Siguiendo al Cristo Resucitado

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Por Charles H. Spurgeon sobre Santificación y Crecimiento
Una parte de la serie Metropolitan Tabernacle Pulpit

Traducción por Allan Aviles


"Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra." Colosenses 3: 1, 2.

La resurrección de nuestro divino Señor de los muertos, es la piedra angular de la doctrina cristiana. Tal vez podría llamarla más precisamente la piedra clave del arco del cristianismo, pues si ese hecho pudiese ser desmentido, toda la estructura del Evangelio se desplomaría. 'Si Jesucristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe; aún estáis en vuestros pecados. Si Cristo no resucitó, entonces también los que durmieron en Cristo perecieron, y nosotros mismos, al perder una esperanza tan gloriosa como es la resurrección, somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres.'

Debido a la gran importancia de Su resurrección, a nuestro Señor le agradó dar muchas pruebas infalibles de ella, apareciéndose una y otra vez en medio de Sus seguidores. Sería interesante averiguar cuántas veces se apareció; creo que tenemos mención de algunas dieciséis manifestaciones.

Él se mostró abiertamente delante de Sus discípulos, y, en verdad, comió y bebió con ellos. Ellos tocaron Sus manos y Su costado, y oyeron Su voz y supieron que era el mismo Jesús que fue crucificado. Él no se contentó con proporcionarles evidencias para los oídos y los ojos, sino que demostró al sentido del tacto incluso, la realidad de Su resurrección.

Estas apariciones fueron muy diversas. Algunas veces le concedió una entrevista a una persona sola, ya fuera un hombre, como Cefas, o una mujer, como Magdalena. Él conversó con dos de Sus seguidores cuando iban camino de Emaús, y con todo el grupo de apóstoles junto al mar. Lo encontramos en una ocasión en medio de los once, cuando las puertas estaban cerradas por miedo a los judíos, y en otra ocasión le vemos en medio de una asamblea de más de quinientos hermanos, quienes fueron años más tarde, la mayoría de ellos, testigos vivientes de ese hecho. No podrían haber sido engañados todos ellos.

No es posible que algún hecho histórico cualquiera pudiera haber sido colocado sobre una mejor base de credibilidad, que la resurrección de nuestro Señor de los muertos. Ese hecho está más allá de toda disputa y de toda duda, y fue así a propósito, porque es esencial para todo el sistema cristiano.

Por esta misma causa la resurrección de Cristo es conmemorada frecuentemente. No hay ninguna ordenanza en la Escritura que establezca que algún día del Señor en el año ha de ser apartado para conmemorar la resurrección de Cristo de los muertos, por esta razón: cada día del Señor es el memorial de la resurrección de nuestro Señor. En cualquier domingo que quieran, ya sea en lo profundo del invierno, o en el calor del verano, al despertar pueden cantar:

"Hoy se levantó y partió de los muertos,
Y el imperio de Satanás cayó;
Hoy los santos Su triunfo publican,
Y cuentan todas Sus maravillas."

Apartar un Domingo de Pascua para que sirva de conmemoración especial de la resurrección, es un invento humano, para el cual no hay ninguna instrucción Escritural; pero hacer de cada domingo un Domingo de Pascua es algo que es debido a Quien resucitó temprano en el primer día de la semana.

Nos congregamos en el primer día de la semana en lugar del séptimo día, porque la redención es incluso una obra mayor que la creación y más digna de conmemoración, y porque el descanso que siguió a la creación es sobrepasado por el reposo que sigue a la consumación de la redención. Nos reunimos en el primer día de la semana, como los apóstoles, esperando que Jesús esté en medio de nosotros, y diga: "Paz a vosotros." Nuestro Señor arrancó el día de descanso de sus viejos y herrumbrados goznes en los que había sido colocado por la ley desde tiempos antiguos, y lo colocó sobre los nuevos goznes de oro que Su amor había diseñado. Él colocó nuestro día de descanso, no al final de una semana de trabajo, sino al comienzo del reposo que queda para el pueblo de Dios. Cada primer día de la semana debemos meditar sobre la resurrección de nuestro Señor, y debemos buscar entrar en comunión con Él en Su vida resucitada.

No debemos olvidar nunca que todos lo que están en Él, resucitaron de los muertos en Su resurrección. En orden importancia, a la resurrección le sigue la doctrina de Cristo como cabeza federal de la Iglesia y la unidad de todo Su pueblo con Él. Es debido a que estamos en Cristo que nos volvemos partícipes de todo lo que Cristo hizo: somos circuncidados con Él, muertos con Él, enterrados con Él y resucitados con Él, porque no podemos ser separados de Él. Somos miembros de Su cuerpo, y ningún hueso Suyo puede ser quebrado. Debido a que esa unión es sumamente íntima, continua e indisoluble, todo lo concerniente a Él nos concierne a nosotros, y como Él resucitó, todo Su pueblo ha resucitado en Él.

El pueblo ha resucitado de dos maneras. Primero, representativamente. Todos los elegidos resucitaron en Cristo el día que abandonó la tumba. Él fue justificado o declarado limpio de todos los pasivos generados por nuestros pecados, cuando fue dejado en libertad de la cárcel de la tumba. No había ninguna razón para detenerlo en el sepulcro, pues Él saldó las deudas de Su pueblo ya que cuando murió, 'al pecado murió una vez por todas'. Él era nuestro rehén y nuestro representante, y cuando se liberó de Sus ataduras, fuimos liberados en Él. Nosotros sufrimos la sentencia de la ley en nuestro Sustituto, estuvimos detenidos en su prisión, e incluso morimos bajo su sentencia de muerte, y ahora ya no estamos más bajo la maldición de la ley.

"Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él; sabiendo que Cristo, habiendo resucitado de los muertos, ya no muere; la muerte no se enseñorea más de él. Porque en cuanto murió, al pecado murió una vez por todas; mas en cuanto vive, para Dios vive."

Junto a esta resurrección representativa viene nuestra resurrección espiritual, que es nuestra tan pronto somos conducidos a creer en Jesucristo por medio de la fe. Entonces se puede decir de nosotros: "Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados."

La bendición de la resurrección ha de ser perfeccionada poco a poco cuando aparezca nuestro Señor y Salvador, pues entonces nuestros cuerpos resucitarán, si durmiéremos antes de Su venida. Él redimió nuestra condición humana en su totalidad, espíritu, alma y cuerpo, y no estará contento hasta que la resurrección que ha tenido lugar en nuestro espíritu, tenga lugar también en nuestro cuerpo. Estos huesos secos vivirán; conjuntamente con Su cadáver resucitarán:

"Cuando se levantó y ascendió a lo alto,
Mostró a nuestros pies el camino;
Nuestra carne se remontará al Señor
En el grandioso día de la resurrección."

Entonces sabremos, en la perfección de la belleza de nuestra resurrección, que en verdad somos completamente resucitados en Cristo, y "así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados."

Esta mañana hablaremos únicamente de nuestra comunión con Cristo en Su resurrección, en lo relativo a nuestra propia resurrección espiritual. No me vayan a malinterpretar pensando que yo creo que la resurrección es solamente espiritual, pues una resurrección literal de los muertos ha de ocurrir todavía; pero como nuestro texto habla de la resurrección espiritual, esa es la que me esforzaré por exponer ante ustedes.

I. Primero, entonces, CONSIDEREMOS NUESTRA RESURRECCIÓN ESPIRITUAL CON CRISTO: "Si, pues, habéis resucitado con Cristo." Aunque las palabras parecen una suposición, no tienen el propósito de serlo. El apóstol no lo está poniendo en duda, ni está haciendo ninguna pregunta al respecto, sino que simplemente lo expresa así como argumentación. Podría leerse de igual manera, "si, pues, resucitaron con Cristo." El "si" es usado lógicamente, no teológicamente: a manera de argumento, y no porque hubiese alguna duda. Todos los que creen en Cristo, son resucitados con Cristo. Meditemos en esta verdad.

Pues, primero, estábamos "muertos en nuestros delitos y pecados", pero habiendo creído en Cristo hemos sido vivificados por el Espíritu Santo, y ya no estamos muertos más. Allí estábamos en la tumba, sujetos a quedar putrefactos; sí, algunos de nosotros ya estábamos putrefactos, las señales del gusano del pecado estaban estampadas en nuestro carácter, y de nosotros emanaba la fetidez del pecado real. Más o menos de conformidad al lapso en el que permanecimos en esa muerte, y de acuerdo a las circunstancias que nos rodeaban, la muerte obró corrupción en nosotros. Yacíamos en nuestra muerte, siendo totalmente incapaces de levantarnos de allí por nosotros mismos; nuestros ojos no podían ver, y nuestros oídos no podían oír; nuestro corazón no podía amar; y nuestra mano seca no podía ser extendida para tocar con fe.

Éramos incluso como aquellos que descienden al sepulcro, como los ya muertos: sólo que en esto nos encontrábamos en una peor situación que aquellos que estaban muertos efectivamente, pues éramos responsables de todas nuestras omisiones e insuficiencias. Éramos tan culpables como si hubiéramos tenido poder, pues la pérdida del poder moral no conlleva la pérdida de la responsabilidad moral: estábamos, por tanto, en un estado de muerte espiritual del tipo más terrible.

El Espíritu Santo nos visitó y nos hizo vivir. Algunos de nosotros recordamos la primera sensación de vida: cómo parecía hormiguear en las venas de nuestra alma con un dolor agudo y amargo; al igual que las personas que se están ahogando sufren un gran dolor cuando la vida regresa a ellas, nosotros también sentimos un gran dolor.

Fue obrada en nosotros la convicción, y la confesión de pecado, y un terror del juicio venidero y un sentido de la condenación presente. Pero estas eran señales de vida, y esa vida se profundizó gradualmente y se expandió hasta que el ojo fue abierto: podíamos ver a Cristo, la mano cesó de estar seca, y la extendimos y tocamos el borde de Su manto; los pies comenzaron a moverse en el camino de la obediencia, y el corazón sintió en su interior la dulce incandescencia del amor. Entonces los ojos, no contentos con ver, se pusieron a llorar; y, posteriormente, cuando las lágrimas fueron secadas, brillaban y fulguraban con deleite.

Oh, hermanos míos, creyentes en Jesús, ustedes ya no están muertos espiritualmente. Han creído en Cristo, y ese grandioso acto demuestra que ya no están muertos. Han sido vivificados por Dios de acuerdo a la obra de Su poder todopoderoso, que obró en Cristo cuando le resucitó de los muertos, y lo sentó a Su diestra en los lugares celestiales.

Amados, ustedes son ahora nuevas criaturas, el fruto de un segundo nacimiento, engendradas de nuevo en Cristo Jesús a una vida nueva. Cristo es su vida; una vida que no conocieron antes, ni habrían podido conocer aparte de Él. Si, pues, habéis resucitado con Cristo, andáis en vida nueva, mientras que el mundo permanece en la muerte.

Demos otro paso al frente: nosotros hemos resucitado con Cristo, y por eso, un cambio portentoso ha sido obrado en nosotros. Cuando los muertos resuciten, no aparecerán como son ahora. La semilla enterrada se levanta del suelo, pero no como semilla, ya que produce hojas verdes, y botones, y tallo, y gradualmente desarrolla flores y frutos, y de igual manera nosotros llevaremos una forma nueva, pues seremos renovados según la imagen de Él, que nos creó en justicia y santidad.

Yo les pido que consideren el cambio que el Espíritu de Dios obra en el creyente: ¡un cambio en verdad maravilloso! Antes de la regeneración, nuestra alma era como será nuestro cuerpo cuando muera; y leemos que "Se siembra en corrupción". Había corrupción en nuestra mente y estaba trabajando irresistiblemente en favor de las cosas malvadas y ofensivas. En muchos, la corrupción no aparecía sobre la superficie, pero estaba operando internamente; en otros, la visión de esa corrupción era conspicua y pavorosa.

¡Cuán grande es el cambio! Pues ahora el poder de la corrupción dentro de nosotros está quebrantado; la vida nueva lo ha vencido, pues es una simiente viva e incorruptible que vive y permanece para siempre. La corrupción está en la vieja naturaleza, pero no puede tocar la nueva, que es nuestro yo verdadero y real. ¿Acaso no es algo grandioso ser limpiado de la inmundicia que nos habría llevado finalmente a Tofet, donde arde el fuego que nunca se apagará, y donde el gusano que no muere se alimenta de los corruptos?

Nuestro estado antiguo era adicionalmente como aquel que le sobreviene al cuerpo al momento de la muerte, porque era un estado de deshonra. Ustedes saben cómo el apóstol se refirió al cuerpo: "Se siembra en deshonra"; y, ciertamente, ningún cadáver encierra tal deshonra como la que descansa en el hombre que está muerto en delitos y pecados. Vamos, de todas la cosas del mundo que merecen vergüenza y desprecio, un hombre de condición pecaminosa es quien más los merece. Ese hombre desprecia a su Creador, descuida a su Salvador, elige el mal en lugar del bien, y rechaza la luz porque sus obras son malas, y por eso prefiere las tinieblas. En el juicio de todos los espíritus puros, un hombre pecaminoso es un hombre deshonroso.

Pero, oh, cómo es cambiado el hombre cuando la gracia de Dios obra en su interior, pues entonces es honorable. "Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios." ¡Qué honor es este! El propio cielo no contiene un ser más honorable que un hombre renovado. Muy bien podemos clamar con David: "¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites?" Pero, cuando en la persona de Jesús, vemos que el hombre es llevado a tener dominio sobre todas las obras de las manos de Dios, y sabemos que Jesús nos ha hecho reyes y sacerdotes para Dios, nos llenamos de asombro porque Dios nos exalte así. El propio Señor ha dicho: "Porque a mis ojos fuiste de gran estima, fuiste honorable, y yo te amé." "Para vosotros, pues, los que creéis, él es un honor", pues así podría estar expresado en el texto original. Un Cristo precioso nos hace preciosos: todos los santos reciben tal honor.

Cuando un cuerpo es enterrado, el apóstol nos informa además que "se siembra en debilidad." El propio cuerpo muerto no puede colocarse a sí mismo en su último lecho, y son manos amigas las que han de colocarlo allí; de igual manera, nosotros éramos la debilidad total hacia todo lo bueno. Cuando éramos los cautivos del pecado, no podíamos hacer nada bueno, tal como lo dijo nuestro Señor: "Separados de mí nada podéis hacer." Aparte de Él, éramos incapaces incluso de algún buen pensamiento. Pero "Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos"; y ahora le conocemos y el poder de Su resurrección. Dios nos ha dado el espíritu de poder y de amor; ¿no está escrito: "Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios"?

¡Qué poder tan asombroso es este! Ahora nosotros "gustamos de los poderes del siglo venidero", y somos "fortalecidos con todo poder, conforme a la potencia de su gloria, para toda paciencia y longanimidad." La fe nos ciñe con un poder divino, pues "al que cree todo le es posible", y cada creyente puede exclamar, sin jactancia: "Todo lo puedo en Cristo que me fortalece." ¿Acaso no es maravilloso el cambio que la resurrección espiritual ha obrado en nosotros? ¿Acaso no es algo glorioso que el poder de Dios se perfeccione en nuestra debilidad?

El grandioso cambio tiene que ver primordialmente con otro punto. Se dice del cuerpo: "Se siembra cuerpo animal, resucitará cuerpo espiritual." Otrora éramos hombres naturales y no discerníamos las cosas que son del Espíritu de Dios. Nos interesaban las cosas terrenales y éramos movidos por concupiscencias carnales que iban tras las cosas visibles; pero, ahora, por la gracia divina, un espíritu ha sido creado en nosotros que se alimenta del pan espiritual, que vive para propósitos espirituales, que es poseído de motivos espirituales y se regocija en la verdad espiritual.

Este cambio de lo natural a lo espiritual es de tal magnitud, que sólo Dios mismo pudo haberlo obrado, y sin embargo, lo hemos experimentado. A Dios sea la gloria. Así que en virtud de nuestra resurrección en Cristo, hemos recibido vida y nos hemos vuelto los objetos de un cambio portentoso: "las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas."

Como consecuencia de que recibimos esta vida y experimentamos este cambio, las cosas del mundo y del pecado se convierten en una tumba para nosotros. Para un muerto un sepulcro es un hogar tan bueno como el que podría necesitar. Podrían llamarlo su alcoba, si quisieran; pues yace en su interior de manera tan inconsciente como si estuviese en un sueño. Pero en el instante en que un muerto vive, no soportará tal alcoba; la considera una terrible cripta, un calabozo aborrecible, un insoportable osario, y debe abandonarla de inmediato.

Así, cuando ustedes y yo éramos hombres naturales, y no teníamos vida espiritual, nos contentábamos con las cosas de esta vida; pero todo es sumamente diferente ahora. Todo lo que deseábamos antes era una religión meramente externa. Una forma muerta que se amoldaba a nuestra alma muerta. El judaísmo agradaba a quienes estaban bajo su yugo, en el propio comienzo del Evangelio; las lunas nuevas y los días santos y las ordenanzas tradicionales, y los ayunos y las festividades eran cosas grandiosas para quienes habían olvidado su resurrección con Cristo.

Todas esas cosas constituyen un bello mobiliario para la alcoba de un muerto; pero cuando la vida eterna entra en el alma, estas ordenanzas exteriores son arrojadas lejos, y el hombre que vive rasga su mortaja, rompe sus vendas enceradas, y exige los vestidos apropiados para la vida.

Así el apóstol, en el capítulo anterior a nuestro texto, nos dice que no permitamos que nadie nos engañe utilizando tradiciones de hombres e invenciones de un ritualismo muerto, pues estas cosas no son la porción de hombres renovados y espirituales.

Así, también, todos los objetos meramente carnales se vuelven como una tumba para nosotros, ya sean placeres pecaminosos o ganancias egoístas. Para el que está muerto, el sudario, el ataúd y la cripta son cosas apropiadas; pero basta que el cadáver viva de nuevo, y entonces no puede descansar en el féretro; hace esfuerzos desesperados para romperlo. Miren cómo por medio de la fuerza bruta levanta la tapa, rompe sus ataduras y salta del féretro. De igual manera, el hombre renovado por la gracia no puede permanecer en el pecado, pues es un ataúd para él: no puede soportar los placeres malignos, pues son como un sudario; él clama por la libertad. Cuando la resurrección llega, el hombre levanta el montículo que está sobre su tumba, y destruye el monumento y la lápida mortuoria, si hubiesen sido colocados sobre su tumba.

Algunas almas están enterradas bajo una masa de justicia propia, a semejanza de hombres ricos sobre quienes se han erigido templetes de mármol; pero el creyente se desprende de todo esto, debe deshacerse de ello, pues no puede tolerar estas obras muertas. No puede vivir de otra manera que por fe; cualquier otra vida es muerte para él. Debe salir de su estado anterior, pues, así como una tumba no es un lugar apropiado para un hombre vivo, así también cuando somos vivificados por la gracia, las cosas del pecado, y del yo y del sentido carnal se vuelven lúgubres catacumbas para nosotros en las que nuestra alma se siente enterrada, y de las cuales debemos salir. ¿Cómo podríamos nosotros, que hemos resucitado de la muerte del pecado, vivir por más tiempo allí?

Y, ahora, amados, en este momento nosotros hemos resucitado plenamente de los muertos en un sentido espiritual. Pensemos en esto, pues nuestro Señor no experimentó la resurrección de Su cabeza mientras Sus pies permanecían en el sepulcro; sino que resucitó como un hombre entero y perfecto, vivo íntegramente.

De igual manera, nosotros hemos sido renovados en cada una de nuestras partes. Hemos recibido, aunque todavía se encuentre en su primera infancia, una perfecta vida espiritual: somos perfectos en Cristo Jesús. En nuestro hombre interior nuestro ojo es abierto, nuestro oído es alertado, nuestra mano está activa, nuestro pie es ágil: cada una de nuestras facultades está allí, aunque todavía sea inmadura, y necesite desarrollo, y tenga todavía que contender con la vieja naturaleza muerta.

Además, y esto es lo mejor de todo, hemos resucitado de tal manera que no moriremos más. Oh, no me cuenten más la terrible historia de que un hombre que ha recibido la vida divina puede todavía perder la gracia y perecer. Con nuestras Biblias en la mano nosotros sabemos que no es así. "Sabiendo que Cristo, habiendo resucitado de los muertos, ya no muere; la muerte no se enseñorea más de él", y, por tanto, quien ha recibido en él la vida de Cristo, no morirá jamás. ¿Acaso no ha dicho Él: "El que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá; y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente"? Esta vida que Él nos ha dado, será en nosotros "una fuente de agua que salte para vida eterna." Él mismo ha dicho: "Yo doy a mis ovejas vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano."

En el día de nuestra resurrección, le dijimos adiós a la muerte espiritual y al sepulcro en el que dormíamos bajo el dominio del pecado. ¡Adiós, amor mortal al pecado; hemos terminado contigo! ¡Adiós, mundo muerto, mundo corrupto; hemos terminado contigo! Cristo nos ha resucitado. Cristo nos ha dado vida eterna. Abandonamos para siempre las terribles moradas de la muerte, y buscamos los lugares celestiales. Nuestro Jesús vive, y porque Él vive, nosotros también viviremos por los siglos de los siglos.

De esta manera he tratado de explicar la metáfora de la resurrección, por medio de la cual nuestra renovación espiritual está tan bien expresada.

II. El apóstol nos exhorta a usar la vida que hemos recibido, y así, en segundo lugar, EJERCITEMOS LA NUEVA VIDA EN PROPÓSITOS APROPIADOS. "Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba." Sus acciones han de ser acordes con su nueva vida. Primero, entonces, abandonemos el sepulcro. Si hemos resucitado, nuestro primer acto debe ser abandonar la región de la muerte. Salgamos de la cripta de una religión meramente externa, y adoremos a Dios en espíritu y en verdad. Acabemos con el sacerdocio, y con todos los negros asuntos de las empresas mortuorias, y dejemos que los muertos entierren a sus muertos; nosotros no nos involucraremos en eso. Acabemos con las formas externas, y los ritos y ceremonias que no son ordenados por Cristo, y no queramos saber de nada excepto de Cristo crucificado; pues lo que no es del Señor viviente, es una mera pieza de pompa funeraria, apropiada para los cementerios de los formalistas, cuya religión entera consiste en echar paladas de tierra sobre las tapas de los ataúdes. "La tierra a la tierra, las cenizas a las cenizas, el polvo al polvo." "Lo que es nacido de la carne, carne es."

También debemos salir de la cripta de los goces carnales, en los que los hombres buscan satisfacerse con la provisión para la carne. No hemos de vivir por la vista del ojo, ni por la audición del oído. No vivamos para amasar riquezas, o para alcanzar la fama, pues estas han de ser como cosas muertas para el hombre que ha resucitado en Cristo. No vivamos para el mundo que vemos, ni sigamos las modas de hombres para quienes esta vida lo es todo.

Vivamos como aquellos que han salido del mundo, que, aunque están en él, no pertenecen a él. Debemos despreocuparnos del país de donde salimos, y abandonarlo, como lo hizo Abraham, como si no existiese tal país, morando a partir de ahora con nuestro Dios, siendo viajeros con Él, buscando "una ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios." Así como Jesús dejó atrás las moradas de la muerte, nosotros también hagamos lo mismo.

Y, luego, apresurémonos a olvidar todo mal, así como nuestro Señor se apresuró a dejar la tumba. Después de todo, cuán poco tiempo permaneció entre los muertos. Él necesitaba permanecer en el corazón de la tierra durante tres días, pero los acortó en la medida de lo posible, de tal forma que es difícil calcular los tres días en absoluto. Estaban allí, pues había fragmentos de cada período, pero, en verdad, nunca hubo tres días más cortos que los que acortó Jesús. Los acortó en justicia, y habiendo sido liberado de los dolores de la muerte, resucitó temprano, al romper el día. En el primer instante que fue posible que saliera del sepulcro, consistentemente con las Escrituras, Él dejó el sudario y la mortaja, y se quedó en el huerto, esperando para saludar a Sus discípulos.

Lo mismo ha de suceder con nosotros: no debe haber demoras, ni holgazanería, ni apetencias en pos del mundo, ni apego a sus vanidades, ni hacer provisión para la carne. ¡Levántense temprano en la mañana, oh ustedes que han sido vivificados espiritualmente! Levántense temprano en la mañana, de su apatía, de su placer carnal, de su amor a las riquezas, y al yo, y salgan de la cripta a una esfera connatural de acción: "Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba."

Prosiguiendo con la analogía: cuando nuestro Señor hubo dejado la tumba así muy temprano, pasó una temporada en la tierra entre Sus discípulos, y nosotros hemos de pasar el tiempo de nuestra estancia aquí en la tierra, como Él pasó el Suyo, en el santo servicio. Nuestro Señor reconoció que estaba de paso tan pronto como resucitó. Si recuerdan, Él dijo: "Subo a mi Padre y a vuestro Padre." Él no dijo: "subiré", sino como si hubiese de suceder tan pronto que ya estaba sucediendo. Se quedó cuarenta días, pues tenía que hacer la obra de cuarenta días; pero ya se miraba como yendo al cielo. Había terminado con el mundo, había terminado con la tumba, y ahora dijo: "Subo a mi Padre y a vuestro Padre."

Nosotros también tenemos que quedarnos aquí cuarenta días; el período puede ser más largo o más corto según como la providencia de Dios lo ordene, pero pronto habrá pasado, y el tiempo de nuestra partida llegará. Hemos de pasar nuestra vida resucitada en la tierra como Jesús pasó la Suya: en una mayor separación del mundo y en un mayor acercamiento con el cielo que nunca.

Nuestro Señor se ocupó mucho en dar testimonio, en manifestarse, como ya lo hemos visto, en diversas formas, a Sus amigos y seguidores. Nosotros también hemos de manifestar los frutos de nuestra vida resucitada, y dar testimonio del poder de Dios. Todos los hombres han de ver que ustedes han resucitado. Vivan de tal manera que no pueda haber mayor duda acerca de su resurrección espiritual de la que hubo acerca de la resurrección literal de Cristo. No publiquen al mundo sus propias virtudes para ser honrados entre las personas del mundo; sin embargo "Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos." Que su posesión de la nueva vida quede más allá de toda duda, de tal forma que cuando se hubieren ido a casa, sus amistades y conocidos puedan decir: "era un hijo vivo de Dios, pues sentimos el poder de su vida; era un hombre cambiado, pues nosotros vimos la renovación."

Jesús pasó también Su vida resucitada consolando a los santos. Dijo: "Paz a vosotros." Habló a uno y a otro: a las Marías, al pobre Pedro que lo negó, y a todo el grupo reunido, alentándolos y preparándolos para su carrera futura. Él pasó esos cuarenta días poniendo todo en orden en Su reino, arreglando todo lo que debía ser cuando Él ascendiera, y dejando Su última comisión a Sus seguidores diciéndoles: "Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura."

Amados, nosotros también hemos de pasar el tiempo de nuestra estancia aquí en el temor de Dios, adorándole, sirviéndole, glorificándole, esforzándonos por poner todo en orden para la extensión del reino de nuestro Señor, para el consuelo de los santos y para el cumplimiento de Sus sagrados propósitos.

Pero ahora que ya los he conducido tan lejos, quiero que sigan adelante y se eleven más alto. Que el Señor nos ayude. Nuestras mentes deben ascender al cielo en Cristo. Incluso mientras nuestros cuerpos están aquí, debemos ser transportados a lo alto con Cristo; debemos ser atraídos a Él, para que podamos decir: "Él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús." Nuestro texto dice: "Buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios"; ¿qué es esto sino elevarse a propósitos celestiales? Jesús ha subido a lo alto; vayamos a lo alto con Él. En cuanto a estos cuerpos, todavía no podemos ascender, pues no están preparados para heredar el reino de Dios; sin embargo, nuestros pensamientos y nuestros corazones han de remontarse al cielo y hemos de construir un feliz reposo en lo alto. No permitamos que un único pensamiento extraviado ascienda como un pájaro solitario que canta y se remonta al cielo; sino que nuestra mente entera, nuestra alma, espíritu y corazón deben levantarse como cuando las palomas vuelan como una nube. Seamos prácticos, también, y en verdad busquemos las cosas de arriba: busquémoslas porque sentimos que las necesitamos; busquémoslas porque las valoramos grandemente; busquémoslas porque esperamos ganarlas; pues un hombre no buscará de todo corazón aquello que no tiene esperanzas de obtener. Las cosas que están arriba que hemos de buscar incluso ahora, son cosas como estas; busquemos la comunión celestial, pues ya no somos contados entre la congregación de los muertos, sino que tenemos comunión con la resurrección de Cristo, y con todos los resucitados. "Nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo", y "nuestra ciudadanía está en los cielos." Busquemos caminar con el Dios viviente, y conocer la comunión del Espíritu.

Busquemos gracias celestiales; pues "toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto." Busquemos más fe, más amor, más paciencia, más celo: esforcémonos por una mayor caridad, una mayor caridad hermanable, una mayor humildad de espíritu. Esforcémonos por una mayor semejanza a Cristo, para que Él sea el primogénito entre muchos hermanos. Busquemos llevar la imagen de lo celestial, y llevar esas joyas que adornan a los espíritus celestiales.

Busquemos también los objetivos celestiales. Tengamos el propósito de la gloria de Dios en todo. Han de trabajar y esforzarse arduamente en este mundo, pues todavía están en el cuerpo; procuren usar las cosas del mundo para la gloria de Dios. Ejerciten sus privilegios y cumplan con sus deberes como hombres, y como ingleses, como delante de Dios, sin que les importe el juicio de los hombres. Cuando se mezclen con los hijos de los hombres, pongan atención para no descender a su nivel, ni actuar según sus motivos. No han de buscar sus propios fines egoístas, ni el engrandecimiento de un grupo, sino promover el bien general, y los intereses de la verdad, la justicia, la paz y la pureza. Santifiquen todo por el amor de Dios y de sus vecinos. No busquen fines partidistas, sino las cosas que son puras, y honestas y de buen nombre. No desciendan a la falsedad, al ardid, a la política que son de abajo; sino que honesta, sincera y justamente busquen vivir siempre como aquellos que han sido vivificados de los muertos.

"Buscad las cosas de arriba", esto es, los goces celestiales. Oh, busquen conocer la paz del cielo en la tierra, el reposo del cielo, la victoria del cielo, el servicio del cielo, la comunión del cielo, la santidad del cielo: pueden experimentar un goce anticipado de todas estas cosas; procuren conseguir estas cosas. Busquen, en una palabra, estar preparándose para el cielo que Cristo está preparando para ustedes. Pronto han de morar arriba; vístanse para el grandioso festival. Su tesoro está arriba, entonces sus corazones han de estar con él. Todo lo que habrán de poseer en la eternidad está arriba, donde Cristo está; asciendan, entonces, y gócenlo. La esperanza ha de anticipar los goces que están reservados, y, por tanto, comencemos nuestro cielo aquí abajo. Si, pues, han resucitado con Cristo, vivan de acuerdo a su naturaleza resucitada, pues su vida está escondida con Cristo en Dios.

Qué imán para atraernos hacia el cielo ha de ser este hecho: que Cristo está sentado a la diestra de Dios. ¿Dónde deberían estar los pensamientos de una esposa cuando su esposo está lejos sino con su ser amado ausente? Ustedes saben, hermanos, que no sucede de manera diferente con nosotros: los objetos de nuestro afecto son siempre seguidos por nuestros pensamientos. Que Jesús sea, entonces, como un grandioso imán, que atraiga nuestras meditaciones y afectos hacia Él.

Él está sentado, pues Su obra está consumada; como está escrito, "Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios." Levantémonos y descansemos con Él. Él está sentado en un trono. Observen Su majestad, deléitense en Su poder, y confíen en Su dominio. Él está sentado a la diestra de Dios en el lugar de honor y favor. Esta es una prueba de que somos amados y favorecidos por Dios, pues nuestro representante tiene el lugar más selecto, a la diestra de Dios. Que sus corazones asciendan y gocen de ese amor y favor con Él. Batan sus alas, pensamientos míos, y emprendan el vuelo hacia Jesús. Alma mía, ¿no has dicho con frecuencia: "¡Ay de mí, que moro en Meses, y habito entre las tiendas de Cedar!? ¡Quién me diese alas como paloma! Volaría yo, y descansaría.

Ahora, entonces, alma mía, aquí hay alas para ti. Jesús te atrae a lo alto. Tú tienes un derecho de estar donde Jesús está, pues estás desposada con Él; por tanto, tus pensamientos han de permanecer con Él, descansar en Él, deleitarse en Él, regocijarse en Él, y regocijarse otra vez. La escalera sagrada está delante de nosotros; subámosla hasta que nos sentemos por fe en los lugares celestiales con Él.

Que el Espíritu de Dios bendiga estas palabras para ustedes.

III. En tercer lugar, puesto que hemos resucitado con Cristo, LA NUEVA VIDA HA DE DELEITARSE EN LOS OBJETOS APROPIADOS. Esto introduce el segundo versículo: "Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra." "Poned la mira." Estas palabras no expresan con precisión el significado, aunque están tan cercanas a él como se podría acercar cualquier cláusula. Podríamos traducirla así: "tengan un gusto por las cosas de arriba"; o, "estudien diligentemente las cosas de arriba"; o, "pongan su mente en las cosas de arriba, no en las de la tierra." Lo que es lo suficientemente apropiado para un muerto es muy inapropiado para un hombre resucitado. Los objetos del deseo que serían adecuados para nosotros cuando éramos pecadores, no son objetos legítimos ni dignos cuando somos hechos santos. Puesto que hemos sido vivificados, hemos de ejercitar la vida, y puesto que hemos ascendido, debemos amar cosas más elevadas que las de la tierra.

¿Cuáles son estas "cosas de arriba" en las que hemos de poner nuestro afecto? Les pido ahora que alcen sus miradas por encima de aquellas nubes y de este firmamento inferior, hasta la residencia de Dios. ¿Qué ven allí? Primero, allí está el propio Dios. Háganlo el objeto de sus pensamientos, de sus deseos, de sus emociones, de su amor. "Deléitate asimismo en Jehová, y él te concederá las peticiones de tu corazón." "Alma mía, en Dios solamente reposa, porque de él es mi esperanza." Llámalo: "el Dios de mi alegría y de mi gozo." No permitas que nada se interponga entre tú y tu Padre celestial. ¿Qué es todo el mundo si no tienes a Dios? ¿Y una vez que tienes a Dios, qué importa que todo el mundo pase? Dios es todo, y cuando puedes decir: "Dios es mío", eres más rico que Creso. Oh, decir: "¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra." Oh, amar a Dios con todo nuestro corazón, y con toda nuestra alma, y con toda nuestra mente, y con todas nuestras fuerzas; eso es lo que la ley requería, y es lo que el Evangelio nos permite hacer.

¿Qué veo a continuación? Veo a Jesús, que es Dios, pero que, sin embargo, es verdaderamente hombre. ¿Necesito recalcarles, amados, que entreguen todo su amor al Bienamado? ¿No ha ganado el corazón de ustedes, y no los tiene ahora como bajo un poderoso arrobamiento? Yo sé que ustedes lo aman. Entonces, fijen su mente en Él. Mediten frecuentemente en Su divina persona, en Su glorioso reino, en Su amor por ustedes, en su propia seguridad en Él, en su unión con Él. Oh, estos dulces pensamientos han de poseer su pecho, han de llenar su boca, y han de influenciar su vida. El alba ha de romper con pensamientos de Cristo, y su último pensamiento de la noche ha de ser endulzado con Su presencia. Pongan sus afectos en Él, que ha puesto Su afecto en ustedes.

Pero, además, ¿qué más veo arriba? Veo a la nueva Jerusalén, que es la madre de todos nosotros. Veo a la iglesia triunfante de Cristo en el cielo, con la que la iglesia militante es una. No nos damos cuenta con la suficiente frecuencia de que somos parte de la asamblea general y de la iglesia de los primogénitos, cuyos nombres están escritos en el cielo. Amen a todos los santos pero no olviden a los santos de arriba. Tengan comunión con ellos, pues formamos una sola comunión. Recuerden a aquellos:

"Que una vez se lamentaban aquí abajo,
Y llenaban de lágrimas su lecho,
Que luchaban duro, como nosotros ahora,
Con pecados, y dudas, y temores."

Hablen con los valientes que han ganado sus coronas, los héroes que han peleado la buena batalla, y ahora descansan de sus labores, ondeando la palma. Sus corazones han de estar a menudo con los perfeccionados, con quienes habrán de pasar la eternidad.

¿Y qué otra cosa hay arriba que deban amar nuestros corazones sino el cielo mismo? Es el lugar de la santidad; amémoslo de tal manera que comencemos a ser santos aquí. Es el lugar del reposo; deleitémonos en él, para que por fe entremos en ese reposo.

Oh, hermanos míos, ustedes tienen vastas propiedades que no han visto nunca; y me parece que si tuviera una propiedad en la tierra que pronto habría de ser mía, desearía echarle un vistazo sobre el vallado de vez en cuando. Si no pudiera tomar posesión, me gustaría ver qué es lo que tengo según mis futuros derechos. Encontraría una excusa para pasar por ese rumbo y decirle a cualquier persona que me acompañare: "esa propiedad va a ser mía muy pronto."

En su pobreza presente, consuélense con las muchas mansiones. En su enfermedad, deléitense mucho en la tierra en la que los habitantes ya no dirán más: "estoy enfermo." En medio de la depresión de espíritu, consuelen a su corazón con la perspectiva de una felicidad sin mezcla.

"No habrá más fatiga, ni más zozobra,
Ni pecado ni muerte alcanzará el lugar;
No habrá gemidos entremezclados con las canciones
Que entonan las lenguas inmortales."

¡Qué! ¿Estás encadenado a la tierra? ¿No puedes proyectarte al futuro? El arroyo de la muerte es estrecho; ¿acaso no pueden tu imaginación y tu fe saltar sobre el torrente para pararse en aquella ribera por un rato y clamar: "todo es mío, todo es mío para siempre"? "Donde Jesús está, estaré yo; donde Jesús se sienta, allí reposaré yo".

"Lejos de un mundo de dolor y de pecado,
Con Dios eternamente morando."

"Poned la mira en las cosas de arriba." ¡Oh, alejarse en este tiempo presente de estos torpes cuidados que como una niebla nos envuelven! Incluso nosotros que somos siervos de Cristo, y vivimos en Su corte, algunas veces nos sentimos cansados, y decaemos como si Su servicio fuese duro. Él no tiene la intención que sea una servidumbre, y es culpa nuestra si lo convertimos en eso.

El servicio de Marta es requerido, pero ella no es llamada para ser abrumada con muchos quehaceres; ese es su propio arreglo: sirvamos abundantemente, y, sin embargo, sentémonos con María a los pies del Maestro. Ustedes que están en los negocios, y que se mezclan con el mundo por la necesidad de sus llamamientos, han de encontrar que es difícil mantenerse alejados de las influencias degradantes de este pobre mundo; los enredaría si pudiera.

Ustedes son como un pájaro, que está siempre en peligro cuando se posa en la tierra. Hay varetas, y trampas, y redes, y armas, y un pobre pájaro no está seguro nunca excepto cuando bate sus alas y vuela a lo alto. Sin embargo, los pájaros deben bajar a comer, y hacen bien en picotear su comida de prisa, y volar tan pronto como puedan.

Cuando tengan que mezclarse con el mundo, y ver su pecado y su mal, pongan cuidado de no posarse en el suelo sin su Padre: y, entonces, tan pronto hayan alzado su cebada, remóntense otra vez, lejos, lejos, pues este no es su descanso. Ustedes son como la paloma de Noé volando sobre el asolamiento de las aguas: no hay descanso para la planta de sus pies sino en el arca con Jesús.

En este día de resurrección pongan una cerca frente al mundo, echen fuera al jabalí salvaje del bosque, y dejen que las viñas florezcan y las tiernas uvas impregnen su aroma, y dejen que el Amado venga y camine en el jardín de nuestras almas, mientras nos deleitamos en Él y en Sus dones celestiales. No hemos de llevar nuestra carga de cosas de abajo en este santo día, sino que hemos de guardarlo como un día de reposo para el Señor. En el día de reposo no hemos de trabajar más con nuestras mentes que con nuestras manos. Los cuidados y las ansiedades de un tipo terrenal profanan el día de sagrado reposo.

La esencia del quebrantamiento del día de reposo radica en la preocupación, y la murmuración, y la incredulidad, con las que demasiadas personas están llenas. Hagan a un lado estas cosas, amados, pues hemos resucitado con Cristo, y no es apropiado que andemos vagando entre las tumbas. No, más bien cantemos al Señor un cántico nuevo, y alabémosle con toda nuestra alma.

Porción de la Escritura leída antes del sermón: Colosense 2: 8-23; 3: 1-15.


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