Dulces Remedios para el Alma Abatida

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English: Sweet Stimulants for the Fainting Soul

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Por Charles H. Spurgeon sobre Santificación y Crecimiento
Una parte de la serie Metropolitan Tabernacle Pulpit

Traducción por Allan Aviles


"Dios mío, mi alma está abatida en mí; me acordaré, por tanto, de ti desde la tierra del Jordán, y de los hermonitas, desde el monte de Mizar". Salmo 42: 6.

Aquí encontramos una queja común al pueblo de Dios; y aquí hay dos remedios que David, guiado sabiamente por Dios, administra con discreción. Dirijamos nuestra meditación en este orden: primero, vamos a hablar de la queja; y luego, en segundo lugar, vamos a examinar el botiquín, y a usar los remedios que son provistos allí.

I. HABLEMOS DE LA QUEJA: "Dios mío, mi alma está abatida en mí."

No sabemos cuál era la razón precisa por la que el alma de David estaba abatida. Tal vez era porque había sido arrojado fuera de la ciudad real por su propio hijo, el hijo que había mimado y consentido, y que por tanto, había convertido en una vara para su propia espalda. Estamos bastante seguros de que se le había denegado entonces el privilegio de subir a la casa de Dios; ya no podía unirse a la muchedumbre que guardaba el día santo. Probablemente tanto su ausencia del tabernáculo como el motivo de esa ausencia se combinaron para abatir su espíritu.

Sin embargo, no estoy seguro de que la combinación de estos dos motivos hubiera bastado para abatir el espíritu de David, a no ser por la existencia de un ingrediente más amargo en su copa de tristeza. Ha habido buenos individuos que, habiéndose encontrado en circunstancias similares a las de David en aquel momento, pudieron ceñir los lomos de su mente, y esperar hasta el fin. Cuando fueron mordidos por algo que es más filoso que el colmillo de una serpiente, es decir, un hijo malagradecido y la privación de la asistencia a la casa de Dios, incluso entonces, fueron capaces de apoyarse en el Señor y regocijarse en el Altísimo.

La verdadera razón de la congoja del salmista era, sin duda, que Dios había ocultado Su rostro de él, al menos en cierto grado, y por ello, todas las flores de Sus gracias estaban mustias, y su gozo, que en otro tiempo resplandecía a la luz del sol de la faz de Dios, era ahora tenue y sombrío. Los problemas pueden alterar al hombre exterior, pero no pueden conturbar el alma del hijo de Dios mientras sienta que el Señor Jehová es su fortaleza de los siglos.

Sí, sucede algunas veces que la propia presión que sobrecarga el platillo de la balanza de sus esperanzas terrenales, tiende a levantar el platillo opuesto de su paz espiritual. Mientras Dios esté con él, las tribulaciones no son nada, pues las echa sobre Jehová, pero si Dios se retira de él por un tiempo, entonces está turbado; esa montaña que parecía estar firme, comienza a tambalearse y a temblar, y a demostrar la inestabilidad e insuficiencia de todas las bases mortales de la confianza.

Las causas de nuestro abatimiento son muy numerosas. Algunas veces, se trata de un dolor corporal; quizá sea un dolor recalcitrante que pone a prueba los nervios, impide el sueño, distrae nuestra atención, nos despoja de consuelo y oculta de nuestros ojos el contentamiento.

Con frecuencia, también, ha sido una debilidad corporal; alguna secreta enfermedad ha estado minando y socavando el propio vigor de nuestra vida, y no sabíamos que estaba allí, mientras nos acercábamos insensiblemente a las puertas de la muerte. Nos hemos sorprendido por habernos sentido abatidos, cuando habría sido mil veces más sorprendente que no hubiésemos estado deprimidos. Nos hemos asombrado por habernos sentido descorazonados, cuando el médico nos diría que este no era sino uno de muchos síntomas, que comprobaban que no estábamos bien en cuanto a nuestra salud corporal.

Con frecuencia, alguna calamidad aplastante ha sido la causa de la depresión de espíritu. Una prueba ha sucedido a la otra, todas sus esperanzas se han perdido, y sus propios medios de subsistencia les han sido arrebatados. Todas sus necesidades han permanecido, pero las provisiones les fueron retiradas.

En otros momentos, ha sido el luto el que los ha abatido en gran manera. El hacha ha estado activa en el bosque de sus dichas domésticas. Ha caído un árbol tras otro; aquellos de los que tomabas los frutos más maduros de dulce compañía y congenial comunión, han sido derribados por el despiadado leñador. Han experimentado su pérdida definitiva en lo que concierne a este mundo.

O pudiera ser que hubieran sido calumniados. Se ha hablado mal de su bien, sus motivos más santos han sido malinterpretados, sus aspiraciones más divinas han sido tergiversadas, y ustedes han andado girando como con un espada atravesada en sus huesos, mientras los maliciosos les han lanzado improperios, diciendo: "¿Dónde está ahora Jehová tu Dios?"

Los casos de depresión de espíritu son tan diversos que se requeriría en verdad de una rara panacea, de un maravilloso remedio, para que se adecuara a todos ellos. Sin embargo, cuando hablamos de los remedios mencionados en nuestro texto, los encontraremos adecuados para la mayoría de estos casos, si no es que para todos, y adecuados para todos los casos, en algún grado, aunque no lo fueran en toda su más plena extensión.

Pasemos ahora, de las más obvias,a las causas más sutiles del desaliento del alma. Esta queja es muy común en medio del pueblo de Dios. Cuando el joven creyente tiene que sufrirla por primera vez, piensa que no puede ser un hijo de Dios; "pues" -dice- "si fuera un hijo de Dios, ¿acaso me sentiría así?" ¡Qué sueños tan hermosos tenemos algunos de nosotros cuando apenas somos convertidos! Nos imaginamos que vamos a navegar directo al cielo, y que vamos a tener un próspero viaje en todo el camino; el viento será siempre favorable para nosotros, y no ha de haber nunca un mar alborotado, y ninguna nube de tormenta ha de rondar sobre el barco en todo el día; y, si hubiesen noches, las estrellas serán tan brillantes que será tan claro como el día. O, posiblemente, nos imaginamos que hemos llegado a un país donde todas las personas serán amables con nosotros, donde todas las circunstancias nos serán propicias, donde todo propenderá a nutrir nuestra piedad, y nuestros propios corazones, en verdad, se verán libres para siempre de terrores legales y alarmas peligrosas.

¡Oh, qué insensatas criaturas somos cuando soñamos de esa necia manera! No sabemos a lo que hemos nacido en nuestro segundo nacimiento, pues, así como un hombre nace a las tribulaciones en su primer nacimiento, cuando nace una segunda vez, nace a una doble porción de tribulaciones. La primera vez, nació a la tribulación física y mental; pero ahora que ha nacido de nuevo, ha nacido a tribulaciones espirituales; y así como tendrá nuevos gozos, también tendrá una larga lista de nuevas aflicciones.

Todo eso, sin embargo, nos es desconocido al principio y, cuando nos llega, nos sorprende. ¿Me estoy dirigiendo a alguien que está presto a exclamar: "voy a renunciar a toda esperanza; estoy seguro de que no puedo ser un hijo de Dios porque estoy muy abatido"? ¡Oh, tú, alma ignorante, has de saber que los más avanzados santos sufren exactamente de la misma manera! Hombres que han sido seguidores de Cristo durante cuarenta, cincuenta o sesenta años, se quejan de que, algunas veces, se preguntan si han conocido a Cristo en absoluto. Experimentan temporadas cuando preferirían arrastrarse dentro de una ratonera y ocultar sus cabezas, antes que ser vistos en medio del pueblo de Dios, porque temen ser hipócritas, y tienen miedo de que no haya una raíz real en ellos.

Vamos, jóvenes cristianos, yo les digo que los más experimentados creyentes, los hombres que tienen gran conocimiento doctrinal y mucha sabiduría experimental, los hombres que han vivido muy cerca de Dios y han tenido la más extasiada e íntima comunión con su Señor y Salvador, son precisamente los hombres que experimentan sus decaimientos, y sus inviernos, y sus tiempos cuando se preguntan si realmente aman al Señor o no.

Aun el apóstol Pablo no estaba exento de dudas y temores, pues escribió: "De fuera, conflictos; de dentro, temores"; y en otra ocasión comentó: "Golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado."

El varón conforme al corazón del propio Dios, David, un hombre de tan profunda experiencia que ninguno de nosotros podría descifrar plenamente, y mucho menos emular; un hombre de tan ferviente amor que unos pocos de nosotros podrían hacer algo más que aspirar a captar esa santa llama, sin embargo, tenía que clamar en alto, y además con mucha frecuencia: "Dios mío, mi alma está abatida en mí."

"Pero" -dirá alguien- "este desfallecimiento semejante a la muerte me sobreviene a menudo; por tanto, yo no puedo ser un hijo de Dios". -Ay, pero déjame decirte que, posiblemente, te vendrá con mayor frecuencia; o, si viniera más espaciadamente, si gozaras de semanas de alegría, o incluso de meses de dicha, es justamente posible que tus dudas se vean redobladas en intensidad, y tu alma experimente todavía mayores tribulaciones. Puesto que tan grande Salvador es provisto para nuestra liberación, debemos esperar tener grandes abatimientos de los que necesitaremos ser liberados.

Vamos, creyente, ¿qué valor tendrían la mitad de las promesas si no estuviéremos sujetos a dudas y temores? ¿Por qué nos ha dado tantos 'Yo haré' y 'Así será' si no fuera porque sabía que tendríamos tantos desafortunados condicionales, como si y por ventura? Él no nos habría dado nunca tal provisión de consuelo tan bien surtida, si no hubiese sabido con anticipación que habríamos de tener una medida plena de aflicción. Dios no establece nunca una provisión mayor de la que será necesaria; entonces, como hay abundancia de consolaciones, podemos estar seguros de que habrá también una abundancia de tribulaciones. Habrá mucho temor y abatimiento, para cada uno de nosotros, antes de que veamos el rostro de Dios en el cielo. Esta enfermedad de la depresión del alma es común a todos los santos; no hay ningún miembro del pueblo de Dios que escape por completo de ella.

Permítanme dar un paso adelante, y decir que la enfermedad mencionada en nuestro texto, aunque es sumamente dolorosa, no es peligrosa en absoluto. Cuando un hombre tiene un dolor de muelas, aunque se trata de una experiencia muy aflictiva, no le mata. Ha habido algunas personas que, insensata y enojadizamente, han deseado morir para escapar de ese dolor, pero nadie muere por su causa. Las cifras de mortalidad no se ven incrementadas por sus víctimas.

Y, de igual manera, los hijos de Dios son muy hostigados por sus dudas y temores, pero nunca pierden la vida por su causa. Representan un grave problema, pero no son una enfermedad mortal; son sensiblemente vejatorios, pero no son destructivos. ¡Vamos, es posible que tengan una fe real, y, sin embargo, que posean la más aflictiva incredulidad!

"¡Oh!", -preguntas tú- "¿cómo pueden coexistir la fe y la incredulidad?" No pueden vivir en paz juntas, pero pueden morar juntas en el mismo corazón. Recuerden lo que nuestro Señor Jesús le dijo a Pedro: "¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?" No le dijo: "¡Hombre sin fe!", sino "de poca fe." Esto es, había alguna fe, aunque también había mucha duda en él.

Entonces, en el salmista había alguna fe, -había, en verdad, mucha fe- pues dijo: "Dios mío", y se requiere de gran fe para decir: "Dios mío." Y, sin embargo, ¿acaso no hay aquí también una gran incredulidad? De otra manera, ¿habría estado abatida su alma en absoluto? Pero, a la vez, ¿acaso no poseía los intensos anhelos de una esperanza viva en Dios? Si no fuera así, ¿se habría atrevido a decir: "Me acordaré, por tanto, de ti desde la tierra del Jordán, y de los hermonitas, desde el monte de Mizar?"

El hecho es que nosotros somos la más extraña mezcla de contradicciones que se hubiere conocido jamás. No seremos capaces de entendernos nunca. Dios nos conoce completamente, pero nosotros nunca nos comprenderemos enteramente, al menos en esta vida. Recordarán aquel versículo acerca de las santas mujeres en el sepulcro de Cristo. Después que hubieron oído el mensaje del ángel: "Salieron del sepulcro con temor y gran gozo." ¡Cuán extraña mezcla es esa! Por un lado, tenemos el fruto de oro del gozo; y, por el otro, el negro fruto del miedo. Así que se convierte en un tipo de obra de contrastes: hay blancos y negros, gozos y aflicciones, bienaventuranza y lamento, que están entremezclados. En el cristiano pueden encontrarse el gozo más sublime y la aflicción más profunda, y en el hijo de Dios pueden juntarse la fe más verdadera y las más aflictivas dudas. Por supuesto que sólo se encuentran allí para convertir a su corazón en un campo de batalla, pero pueden encontrarse allí, y su fe puede ser real a la vez que sus dudas son sobrecogedoras.

Me gustaría comentar, adicionalmente, que no sólo es posible que un hombre esté abatido de esa manera y que, sin embargo, tenga verdadera fe en todo momento, sino que podría estar creciendo efectivamente en gracia mientras está abatido; ay, y cuando está abatido podría estar colocado realmente más alto que cuando estaba puesto en pie. ¡Es un extraño enigma! Pero nosotros, que hemos pasado por esa experiencia, sabemos que es verdad. Cuando estamos inclinados sobre nuestros rostros, estamos generalmente más cerca del cielo. Cuando nos hundimos más abajo en nuestra propia estima, ascendemos más alto en la comunión con Cristo, y en Su conocimiento.

Alguien dijo: "La ruta hacia el cielo no es hacia arriba, sino hacia abajo." Hay algo de verdad en ese dicho: aunque es hacia arriba en Cristo, es hacia abajo en el yo. Como canta el doctor Watts:

Entre más me deslumbren Tus glorias,
Más humilde estaré tendido."

Lo inverso es igualmente cierto: entre más humilde me tienda a los pies de mi Salvador, Sus glorias me deslumbrarán más. El propio abatimiento en el polvo capacita al cristiano algunas veces para soportar una bendición de Dios que no podría haber resistido si hubiera estado de pie. Existe tal cosa como ser aplastado por un peso de gracia, ser doblegado por el tremendo peso de las bendiciones, recibir tales bendiciones de Dios que, si nuestra alma no fuere abatida por ellas, serían nuestra ruina. Es algo bueno para nosotros, algunas veces, que el miedo nos aterrorice y la prosperidad nos turbe. Algunos de ustedes tal vez no entiendan lo que digo, y no lo harán hasta que vivan esta experiencia de la que les he estado hablando; pero sucede, en efecto, que las amarguras limpian y endulzan el paladar espiritual de los hijos de Dios, mientras que hay golosinas que llenan su boca de amarguras.

Yo sé que yo mismo he entonado cánticos en la noche después de haber gemido durante el día; y, a menudo, un golpe saludable proveniente de la amorosa mano de Dios, aunque me haya dolido, me ha curado de algún otro dolor mucho más funesto. Allí donde los besos herían, los golpes han sanado.

La vida cristiana es un enigma, y el pueblo de Dios está sumamente familiarizado con ese enigma en su experiencia. Deben resolverlo antes de poder entenderlo. Así que repito que este abatimiento es consistente con el más elevado grado de piedad. La depresión de espíritu no es un índice de una gracia que declina; la propia pérdida de gozo y la ausencia de seguridad, pueden ir acompañadas del mayor avance en la vida espiritual. Noten que si continúa mes tras mes, y aun año tras año, entonces sería un signo de gran debilidad de fe; pero si sólo viene ocasionalmente, como nubes pasajeras que sobrevuelan nuestro cielo, está bien. No necesitamos lluvia todos los días de la semana, ni todas las semanas del año; pero si la lluvia viene algunas veces, vuelve fértiles a los campos, y llena de agua los arroyos; y después de que ha caído el aguacero, el sol brilla otra vez, y proyecta un nuevo resplandor sobre la faz de la naturaleza, hace que los pájaros afinen sus gargantas y canten un cántico nuevo. La tierra nunca luce tan hermosa como cuando se levanta como alguien que ha lavado su rostro en el arroyo, y muestra la frescura de su verdor en el agua refulgente, y cuenta la historia de la prodigiosa habilidad con la que Dios se ha agradado en adornarla. Lo mismo sucede con el cristiano cuando sale de grandes y agudos problemas, y su arpa ha sido afinada, su salterio resuena con alabanzas, y sus labios confiesan agradecidamente a su Dios: "Aumentarás mi grandeza, y volverás a consolarme."

A pesar de lo dolorosa que es esta enfermedad del abatimiento del alma, es frecuentemente de mucha ayuda para nuestro espíritu cuando nos vemos obligados a clamar, con David: "Dios mío, mi alma está abatida en mí." Con frecuencia, estar abatido es lo mejor que podría sucedernos. Me preguntarás: "¿Por qué?" Porque cuando estamos abatidos, nuestro orgullo es sofocado. Somos propensos a crecer demasiado; entonces es algo bueno que nos veamos obligados a descender un nivel o dos. Algunas veces nos elevamos tan alto en nuestra propia estimación, que, a menos que el Señor nos quite algo de nuestro gozo, seríamos destruidos completamente por el orgullo. Si no fuera por este aguijón en la carne, querríamos ser exaltados más allá de toda medida.

Además, cuando llega este abatimiento, nos pone a trabajar en un autoexamen. Esa religión, que había comenzado a ser un asunto de forma y de rito para nosotros, se convierte en algo que debe ser considerado con más profunda diligencia; la vemos como algo real debido a nuestras dudas reales. A menudo, estoy seguro de que, cuando su casa ha sido sacudida, les ha conducido a ver si estaba cimentada sobre una roca. Mientras su barca sólo encontraba un excelente clima, proseguían navegando presuntuosamente; pero cuando la tempestad amenazaba, entonces fue cuando arrizaron las velas, y buscaron su mapa para encontrar su latitud y longitud, temiendo que pudiera haber peligro más adelante. Así que, cuando son conducidos a examinarse, obtienen un bien para su alma.

Una gran pérdida en los negocios ha ayudado algunas veces a un hombre a volverse rico, pues a partir de entonces ha sido más cuidadoso en sus tratos. Ha comenzado a cambiar un sistema de comerciar que, tal vez, le hubiera acarreado la insolvencia, y así su negocio ha sido colocado sobre un fundamento más sólido que antes. De igual manera, este abatimiento de espíritu, al conducirnos a escudriñarnos, puede ayudar, al final, para hacernos más ricos en gracia. Cuando nuestra alma está abatida en nuestro interior, comenzamos a tener tratos más estrechos con Cristo de los que teníamos antes. Una prolongada continuación de calma induce al descuido. Hay una forma de ser petulantes para con Cristo. Comenzamos a pensar que podemos pasárnoslas sin Él; nos imaginamos que tenemos tal cantidad de dinero disponible que podemos hacer negocios por nuestra propia cuenta. Pero cuando surgen las sombrías dudas, regresamos al lugar en el que comenzó nuestra vida espiritual, y cantamos de nuevo:

"Nada en mi mano traigo,
Simplemente a Tu cruz me aferro".

Existe una tendencia, en todos los pámpanos de la Vid viva y verdadera, de intentar dar fruto sin extraer ningún alimento del tallo; así que el Señor, cada vez y cuando, quita el flujo visible de la consolación divina, para que entendamos de manera consciente nuestra entera dependencia de Él.

Cuando ustedes y yo éramos unos niños pequeños, y salíamos a caminar con nuestro padre a la caída de la tarde, solíamos algunas veces adelantarnos corriendo un buen trecho; pero, de pronto, había un gran perro suelto por el camino, y era sorprendente cómo nos aferrábamos entonces a nuestro padre.

Ustedes recordarán cómo Juan Bunyan pintaba ese rasgo del carácter de los niños que iban en la peregrinación con su madre, Cristiana. "Cuando llegaron al lugar donde se encontraban los leones, los muchachos que iban al frente se aglomeraron en la retaguardia, pues tenían miedo de los leones; así que regresaron y se colocaron atrás. Ante esto, su guía sonrió, y dijo: '¿cómo es esto, muchachos, prefieren ir al frente cuando no se aproxima ningún peligro, y deciden ir atrás tan pronto aparecen los leones?'"

Lo mismo sucede con nuestras dudas y temores. Nos adelantamos tanto corriendo, que perdemos de vista a Cristo; cuando algunas cosas espantosas nos alarman, entonces salimos huyendo de regreso a la sombra de Su cruz. Esta experiencia es buena y saludable para nosotros.

Otro beneficio que obtenemos cuando somos abatidos es que nos prepara para identificarnos con los demás. Si nunca hubiéramos tenido problemas, seríamos muy pobres consoladores de otros. Les haría bien a la mayoría de los médicos si, ocasionalmente, tuvieran que ingerir algo de su propia medicina. No sería en detrimento del cirujano que supiera una vez en qué consiste tener un hueso roto; pueden estar seguros de que su mano sería mucho más tierna después; no sería tan áspero con sus pacientes como pudiera haberlo sido si él mismo no hubiera sentido tal dolor. Muéstrenme a un hombre que no haya sufrido nunca una tribulación, y yo les mostraré a un hombre sin corazón. Sobre todas las cosas, líbrenme del hombre que nunca haya tenido algún problema en toda su vida; no deben permitirme que entre en su casa, o que esté cerca de él en ninguna otra parte. Si estoy enfermo, no le permitan siquiera que pase junto a mi ventana, para que su sombra no se proyecte sobre mí, y me ponga peor; pues, si no ha conocido nunca una tribulación, y nunca ha atravesado el horno de la aflicción, ha de ser un hombre de frío corazón y desprovisto de simpatía.

Yo sé que, siempre que Dios elige a un hombre para el ministerio, y tiene el propósito de hacerle útil, si ese hombre espera tener una vida fácil allí, será el más desilusionado de los mortales del mundo. Desde el día en que Dios le llama a ser uno de Sus capitanes, y le dice: "Mira, te he convertido en un líder de los ejércitos de Israel", él debe aceptar todo lo que incluye su misión, aun si eso implica una medida incrementada siete veces de abuso, de tergiversación y de calumnia. Necesitamos un mayor ejercicio del alma que cualquier miembro de nuestro rebaño, pues, de lo contrario, no podríamos mantenernos al frente de él. No seremos capaces de enseñar a otros a menos que Dios nos enseñe a nosotros. Debemos tener comunión con Cristo en el sufrimiento así como comunión en la fe. Aun así, con todos sus inconvenientes, es un bendito servicio, y no quisiéramos retirarnos de él. ¿Acaso no aceptamos todo esto con nuestra comisión? Entonces seríamos cobardes y desertores si fuéramos a volvernos. Estos abatimientos del espíritu son parte de nuestro llamamiento. Si has de ser un buen soldado de Jesucristo, debes soportar rigores. Tendrás que estar metido en las trincheras, algunas veces, con una bala alojada aquí o allá, con una cortada en tu frente hecha por un sable, o un brazo o una pierna desprendidos; donde hay guerra, han de haber heridas, y ha de haber guerra allí donde ha de obtenerse la victoria.

II. No voy a decir nada más con respecto a nuestro abatimiento. Probablemente ya he dicho lo suficiente acerca de la enfermedad, así que ahora abramos el gran botiquín, y examinemos LOS DOS REMEDIOS que son mencionados aquí: "Dios mío, mi alma está abatida en mí; me acordaré, por tanto, de ti desde la tierra del Jordán, y de los hermonitas, desde el monte de Mizar."

El primer remedio para el abatimiento del alma es: una referencia de nosotros a Dios, como dice David: "Dios mío, mi alma está abatida en mí; me acordaré, por tanto, de ti." Si tienes que enfrentar un problema, lo mejor que puedes hacer es no tratar de cargarlo en absoluto, sino colocarlo sobre los hombros del Eterno. Si tienes algo que te perturba, el plan más sencillo para ti será, no que trates de resolver la dificultad, sino buscar dirección del cielo en relación a eso. Si en este momento tienes alguna duda que te está desconcertando, tu plan más sabio será, no combatir la duda, sino venir a Cristo tal como te encuentras, y referirle a Él la duda. Recuerda cómo actúan los hombres cuando están involucrados en un litigio; si son sabios, no emprenden el caso por sí solos. Conocen nuestro familiar proverbio: "el que es su propio abogado tiene a un necio por cliente", así que llevan su caso a alguien que es capaz de manejarlo, y lo entregan en sus manos.

Bien, ahora, si los hombres no tienen la suficiente capacidad para tratar con asuntos que se presentan en las cortes de ley, ¿piensan que cuentan con la habilidad suficiente para argumentar en la corte del cielo en contra de un viejo abogado astuto como es el demonio, que se ha ganado el apelativo de "el acusador de los hermanos", y bien merece el título? Nunca traten de argumentar en contra suya, sino más bien pongan su caso en las manos de nuestro grandioso Abogado, pues, "si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo." Así que refieran su caso a Él; Él intercederá por ustedes, y saldrá airoso. Si intentaran interceder por ustedes mismos, les acarreará una gran cantidad de problemas, y luego saldrán derrotados después de todo.

A menudo, cuando visito a un cristiano atribulado, ¿saben qué es lo que casi seguramente me dirá? "¡Oh, señor, no siento esto, y en verdad temo eso, y no puedo evitar pensar en lo otro!" Ese grandioso yo es la raíz de todas nuestras aflicciones: lo que siento o lo que no siento; eso basta para volver miserable a cualquiera. Es un sabio plan decirle a alguien así: "¡Oh, sí!, yo sé que todo lo que dices acerca de ti es exactamente cierto; pero, ahora, hazme saber qué tienes que decir de Cristo. Durante las siguientes veinticuatro horas al menos, deja de pensar en ti, y piensa únicamente en Cristo."

¡Oh, mis queridos amigos, qué cambio sobrevendría en nuestros espíritus si todos actuáramos de esa manera! Pues, cuando terminamos con el yo, y echamos todos nuestros cuidados en Cristo, no nos queda ningún motivo para preocuparnos o turbarnos o angustiarnos. El dicho de Juanito el buhonero, que a menudo he repetido, describe la más sublime experiencia, aunque es también la más baja:

"Soy un pobre pecador, y nada más,
Pero Jesucristo es mi Todo en todo";

Es tan simple, y, sin embargo, es tan seguro vivir día a día por fe en el Hijo de Dios, que me amó, y se entregó por mí; ser un niñito, no un hombre fuerte sino un niñito, que no puede pelear sus propias batallas, por lo que le pide a Jesús que pelee por él; ser un niñito débil, que no puede correr solo, sino que ha de ser llevado en los brazos del buen Pastor. Nunca somos tan fuertes como cuando somos débiles, como escribió Pablo: "Cuando soy débil, entonces soy fuerte"; y nunca somos tan débiles como cuando somos fuertes, y nunca somos tan necios como cuando somos sabios en nuestra propia opinión, y nunca somos tan tenebrosos como cuando pensamos que estamos llenos de luz. Generalmente somos mejores cuando pensamos que somos peores; cuando estamos vacíos es cuando estamos llenos; cuando estamos llenos es cuando estamos vacíos; cuando no tenemos nada, entonces tenemos todas las cosas; pero cuando nos imaginamos que somos "ricos, y que nos hemos enriquecido, y de ninguna cosa tenemos necesidad", somos semejantes a los de Laodicea, y no sabemos que somos "unos desventurados, miserables, pobres, ciegos y desnudos." ¡Oh, pidamos gracia para resolver estos enigmas, y así vivir, día a día, fuera del yo, y apoyados en el Señor Jesucristo!

Permítanme darles un ejemplo; se trata del caso fácilmente imaginable de una pobre anciana, que no tiene ningún dinero, pero que cuenta con un amigo rico, que le dice: "Ven a mi casa cada sábado, y yo te daré una cierta cantidad en concepto de una asignación regular; y si hay algo más que necesites, yo lo pagaré; todas tus necesidades serán provistas." Él no le entrega una gran suma de dinero para que la guarde, porque podría no saber cómo gastarla sabiamente, o podría ser despojada del dinero; entonces se lo entrega semana a semana. Un sábado por la mañana, la anciana está llena de miedo y de alarma. Si de casualidad la visitaras precisamente entonces, la oirías quejarse: "no poseo ni un centavo en el mundo; acabo de gastar mi última moneda de plata (seis peniques). No tengo nada de dinero en el banco, ni casas de las que pueda cobrar una renta; no tengo nada sino estas pocas cosas que ves aquí. ¿Cómo voy a vivir sólo con esto?" Si no supieras nada más acerca de esa mujer, te quedarías sintiendo piedad por ella, ¿no es cierto? Cuando se aproximan las doce del día, ella te dice: "debo irme". Le preguntas: "¿adónde vas?" Ella responde: "voy a ver a un amigo que me ha dicho que lo busque cada sábado, y él me dará todo lo que necesito." "¡Cómo!", -exclamas- "necia amiga, me has estado hablando de toda esta historia de necesidad, y provocando mi piedad, cuando realmente eres una mujer rica; simplemente porque no tienes el dinero a la mano, me has estado contando esta historia conmovedora que, realmente, no es verdad".

De igual manera, cuando veo a un heredero del cielo, sentado y lamentándose y llorando porque no tiene esto y porque no tiene lo otro, y cuando busco en las Escrituras y leo: "Todo es vuestro… y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios", y encuentro promesas como esta: "Todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo recibiréis", o esta: "Porque sol y escudo es Jehová Dios; gracia y gloria dará Jehová. No quitará el bien a los que andan en integridad", si no le dijera esto al que está murmurando sin causa, me lo digo a mí mismo, pues, con frecuencia, he sido un necio como la anciana que acabo de mencionar: "¡Oh, tú, insensato ego, cuán lento de corazón eres para creer! ¡Cuán insensato eres al estar sentado así, deplorando tu propio vacío, cuando Cristo es tuyo, con toda Su plenitud ilimitada, cuando el amor del Padre, y el poder del Espíritu, y la gracia del Salvador, están todos involucrados en llevarte con seguridad a través de tus tribulaciones, en liberarte de tus problemas, y depositarte triunfantemente en el cielo!" Ten buen ánimo, entonces, creyente atribulado y deprimido, y aplícate este sagrado remedio; recuerda al Señor, refiérele tu caso, y míralo para todo lo que necesites.

El otro remedio de David para su alma, cuando estaba abatida en él, erael recuerdo agradecido del pasado, cuando, por las misericordias del Señor, fue alzado: "Me acordaré, por tanto, de ti desde la tierra del Jordán, y de los hermonitas, desde el monte de Mizar." Revisen sus viejos diarios; muchos de ustedes tienen cabellos grises, por lo que sus cuadernos de notas tienen una larga historia. Leamos uno o dos de los registros. ¡Vamos, aquí hay una página brillante! Aunque la que le precede es negra, y llena de aflicción, esta página es brillante de gozo, y jubilosa de cántico. ¿Qué leo? Veo escrito allí:

"¡Cada día te alabaré!
Ahora que Tu ira se ha alejado,
Brotan consoladores pensamientos
Del sacrificio sangrante."

Escribiste ese verso en tu diario inmediatamente después de que habías encontrado al Salvador, y tus pecados habían sido perdonados por Su causa. Bien, entonces, aunque tu arpa está ahora desencordada, y no estás alabando hoy a tu Señor, te pido que recuerdes aquella hora cuando conociste por primera vez Su amor, y que digas: "Si nunca hubiese recibido más que una misericordia de Él, he de bendecirle por ella en el tiempo, y bendecirle por ella a lo largo de toda la eternidad."

Aquí está otra página de tu diario; veo que estabas experimentando una tribulación temporal, y que tus amigos terrenales te habían abandonado; pero que, en medio de tu tribulación, justo cuando habría esperado encontrar estas palabras: "estoy completamente abatido, pues Dios me ha abandonado", encuentro que está escrito aquí:

"Cuando la pena, como tenebrosa nube,
Se ha acumulado y ha tronado fuerte,
Él siempre ha estado cerca de mi alma,
Su misericordia, ¡oh cuán buena es!"

¿Acaso piensas que no está a tu lado ahora? Si hay fuertes retumbos de truenos, y si hay una densa oscuridad, ¿te dejará Él? En verdad estas reflexiones sobre lo que has experimentado en el pasado, deberían conducirte a confiar en Cristo en el presente; y, al considerar todos Sus tratos con tu alma, muy bien puedes decir:

"¿Podría haberme enseñado a confiar en Su nombre,
Y haberme traído hasta aquí para avergonzarme?"

¡Dios no permita que pensemos jamás que Él sea tan cruel como para iluminarnos y consolarnos, y alentarnos y ayudarnos durante tanto tiempo, para luego dejarnos que nos hundamos y perezcamos al final!

En este diario tuyo, también encuentro un encantador registro que representa un gran contraste con tu presente estado triste y sombrío; debes haber tenido una visión de Cristo crucificado, pues escribiste:

"Aquí me sentaré para siempre viendo
Arroyos de misericordia en los arroyos de sangre;
¡Preciosas gotas!, que riegan mi alma,
Intercedan y reclamen mi paz con Dios.
En verdad bendecida es esta estación,
Humilde delante de la cruz me quedo;
Mientras veo a la compasión divina
Flotando en Sus lánguidos ojos".

¡Sin embargo, tú, que has estado al pie de la cruz, tienes temor de ser echado fuera al final! ¡Has conocido la dulzura del amor de Jesús, y, sin embargo, estás abatido! ¡Él te ha besado con los besos de Sus labios, Su mano izquierda está debajo de tu cabeza, y Su derecha te ha abrazado, y, sin embargo, piensas que te abandonará al final para que te hundas en el problema! Has estado en Su casa del banquete, y has recibido un alimento que los ángeles nunca probaron, y, sin embargo, ¡sueñas que serás arrojado en el infierno! Quítate esos vestidos de luto, haz a un lado ese cilicio y esas cenizas, baja tus arpas de los sauces, y juntos cantemos alabanzas a Aquel cuyo amor, y poder, y fidelidad, y bondad, serán siempre los mismos.

Si hay algunas personas aquí que son extraños para todas estas cosas, sólo puedo desear que conozcan nuestras aflicciones, para que puedan tener una experiencia de nuestros gozos, para que la atesoren en el recuerdo. Los creyentes en Jesús no constituyen una cuadrilla miserable; tienen cánticos para cantar, y tienen un buen motivo para cantarlos; tienen lo suficiente para ser benditos en la tierra, y para ser benditos en la eternidad.


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