La Infalibilidad de la Escritura
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Charles H. Spurgeon
sobre La Biblia
Una parte de la serie Metropolitan Tabernacle Pulpit
Traducción por Allan Aviles
"Porque la boca de Jehová lo ha dicho." Isaías 1:20
Lo que Isaías habló, por tanto, fue dicho por Jehová. Audiblemente era la expresión de un hombre; pero, en realidad, era la propia expresión del Señor. Los labios de los que salían las palabras eran los de Isaías, pero también es muy cierto que "La boca del Señor lo ha dicho." Toda la Escritura, siendo inspirada por el Espíritu, es dicha por la boca de Dios. Sin importar cómo pueda ser tratado este Libro sagrado en nuestros días, no fue tratado ni con desdén ni con negligencia ni con cuestionamientos por el Señor Jesucristo, nuestro Dios y Señor. Es importante ver cómo reverenciaba Él la Palabra escrita. El Espíritu de Dios descansaba personalmente sobre Él sin medida, y Él podía decir directamente de Su propia mente la revelación de Dios, y sin embargo Él continuamente citaba la Ley y los Profetas y los Salmos; y siempre trataba con intensa reverencia las Sagradas Escrituras, en un fuerte contraste con la irreverencia del "pensamiento moderno."
Estoy seguro, hermanos míos, que no podemos errar al imitar el ejemplo de nuestro divino Señor en nuestra reverencia por esa Escritura que no puede ser quebrantada. Yo digo que si Él, el ungido del Espíritu, capaz de hablar Él mismo como la boca de Dios, siempre citaba las Sagradas Escrituras y utilizaba el santo Libro en Sus enseñanzas, cuánto más debemos regresar nosotros, que no tenemos espíritu de profecía que descanse sobre nosotros y que no somos capaces de hablar nuevas revelaciones, a la Ley y al Testimonio, y valorar cada palabra porque "la boca de Jehová lo ha dicho."
Una valoración igual de la Palabra de Dios es visible en los apóstoles de nuestro Señor; pues ellos trataban a las antiguas Escrituras como con autoridad suprema, y se apoyaban en todas sus enseñanzas con pasajes de la Santa Escritura. Un sumo grado de deferencia y de homenaje es otorgado al Antiguo Testamento por los escritores del Nuevo Testamento. Nunca encontramos a ningún apóstol cuestionando el grado de inspiración de este libro o de aquél. Ningún discípulo de Jesús cuestiona la autoridad de los libros de Moisés, o los libros de los Profetas. Si tú quieres dudar de su inspiración o sospechar de su autoridad, no encontrarás ninguna simpatía en la enseñanza de Jesús o de cualquiera de sus apóstoles. Los escritores del Nuevo Testamento estudian con reverencia el Antiguo Testamento y reciben las palabras de Dios como tales, sin hacer ninguna pregunta de ningún tipo.
Tú y yo pertenecemos a una escuela que va a continuar haciendo lo mismo, y que los demás adopten el comportamiento que prefieran. Para nosotros y para nuestra casa, este Libro invaluable permanecerá siendo la norma de nuestra fe y el sostén de nuestra esperanza en tanto que vivamos. Otros pueden elegir los dioses que quieran y seguir a las autoridades que prefieran; pero en lo que a nosotros respecta, el glorioso Jehová es nuestro Dios, y en lo relacionado a cada doctrina de toda la Biblia, nosotros creemos que "la boca de Jehová lo ha dicho."
I. Entonces, analizando detenidamente nuestro texto, "Porque la boca de Jehová lo ha dicho," nuestro primer encabezado es: ESTA ES NUESTRA GARANTÍA PARA LA ENSEÑANZA DE LA VERDAD ESCRITURAL. Nosotros predicamos "porque la boca de Jehová lo ha dicho." No nos serviría de nada repetir lo que Isaías habló, si en ello no hubiera nada más que el pensamiento de Isaías; ni tampoco nos importaría meditar hora tras hora sobre los escritos de Pablo, si no hubiera nada más que Pablo en ellos. Nosotros no sentimos un llamado imperativo de predicar y aplicar aquello que ha sido dicho por hombres; pero, puesto que "la boca de Jehová lo ha dicho," ¡ay de nosotros si no predicamos el Evangelio! Venimos a ustedes con un, "así ha dicho Jehová," y nosotros no tendríamos ningún motivo justificable para predicar durante todas nuestras vidas si no tuviéramos este mensaje.
El verdadero predicador, el hombre que Dios ha comisionado, predica su mensaje con temor y temblor, porque "la boca de Jehová lo ha dicho." Él lleva la carga del Señor y se inclina bajo su peso. El nuestro no es un tema sin importancia, sino uno que mueve toda nuestra alma. A George Fox lo llamaban un Cuáquero (temblador), porque cuando hablaba temblaba en grado sumo por la fuerza de la verdad que él percibía con tanta profundidad. Tal vez si tú y yo tuviéramos una visión más clara y un mayor entendimiento de la Palabra de Dios, y sintiéramos más su majestad, temblaríamos también.
Martín Lutero, que nunca temió al rostro de ningún hombre, declaró que cuando se ponía a predicar, a menudo sentía que le temblaban las rodillas por un sentido de gran responsabilidad. ¡Ay de nosotros si nos atreviéramos a hablar la Palabra del Señor con algo menos que todo nuestro corazón, y toda nuestra alma, y toda nuestra fuerza! ¡Ay de nosotros si manejáramos la Palabra como si fuera una oportunidad para lucirnos! Si fuera nuestra propia palabra, podríamos proponernos estudiar los adornos de la oratoria; pero si es la Palabra de Dios, no podemos permitirnos pensar en nosotros mismos: estamos obligados a predicarla "no con sabiduría de palabras, para que no se haga vana la cruz de Cristo."
Si reverenciamos la Palabra, no se nos ocurrirá que podamos mejorarla mediante nuestra propia habilidad en el manejo del lenguaje. Oh, sería mejor partir piedras en el camino que ser un predicador, a menos que uno tenga el Santo Espíritu de Dios para que lo sostenga; pues nuestro oficio es solemne y nuestra carga es pesada. El corazón y el alma del hombre que habla por Dios no conocen el descanso, pues oye en sus oídos esa amonestación de advertencia: "Pero si el atalaya viere venir la espada y no tocare la trompeta, y el pueblo no se apercibiere, y viniendo la espada, hiriere de él a alguno, éste fue tomado por causa de su pecado, pero demandaré su sangre de mano del atalaya."
Si se nos encargara repetir el lenguaje de un rey, estaríamos obligados a hacerlo decorosamente para no causar ningún daño al rey; pero si predicamos la revelación de Dios, un profundo temor debería apoderarse de nosotros, junto con el temor piadoso de no desvirtuar el mensaje de Dios en la predicación.
Ningún trabajo es tan importante u honorable como la proclamación del Evangelio de nuestro Señor Jesús, y precisamente por esa razón, está cargado con una responsabilidad tan solemne que nadie puede aventurarse en él con ligereza, ni proseguir en él sin un sobrecogedor sentido de la necesidad de una grande gracia para desempeñar el oficio correctamente. Quienes predicamos el Evangelio del que podemos decir con certeza "la boca de Jehová lo ha dicho," vivimos bajo una intensa presión. Preferimos vivir en la eternidad que en el tiempo: les hablamos a ustedes como si viéramos el grandioso trono blanco y al Juez divino ante Quien deberemos rendir nuestras cuentas, no sólo por lo que decimos, sino también por la forma en que lo decimos.
Amados hermanos, debido a que la boca del Señor ha dicho la verdad de Dios, nosotros nos esforzamos por predicarla con absoluta fidelidad. Repetimos la Palabra como un niño repite su lección. No nos corresponde a nosotros corregir la revelación divina, sino simplemente repetirla. Yo no creo que sea mi oficio traerles mis propios pensamientos nuevos y originales; sino más bien decir: "Y la palabra que habéis oído no es mía, sino del Padre que me envió." Creyendo que "la boca de Jehová lo ha dicho," es mi deber repetirla para ustedes tan correctamente como pueda, habiéndola oído y sentido en mi propia alma. No me corresponde a mí corregir o adaptar el Evangelio. ¡Cómo! ¿Acaso intentaremos mejorar lo que Dios nos ha revelado? ¿Acaso el Infinitamente Sabio puede ser corregido por criaturas de un día? ¿Acaso la revelación infalible del infalible Jehová puede ser formada, moderada, y amortiguada para adaptarla a las modas y a los caprichos de la hora? Que Dios nos perdone si hemos alterado jamás Su Palabra inconscientemente; conscientemente no lo hemos hecho, ni lo haremos.
Sus hijos se sientan a Sus pies y reciben Sus palabras y luego se levantan en el poder del Espíritu para publicar, lejos y cerca, la Palabra que el Señor ha dado. "Y aquel a quien fuere mi palabra, cuente mi palabra verdadera," es el precepto del Señor para nosotros. Si nosotros podemos estar con el Padre, de acuerdo a nuestra medida, a la manera del Señor Jesús y luego salir de la comunión con Él para predicar lo que Él nos ha enseñado en Su Palabra, entonces seremos aceptados por el Señor como predicadores, y aceptados también por Su pueblo vivo en mucha mayor medida que si nos zambulléramos en las honduras profundas de la ciencia, o nos remontáramos en los elevados vuelos de la retórica. ¡Qué es el tamo comparado con el trigo! ¡Qué son los descubrimientos del hombre comparados con las enseñanzas del Señor! "La boca de Jehová lo ha dicho"; por tanto, ¡oh hombre de Dios, no añadas a Sus palabras para que no te traiga las plagas que están escritas en Su Libro, y no quites nada para que Dios no quite tu nombre del Libro de la Vida!
Además, queridos amigos, como "La boca de Jehová lo ha dicho," nosotros predicamos la verdad divina con valor y plena seguridad. La modestia es una virtud; pero dudar cuando estamos hablando en nombre del Señor, es una culpa muy grande. Si un embajador, enviado por un gran rey para representar a su majestad en una corte extranjera, se olvidara de su cargo y sólo pensara en él mismo, podría volverse tan humilde como para rebajar la dignidad de su príncipe y tan tímido como para traicionar el honor de su país. Él está obligado a recordar no tanto lo que él es, en sí mismo, sino a quién representa; por tanto, tiene que hablar con denuedo y con la dignidad que corresponden a su cargo y a la corte que representa.
Ciertos déspotas orientales tenían la costumbre de requerir de los embajadores de potencias extranjeras que se inclinaran en el polvo ante ellos. Algunos representantes extranjeros, por razones de intereses comerciales, se sometían a esa ceremonia degradante; pero cuando se le pidió al representante de Inglaterra que hiciera lo mismo, él no aceptó degradar de esa manera a su país. Dios no permita que quien habla en Su nombre, deshonre al Rey de reyes mediante una sumisión advenediza. Nosotros no predicamos el Evangelio con el permiso de ustedes; nosotros no pedimos tolerancia, ni el aplauso de la corte. Nosotros predicamos a Cristo crucificado y hablamos con valor tal como debemos hablar, pues se trata de la Palabra de Dios, y no la nuestra. Somos acusados de dogmatismo; pero estamos obligados a dogmatizar cuando repetimos eso que la boca del Señor ha dicho. Nosotros no podemos usar expresiones condicionales, tales como "si" y "pero," pues estamos tratando con los "será" y "se hará" del Señor. Si Él dice que así es, es así; y se acabó. La controversia cesa cuando Jehová habla.
Quienes hacen a un lado la autoridad de nuestro Señor pueden muy bien rechazar nuestro testimonio: no nos preocupa que lo hagan. Pero si nosotros decimos eso que la boca del Señor ha dicho, quienes oigan Su palabra y la rechacen, lo hacen bajo su propio riesgo. La afrenta se le hace, no al embajador, sino al propio Rey; no a nuestra boca, sino a la boca de Dios, de Quien procede la verdad.
Se nos insta a que seamos caritativos. Nosotros somos caritativos; pero es usando nuestro propio dinero. No tenemos el derecho de regalar aquello que es puesto bajo nuestra custodia y que no está a nuestra disposición. En lo relacionado a la verdad de Dios somos mayordomos, y debemos tratar con la tesorería del Señor, no según los lineamientos de caridad hacia las opiniones humanas, sino según la regla de fidelidad al Dios de la verdad. Somos intrépidos cuando declaramos con pleno convencimiento aquello que el Señor revela. Aquella memorable palabra del Señor a Jeremías es muy necesaria a los siervos del Señor en estos días: "Tú, pues, ciñe tus lomos, levántate, y háblales todo cuanto te mande; no temas delante de ellos, para que no te haga yo quebrantar delante de ellos. Porque he aquí que yo te he puesto en este día como ciudad fortificada, como columna de hierro, y como muro de bronce contra toda esta tierra, contra los reyes de Judá, sus príncipes, sus sacerdotes, y el pueblo de la tierra. Y pelearán contra ti, pero no te vencerán; porque yo estoy contigo, dice Jehová, para librarte."
Cuando hablamos en el nombre del Señor en contra del error, nosotros no suavizamos nuestros tonos; más bien salen de nuestras bocas descargas de rayos. Cuando nos topamos con la falsa ciencia, no bajamos nuestra bandera: no damos lugar a la sujeción ni por un instante. Una palabra de Dios es mucho más valiosa que las bibliotecas que albergan la erudición humana. "Está escrito" es el gran cañón que silencia todas las baterías del pensamiento del hombre. Los que hablan en el nombre de Jehová, el Dios de Israel, deben hablar valerosamente.
También voy a agregar, bajo este encabezado, que debido a que "La boca de Jehová lo ha dicho," nos sentimos obligados a predicar Su Palabra con diligencia, con la frecuencia que podamos, y con perseverancia, en tanto que vivamos. Ciertamente sería algo bendito morir en el púlpito; exhalar el último aliento actuando como la boca del Señor. Los domingos que no pueden predicar, son unas pruebas feroces para los verdaderos predicadores. Recuerden cómo John Newton, cuando ya era bastante incompetente para predicar porque divagaba un poco en razón de sus enfermedades y sus años, persistía en predicar; y cuando lo intentaron disuadir, él respondió acaloradamente: "¡Cómo!" ¿Dejará de predicar a Jesucristo el viejo blasfemo africano mientras todavía haya aliento en su cuerpo?" Así que le ayudaron al anciano a subirse al púlpito de nuevo, para que pudiera hablar una vez más acerca de la gracia inmerecida y del amor agonizante.
Si tuviésemos temas comunes acerca de los cuales hablar, podríamos abandonar el púlpito como un fatigado abogado se marcha del foro; pero como "La boca de Jehová lo ha dicho," sentimos que Su Palabra es como fuego en nuestros huesos, y nos cansamos más cuando nos refrenamos de predicar que cuando testificamos.
Oh, mis hermanos, la Palabra del Señor es tan preciosa que debemos sembrar esta bendita semilla por la mañana, y al atardecer no debemos esconder nuestras manos. Es una semilla viva y es la semilla de vida, y por lo tanto debemos esparcirla con diligencia.
Hermanos, si alcanzamos una correcta comprensión de la verdad del Evangelio, (ése "La boca de Jehová lo ha dicho") nos moverá a proclamarla con mayor ardor y celo. No repetiríamos monótonamente el Evangelio a un puñado de personas adormecidas. Muchos de ustedes no son predicadores, pero son maestros de jóvenes o de cualquier otra manera tratan de publicar la Palabra del Señor; yo les suplico que lo hagan con gran fervor del Espíritu. El entusiasmo debe ser muy visible en cada siervo del Señor. Hagan saber a quienes los escuchan que ustedes se están entregando por completo; que no están hablando solamente de labios para afuera, sino que desde las profundidades de su alma su mismo corazón rebosa de buen material cuando ustedes hablan de cosas que han aprendido tocantes al Rey.
Vale la pena predicar el Evangelio eterno, aunque uno estuviera sobre sobre un manojo de leña ardiente y se dirigiera a la multitud desde un púlpito en llamas. Las verdades reveladas en la Escritura son dignas de vivir y morir por ellas. Yo me siento tres veces feliz de ser el blanco de reproches por causa de la vieja fe. Es un honor del que yo mismo me siento indigno; y sin embargo puedo usar con toda verdad las palabras de nuestro himno:
"¿Acaso yo suavizaré Tus verdades y aplacaré mi lengua
Para calmar a la muchedumbre impía?
Para ganar los juguetes dorados de la tierra, o escapar de
La cruz sufrida, mi Dios, por Ti? El amor de Cristo me constriñe
A buscar a las almas descarriadas de los hombres;
Con clamores, ruegos, lágrimas, salvarlos,
Arrebatarlos de la ola de fuego. Mi vida, mi sangre aquí ofrezco,
Si pueden ser consumidas por Tu verdad:
¡Cumple Tu soberano consejo, Señor!
Se hará Tu voluntad, Tu nombre será adorado!"
No puedo expresar todo lo que hay en mi corazón acerca de este tema tan querido para mí, pero quisiera instarlos para que prediquen el mensaje del Evangelio a tiempo y fuera de tiempo. Especialmente repitan un mensaje como éste: "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna." Y éste otro: "Y al que a mí viene, no le echo fuera." Predíquenlo con valentía, predíquenlo en cada lugar, predíquenlo a toda criatura, "porque la boca de Jehová lo ha dicho." ¿Cómo pueden ocultar las nuevas celestiales? "La boca de Jehová lo ha dicho;" ¿Acaso no se gozará tu boca al repetirlo?
Susúrralo al oído del enfermo; grítalo en las esquinas de las calles; escríbelo en tus tablas; publícalo en la prensa: pero que en todas partes éste sea tu motivo y tu garantía: tú predicas el Evangelio porque "La boca de Jehová lo ha dicho." Que nada que tenga voz guarde silencio ya que el Señor ha dado la Palabra por Su propio Hijo amado.
"Lleven por los aires, lleven por los aires los vientos Su historia,
Y todas las aguas y todas las olas retumben,
Hasta que como un mar de gloria
Se extienda desde un polo hasta el otro."
II. Ahora rememos por unos momentos en otra dirección. En segundo lugar "La boca de Jehová lo ha dicho." ESTE ES EL DERECHO QUE TIENE LA PALABRA DE DIOS PARA QUE SE LE PRESTE ATENCIÓN.
Cada palabra que Dios nos ha dado en este Libro reclama nuestra atención, por causa de la infinita majestad de Aquél que la dijo. Veo ante mí un Parlamento de reyes y de príncipes, de sabios y de senadores. Oigo a uno tras otro de esos dotados Crisóstomos desplegando su elocuencia como el de la "boca de oro." Ellos hablan y hablan bien. De pronto se produce un solemne silencio. ¡Cuánta calma! ¿Quién va a hablar ahora? Están callados porque Dios el Señor está a punto de elevar Su voz. ¿Acaso no es correcto que estén callados? ¿Acaso no dice Él: "Escuchadme, costas"? ¿Qué voz es como Su voz? "Voz de Jehová con potencia; voz de Jehová con gloria. Voz de Jehová que quebranta los cedros; quebrantó Jehová los cedros del Líbano. Voz de Jehová que hace temblar el desierto; hace temblar Jehová el desierto de Cades."
Tengan mucho cuidado de no rechazar a Quien habla. ¡Oh, amado lector, que no se diga de ti que pasaste por esta vida y que Dios te habló en Su Libro y que rehusaste oír! Importa muy poco si me escuchas a mí o no; pero verdaderamente importa en sumo grado si escuchas a Dios o no. Él es quien te hizo; en Sus manos está tu aliento; y si Él habla, te lo imploro, abre tu oído y no seas rebelde.
Cada línea de la Escritura está rodeada de una infinita majestad, pero especialmente aquellas partes de la Escritura en las que el Señor Se revela a Sí mismo y Su glorioso plan de gracia salvadora, en la persona de Su amado Hijo Jesucristo. La cruz de Cristo tiene un gran derecho sobre ti. Escucha lo que Jesús predica desde el madero. Él dice: "Inclinad vuestro oído, y venid a mí; oíd, y vivirá vuestra alma."
El derecho de Dios de ser escuchado radica, también, en la condescendencia que lo ha llevado a hablarnos. Ya fue algo muy grande que Dios haya hecho el mundo y nos invite a mirar la obra de Sus manos. La creación es un libro ilustrado para niños. Pero es más maravilloso aun que Dios hable en el lenguaje de hombres mortales, si piensan en ello. Yo me maravillo que Dios haya hablado por los profetas; pero me admira todavía más que haya escrito Su palabra en blanco y negro, en lenguaje inequívoco que puede ser traducido a todas las lenguas, de tal forma que todos podemos ver y leer por nosotros mismos lo que Dios el Señor nos ha dicho; y lo que, ciertamente, Él continúa diciendo; pues lo que ha dicho todavía nos lo dice a nosotros, de manera tan fresca como si lo hubiera dicho por primera vez.
Oh, glorioso Jehová; ¿Tú te dignas hablarle al hombre mortal? ¿Puede haber alguien que no ponga toda su atención para escucharte? ¡Si tú estás tan lleno de misericordia y ternura, que te inclinas desde el cielo para conversar con tus criaturas pecadoras, nadie sino esos que son más bestias que el buey y el burro prestarán oídos sordos a Tu palabra!
Entonces la Palabra de Dios ejerce un derecho sobre la atención de ustedes por causa de su majestad y su condescendencia; pero yendo más lejos, debería ganar sus oídos debido a su importancia intrínseca. "Porque la boca de Jehová lo ha dicho," no es algo sin importancia. Dios nunca habla vanidad. Ninguna línea de Sus escritos trata sobre los temas frívolos de un día. Aquello que puede olvidarse en una hora es para el hombre mortal y no para el Dios eterno. Cuando el Señor habla, Su discurso es semejante a Dios, y sus temas son dignos de Uno cuya habitación es la infinitud y la eternidad.
Hombre, Dios no juega contigo: y tú, ¿lo considerarás a Él algo sin importancia? ¿Lo tratarás a Él exactamente como si fuese alguien parecido a ti? Cuando Dios te habla a ti, lo hace en serio. ¿Acaso tú no lo oirás con seriedad? Él te habla de grandes cosas que tienen relación con tu alma y su destino. "Porque no os es cosa vana; es vuestra vida." Tu existencia eterna, tu felicidad o tu miseria, penden de tu tratamiento de lo que la boca del Señor ha dicho. Él te habla en lo concerniente a realidades eternas. Te suplico que no seas tan ignorante como para no prestar oídos. No actúes como si tanto el Señor como Su verdad no fueran nada para ti. No trates la Palabra del Señor como algo secundario, que puede esperar tu tiempo libre y recibir atención cuando no tengas otra cosa que hacer: haz todo lo demás a un lado, y presta atención a tu Dios.
Puedes estar seguro que si "La boca de Jehová lo ha dicho," entonces hay una necesidad urgente y apremiante. Dios no rompe el silencio para decir algo que pudo haber permanecido sin decirse. Su voz indica gran urgencia. Hoy, si escuchas Su voz, escúchala; pues Él demanda atención inmediata. Dios no habla sin una razón abundante; y, ¡oh, querido lector, si Él te habla a ti por medio de Su Palabra, yo te imploro que creas que debe haber un motivo preponderante para ello! Yo sé lo que te dice Satanás: él te dice que te puede ir muy bien sin necesidad de escuchar la Palabra de Dios. Yo sé lo que tu corazón carnal te susurra: te dice: "escucha la voz de los negocios y del placer; pero no escuches a Dios."
Pero ¡oh!, si el Espíritu Santo le enseñara a tu razón para que fuese razonable, y sintonizaras tu mente en la mente de la sabiduría verdadera, entonces tú reconocerías que lo primero que tienes que hacer es prestar atención a tu Hacedor. Tú puedes oír las voces de otros en otro momento; pero tu oído debe oír primero a Dios, puesto que Él es primero, y todo lo que Él habla debe ser de primera importancia. Apresúrate a guardar Sus mandamientos sin demora. Responde a Su llamado sin reservas, y di: "Habla, Jehová, porque tu siervo oye."
Cuando yo subo a este púlpito para predicar el Evangelio, nunca siento que puedo invitarlos con toda la calma a prestar atención a un tema que es uno entre muchos, y que puede ser abandonado por algún tiempo, con toda propiedad, si sus mentes ya estuvieran ocupadas en otra cosa. No; ustedes podrían morir antes que yo tuviera la oportunidad de hablar con ustedes de nuevo, y por lo tanto yo solicito una atención inmediata. No temo estarlos distrayendo de otros asuntos muy importantes cuando los invito a que presten atención a eso que la boca del Señor ha dicho; pues ningún otro asunto tiene una importancia intrínseca comparable con esto: éste es el tema supremo. Se trata de tu alma, de tu propia alma, de tu alma eterna, y es tu Dios Quien te está hablando. Te suplico que lo escuches. Yo no te estoy pidiendo un favor cuando te pido que oigas la Palabra del Señor: es una deuda que tienes con tu Hacedor y que estás obligado a pagar. Sí, y además, se trata de amabilidad hacia ti mismo. Inclusive desde una perspectiva egoísta, yo los insto a que oigan lo que la boca de Jehová ha dicho, pues en su Palabra hay salvación. Presten atención con diligencia a lo que su Hacedor, su Salvador, su mejor amigo, tiene que decirles. "No endurezcáis vuestros corazones, como en la provocación," sino que "Inclinad vuestro oído, y venid a mí; oíd, y vivirá vuestra alma." "Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios."
Así, he manejado mi texto de dos formas: es una garantía y un motivo para el predicador; es un requerimiento hecho a la atención del oyente.
III. Y ahora, en tercer lugar, ESTO DA A LA PALABRA DE DIOS UN CARÁCTER MUY ESPECIAL. Cuando abrimos este Libro sagrado, y decimos acerca de lo que está registrado aquí: "La boca de Jehová lo ha dicho," entonces esto da a la enseñanza un carácter especial.
En la Palabra de Dios la enseñanza tiene una dignidad única. Este Libro es inspirado de una manera que ningún otro libro es inspirado, y ya es tiempo que todos los cristianos manifiesten esta convicción. Yo no sé si ustedes han leído la vida de nuestro fallecido amigo, George Moore, escrita por el señor Smiles; pero en esa biografía leemos que, en una cierta cena, un hombre muy culto señaló que no sería fácil encontrar una persona de inteligencia que creyera en la inspiración de la Biblia. En un instante se escuchó la voz de George Moore a través de la mesa, diciendo con valentía: "yo soy uno que sí cree." No hubo un solo comentario más. Mi querido amigo hablaba de una manera muy fuerte, según lo recuerdo; pues en algunas ocasiones competimos él y yo para ver quién hablaba más fuerte, cuando estábamos reunidos en su casa de Cumberland. Me parece oír su forma enfática de decir: "yo soy uno que sí cree." No seamos tardos en adoptar el lado pasado de moda e impopular, y digamos de inmediato: "yo soy uno que sí cree."
¿Qué sería de nosotros si nuestras Biblias desaparecieran? ¿Qué pasaría con nosotros si nos enseñaran a desconfiar de ella? Si nos dejan en la duda en relación a qué parte es inspirada y cuál no, estaríamos tan mal como si no tuviéramos Biblias del todo. Yo no sostengo ninguna teoría acerca de la inspiración; yo acepto la inspiración de las Escrituras como un hecho. Quienes tienen una visión así de las Escrituras no tienen que tener vergüenza de ese punto de vista; pues algunos de los mejores hombres y de los más educados han compartido esa visión. Locke, el gran filósofo, pasó los últimos catorce años de su vida estudiando la Biblia, y cuando se le preguntó cuál era la manera más rápida para que un joven caballero entendiera la religión cristiana, él respondió con una invitación a leer la Biblia, señalando: "Allí están contenidas las palabras de vida eterna. Tiene a Dios por autor, su fin es la salvación, y su tema es la verdad, sin ninguna mezcla de error."
Hay muchas personas que están a favor de la Palabra de Dios, de quienes no tendrías que avergonzarte en materia de inteligencia y preparación; y si no fuera así, no deberías descorazonarte al recordar que el Señor ha escondido estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las ha revelado a los niños. Nosotros creemos con el apóstol que "lo insensato de Dios es más sabio que los hombres." Es mejor creer lo que sale de la boca de Dios, que creer lo que sale de la boca de los filósofos, y ser, por tanto, considerado un hombre sabio.
Lo que la boca del Señor ha dicho está rodeado también de una certeza absoluta. Lo que el hombre ha dicho es insustancial, aun cuando sea verdad. Es como agarrar neblina, no queda nada. Pero con la Palabra de Dios tienes algo a qué asirte, algo que tener, y a lo que aferrarte. Esta es sustancia y realidad; pero de las opiniones humanas podemos decir: "vanidad de vanidades, todo es vanidad." Aunque pasen el cielo y la tierra, sin embargo ni una jota ni una tilde de lo que Dios ha dicho fallará. Sabemos eso y estamos tranquilos. Dios no puede equivocarse. Dios no puede mentir. Estas son verdades que nadie puede disputar. Si "la boca de Jehová lo ha dicho," este es el juez que pone fin a la contienda allí donde el entendimiento y la razón fracasan; y por esta causa nosotros no hacemos ningún cuestionamiento.
Además: si "La boca de Jehová lo ha dicho," tenemos en esta expresión el carácter especial de una fijeza inmutable. Una vez que el Señor lo ha dicho, no solamente es ahora, sino que siempre lo será. El Señor de los ejércitos ha hablado, y ¿quién lo anulará? La roca de la Palabra de Dios no cambia, al contrario de la arena movediza de la moderna teología científica. Alguien dijo a su ministro: "mi querido señor, ciertamente usted debe ajustar sus creencias al progreso de la ciencia." "Sí," respondió el ministro, "pero no he tenido el tiempo de hacerlo hoy, pues todavía no he leído los periódicos de la mañana." Uno tendría que leer los periódicos matutinos y cada nuevo libro que sale para conocer por dónde está ubicada la teología científica hoy; pues siempre está variando y cambiando. Lo único cierto acerca de la falsa ciencia de esta época es que pronto se mostrará que es falsa. Las teorías que son sustentadas hoy, serán escarnecidas mañana. Los grandes científicos viven matando a quienes los antecedieron. No saben nada con certeza, excepto que sus predecesores estaban equivocados.
Aun en nuestra corta vida hemos visto sistema tras sistema (los hongos o más bien las setas venenosas del pensamiento) se levantan y perecen. Nosotros no podemos adaptar nuestras creencias religiosas a aquello que es más cambiante que la luna. Que lo intente quien quiera: en cuanto a mí "La boca de Jehová lo ha dicho," es verdad para mí en este año de gracia de 1888; y si yo todavía viviera entre ustedes como un anciano de cabellos canos en 1908, no me verían haciéndole ninguna mejora al ultimatum divino. Si "La boca de Jehová lo ha dicho," contemplamos en Su revelación un Evangelio que es sin ninguna variación, revelando que "Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos."
Hermanos y hermanas, nosotros esperamos estar juntos para siempre ante el trono eterno, donde se inclinan los resplandecientes Serafines, y no estaremos avergonzados de declarar esa misma verdad de la que nos alimentamos, recibiéndola directamente de la mano de nuestro Dios.
"Pues Él es el Señor, supremamente bueno,
Su misericordia es segura para siempre;
Su verdad, que siempre se mantuvo firme,
Permanecerá hasta las edades sin fin."
En este punto déjenme agregar que hay algo único acerca de la Palabra de Dios, debido al poder topoderoso que la acompaña. "Pues la palabra del rey es con potestad;" donde está la palabra de un Dios, hay omnipotencia. Si tuviéramos un trato más amplio con la Palabra de Dios en el sentido de "La boca de Jehová lo ha dicho," veríamos mucho mayores resultados en nuestra predicación. Es la Palabra de Dios, no nuestro comentario sobre la Palabra de Dios lo que salva almas. Las almas son muertas por la espada, no por la funda de la espada, ni por las borlas que adornan su empuñadura. Si la Palabra de Dios es presentada en su nativa simplicidad, nadie puede prevalecer contra ella. Los adversarios de Dios deben ser derrotados ante la Palabra como el tamo perece en el fuego. ¡Oh, que la sabiduría se mantuviera cada vez más cerca de lo que la boca de Jehová ha dicho!
No voy a agregar nada más acerca de este punto, aunque el tema es muy vasto y muy atractivo; especialmente si fuera a reflexionar acerca de la profundidad, la altura, la adaptación, el discernimiento y el poder de autodemostración de eso que "La boca de Jehová ha hablado."
IV. En cuarto lugar, y muy brevemente, ESTO CONVIERTE A LA PALABRA DE DIOS EN UNA FUENTE DE GRAN ALARMA PARA MUCHOS. Voy a leerles todo el versículo: "Si no quisiereis y fuereis rebeldes, seréis consumidos a espada; porque la boca de Jehová lo ha dicho." Cada amenaza que Dios ha pronunciado, puesto que Él la ha pronunciado, está rodeada de un tremendo espanto. Ya sea que Dios amenace a un hombre o a una nación o a todo el grupo de impíos, si fueran sabios sentirían que un temblor se posesiona de ellos, porque "La boca de Jehová lo ha dicho."
Dios no ha pronunciado todavía ninguna amenaza que haya caído al suelo. Cuando le dijo a faraón lo que haría, lo hizo; las plagas le cayeron encima, densas y pesadas. Cuando en cualquier tiempo el Señor envió a sus profetas para denunciar juicios sobre las naciones, llevó a cabo esos juicios. Pregúntale a los viajeros lo concerniente a Babilonia y a Nínive, a Edom y a Moab, y Basán; y ellos te contarán acerca de los montones de ruinas que demuestran cómo el Señor cumplió con Sus advertencias al pie de la letra.
Una de las cosas más espantosas registradas por la historia es el sitio de Jerusalén. No dudo que ustedes ya lo han leído, ya sea en Josefo o en cualquier otra parte. Simplemente al pensar en eso se hiela la sangre. Sin embargo todo fue predicho por los profetas, y sus profecías se cumplieron hasta su amargo fin. Ustedes hablan acerca de Dios como "amor," y si ustedes quieren decir con esto que Él no es severo con el castigo del pecado, yo les pregunto qué entienden ustedes en lo referente a la destrucción de Jerusalén. Recuerden que los judíos conformaban Su nación elegida, y que la ciudad de Jerusalén era el lugar en el que Su templo había sido glorificado con Su presencia.
Hermanos, si ustedes vagan desde Edom hasta Sion, y desde Sion hasta Sidón, y de Sidón a Moab, encontrarán en medio de ciudades arruinadas las evidencias que comprueban que las palabras de Dios sobre juicios son ciertas. Entonces pueden estar completamente seguros que cuando Jesús dice: "E irán éstos al castigo eterno," así será. Cuando dice: "Porque si no creéis que yo soy, en vuestros pecados moriréis," así será. El Señor nunca juega a atemorizar a los hombres. Su Palabra no es una exageración para asustar a los hombres con espectros imaginarios. Hay una verdad enfática en lo que el Señor dice. Él siempre ha cumplido Sus amenazas al pie de la letra, y en el instante preciso; y pueden estar seguros que continuará haciéndolo: "Porque la boca de Jehová lo ha dicho."
No sirve de nada sentarse y sacar deducciones acerca de la naturaleza de Dios, argumentando: "Dios es amor, y por tanto no ejecutará la sentencia sobre el impenitente." Él sabe lo que hará, mejor de lo que tú puedas inferir; Él no nos ha dejado para que andemos deduciendo, pues Él ha hablado explícitamente y con claridad. Él dice: "Mas el que no creyere, será condenado," y así será, "Porque la boca de Jehová lo ha dicho." Deduce de Su naturaleza lo que tú quieras; pero si llegas a una conclusión contraria a lo que Él ha dicho, habrás inferido una mentira, y te darás cuenta de ello.
"Ay," dice alguien, "yo me estremezco ante la severidad de la sentencia divina." ¿De veras? ¡Eso es bueno! Yo puedo simpatizar contigo de todo corazón. ¡Quién habrá que no tiemble cuando vea al grandioso Jehová vengándose de la iniquidad! Los terrores del Señor podrán muy bien convertir en cera al acero. Recordemos que la medida de la verdad no es nuestro placer ni nuestro terror. No es mi estremecimiento lo que puede refutar eso que la boca de Jehová ha dicho. Más bien puede ser una prueba de su verdad. ¿Acaso no temblaron todos los profetas frente a las manifestaciones de Dios? Recuerden cómo uno de ellos exclamó: "Oí, y se conmovieron mis entrañas; a la voz temblaron mis labios; pudrición entró en mis huesos." Uno de los últimos de los videntes ungidos cayó como muerto a los pies del Señor. Sin embargo, todo el encogimiento de su naturaleza no fue usado por ellos como un argumento para dudar.
Oh, lectores inconversos e incrédulos, por favor recuerden que si ustedes rechazan a Cristo, y se arrojan sobre la hoja filosa de la espada de Jehová, su incredulidad acerca del juicio eterno no lo alterará, ni los salvará del mismo. Yo sé por qué no creen ustedes en las terribles amenazas. Es porque ustedes quieren ser benignos con sus pecados.
Cuando estaba preso un cierto escritor escéptico recibió la visita de un hombre cristiano, que le deseaba el bien, pero el preso rehusó oír una palabra acerca de la religión. Viendo una Biblia en la mano de su visitante, hizo esta observación: "No esperas que yo crea en ese libro, ¿no es cierto? Vamos, si ese libro es verdadero, yo estoy perdido para siempre." Precisamente es así. En eso radica la causa de la mitad de la infidelidad que hay en el mundo, y de toda la infidelidad que hay en nuestras congregaciones. ¿Cómo puedes creer en eso que te condena? ¡Ah!, amigos míos, si ustedes creyeran que es cierto y actuaran de conformidad a esa fe, ustedes también encontrarían en eso que la boca de Jehová ha dicho una vía de escape de la ira venidera; pues el Libro está mucho más lleno de esperanza que de miedo. Ese inspirado volumen fluye con la leche de la misericordia y la miel de la gracia. No es un Libro de los registros de la ira, sino un Testamento de gracia. Pero si ustedes no creen en sus advertencias amorosas, ni le dan valor a sus justas sentencias, siguen siendo verdad de todas formas. Si ustedes desafían sus truenos, si pisotean sus promesas, y aun si lo queman en su ira, el santo Libro todavía permanece inalterado e inalterable; pues "La boca de Jehová lo ha dicho."
Por tanto les ruego que traten las sagradas Escrituras con respeto, y recuerden que: "Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre."
V. Y ahora debo llegar a una conclusión, pues el tiempo se acaba, cuando destaco, en quinto lugar, que ESTO HACE QUE LA PALABRA DEL SEÑOR SEA LA RAZÓN Y EL DESCANSO DE NUESTRA FE. "La boca de Jehová lo ha dicho," es el cimiento de nuestra confianza. Hay perdón; pues Dios lo ha dicho. Mira amigo; tú dices, "yo no puedo creer que mis pecados puedan ser lavados, pues me siento muy indigno." Sí, pero "La boca de Jehová lo ha dicho." Cree por sobre la cabeza de tu indignidad. "Ah," dice alguien, "yo me siento tan débil que no puedo pensar, ni orar, ni hacer ninguna otra cosa, como debiera." ¿Acaso no está escrito, "Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos"? "La boca del Señor lo ha dicho;" por tanto, por sobre la cabeza de tu incapacidad, créela, pues debe ser así.
Me parece oír que algún hijo de Dios dice: "Dios ha dicho, 'No te desampararé, ni te dejaré,' pero yo tengo serios problemas; todas las circunstancias de mi vida parecen contradecir esta promesa": sin embargo, "La boca de Jehová lo ha dicho," y la promesa debe prevalecer. "Confía en Jehová, y haz el bien; y habitarás en la tierra, y te apacentarás de la verdad." Cree en Dios a pesar de lo duro de las circunstancias. Si no puedes ver una vía de escape o un medio de ayuda, cree todavía en el Dios invisible y en la verdad de Su presencia; "Porque la boca de Jehová lo ha dicho." Yo creo que yo he llegado al punto, al menos en este momento, que cuando las circunstancias contradicen a la promesa, la sigo creyendo a pesar de todo. Cuando los amigos me abandonan y los enemigos me calumnian y mi propio espíritu decae por debajo del grado cero y me encuentro deprimido al punto de la desesperación, estoy resuelto a colgarme de la palabra desnuda del Señor, y demostrar que es en sí misma un apoyo y un soporte completamente suficiente.
Yo voy a creer en Dios contra todos los diablos del infierno, en Dios contra Ahitofel y Judas y Demas, y todo el resto de renegados; sí, y en Dios contra mi propio corazón perverso. Su propósito permanecerá, "Porque la boca de Jehová lo ha dicho." Lárguense, todos ustedes que contradicen esa palabra: nuestra confianza está bien cimentada, "Porque la boca de Jehová lo ha dicho."
Pronto vamos a morir. El sudor de la muerte cubrirá nuestro rostro, y quizás nuestra lengua no pueda respondernos. Oh, que entonces, como el gran emperador alemán, nosotros podamos decir: "Mis ojos han visto tu salvación," y, "Él me ha ayudado con Su nombre." Cuando atravesemos los ríos, Él estará con nosotros, las corrientes altas no nos cubrirán; "Porque la boca del Señor lo ha dicho." Cuando andemos en valle de sombra de muerte no temeremos mal alguno, porque Él estará con nosotros; Su vara y Su cayado nos infundirán aliento. "La boca de Jehová lo ha dicho."
¡Ah!, qué será liberarnos de estas ataduras y levantarnos a la gloria. Pronto veremos al Rey en Su belleza, y nosotros mismos seremos glorificados en Su gloria; pues "La boca de Jehová lo ha dicho." "El que cree, tiene vida eterna"; por lo tanto una eternidad de dicha es nuestra.
Hermanos, nosotros no hemos seguido fábulas artificiosas. No somos "muchachos disolutos que nadan sobre cámaras de aire" que pronto reventarán bajo nuestro peso; sino que descansamos sobre terreno firme. Nosotros moramos allí donde descansan el cielo y la tierra; allí de donde depende todo el universo; donde aun las cosas eternas tienen sus cimientos: descansamos en el mismo Dios. Si Dios nos fallara, nosotros fallaríamos gloriosamente con todo el universo. Pero no hay nada que temer; por tanto confiemos y no temamos. Su promesa debe cumplirse, pues "La boca de Jehová lo ha dicho." Oh Señor, eso es suficiente. ¡Gloria sea dada a Tu nombre, por Cristo Jesús! Amén.
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