta elección divina fue un elevado privilegio para Pablo; pero no tenía el propósito de acabar allí, sino que tenía por propósito que ejerciera una influencia sobre otros; sí, sobre todos los hombres. Es a Pablo a quien Europa le debe el Evangelio en esta hora. Nos corresponde a nosotros, en nuestra medida, ser testigos de aquello que el Señor nos ha revelado, y es a nuestro propio riesgo que ocultemos esa preciosa revelación.

Primero, hemos de ver y oír, pues de lo contrario no tendríamos nada que decir; pero cuando hayamos hecho eso, debemos estar ansiosos de dar nuestro testimonio. Ha de ser personal: “Serás”. Ha de ser por Cristo: “Serás testigo suyo.” Ha de ser constante y completamente absorbente; hemos de ser esto por encima de todas las otras cosas, y excluyendo muchas otras cosas. Nuestro testimonio no ha de ser para unos cuantos selectos que nos reciban alegremente; sino a “todos los hombres”, a todos los que podamos llegar, jóvenes o viejos, ricos o pobres, buenos o malos. No hemos de quedarnos callados nunca como esos que son poseídos por un espíritu mudo; pues el texto que está ante nosotros es una orden, y una promesa, y no debemos perderla:


“Serás testigo suyo”. “Sois mis testigos, dice Jehová.”

¡Señor, cumple esta palabra para mí también!


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