El Hombre Cristo Jesús

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English: The Man Christ Jesus

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Por Charles H. Spurgeon sobre Jesucristo
Una parte de la serie Metropolitan Tabernacle Pulpit

Traducción por Allan Aviles


"Considerad, pues, cuán grande era éste." Hebreos 7: 4.
"Considerad, pues, la grandeza de este hombre." Hebreos 7: 4. La Biblia de las Américas.

Consideren la grandeza de Melquisedec. Hay algo majestuoso alrededor de cada movimiento de esa figura tenuemente revelada. Su única y sola aparición es descrita apropiadamente en el Libro de Génesis, así: "Entonces Melquisedec, rey de Salem y sacerdote del Dios Altísimo, sacó pan y vino; y le bendijo, diciendo: Bendito sea Abram del Dios Altísimo, creador de los cielos y de la tierra; y bendito sea el Dios Altísimo, que entregó tus enemigos en tu mano. Y le dio Abram los diezmos de todo." El pasaje que describe a Melquisedec es muy pequeño, pero no vemos nada pequeño en él. Él aparece aquí y se desvanece, en lo relativo a la página histórica; sin embargo, él es "sacerdote para siempre," y "se da testimonio de que vive." Todo lo relativo a él está en una escala majestuosa y sublime.

"Considerad, pues, cuán grande era éste" en la combinación de sus oficios. Él es mencionado debidamente como sacerdote y como rey: rey de justicia y paz, y al mismo tiempo sacerdote del Dios Altísimo. Se puede decir de él que se sentaba como sacerdote en su trono. Él ejercía ese doble oficio para gran bendición de quienes estaban con él; pues da la impresión que lo que hizo con Abraham, era algo típico en toda su vida; lo bendijo en el nombre del Dios Altísimo. "Considerad, pues, cuán grande era éste," que no sólo gobernaba a su pueblo con justicia, trayéndoles paz, sino que era su representante ante Dios y el representante de Dios ante ellos; y en cada una de esas condiciones distribuía bendiciones divinas.

"Considerad, pues, la grandeza de este hombre" en el poder de sus bendiciones. Abraham ya había sido bendecido grandemente, tanto, que es descrito como "el que había recibido las promesas." Sin embargo, siendo el receptor de promesas tan grandes, el hombre con quien Dios había establecido un solemne pacto es bendecido por Melquisedec, "Y sin discusión alguna, el menor es bendecido por el mayor." Este hombre grandioso bendijo al bendito Abraham, y el padre de los creyentes estaba feliz de recibir la bendición de manos suyas. Este no es un hombre insignificante: no es un sacerdote de segundo orden; sino más bien alguien que de hombros arriba sobrepasa a los hijos de los hombres, y desempeña un papel superior en medio de los más grandes de ellos.

"Considerad, pues, la grandeza de este hombre" en su supremacía sobre todos los que le rodeaban. Él salió al encuentro de Abraham cuando regresaba conquistador después de derrotar a los reyes saqueadores; y el victorioso patriarca se inclinó con reverencia ante él y le dio los diezmos de lo mejor del botín. Sin dudar ni un instante, el hombre de Dios reconoció al sacerdote de Dios, y le rindió el tributo que un súbdito da al oficial de un gran rey. En la inclinación reverente de Abraham, toda la línea del sacerdocio Aarónico rindió homenaje a Melquisedec; pues como dice el apóstol, "Y por decirlo así, en Abraham pagó el diezmo también Leví, que recibe los diezmos; porque aún estaba en los lomos de su padre cuando Melquisedec le salió al encuentro." De tal forma que todos los reyes en Abraham y todos los sacerdotes en Abraham, rindieron homenaje a este hombre que, como rey y sacerdote, fue reconocido como supremo.

"Considerad, pues, la grandeza de este hombre." Una vez que Pablo hubo demostrado que Melquisedec era mayor que Abraham, sintió que claramente había demostrado que era mayor que todos los demás hombres, al menos para los hebreos; pues la simiente de Abraham no puede reconocer a nadie más grande que Abraham; y puesto que Abraham, al pagar los diezmos, está reconociendo su subordinación a Melquisedec, es claro que el sacerdote del Dios Altísimo fue el más grande de los hombres.

"Considerad, pues, la grandeza de este hombre" en cuanto a la singularidad de su persona, "sin padre, sin madre, sin genealogía": es decir, no sabemos nada en cuanto a su nacimiento, su origen, o su historia. Aun esta explicación no aclara el misterio, especialmente cuando se agrega, "que ni tiene principio de días, ni fin de vida." Melquisedec es tan misterioso que muchos eruditos expositores piensan que él fue verdaderamente una manifestación de nuestro Señor Jesucristo. Ellos están inclinados a creer que él no era un rey de alguna ciudad de Canaán, como la mayoría de nosotros supone, sino que fue una manifestación del Hijo de Dios, como lo fueron los ángeles que aparecieron a Abraham en el encinar de Mamre, y ese ser divino que apareció a Josué cerca de Jericó y que estuvo con los tres varones en el horno de fuego. De todas formas, ustedes pueden muy bien "considerar, pues, la grandeza de este hombre" cuando observan cuán velado por nubes es todo lo concerniente a sus idas y venidas: velado porque tiene por objetivo grabar en nosotros toda la profundidad de los significados sagrados que eran anunciados en él. Cuánto más se dirá esto de aquél de quien nos preguntamos:

"¿Quién podrá conocer Tu generación,
O contar el número de Tus años?"

"Considerad, pues, la grandeza de este hombre" en la especialidad de su oficio. Él no tuvo predecesor en su sacerdocio, ni tuvo sucesor. Él no fue alguien que asumiera un oficio santo para luego abandonarlo; pero en cuanto a la página histórica de la Escritura, no tenemos ninguna noticia de su partida de la escena mortal; desaparece, pero no leemos nada acerca de su muerte, como tampoco podemos hacerlo acerca de su nacimiento. Su oficio era perpetuo, y no se transmitía de padre a hijo; pues él era el tipo de Uno "no constituido conforme a la ley del mandamiento acerca de la descendencia, sino según el poder de una vida indestructible."

"Considerad, pues, cuán grande era éste" en su ser completamente único. Hay otro "según el orden de Melquisedec," el glorioso Antitipo, en quien el propio Melquisedec es absorbido; pero aparte de él, Melquisedec es único. ¿Quién puede igualar a este sacerdote extraño y misterioso, a este profeta, a este rey enviado por el Dios Altísimo para bendecir al padre de los creyentes? Él está enteramente solo: él no recibe ninguna comisión de manos de los hombres, ni de Dios por medio de los hombres; él no transmite a un sucesor lo que no recibió de un predecesor. Melquisedec está solo: como un poderoso risco que se levanta en la llanura; como un Alpe solitario, cuya cumbre está cubierta por una nube sublime. "Considerad, pues, la grandeza de este hombre;" pero no intenten medir esa grandeza.

Les voy a dejar que hagan esa consideración; pues mi tema el día de hoy no es Melquisedec, sino Uno más grande que él. Voy a tomar mi texto en su contexto, pero voy a subirlo a una aplicación más elevada. Queridos amigos, si Melquisedec fue tan grande, ¡cuánto más grande es ese hombre representado por Melquisedec! ¡Si el tipo es tan maravilloso, cuánto más debe serlo el Antitipo! Yo los invito a considerar "cuán grande" es Aquél de quien está escrito "Juró Jehová, y no se arrepentirá: Tú eres sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec." Yo no diré "Considerad, pues, cuán grande era," pues en el original hebreo no hay ningún verbo: el "era" fue insertado en cursivas por los traductores. Nosotros debemos considerar "cuán grande…éste." Si quieren digan "era," pero en ese caso también lean "es," y "será." Consideren cuán grande era éste, y es, y será, el propio Hombre Cristo Jesús.

Y en primer lugar, el día de hoy, permítanme exhortarlos a considerar la grandeza de este hombre: luego déjenme ayudarles a considerar cuán grande es este hombre: y luego apliquemos prácticamente nuestra consideración de la grandeza de este hombre, intentando sacar un santo provecho, conforme el Espíritu Santo nos capacite para hacerlo.

I. Entonces, en primer lugar, PERMÍTANME EXHORTARLOS A CONSIDERAR LA GRANDEZA DE ESTE HOMBRE, EL SEÑOR JESUCRISTO.

Este tema reclama su consideración. Yo no creo que sea un asunto opcional, si quieren considerar ahora la grandeza de su Señor o no; Él lo merece y es Su derecho que ustedes consideren Su grandeza. Pues de Quien estamos hablando, "este hombre," es muy conocido por nosotros. Si ustedes son consistentes con su profesión de fe, Él es alguien muy querido por ustedes, a Quien le deben todo; le deben su propio ser. Entre Él y ustedes hay unos esponsales contraídos: ustedes están desposados con Él, sus corazones son Suyos, de la misma manera que Su corazón es de ustedes. Si ustedes no lo consideran a Él, ¿quién lo hará? Él los ha amado, y se ha entregado a Sí mismo por ustedes. Algunas personas extrañas pueden escuchar nuestra enseñanza ahora, y en vano podemos clamar:

"¿Acaso no es nada para todos ustedes que pasan por el camino,
Acaso no significa nada para ustedes que Jesús haya muerto?"

Pero ustedes no son extraños, ni siquiera son huéspedes en Su casa, sino que son hijos que viven en casa con Él. Él es el hermano de ustedes y mucho más que eso; pues Él es hueso de sus huesos, y carne de su carne. Todos los intereses de ustedes están envueltos en Él. Ustedes son uno con Él: por medio de una unión que no tiene fin, uno con Él. Yo los exhorto, por tanto, y estoy seguro que ustedes asentirán de inmediato a mi petición, a considerar a menudo a su Señor, y la grandeza de Su naturaleza, de Su persona, de Su oficio y de Su obra. Su grandeza debe ser el tema perpetuo de ustedes. Yo los aliento para que todos los otros pensamientos sean ahora desterrados, pues este es el propio día del Señor, y por tanto debe ser dedicado a Él con alegre consentimiento. Si ustedes están así: "Yo estaba en el Espíritu en el día del Señor," entregarán todos sus pensamientos, como Juan en Patmos, al Hijo del Hombre que anda en medio de los candeleros de oro. Yo los animo a que consideren ahora con todo su corazón y toda su mente, "la grandeza de este hombre." ¿Acaso no van a consentir a esta petición?

Ciertamente el tema necesita consideración; pues, queridos amigos, nunca tendremos una idea de cuán grande es, a menos que consideremos y que consideremos mucho. Aquí hay un gran misterio que no puede ser medido por los inconsiderados. Ustedes piensan que conocen a Cristo, y, bendito sea Su nombre, ustedes verdaderamente lo conocen en un cierto sentido; pero ¿acaso conocen la milésima parte de Él?

Cuando el apóstol Pablo ya había conocido a Cristo por muchos años, él escribió a los Efesios expresando que deseaba conocer a Cristo; pues aunque lo conocía para su propia salvación personal, sin embargo, sentía que no lo conocía plenamente. Él reconocía que tenía conocimiento del amor de Cristo, pero agregaba, "que excede a todo conocimiento."

Muy bien puede exclamar cada uno de nosotros, que durante años hemos sido estudiantes a los pies del Maestro, "me doy cuenta que todavía soy un aprendiz." Yo supongo que los santos que han estado en el cielo durante miles de años, y que han estado adorándolo todo ese tiempo, todavía lo están estudiando. Esta es la filosofía que la mente más culta nunca comprenderá enteramente: "Dios fue manifestado en carne." "¡Considerad, pues, cuán grande era éste!" Este es un tema digno de una investigación continua, y un llamado para una reflexión profunda. Ustedes deben sopesar este tema, y darle vueltas, y meditarlo todo el santo día. Deben permitir que se esconda en su corazón tanto en el día como en la noche, como un racimo de flores de alheña que perfuma el pecho en el que descansa. Deben mirar, y mirar, y mirar, y mirar de nuevo: siempre mirando a Jesús. Los ángeles que están de pie sobre el propiciatorio de oro tienen siempre sus ojos inclinados hacia abajo, anhelando ver dentro; y esa debe ser la postura de ustedes.

Oh, siervos del Señor, al mirar a Jesús ustedes comenzaron a vivir, y al mirarlo a Él continuarán viviendo, y su vida encontrará fuerza y crecimiento. Este tema sagrado siempre necesitará más y más consideración de parte de ustedes. ¡Oh, las profundidades del amor, y de la sabiduría, y de la gloria de Dios en la persona de Jesucristo!

Yo prosigo un poco más allá, y digo que mi tema no solamente reclama su consideración y necesita de su consideración, sino que solemnemente la ordena. El texto no es un simple consejo; es por inspiración que el apóstol les ordena el día de hoy, desde esta página sagrada: "Considerad, pues, la grandeza de este hombre." Los exhorta que reflexionen en Melquisedec, pero mayormente quiere que recuerden al Antitipo de Melquisedec. Oh, hermanos míos, no tienen que llegar al extremo de tener que ser presionados para que se dediquen a este estudio divino: ámenlo, nunca dejen de hacerlo. Cada minuto en el que no estén aprendiendo más de Jesús, considérenlo perdido. Cuenten todo otro conocimiento como desperdicio y alimento para perros, comparado con el conocimiento de Cristo crucificado.

En estos días de ciencia, falsamente llamada así, propónganse conjuntamente con el apóstol no saber nada entre los hombres sino a Jesucristo, y a éste crucificado. Es imperativo que ustedes amen al Señor su Dios con todo su corazón, con toda su alma, y con toda su mente; y que Dios en Cristo Jesús ejercite cada facultad de su hombre interior, mientras con un intelecto mezclado con emoción, ustedes consideran la grandeza de este hombre.

Sigan esta meditación, se los suplico, pues hay una recompensa sumamente grandiosa para todo hombre que "considere, pues, la grandeza de este hombre." En cuanto a mí se refiere, yo encuentro que la única posibilidad de mi vida es vivir en Cristo y para Cristo. Miren a su alrededor y traten de vivir según la sabiduría del hombre. Inestable como el agua y veleidoso como el viento es el producto de la sabiduría humana. La historia de la filosofía, desde el principio hasta el final, es la historia de los necios; y nunca la locura fue más evidente que en la filosofía que prevalece en nuestros días. Yo creo que dentro de un siglo se considerará imposible convencer a los hombres que personas educadas se degradaron tanto como para aceptar la filosofía de la presente hora; parecerá tan completamente absurda y contraria a toda razón y al sentido común, que será rechazada con desprecio como un engaño popular perteneciente a una época oscura.

Aun ahora, esta generación ya está dando patadas a las filosofías de las edades precedentes como si fueran balones de fútbol, y podemos estar seguros que las generaciones futuras harán lo mismo con las ocurrencias de hoy. Yo encuentro, por tanto, que debo regresar a la revelación de Dios. Allí mis pies están sobre una roca: "Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados."

Ciertos hechos grandiosos relativos a Dios y Su Cristo nos han sido dados a conocer por el Espíritu Santo, y estos son infaliblemente seguros. La revelación de Dios es verdadera, independientemente de cuáles puedan ser los sueños del hombre. Sobre la base de la revelación hay una posición firme. Un conocimiento personal de Cristo revelado por el Espíritu, es también una materia segura. Yo me acerco a Jesús, le hablo, medito acerca de Él, y Él se levanta ante mí más grande que nunca, hasta que en Su presencia toda la sabiduría de los hombres se condensa en locura. Él es "único y sabio Dios." ¡Ah, cuando Él es mi todo en todo entonces vivo! Mi corazón está feliz y mi gloria se regocija cuando olvido todo lo demás, excepto a Cristo Jesús mi Señor. Por tanto, hermanos, yo digo que ustedes van a encontrar una grandiosa recompensa viniendo muy a menudo cerca de su Señor, y considerando una y otra vez cuán grande es Él.

Consideren Su grandeza, y yo les recuerdo nuevamente que la bendición viene únicamente por medio de la consideración. Yo podría hablarles el día de hoy acerca de la grandeza de mi Señor, pero no tendría éxito en declararla a plenitud. ¡Nunca estoy más insatisfecho conmigo mismo que cuando he hecho lo mejor que puedo para enaltecer Su amado nombre! ¿Acaso no es como sostener una vela contra la luz del sol? ¿Qué son mis balbuceos comparados con las ruidosas aclamaciones que alguien como Él podría muy bien esperar de quienes lo aman? Deben considerar cuidadosamente, o se perderán la bendición. No será suficiente que escuchen o que lean; ustedes deben reflexionar por cuenta propia, y considerar al Señor por ustedes mismos. Pueden leer la propia Biblia sin provecho, si no consideran a la vez que leen.

No se hace vino simplemente recogiendo los racimos, sino pisando las uvas en el lagar: el rojo jugo estalla hacia fuera bajo presión. Lo que será de bendición para ustedes no es la verdad leída, sino la verdad meditada. "Lean, señalen, aprendan, y digieran internamente." "Considerad, pues, la grandeza de este hombre." Enciérrense con Jesús si quieren conocerlo. "Anda, pueblo mío, entra en tus aposentos, cierra tras ti tus puertas; escóndete un poquito, por un momento, en tanto que pasa la indignación."

En Cristo hay abrigo, y entre más lo consideren a Él, mayor será la paz de ustedes. Vengan y pongan sus manos en la señal de Sus clavos, y metan su mano en Su costado. Tengan comunión con el Cristo personal, que vive para siempre; y eternamente, "consideren, pues, la grandeza de este hombre."

De esta manera los he exhortado a cumplir este deber; ahora permítanme ayudarles en ello. ¿Pero cuál podría ser mi ayuda a menos que el Espíritu Divino me acompañe, para que la palabra pueda ser predicada con poder?

II. A CONTINUACIÓN, PERMÍTANME AYUDARLES A CONSIDERAR LA GRANDEZA DE ESTE HOMBRE.

Y en primer lugar, para que el propio uso de esta expresión, "este hombre," no deje a nadie, aunque sea por un instante, con la duda en cuanto a nuestra fe en Su Deidad, les pido considerar la grandeza de este hombre en Su relación con Dios. Pues aunque Él era hombre, no era simplemente hombre. Él era cierta y verdaderamente hombre en todos los sentidos, "hombre de la sustancia de Su madre," hueso de nuestros huesos y carne de nuestra carne; y sin embargo Él era ciertamente y en verdad, Dios verdadero. No piensen en Él como un hombre divino, o como un Dios humano; Él no era ni lo uno ni lo otro. Él era perfectamente hombre, y sin embargo era infinitamente Dios. Piensen, entonces, a qué posición de honor y dignidad fue elevada Su humanidad por la unión con la Deidad en una persona.

Naciendo, creciendo, acopiando fuerzas, llegando a la madurez, sufriendo, muriendo, en todo esto Él fue un hombre; sin embargo, Él no fue nunca en ningún momento menos divino. La humanidad de nuestro Señor no debe ser considerada aparte de Su deidad, pues Él es uno e indivisible. A veces he escuchado que se tienen objeciones en contra de ciertas expresiones encontradas en los himnos del Dr. Watts en los que se habla de nuestro Señor como el Dios que sangró y murió, y cosas por el estilo. Me temo que la objeción está frecuentemente dirigida menos al poeta que a la verdad de la deidad de nuestro Señor: la persona que objeta figura como un crítico porque no se atreve a reconocerse como un hereje.

Tomen nota que en las Escrituras encontrarán con frecuencia confusiones de lenguaje acerca de la persona de nuestro Señor, hechas intencionalmente, para mostrar que aunque las naturalezas eran diferentes, sin embargo estaban unidas indisolublemente en la persona de Jesús. De Su persona podría predicarse popularmente eso que, estrictamente hablando, sólo podría ser verdad de Su humanidad, o sólo de Su deidad. A la persona de nuestro Señor se encontrará atribuido todo lo que hizo como Dios y como hombre, y nosotros no necesitamos ser sabios o precisos por encima de lo que está escrito por el Espíritu de Dios. Es posible apegarse demasiado a la letra pero volverse falso al espíritu. Quienes ponen reparos no tienen el monopolio de la sabiduría. Mi Señor Jesús no es para mí menos hombre porque sea Dios. ¡Oh, cuánto lo ama mi corazón! Él es para mí el más hermoso de los hijos de los hombres, señalado entre diez mil, y todo Él codiciable.

Pero Él es para mí por causa de Su humanidad no menos, sino más "Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos." Mi espíritu se encorva hasta el polvo ante Su majestad, y mi alma lo adora. Les pido, por tanto, que consideren la grandeza de Su humanidad porque nunca estuvo separada de Su deidad, y no puede ser concebida, excepto en conexión con ella. "Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad." La grandeza del hombre que es así uno con Dios, es inefable.

Ustedes, hermanos míos, no tienen dudas acerca de este punto vital; permítanme pedirles, por tanto, que consideren "la grandeza de este hombre" en cuanto a Su relación con los hombres. Cristo Jesús es el segundo hombre, el Señor del cielo. Adán, nuestro primer padre, fue la cabeza de la raza, y todos los hombres estaban en él y fungía como su representante: en él estuvieron en el huerto; en él, ay, todos cayeron cuando quebrantó el mandamiento divino, y el Señor alzó el requerimiento de Su pacto, y lo expulsó del Paraíso. "Oh, qué caída fue esa, hermanos míos: en ese momento ustedes y yo y todos nosotros caímos." Debido al fracaso de Adán, todos nosotros heredamos una naturaleza cuyas tendencias son al mal. Adán fue un personaje muy grande en relación a la raza: él era el resumen de todas las generaciones, la fuente del río de la humanidad. A él podemos aplicar el lenguaje del profeta: "En Edén, en el huerto de Dios estuviste…. Perfecto eras en todos tus caminos desde el día que fuiste creado, hasta que se halló en ti maldad." Cuando Adán salió de Dios, era como un querubín que nos cubría, bajo cuyas alas la raza estaba anidada.

Pero ahora viene el Señor Jesucristo como el hombre más grande, el hombre representativo, en Quien nadie es hecho caer, sino de Quien se alzan multitudes. En este hombre el Señor se agrada de los hombres. Hubo un tiempo en el que Dios miró al hombre rebelde, y se arrepintió de haberlo creado; pero ahora que voltea Su mirada hacia este hombre perfecto, ya no siente ese arrepentimiento; sino que, al contrario, leemos que, "Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo." Por causa del hombre Cristo Jesús, Él trata con la innumerable raza pecadora de una manera paciente y misericordiosa, y no la destruye. Hace mucho tiempo se hubieran levantado ya de nuevo las compuertas del diluvio, y el hombre habría sido barrido por una inundación, no de agua sino de fuego, si no hubiera sido porque el Señor longánimo mira a Su Bienamado Cristo, y por eso perdona a la humanidad.

Sí, es más; por Su causa envía el Evangelio de paz a los hombres, y en el nombre de Jesús son enviadas las buenas nuevas a toda criatura. Ha sucedido algunas veces que algún hecho ilustre de un hombre ha servido para elevar a los honores a una clase o inclusive a una nación. Un hecho grandioso y heroico los ha unificado no sólo con esa persona, sino con todos sus parientes y amigos. Consideren, pues, cuán grande era este hombre, que la mente divina que no puede mirar al pecado sin indignación, se agradó tanto de mirar a la persona y carácter de este Hombre glorioso, que fue proclamada una amnistía para la raza, y un mensaje fue enviado a los hijos de los hombres, ordenándoles que se arrepintiesen y se volviesen a Él para que vivieran. "Considerad," entonces, "la grandeza de este hombre."

Acérquense un poco más, e inclínense hacia delante para contemplar eso que deleitará sus corazones mucho más; consideren la relación de Cristo con Su propio pueblo. Ahora pisamos tierra firme, y sentimos una roca bajo nuestros pies. Mucho antes que los cielos y la tierra fuesen hechos, Dios, con ojo que ve anticipadamente, contempló a la persona de Su Hijo como Dios en naturaleza humana, y vio a todos Sus elegidos que estaban en Él. La iglesia es Su cuerpo, "la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo."

Dios el Padre vio en el decreto divino al Cristo místico, y se agradó de todos Sus redimidos por causa de Cristo Jesús. Cuán maravillosa fue esa transacción, cuando en la cámara del consejo de la eternidad se estableció el pacto, y el Señor Jesucristo se convirtió en garantía de ese pacto. Él estableció un pacto con el Dios eterno a favor de Sus elegidos, comprometiéndose a hacer expiación por sus pecados, y a perfeccionar la justicia que debía cubrir a cada uno de ellos, y hacerlos aceptables en el Amado.

Durante miles de años no se ofreció ningún sacrificio real; pero vean "la grandeza de este hombre," que basado en la fuerza de Su promesa desnuda, Dios continuó salvando a los hombres por miles de años, admitiéndolos a Su gloria infinita, antes que el Mediador hubiera aparecido, o que el Redentor hubiese puesto manos a la obra. Consideren que ustedes y yo, y todos nosotros los que estamos en Cristo, somos hoy amados por Su causa, aceptados por Su causa, y justificados por Su causa. Dios todavía nos abraza con los brazos de un amor todopoderoso por Su causa; por Su causa el cielo está siendo preparado para nosotros; por Su causa los tesoros del infinito nos son otorgados, porque somos los beneficiarios del pacto por quienes Él prometió Su fidelidad, y por quienes en el cumplimiento de los tiempos, derramó la sangre de Su corazón, para poder redimirnos para Dios.

"Considerad, pues, la grandeza de este hombre." Él es tan grande que todos los santos son bendecidos en Él. Él es tan grande que nosotros, todos los que hemos creído, moramos para siempre en las hendiduras de esta grandiosa Roca, y encontramos en Él nuestro castillo y nuestra torre elevada. "Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria." "Considerad, pues, cuán grande era éste."

Permítanme ayudarles un poco más, queridos amigos, para "considerar la grandeza de este hombre," al recordarles las circunstancias que rodearon Su primera venida. Miles de años antes de Su nacimiento, hombres santos habían estado hablando de Él. Los profetas y los videntes apuntaban a Él como quien venía. "Cuán grande era éste," ya que los hombres más sabios y los mejores de la humanidad anhelaban Su día con alegría. Piensen en ese maravilloso sistema de tipos, y emblemas, y símbolos que Dios ordenó por medio de Su siervo Moisés; pues todo este sistema tenía por intención proclamar al Mesías, que aparecería después en la plenitud del tiempo.

De Él daba testimonio cada sacrificio sangriento, cada incensario de dulce incienso, cada vasija de oro, cada cortina y cada pared del tabernáculo o del templo: todo hablaba de Él. Ay, y más que eso, todas las historias de todos los imperios no eran sino anillos concéntricos de los que Él era el centro; pues el Señor Jesús es el centro de la historia, la suma total de todas las acciones y las manifestaciones de Dios entre los hijos de los hombres.

Fue una augusta Persona hacia Quien todo el pasado estuvo apuntando, y por Quien todo el presente estuvo agonizando. "Cuán grande era éste," que cuando vino, todos los santos estaban esperándolo: Simeón y Ana no podían partir mientras Él no apareciera. Los ángeles estaban en puntas de pies, listos para descender y cantar, "¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!" Humildes pastores, mientras cuidaban de sus rebaños, sólo esperaron la señal para apresurarse e ir a adorarlo; y los magos del oriente olvidaron las fatigas de un largo viaje para poder depositar su oro e incienso a Sus pies. "Cuán grande era éste," cuando, habiendo nacido y sido puesto en un pesebre, toda la tierra fue conmovida por Su aparición.

Consideren también "la grandeza de este hombre," no sólo en relación a las circunstancias externas de Su venida, sino en cuanto al misterio secreto de Su nacimiento. Pues este hombre no fue "concebido en pecado," como somos nosotros; ni tampoco fue "formado en maldad." Esta es una cosa sobre la que hay que reflexionar y considerar en privado, pero no puede ser omitida aquí. Así le dijo el ángel a la Virgen bendita, "El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios." "Concebido por el Espíritu Santo, nacido de la Virgen María," Él es verdaderamente un hombre, pero no un hombre caído.

El método mediante el cual fue producida la pura naturaleza humana del hombre Cristo, es un gran misterio, pero sirve para hacernos ver "la grandeza de este hombre." No voy a decir nada más que esto, que aquí tenemos el cumplimiento de la promesa, "He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emmanuel." Piensen en esa palabra antigua: "Cuando introduce al Primogénito en el mundo, dice: Adórenle todos los ángeles de Dios." Por tanto, adoremos. Reprimiendo reverentemente toda intrusión ociosa en las cosas profundas de Dios, vayamos a Belén, y "consideremos la grandeza de este hombre."

Ahora, contemplemos Su vida. Después que emergió de la oscuridad de Su niñez, ¡qué vida llevó nuestro Señor! Sus más grandes adversarios, a menos que hayan estado locos, nunca se han atrevido a hablar mal de Su carácter. Si se supusiera que la religión cristiana es un invento, la existencia de la narración de la vida de Jesús sería más maravillosa que los hechos mismos. La concepción de un carácter perfecto requiere una mente perfecta, y una mente perfecta nunca hubiera preparado una ficción ni la hubiera impuesto a los hombres como una historia verdadera. Si la vida de Jesús fuera una fábula, entonces un ser perfecto nos habría engañado; y no es posible que nos imaginemos esto.

La vida de Jesús es grandiosa en todo. Es tan tierna y tan dulce que nunca es pequeña e insignificante: es tan generosa que nunca cesa de ser majestuosa; es tan condescendiente que es eminentemente sublime. Por sobre todas las cosas, está llena de verdad, es transparente, natural, sencilla. Nadie ha pensado jamás que Jesús estaba actuando un papel; Él es la realidad misma. Es tan sencillo, sin afectaciones, tan verdaderamente "el santo Hijo Jesús," que en esto Él es grande por sobre todos.

Nunca, ningún hombre fue visto tan plenamente como el Cristo; y sin embargo, nunca, ningún hombre fue menos comprendido. Ustedes habrán leído las memorias de hombres notables que han partido, y han sentido, "hizo bien el biógrafo en no hablar más acerca de este punto;" pero nunca han sentido que algo debería reservarse en lo relativo al carácter de Jesús. Si los cronistas se hubieran mantenido escribiendo hasta que todo el mundo hubiera sido convertido en una biblioteca de la vida de Cristo, nunca habrían registrado ningún hecho indigno o una palabra lamentable. No sólo se trata de que Sus metas eran majestuosas, pues Él vino a salvar a los hombres; que Sus motivos eran divinos, pues Él reveló al Padre; sino que Él mismo es tan grandioso: quiero decir Su alma, Su espíritu, el hombre mismo.

Consideren a Alejandro, quien era un gran conquistador; sin embargo cuán digna de lástima es su persona cuando la vasija del alcohol lo ha emborrachado y enloquecido. ¡Qué pobre cosa es Napoleón cuando es visto en privado! En su cautiverio él era tan petulante como un niño mimado. Consideren al Señor Jesús, y no importa dónde lo vean: en el desierto Él es grandemente victorioso sobre la tentación, en medio de la multitud Él es grandemente sabio al responder a quienes querían tenderle una trampa. Contémplenlo en Su agonía en el huerto; ¿acaso hubo alguna vez alguien que agonizaba de esa manera? Considérenlo como el crucificado; ¿alguna vez la cruz sostuvo a alguien que sufría de esa manera? Cuando Jesús es más humillado, es más grande, y cuando está en la más horrenda oscuridad, es mejor revelado Su brillo. En la muerte destruye a la muerte; en el sepulcro hace estallar la tumba. "Considerad, pues, la grandeza de este hombre": el campo de Su vida es amplio; no se demoren en investigarlo.

Amados, no puedo hablar de Él como yo quisiera. ¡La llama de este Sol me ciega! Sin embargo, consideren cuán grande fue este hombre en Su muerte; pues entonces se presentó como la gran Ofrenda por el pecado, quitando el pecado de Su pueblo. El Señor había establecido saldar en Él la iniquidad de todos nosotros. ¡Qué peso había sobre Él, y sin embargo Él lo sostuvo! La ira de Dios cayó sobre Él debido al pecado, Él, que nunca había pecado, y cargó con esa ira. El castigo que tenía que enviarnos al infierno para siempre, fue impuesto sobre nuestro Señor en la cruz, y Él lo cumplió. Él bebió toda la copa amarga que nos correspondía. Él llevó en Sí mismo todo lo que era necesario llevar para satisfacer la justicia divina hasta poder decir verdaderamente "Consumado es." "Lama sabactani" es la palabra más terrible salida jamás de labios humanos; y por tanto, "Consumado es" es la más grandiosa expresión que la lengua pudo generar. La obra era colosal; qué si digo que era infinita; y por eso, cuando nuestro Señor Jesús clamó "Consumado es," había alcanzado la cima de la grandeza. "Considerad, pues, la grandeza de este hombre."

Ahora, amados hermanos, consideren por un minuto "la grandeza de este hombre" cuando resucitó; pues Él no pudo ser atado por los lazos de la muerte, y Su cuerpo no podía ver la corrupción. Fue en sí una cosa grandiosa que Cristo resucitase, pero lo que quiero que recuerden es que todos nosotros resucitamos en Él. "Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados"; y especialmente Su pueblo participante del pacto resucitó conjuntamente con Él. Hubo para Sus redimidos una muerte en Su muerte y una resurrección en Su resurrección; pues hemos sido hechos partícipes de Su resurrección, y vivimos en novedad de vida por Su resurrección de los muertos. Este es Su clamor cuando se levanta de la tumba, "porque yo vivo, vosotros también viviréis." "Considerad, pues, la grandeza de este hombre" cuya vida imparte vida a todos los que están en Él.

Pero subiendo a lo alto, llevó cautiva la cautividad. Piensen en los dones que llovieron del cielo como consecuencia del ascenso de este hombre a las alturas. Pues el Espíritu Santo descendió de manera permanente hasta el fin de esta dispensación, y ahora todos los dones que descansan en la iglesia de Dios, y todas las obras de regeneración, iluminación, santificación y demás, que son forjados por el bendito Paráclito, son los efectos de la entrada de este hombre al lugar secreto de los tabernáculos del Altísimo. Cada alma regenerada, cada corazón consolado, cada mente revivida, cada ojo iluminado, cada criatura bendecida espiritualmente, proyecta gloria sobre este hombre. ¡Cuán grande es Él!

Amados hermanos, querría que tuviésemos el tiempo suficiente el día de hoy para presentarles a este hombre conforme está sentado a la diestra de Dios, es decir, del Padre. No hay necesidad que yo lo describa; si hubiera necesidad, de todas formas sería imposible que yo lograra describirlo. ¿Qué dijo el hombre que lo amó más y que lo conoció mejor? "Cuando le vi, caí como muerto a sus pies." "Considerad, pues, la grandeza de este hombre" ahora que todos los ángeles le rinden homenaje, y en el nombre de Jesús se dobla toda rodilla de los que están en los cielos; así como muy pronto, se doblará toda rodilla de los que están en la tierra, y de los que están debajo de la tierra, pues Jesucristo es Señor para gloria de Dios el Padre.

"Considerad, pues, la grandeza de este hombre," y ¡recuerden entonces que muy pronto vendrá para ser nuestro Juez! Posiblemente mientras aún les estoy hablando Él pueda aparecer; nadie sabe el día ni la hora; pero "cuán grande es este hombre" será visto de manera muy clara cuando, en fuego consumidor, tome venganza de aquellos que no quieren obedecerle. Cuán "grande" será Él, cuando en la manifestación de Su gloria, todos los creyentes sean glorificados. Me parece escuchar aun ahora mismo, resonando desde mi propio tema, gritos de "aleluya, aleluya," que parten de mundos reunidos. Sí, la música repica fuerte y prolongada, "¡Rey de reyes, y Señor de señores! ¡ALELUYA! ¡Y él reinará por los siglos de los siglos, ALELUYA!"

¡Prorrumpan con sus fuertes hosannas, oh, espíritus que esperan de los hombres creyentes, pues se acerca el momento cuando Él será admirado en todos aquellos que creen! Consideren cuán grande es este hombre. Apenas he tocado la superficie de mi tema. Vemos apenas la orla de las vestiduras de nuestro Señor; Su gloria real es indecible, inefable. ¡Oh, las profundidades! ¡Oh, las profundidades!

III. Esto, en pocas palabras, es LA APLICACIÓN PRÁCTICA de todo el tema, con la que vamos a concluir. Consideren cuán grande era este hombre, y conforme lo consideren, crean en Su infinito poder de bendecir a los hombres. Él está lleno de bendición así como el sol está lleno de luz, y brilla sobre Sus criaturas necesitadas. Cristo está lleno de bendición para bendecir al pobre, al necesitado, a los pecadores vacíos. ¿Acaso dices tú, pobre pecador, "soy un pecador tan grande que Él no puede salvarme"? Considera lo que este hombre hizo cuando estaba aquí en la tierra; andaba por todos lados e imponía Sus manos sobre los enfermos y ellos eran sanados; miraba a los demonios y ellos huían; hablaba a las fiebres y éstas desaparecían.

Y Él está en el cielo ahora, y si se me permite decirlo, es más grande ahora que cuando estaba aquí abajo, pues aquí en la tierra el tenía el velo de la humillación, pero ahora ha sido entronizado en majestad infinita, "por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos." Crean en la infinita bendición atesorada en Cristo para cada alma creyente, y vengan y participen de ella el día de hoy. Todo lo que ustedes necesitan, y todo lo que ustedes anhelan, vengan y recíbanlo gratuitamente, pues Él da la bendición de esa manera, y es una parte de Su gloria que Él se deleite en enriquecer a los hijos de los hombres. Que la fe en Jesús sea una lección; que Dios la escriba en cada corazón.

Y luego demos a nuestro Señor Jesucristo todo el honor que nuestros pensamientos sean capaces de concebir. Démosle a Él en este día, nuevamente todo nuestro ser. Consideren cuán grande era este hombre, y regresen a sus casas sintiendo cuán grandemente están ustedes en deuda con Él, cuán grandes cosas deben hacer por Él, y cuán pequeña es la cosa más grande que puedan hacer, una vez que la hayan hecho, comparada con la grandeza de Sus merecimientos.

"Sea Él coronado de majestad
Él, que inclinó Su cabeza a la muerte;
Y que Su honor sea alabado en lo alto
Por todas las cosas que tienen aliento."

¿Acaso no sienten esa pregunta que presiona su corazón?

"Oh, ¿qué haré para alabar a mi Salvador?"

Hagan algo; y habiéndolo hecho, háganlo otra vez, y otra vez. Entreguen todo su ser a expresar cuán grande es este Hombre; no tengan miedo, no se preocupen, no tropiecen ni para arriba ni para abajo en sus pensamientos acerca de nada que esté ocurriendo, o que vaya a ocurrir. "Considera, pues, la grandeza de este hombre."

Nuestros sabios se van deshacer de la vieja fe; la cultura moderna quiere desechar a la ortodoxia como algo pasado de moda. El propio cristianismo se está volviendo decadente, y algo mejor tiene que sustituirlo. ¡Escuchen! "¿Por qué se amotinan las gentes, y los pueblos piensan cosas vanas? Se levantarán los reyes de la tierra, y príncipes consultarán unidos contra Jehová y contra su ungido. El que mora en los cielos se reirá; el Señor se burlará de ellos. Pero yo he puesto mi rey sobre Sion, mi santo monte."

Alguien me dijo hace poco, "la corriente del pensamiento no parece correr en la dirección de la religión evangélica." Bueno, yo respondí que yo no creería un átomo más en la religión evangélica si la corriente del pensamiento corriera en esa dirección. Nosotros no creemos dependiendo del conteo de personas. Las corrientes de los pensamientos de los hombres son tan inciertas, que puedes mejor predecir el vuelo de las aves, o los cambios de clima en Inglaterra. Es más cierto que el Evangelio es verdadero debido a que son pocos los que creen en él. Nosotros esperamos que la verdad revelada de Dios sea aborrecida y odiada por los sabios de cada generación. No voy a creer menos en el Evangelio por ser el único en hacerlo, y no voy a creer más en él porque todo el mundo lo sostenga. Sea Dios veraz, y todo hombre mentiroso. Aquel individuo cuya fe descansa sobre el consenso de la opinión popular, ha colocado Sus pies sobre arena, pero quien ha leído su Biblia y ha recibido la enseñanza de lo que es la verdad del Espíritu de Dios, creerá en esa verdad venga lo que venga.

Cuando ustedes consideran cuán grande es este hombre, me parece a mí que ser un insensato por Su causa constituye la sabiduría más elevada, y que apegarse a lo que dice es la mejor filosofía, y creerle a Él y a nadie más, es no solamente un deber, sino una necesidad de todo espíritu cristiano.

¡Tengan buen ánimo, queridos amigos! Que no decaiga el corazón de nadie debido a la duda moderna. Que ningún hombre sea atormentado por la fiereza de la lucha. Yo puedo oír ya el sonido de las trompetas de la venida del Señor. Él no está lejos; aunque mil años tengan que transcurrir antes que Sus pies se posen en el Monte de los Olivos, la victoria no está en ningún momento en duda. Todo lo que se requiere para ganar la batalla ya ha sido hecho, Su sangre ha sido derramada, Su vida ha sido aceptada como un recompensa. El decreto eterno ya lo ha fijado, ¡nada puede cambiarlo! "Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho." Amén.

Porción de la Escritura leída antes del sermón: Salmo 2 y Hebreos 7: 1-10, 17, 21, 22.


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