Pilato y Nosotros Culpables de la Muerte del Salvador
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Charles H. Spurgeon
sobre La Muerte de Cristo
Una parte de la serie Metropolitan Tabernacle Pulpit
Traducción por Allan Aviles
"Viendo Pilato que nada adelantaba, sino que se hacía más alboroto, tomó agua y se lavó las manos delante del pueblo, diciendo: Inocente soy yo de la sangre de este justo; allá vosotros. Y respondiendo todo el pueblo, dijo: Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos." Mateo 27:24,25.
La crucifixión de Cristo marcó el colmo del pecado cometido por nuestra raza. En Su muerte encontramos a todos los pecados de la humanidad unidos en una conspiración execrable. La envidia, el orgullo y el odio están allí, conjuntamente con la ambición, la falsedad, y la blasfemia, ávidos todos de proyectarse en crueldad, venganza y homicidio. El diablo agitó las iniquidades de todos nosotros en torno a la simiente de la mujer: todas esas iniquidades circundaron al Señor, sí, lo rodearon como abejas. Todas las maldades de los corazones humanos de todas las épocas, se dieron cita alrededor de la cruz: así como los ríos todos van al mar, y como todas las nubes se descargan sobre la tierra, así se congregaron todos los crímenes del hombre para hacer morir al Hijo de Dios. Pareciera como si el infierno hubiera convocado a un convite, y todas las varias formas de pecado hubiesen acudido en tropel a la cita; legión tras legión apretaron el paso a la batalla. Así como los buitres se precipitan sobre la carroña, así corrieron las bandadas de pecados para convertir al Señor en su presa. Y una vez congregadas las tropas de pecados, consumaron el crimen más atroz que el sol jamás haya presenciado. Manos inicuas crucificaron y mataron al Salvador del mundo.
Acabamos de cantar dos himnos en los que asumimos nuestra porción de la culpa por la muerte de nuestro Señor. Cantamos:
"Oh, los agudos tormentos del extremo dolor
Que soportó mi amado Redentor,
Cuando látigos nudosos y espinas gruesas
Laceraron Su cuerpo sagrado. Pero en vano acuso A los látigos nudosos y a las gruesas espinas;
En vano culpo a la soldadesca romana,
Y a los más despreciables judíos. Ustedes, mis pecados, mis crueles pecados,
Fueron Sus principales verdugos;
Cada uno de mis crímenes se convirtió en un clavo,
Y mi incredulidad vino a ser la lanza."
Y luego, con el mismo espíritu, llenos de tristeza hicimos una pregunta, y cantamos una respuesta penitencial:
"¡Mi Jesús!, ¿quién con vil escupitajo
Profanó Tu sagrado rostro?
O, ¿quién con un flagelo despiadado
Hizo brotar Tu sangre preciosa?
Fui yo, que he sido muy ingrato
Pero, ¡Jesús, ten piedad de mí!
¡Oh, Señor mío, compadécete de mí y
Perdóname,
Por tu dulce misericordia!"
Tal vez algunos de ustedes no comprendan bien lo que han estado cantando; pero algunos de nosotros nos hemos declarado culpables, de manera sincera y consciente, de la muerte de nuestro Señor Jesucristo. Nosotros sabemos que Él no sólo sufrió para borrar nuestras transgresiones, sino también por causa de nuestras iniquidades. Esto no es muy claro para muchos de ustedes; y no les pido que pretendan que les queda claro. No pueden entender que tienen algo que ver con la muerte de Jesús, y por eso no son conducidos al arrepentimiento cuando se les habla de ese tema; ciertamente imitan el ejemplo de Pilato en nuestro texto, cuando tomó agua y se lavó sus manos delante de la multitud, diciendo: "Inocente soy yo de la sangre de este justo."
El propósito de nuestro sermón será despertar conciencias adormecidas. Sin meternos en preguntas metafísicas relativas a si Pilato tuvo en realidad participación o no en la acción particular por la que murió Jesús, les voy a mostrar que de muchas maneras, los hombres cometen en la práctica un crimen semejante, y voy a demostrar así que tienen disposiciones similares a aquellos antiguos asesinos de Cristo. Aunque repudian la crucifixión, la repiten, si no en la forma, sí en el espíritu. Aunque Jesús no está aquí en carne y hueso, sin embargo la causa de la santidad y de la verdad y de Su divino Espíritu están todavía en medio de nosotros, y los hombres reaccionan ante el reino de Cristo, que está establecido entre ellos, de la misma manera que los judíos y los romanos actuaron contra el Dios encarnado.
Es cierto que no todos los hombres son igualmente Sus enemigos empedernidos, pues el Señor habló de algunos que "mayor pecado tienen;" y pocos son tan culpables como Judas el traidor, ese hijo de perdición; pero en cualquiera de sus formas, el rechazo de Cristo es un grave pecado, y será una grandiosa bendición evangélica si se arrepienten de él a la manera del profeta que dijo: "Y mirarán a mí, a quien traspasaron, y llorarán como se llora por hijo unigénito, afligiéndose por él como quien se aflige por el primogénito."
Voy a referirme ahora a la historia de la presentación de nuestro Señor ante Pilato, desde el momento en que fue remitido a Herodes hasta el tiempo en que fue entregado a los judíos para que fuera crucificado, y voy a procurar exponer, mediante esta narración, varias formas en las que los hombres hacen morir a Cristo virtualmente, y por tanto, se vuelven partícipes de la antigua transgresión que fue perpetrada en Jerusalén.
I. Primero, hay algunos individuos (y son los que cometen el más grave pecado) que son DECIDIDOS Y MANIFIESTOS OPONENTES DEL SEÑOR JESÚS. Estos son los hombres que están representados por los principales sacerdotes y los ancianos del pueblo judío, que desde hacía mucho tiempo pedían la sangre del Salvador, porque no podían soportar Su enseñanza. Ninguna otra cosa los satisfaría excepto que fuese eliminado de la tierra, pues Él era una protesta viviente contra sus actos perversos. Ellos le odiaban porque por causa de Su luz, sus vidas depravadas eran censuradas. Estos fueron los verdaderos asesinos de Cristo, que se gloriaban en su vergüenza y desafiaban el castigo que merecían, gritando: "Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos."
Todavía tenemos en medio de nosotros a personas que no pueden soportar la enseñanza de nuestro Señor Jesús. La simple mención de Su nombre excita sus peores pasiones; se enfurecen ante su simple mención. Oh, las cosas atroces que algunos han dicho recientemente del Cristo de Dios. Desconocen la cautela cuando se trata de insultarle. Si alguien más hubiese sido calumniado como Él lo ha sido, la sociedad no habría tolerado esas lenguas detestables. Las acusaciones contra Jehová y Su Hijo parecerían deleitosos bocadillos para los blasfemos modernos, golosinas de las que se alimentan con avidez. Mi carne se estremece cuando pienso en los duros comentarios que los impíos articulan contra Él, que en el día de Su humillación soportó en Su contra una inenarrable oposición de los pecados. Estas calumnias eran visiblemente absurdas y deberían haberse desechado con el mayor desprecio, si no fuera por la culpa misma de los hombres; pues mediante estas expresiones vemos que veneno de áspides hay debajo de sus labios; su boca está llena de maldición y de amargura.
No tratan de la misma manera a los héroes de la guerra, a los filósofos de la antigüedad, ni siquiera a los notorios flagelos de la raza; a todos estos les muestran alguna benevolencia, y a menudo les rinden honores dudosamente merecidos; pero cuando se trata de la persona y de la vida de nuestro bendito Señor, la benevolencia y la honestidad son descartadas: el menor intento de entenderle es rechazado, y Él y los Suyos son el blanco del ridículo, de la tergiversación y de la falsedad. Le endilgan los más groseros epítetos, le dan la peor interpretación a Sus palabras, tergiversan Sus acciones y le atribuyen motivos que le eran completamente extraños. Y esos hombres se encuentran en medio de nosotros, reclamando el derecho de ser oídos.
Ha habido incrédulos y escarnecedores de Jesús en todos los tiempos; pero en nuestra época la humanidad usa un lenguaje más inmundo que el usual. Antes, la incredulidad era filosófica y precavida, y grandes nombres encontramos en sus listas; pero ahora sus abogados más vocingleros, son fanfarrones a la manera de Tom Paine, hombres que parecen deleitarse hiriendo los sentimientos de las personas piadosas y aplastando cualquier cosa sagrada bajo sus pies. Estos son los verdaderos seguidores de los hombres cuyas bocas rugían "¡Crucifícale, crucifícale!" No pueden soportar que Jesús sea recordado y mucho menos reverenciado. Ellos argumentan ser "liberales", y tener un corazón abierto para todas las religiones; pero su desprecio por la fe de Jesús, que desconoce cualquier mitigación, es manifestado en toda ocasión posible, evidenciando que el espíritu de persecución arde dentro de ellos. Es inútil que estos individuos digan que no crucificarían a Cristo, pues lo crucifican hasta donde su poder se los permite, por sus comentarios blasfemos en contra de Él.
Un cierto número de ellos concentra su ataque contra la autoridad real y el poder reinante del Señor Jesús. Exclaman en contra de Él porque se atribuye una soberanía universal. Ellos no objetan tanto el cristianismo en cuanto uno de varios credos; pero no quieren saber nada de él cuando reclama ser el credo supremo. El Senado romano estaba dispuesto a incorporar a Jesús al Panteón (1), en medio de otros dioses, pero cuando se dieron cuenta que el Cristo exigía una adoración exclusiva, le denegaron un lugar en el círculo de adoración. Como el Evangelio afirma ser verdadero, y juzga que los otros sistemas son falsos, de inmediato provoca la oposición de la escuela liberal. Hay hombres en medio de nosotros hoy que dicen: "sí, hay algo bueno en el cristianismo como también lo hay en el budismo." Últimamente se han encariñado maravillosamente con este precioso budismo; cualquier ídolo sería aceptable para los hombres en tanto que les permitiera deshacerse del Dios vivo. No les gusta un Cristo que debe ser todo o nada para ellos. Cuando Él dice que quitará totalmente a los ídolos, y que quebrantará a Sus enemigos con vara de hierro, le dan la espalda, pues son claramente enemigos de Jesucristo si Él es entronizado como Señor de todo.
Y tenemos a otros individuos de un molde más blando que, a pesar de ello, se agregan a este grupo, pues su oposición es a la Deidad de Cristo. Estos en efecto proclaman: "Nosotros tenemos una ley, y según nuestra ley debe morir, porque se hizo a sí mismo Hijo de Dios." Se indignan frente a las doctrinas que los cristianos predican acerca de su Dios y Salvador. Ellos, cuando mucho, aceptarán que Cristo es el mejor de los hombres, es el más noble de los profetas, es casi semejante a la Deidad, posiblemente un delegado de Dios, pero no se moverán de allí. No les parece que "Todos honren al Hijo como honran al Padre". Si Jesús es predicado como "Dios verdadero de Dios verdadero", de inmediato los escuchamos gritando: "¡Fuera, fuera!" Cuando proclamamos a Jesús como Rey sobre Sion, el santo monte de Dios, y decimos de Él "Tu trono, oh Dios, es eterno y para siempre," ellos rehúsan inclinarse delante de Su majestad divina. En la medida de sus posibilidades, destruyen la divinidad de Cristo y lo reducen a un simple ser humano. ¿Cómo pueden esas personas culpar a los judíos y a los romanos? Aquellos hicieron morir Su humanidad, pero estos quisieran destruir Su Deidad. ¿Acaso su culpa no es igualmente grave? Yo acuso a todos los que niegan la Deidad de nuestro Señor, de ser sus asesinos, en la medida de lo posible; pues ellos atacan a Su naturaleza más noble acometiendo Su poder divino y Su Deidad. Que el Espíritu de Dios nos acompañe aquí para convencerlos de su error y los conduzca a adorar a Jesús, que es exaltado por la diestra de Dios.
Debo presentar muy claramente la acusación en el nombre de Dios y de la verdad. Los declarados opositores de Cristo, si hubiesen estado vivos en los días de Su carne, habrían deseado que le quitaran la vida, pues, en lo que a ellos concierne, Él está ya sea muerto para ellos en Su verdadero carácter, o están haciendo lo más que puedan según su propia conciencia e influyendo en la conciencia de otros, para barrerlo de la existencia. Si ellos dijeran que no habrían matado literalmente a Jesús en la cruz, yo digo que lo están haciendo morir de una manera que lo rebaja todavía más, es decir, la destrucción de toda Su influencia en la mente de los hombres. Despreciando Su expiación por medio de la cual Él reconcilia a los hombres con Dios, volviendo los corazones de los hombres en contra de Él e influenciándolos para que rechacen Su salvación, estos hombres hacen todo lo posible para robarle el gozo que estaba puesto delante de Él, por el cual sufrió la cruz, menospreciando el oprobio. ¿Acaso esto no es nada? Mátenme si quieren, pues yo viviré cuando esté muerto por las palabras que he hablado: pero consideraría un crimen peor, que ustedes quitaran de las mentes de los hombres todo lo que he enseñado, y que echaran abajo todo el bien que he procurado hacer. Y si esto es así con un simple mortal, mucho más lo es tratándose de Jesús: quitarle la vida sobre una cruz, es comparativamente menor que cuando se declara: "no seremos influenciados por Él, ni creemos en Él como Salvador y Dios, y en la medida de nuestro poder, vamos a impedir que otros crean en Él."
Qué propósito tan execrable para la vida de un hombre, cuán horrible fama para ser buscada por alguien: querer erradicar el Evangelio de Jesús. Terrible será el castigo de este pecado. Oh, opositor de Jesús, en lugar de ser menos culpable que los judíos del tiempo de nuestro Señor, tú eres incluso más culpable. Tú no le estás quitando la vida de una forma, pero se la estás quitando de otra, y el crimen es con el mismo espíritu. Mi Señor es clavado en una cruz mística por tus crueles palabras; veo frente a los ojos de mi mente un Calvario en donde el Señor Jesús es crucificado otra vez, y es expuesto a la vergüenza pública por los infieles sarcasmos y las insinuaciones escépticas; le veo escarnecido y reducido a nada por aquellos que niegan Su Deidad y rehúsan creer en Su sacrificio. Baste con esto.
Que la conciencia esté presente aquí, y que el Espíritu de Dios esté presente también, para que los hombres no se atrevan a lavarse las manos en inocencia, si han sido antagonistas públicos de Jesús y si todavía lo son. Oh, que se volvieran a Él, y se convirtieran en Sus discípulos. Sus hermosuras son tales que pueden cautivar a cualquier corazón honesto: Su enseñanza es tan tiernamente razonable, tan llena de dulzura y de luz, que es sorprendente que los hombres no la reciban con gozo. Su cruz es única: ¡un Ser sufriente que entrega Su sangre, cargando con ofensas que no eran Suyas, para que Sus propios enemigos vivan! El concepto es tan extraño que nunca habría podido originarse en la mente egoísta del hombre caído. Por su propia reacción, él mismo da testimonio de esto. Ay de aquellos que luchan contra esta verdad, pues les costará muy caro. El que cayere sobre esta piedra será quebrantado; y sobre quien ella cayere, le desmenuzará. Miren lo que le ocurrió al pueblo judío: ellos mismos fueron crucificados por Tito en tan grande número que ya no encontraban leña suficiente para su ejecución. Jerusalén destruida es la consecuencia de Jesús crucificado. Tengan cuidado, ustedes que luchan en Su contra, pues el Padre omnipotente participará en la reyerta, y todas las fuerzas de la creación y de la providencia estarán bajo Sus órdenes, para trabar combate a favor de la verdad y de la justicia. El Nazareno ha triunfado, y triunfará hasta el fin, cuando ponga a todos Sus enemigos debajo de Sus pies. Oh, ustedes que le odian, sean sabios oportunamente, y pongan fin a esta lid sin esperanzas, en la que ustedes luchan principalmente contra sus propias almas.
II. Espero que no haya muchas personas aquí a quienes se aplique esta primera parte del sermón; vamos a proseguir al segundo punto. La conciencia de Pilato le remordía y deseaba ansiosamente no condenar a muerte a Jesús. Sin embargo, no veía cómo podía evitar eso, en vista de que los judíos lo amenazaron con acusarle de falta de lealtad al César, y ese César era el sombrío tirano Tiberio, que era implacable en su furia. Después de enviar a su prisionero a Herodes, descubre que no tiene escape por esa vía, y por tanto se aferra a una segunda esperanza. Le dice a la multitud que la tradición de la fiesta requiere que se suelte un prisionero, el que quisiesen. Pilato espera que elijan a Jesús de Nazaret. ¡De verdad era una vana esperanza! Da la casualidad que había otro Jesús en prisión en ese momento, es decir, Jesús Barrabás, que era un asesino, y además era culpable tanto de sedición como de robo. Pilato reúne a los dos, y deja que los judíos elijan. Sería un cuadro impresionante si en realidad fue así, como lo sugiere un autor de la Vida de Cristo, que Pilato efectivamente enfrentó a los dos individuos delante de la multitud. ¡Vean allí al asesino de rostro moreno y fiero, de amenazante mirada, con todas las marcas de furia y de odio en su cara, el hombre sorprendido en flagrante, acostumbrado a la sangre, un bandido cuya específica profesión era la contienda! Allí está como un lobo, y junto a él es colocado el manso Cordero de Dios. Miren Su rostro y verán todo lo que es bueno, tierno, benevolente y heroico. Las encarnaciones del odio y del amor están delante de ellos; y Pilato deja que la multitud decida. Sin dudarlo ni un instante, ellos gritan: "No a éste, sino a Barrabás. Y Barrabás era ladrón." El asesino sale libre, y Jesús, el inocente, se queda para morir.
En esto tendré que inculpar a una segunda clase de hombres: EN LO RELATIVO A SU ELECCIÓN. Muchos de nosotros, por la gracia divina, hemos elegido a Jesús para que sea nuestro Salvador, Rey, y Señor. Es la base de nuestra esperanza eterna, y el manantial de nuestro gozo presente: hemos elegido a Cristo para que sea el guía y el líder de nuestras vidas, y no nos avergonzamos de la elección. Ha sido hecha deliberada y solemnemente, y la renovamos día a día.
"El alto cielo que ha oído el solemne voto,
Ese voto diariamente renovado oirá,
Hasta que nos inclinemos en la última hora de la vida,
Y bendigamos en la muerte un lazo tan amado."
Me temo que algunos de ustedes no han elegido a Cristo; pero ¿qué han elegido? Permítanme mencionar dos o tres objetos de la elección humana, dignos de identificarse con el Barrabás de tiempos antiguos. Demasiados han elegido la concupiscencia para que sea su deleite: no voy a pintar a ese repugnante monstruo; no dispongo de colores para hacerlo. Es una cosa asquerosa y bestial: la mejilla de la modestia se ruboriza ante su simple mención. Sin embargo, por los placeres del desenfreno, Cristo es desechado. Por la mujer extraña muchos hombres han desperdiciado su alma, y han elegido la infamia en lugar de la gloria. Excuso a medias a los judíos por escoger a Barrabás, cuando veo a un hombre obedeciendo las concupiscencias de la carne en lugar de obedecer a Cristo; y sin embargo, probablemente me estoy dirigiendo a individuos que se entregan secretamente a sus pasiones más bajas, y por tanto no se animan a convertirse en cristianos decididos. Ellos saben que no pueden ser seguidores de Cristo y sin embargo se entregan a la lascivia y a la fornicación, y, por tanto, por este vil desenfreno, no se aferran a Jesús.
Muy frecuentemente me encuentro con personas que han elegido a otro Barrabás en lugar de Jesús. Tomando prestado un término del paganismo, lo voy a llamar Baco. La bebida es el demonio que esclaviza a millones. Es un vicio que degrada a los hombres, que deforma la imagen de Dios en ellos. En realidad insultamos a las bestias cuando decimos que un borracho se hunde al nivel de las bestias, pues el ganado nunca llega tan bajo como el borracho. Ay, he conocido hombres, ay, y mujeres también, que han estado oyendo el Evangelio, y en cierta medida han sentido su poder, y sin embargo por este pecado han vendido sus almas y han renunciado a su Salvador. Ningún borracho tiene vida eterna morando en él; y, hablando claramente, hay cristianos que profesan la fe, que merecen ser designados como borrachos. Digo que prefieren el demonio de la bebida al santo Señor Jesús. Ustedes condenan a los judíos por elegir a Barrabás: ¿dónde encontrarán a un abogado que los defienda cuando eligen a la borrachera? Si fue pecaminoso que ellos eligieran a un asesino, ¿qué será para ustedes que elijan este vicio maldito, que asesina a cientos de miles de personas? ¡Oh, este vicio nacional nuestro, el vicio que convierte a esta nación en un refrán y en un proverbio entre las naciones de la tierra! ¿Qué diré de él? Y ¿lo van a poner como rival de mi Señor? ¡Oh, es una vergüenza, una cruel vergüenza que a la borrachera se le dé preferencia sobre Aquel que nos amó y se entregó por nosotros!
"Bien, bien," dirá alguien, "yo no caigo en ese pecado." No, amigo mío, ¿pero qué es lo que tú eliges en vez de Cristo?, pues si no lo sientas en el trono de tu corazón, estás eligiendo algo más. ¿Acaso es que no quieres ser cristiano porque quieres ahorrarte problemas y quisieras ser feliz y estar tranquilo y gozarte? No eliges ningún camino en particular que sea ostensiblemente vicioso. Prefieres ser un pecador moderado y cuidarte, y ahorrarte todo cuidado, pensamiento, y ansiedad acerca de la muerte y el cielo y el infierno. Piensas que por llevar una vida libre de preocupaciones eres más feliz que si te sometieras a Jesús. Estás operando bajo una premisa falsa; pero una cosa es clara: el yo es tu dios, y esa es una deidad tan abyecta como cualquier otra. El idólatra que adora a un dios de oro o de plata, o incluso de piedra o de barro, no es tan degradado como el hombre que se adora a sí mismo. La adoración del ego es en verdad una terrible bajeza. Cuando yo soy mi propio dios, o mi estómago es mi dios, ¿puede haber un abismo más profundo? Si vivo simplemente para pasármela bien y tranquilo, y no me importa Dios, o Cristo, o las cosas celestiales, qué elección estoy haciendo. Piensa en ello y avergüénzate. Oh, voy a repetirlo, en muchas elecciones que hacen los hombres en cuanto al objeto de sus vidas, pecan precisamente como pecaron los que desecharon a Cristo y eligieron a Barrabás. No digo más. Que el Espíritu Santo les haga comprender esta verdad que tristemente les condena.
III. En tercer lugar, Pilato, viendo que no podía liberar a su prisionero así, lo entrega en las manos de los soldados que, de inmediato comienzan a divertirse con Él y lo tratan como un objeto de escarnio. Las palabras son crueles, y son suficientes para provocar las lágrimas de todos los que las leen: "Así que, entonces tomó Pilato a Jesús, y le azotó. Y los soldados entretejieron una corona de espinas, y la pusieron sobre su cabeza, y le vistieron con un manto púrpura." "Yo soy inocente de eso," clama uno de mis lectores. ¡Qué! ¿Estás bien seguro que eres libre del PECADO DE DESPRECIO Y DE CAUSAR DOLOR A JESÚS? Escucha un momento. Cuando has estado tan ocupado en los asuntos del mundo que no has podido pensar en Él; cuando has estado tan ávido de ser rico que te has burlado de las verdaderas riquezas, ¿no te das cuenta que estabas entretejiendo una corona de espinas para ponerla en Su cabeza? Tu necedad al despreciar tu propia alma, le hiere dolorosamente. Le das lástima, y no puede soportar ver que las espinas de este mundo sean la cosecha que siembres y recojas. Si no tuviera un corazón tan amante y tanta ternura de espíritu no importaría, pero esta crueldad para contigo mismo es crueldad para con Él, y virtualmente cuando has estado lleno de cuidados y ansiedades relativos al mundo, y no has tenido cuidado e interés acerca de Él, o en lo relativo a tu propia alma, has colocado una corona de espinas sobre Su cabeza. ¿Acaso esto no es nada?
Permíteme preguntarte: cuando has subido a la casa de oración el día domingo, como siempre lo haces, y has pretendido adorarle, aunque no le ames, ¿te das cuenta de lo que has hecho? Te has mofado de Él cuando tu adoración ha sido fingida y de esta manera le has vestido con un manto de púrpura. Pues ese manto de púrpura significaba que lo hacían rey nominal, un rey que no era en verdad un rey, sino un simple espectáculo. Tu religión del día domingo, que ha sido olvidada durante la semana, ha sido un cetro de caña, una insignia impotente, una simple impostura. Te has burlado y le has insultado incluso en tus himnos y en tus oraciones, pues tu religión es una pretensión, no tiene corazón; le llevaste una adoración que no era adoración, una confesión que no era confesión, y una oración que no era oración. ¿Acaso no es cierto? Les pido que sean honestos con ustedes mismos. ¿Acaso no es así? Y luego durante la semana entera, ¿no han preferido a cualquiera en lugar de Jesús? ¿No han preferido cualquier libro a la Biblia? ¿No han preferido cualquier ejercicio a la oración? ¿No han preferido cualquier disfrute a la comunión con Él? Los objetivos políticos los han incitado, pero no la gloria del Señor ni la expansión de Su reino. ¿Acaso esto no es despreciar a Jesús? ¿No es burlarse de Él?
¿Acaso muchos de ustedes no están cansados del Señor? ¿Cansados del domingo? ¿Cansados de los sermones acerca de Jesús? ¿Cansados de la sangre de la expiación? ¿Cansados de alabar al Redentor? ¿Qué es esto sino desprecio hacia Él?
Demasiadas personas han bromeado incluso acerca de las cosas más sagradas: si no se han burlado personalmente de Jesús, han ridiculizado a Su pueblo por causa Suya, y se han divertido a costa de Su Evangelio. Algunos hacen de la religión un espantapájaros, y la piedad es tratada como un refrán, los escrúpulos de conciencia son despreciados como cosas absurdas y pasadas de moda, y la devoción a Cristo es rebajada hasta hacerla afín con la locura. Sabemos que es así, incluso entre quienes oyen el Evangelio, y creen en él en lo exterior. Hay un desprecio por la vida y el poder del Evangelio: conocen y honran su nombre, pero no valoran la realidad de la piedad vital. Algunas veces su conciencia truena con potencia en ellos, y entonces se ven forzados a desear aquello que otras veces han desdeñado. Menosprecian la sangre de Jesús, pero fingen ser partícipes de su poder que perdona.
Me temo que ninguno de nosotros se atreverá a lavarse las manos por esto, como un pecado de nuestro estado caído. Hubo un tiempo cuando muchos de nosotros que amamos a Jesús ahora, y podríamos besar cada una de Sus heridas, teníamos tan baja opinión de Él, que para nosotros cualquier cosa era mejor que Él. La historia de Sus sufrimientos era aburrida como un cuento trillado; y en lo relativo a entregarnos a Él, lo considerábamos una expresión fanática o un sueño lleno de entusiasmo. Bendito Salvador, Tú nos has perdonado: perdona a otros que están haciendo lo mismo.
IV. Me quedan escasos minutos que dedicar a cada punto; así que debo referirme ahora a otro pecado del cual muchas personas son culpables, es decir, EL PECADO DE LA INDIFERENCIA EN RELACIÓN A LOS SUFRIMIENTOS DE NUESTRO SEÑOR. Pilato pensó que tenía otra opción para dejar ir al prisionero, y la ensayó. Azotó a Jesús. No les diré cuán terribles eran los azotes de los romanos. No podría igualarse a nada con la excepción del knut de los rusos. Era la más terrible de las torturas. Muchos morían al ser azotados, y casi todas las víctimas se desmayaban después de unos cuantos azotes: a consecuencia de ellos el cuerpo humano era reducido a una masa de carne magullada, sangrante y estremecida. Cuando el Salvador era toda una masa de heridas y magulladuras, Pilato lo presentó a la multitud, diciendo: "¡He aquí el hombre!", apelando al resto de humanidad que esperaba que todavía tuvieran los principales sacerdotes y los ancianos. "¡He aquí el hombre!", dijo. "¿Acaso eso no es suficiente? Está aplastado y golpeado y sangrando por todas partes, y ¿eso no es suficiente?" Pero ellos no sentían absolutamente nada por Él, y sólo gritaban: "¡Muera!" Si el espectáculo de dolor que presentaba nuestro Señor en esta ocasión no te conmueve, es una prueba lamentable de la dureza de tu corazón. ¿Acaso no hay muchos que leen la historia de Sus sufrimientos sin emoción?
Despreciado, injuriado, coronado de espinas y azotado, nuestro Señor se destaca como el Varón de dolores, como el Monarca de miserias. ¡Agonías incomparables! ¡Dolores únicos e inigualables! ¿Acaso no vas a derramar lágrimas por Aquel de quien los soldados se burlaron y a quien los judíos ridiculizaron? ¿No? ¿Acaso es posible que respondas: "No"? ¿Acaso has oído la historia tantas veces que ya tiene menos efecto que un cuento ocioso? ¡Qué vergüenza! ¡Qué vergüenza! Y lo peor de todo es que no afecte a los hombres cuando recuerdan que estos dolores fueron soportados voluntariamente por amor, y no por necesidad ni por ningún otro motivo egoísta. Sus dolores fueron soportados por Sus enemigos. Él ordenó a Sus discípulos que comenzaran a predicar en Jerusalén para que los hombres que le escupieron el rostro supieran que podían participar de Su compasión, y que Él había probado la muerte por quien le traspasó el corazón. Él muere orando por Sus asesinos. ¡Cómo es posible que eso sea así! Que un hombre muera por su amigo, es algo noble y admirable; pero que un hombre muera por quienes le quitan la vida es el espectáculo más extraordinario que los ángeles puedan contemplar jamás.
Tenemos que considerar esto también, que toca de la manera más tierna a los creyentes: nuestro Señor sufrió así por nosotros. En Su muerte está nuestra esperanza, pues de lo contrario estaríamos perdidos para siempre. Si no tuviéramos parte y porción en los méritos de la agonía, entonces para nosotros no quedaría ninguna esperanza, sino sólo esperar con terror el juicio y la fiera indignación. ¿Acaso no nos lamentamos cuando vemos a Jesús agonizando? Oh sentimiento, tú me has abandonado y te has recluido en las bestias, y los hombres han perdido la razón. Ciertamente nuestros corazones serán como la peña en Horeb. Golpeadas por la vara de la cruz, nuestras almas manarán ríos de dolor penitencial. Pero en esto hay una prueba maravillosa de nuestra culpabilidad: que tenemos compasión por cualquiera excepto por el Salvador; que podemos llorar por nuestro perro faldero, y sin embargo podemos oír de los sufrimientos de Cristo con absoluta indiferencia. Hay multitudes de personas de este tipo, y ruego al Espíritu de Dios que toque sus conciencias sobre este asunto de la frialdad hacia Jesús.
Pero debo apresurarme, aunque quisiera detenerme un poco más, dejando la ampliación de estos cargos para sus meditaciones.
V. Hay otro crimen del que son culpables muchos, que fue cometido por el propio Pilato, y ese fue el crimen de LA COBARDÍA. No menos de tres veces, Pilato dijo de nuestro Señor: "Yo no hallo delito en él," y sin embargo no le soltó. Él mismo reconoció: "Tengo autoridad para crucificarte, y tengo autoridad para soltarte," y, sin embargo, no ejerció la autoridad para soltarlo. Por cobardía no se atrevió a soltar a su perfectamente inocente prisionero. Él sabía, pero no actuó con base en su conocimiento. ¿Acaso tengo personas delante de mí cuyo conocimiento supera en mucho su práctica? Esto, en verdad, será uno de los gusanos del infierno que nunca mueren: el remordimiento de una conciencia instruida y negligente. Sobre la puerta de su prisión, los condenados leerán esta inscripción: tú conocías tu deber pero no lo cumpliste. El conocimiento que hace responsables a los hombres por sus actos aumenta la responsabilidad en la medida que aumenta el conocimiento, y con ello aumenta su culpa y su castigo.
Además, Pilato no sólo conocía su deber, sino que a su modo quería cumplirlo. Uno casi siente lástima por ese vacilante cobarde. Vean cómo lucha para soltar a Jesús de alguna manera indirecta que no le implique ningún costo. Él desea, decide y luego se echa para atrás. Como una barca sacudida por vientos contrarios, en un momento casi se encuentra en puerto seguro pero súbitamente es lanzada mar adentro.
Oh, la cantidad de deseos incumplidos que uno podría recoger en este Tabernáculo, de la manera que los hombres recogen frutos prematuros que el viento ha desgajado de los árboles. Los hombres desean arrepentirse, desean creer, quisieran decidir, desean ser santos, desean tener la paz de Dios; pero sus deseos no conducen a una decisión práctica, y así perecen en el umbral de la misericordia. Su bondad termina en deseos vanos, que no hacen sino evidenciar su responsabilidad, y de esta manera aseguran su condenación. Sin embargo, para ser justos, debemos admitir que Pilato hizo algo más que desear; él habló a favor de Cristo. Pero habiendo hablado en favor de Jesús, no procedió a la acción, como estaba obligado a hacerlo. Es posible que un hombre diga con su lengua: "ningún delito hallo en él," y que luego por medio de sus acciones condene a Jesús entregándole a la muerte. Las palabras son un pobre homenaje para el Salvador. Él no salva a la humanidad con palabras, y no debe ser retribuido de dientes para afuera.
Pilato habló con suficiente arrojo, pero luego se retrajo ante los clamores de la multitud; y, sin embargo, Pilato podía ser firme algunas veces. Cuando Jesús fue clavado en la cruz, los sacerdotes rogaron a Pilato que cambiara la acusación que estaba escrita sobre Su cabeza, y Pilato no cedió, sino que replicó: "Lo que he escrito, he escrito." ¿Por qué no demostró un poco de firmeza cuando Jesús todavía estaba vivo? Pilato no era un ser completamente débil y afeminado como para que fuera incapaz de afirmar su pie; si lo hizo una vez, pudo haberlo hecho antes, y así habría podido salvarse de cometer esta grave transgresión. ¿No hay Pilatos aquí, personas que podrían haber sido cristianas si hubiesen poseído suficiente valentía moral? Algún necio compañero se habría burlado de ellos si se hubieran convertido en religiosos, y esto no lo pueden soportar. ¡Pobres cobardes!
El otro día escuché la historia de un joven que no se atrevió a orar en una habitación donde dormían otros dos o tres sujetos; y así, como un pusilánime, se metió a su cama y sucumbió al miedo del qué dirán. Me temo que hay hombres que prefieren ser condenados a que se burlen de ellos. Otra persona tiene un compañero perverso, y sabe que debe cortar con esa compañía si se convierte en un seguidor de Jesús: él quisiera hacerlo, pero carece de valentía. Oh, tú, que rehuyes todo lo que implica servir a Cristo, por miedo al qué dirán, ¿acaso no sabes cuál es la porción de los miedosos? Oh, ustedes que son temerosos, ¿cómo es posible que Jesús esté cubierto de heridas y vergüenza por ustedes, y que ustedes se avergüencen de Él? La muerte se aproxima velozmente a Él, y ustedes, ¿todavía esconden de Él sus rostros? En verdad, esto es crueldad, tanto hacia Cristo como hacia ustedes mismos. ¿No pueden apartarse de Sus enemigos? "Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis la inmundo." ¿No abrazarás Su causa? "Si alguno me sirve, sígame."
Mediante esta cobardía haces todo lo que esté de tu parte para quitarle la vida a Cristo. "¿Cómo?", preguntarás. Bien, supón que todo el mundo actuara como tú, ¿habría cristianismo en el mundo? Si todo mundo fuera cobarde, ¿habría alguna iglesia en la tierra? ¿Acaso no estás asesinando a Cristo y estás enterrando a Cristo, en la medida de tus posibilidades? ¿No estás destruyendo Su influencia y debilitando Su iglesia cuando rehusas reconocerle? ¿Acaso no es así? Considéralo. Estás rehusando usar cualquier influencia que pudieras tener en el mundo a favor de Jesús. Aunque hay multitudes muy activas en despreciar a Jesús y en oponérsele, tú no alzas una mano por Él. ¿Por qué no sales y dices: "yo estoy de Su lado"? Por tu supuesta neutralidad actúas como enemigo Suyo. Debes estar de un lado o del otro, ahora que has oído el Evangelio; pues Jesús ha dicho: "El que no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no recoge, desparrama." Tú estás en contra de Él, y estás desparramando. Supón que otros sigan tu ejemplo. "Bien," dirás, "no hay nada malo en mi ejemplo, excepto que no soy cristiano." Precisamente por eso, ya que bajo algunos aspectos, la propia calidad de tu ejemplo lo convierte en un agente más poderoso para el mal.
Yo no creo que el ejemplo de un borracho reconocido, tenga influencia en muchos jóvenes para que se entreguen a la borrachera; por el contrario, muchos son advertidos por el deplorable espectáculo, y huyen y se entregan a una total abstinencia por seguridad. A menudo he recibido a jóvenes de ambos sexos como miembros de esta iglesia que han sido abstinentes totales del más intenso tipo, debido a que la borrachera del padre hizo que los hijos fueran tan desgraciados, y su hogar tan pobre, que aborrecieron ese vicio maldito. Vean, entonces, cómo un mal ejemplo, puede perder su poder maligno por su visible exceso.
Tu caso es diferente; tu ejemplo es en algunos sentidos, admirable, y luego lo arrojas del lado del diablo. Entre mejor seas, más daño estarás causando al ponerte del lado del mal. En la medida que seas un ser moral, excelente y amigable, eres precisamente el hombre cuya influencia Cristo debe tener de Su lado, y si tú provocas que actúe en Su contra, el hecho es todavía más deplorable. Si el peso de tu carácter motiva a los hombres a que ignoren las exigencias del Hijo de Dios, ¿qué es esto sino tramar espiritualmente la muerte de Jesús?
Por último, y, oh, que el Espíritu de Dios bendiga esta amarga medicina cuando sea aplicada al corazón, para que sienta los dolores de la penitencia el día de hoy: está el pecado de la HIPOCRESÍA BASADA EN LA JUSTICIA PROPIA. Este Pilato cometió plenamente ese pecado. Tomó agua y se lavó sus manos, diciendo: "Inocente soy yo de la sangre de este justo; allá vosotros." ¡Qué contradicción! Él es inocente, pero les da permiso para ser culpables. Ellos no podían asesinar al Señor sin su autorización; él otorga el permiso necesario, y sin embargo, dice: "Inocente soy." ¿Acaso no veo a un individuo de la misma calaña por allá? Ese individuo dice: "yo no desprecio a Cristo, ni hablo palabra alguna en Su contra. Soy perfectamente inocente de cualquier mala voluntad hacia Él. Por supuesto que si otros se oponen a Él, pueden hacerlo, pues estamos en un país libre: que cada quien haga lo que quiera, pero yo estoy perfectamente libre de culpa."
Un hombre no actúa de esa manera cuando ve que alguien está siendo asesinado. No se queda mirando ni afirma que preferiría no interferir. Dices que no puedes evitar las opiniones de otros. ¿Acaso no tienes tu propia opinión acerca de Jesús? ¿Dices: "no; no pienso nunca en Él? ¿Acaso eso no es desprecio? ¿Prefieres no tener ninguna opinión acerca de Uno que afirma ser tu Dios? ¿Acerca de Uno que tiene que ser tu Salvador, y si no lo es, perecerás para siempre? No puedes desviarte de esa manera. Ahora que la rebelión está en armas, tienes que tomar partido: tienes que ser leal o convertirte en traidor. El estandarte está desplegado, y cada quien tiene que tomar partido. Tu negligencia hacia Jesús contradice tu posición de ser neutral. Pretendes no meterte con Él, pero eso resulta fatal. Un hombre está atrapado en aquel aposento alto de aquella casa en llamas, y tú puedes salvarlo. Rehusas involucrarte en el asunto, pues para ti es algo indiferente de cualquier manera, y así, lo dejas en manos de los bomberos y de sus ayudantes. Mientras tanto, el hombre perece porque no quisiste ayudarle. Yo digo que no tienes excusa: la sangre de ese hombre yace a tu puerta. Era tu deber haberle rescatado. Así, el Señor Jesucristo viene aquí entre los hombres y es perseguido. Tú dices tranquilamente: "sin duda es lamentable, pero no puedo evitarlo." Perfecto; pero por tu falta de acción, te estás poniendo del lado de Sus enemigos.
¿Dices tú que eres tan justo que no necesitas un Salvador? Eso, en verdad, es abofetear a Jesús. Él viene para ser un Salvador, y tú le dices que es superfluo; que tú eres tan bueno que te puedes valer por ti mismo, sin necesidad de ser lavado con Su sangre. Esto es escupirle en el rostro, es decirle que fue un necio al morir por ti. ¿Por qué habría de derramar Su sangre si eres lo suficientemente inocente sin necesidad de eso? En efecto, acusas a Dios de insensatez por proveer una grandiosa propiciación cuando la gente buena, como tú lo eres, no necesita nada parecido. ¡No creo que alguien pueda insultar más groseramente al Hijo del Altísimo! ¡Esto, en verdad, es crucificarlo! El hombre con justicia propia que dice: "yo estoy limpio," priva al sacrificio de Cristo de su gloria, priva a Su vida del propósito, a Su persona de Su dignidad, a Su obra entera de Su sabiduría. El propio corazón de Dios está puesto en el propósito por el que Cristo murió, y a pesar de ello, el hombre con justicia propia considera esto una insensatez.
Vamos, amados lectores, no hay campo para que ninguno de nosotros acuse a su semejante: vayamos todos a los pies de Jesús con humildes confesiones, a Jesús que resucitó de los muertos, y digámosle a coro llenos de tristeza:
"Es a mí a quien pertenecen estos dolores,
Soy yo quien debe sufrir por mi perversidad,
Atado de pies y manos con fuertes cadenas,
Tus azotes, tus grilletes, todo lo demás
Que soportaste, mi alma debe sufrirlo,
Pues de sobra ha merecido esos tormentos. Sin embargo, por mi causa Tú has puesto
Sobre Ti, en amor, todas las cargas
Que aplastaban mi espíritu contra el suelo:
Sí; eres hecho maldición por mí,
Para que yo pueda ser bendecido a través de Ti:
Mi salud se encuentra en Tus heridas."
Porción de la Escritura leída antes del sermón: Juan 19: 1-16.
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