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Por Charles H. Spurgeon sobre Espíritu Santo
Una parte de la serie Metropolitan Tabernacle Pulpit

Traducción por Allan Aviles


"El que no me ama, no guarda mis palabras; y la palabra que habéis oído no es mía, sino del Padre que me envió. Os he dicho estas cosas estando con vosotros. Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho." Juan 14:24-26.

A lo largo de este capítulo tres veces bendito, los hombres desempeñan un papel muy triste. Cuando hablan, ya sea Felipe, o Judas, o Tomás, cada uno despliega su propia ignorancia, o hacen preguntas torpes o piden cosas inapropiadas. Y sin embargo, hermanos, estos hombres apostólicos no eran de ninguna manera personas inferiores; sino, más bien, tan superiores, que nosotros nos hundimos en la insignificancia en comparación con ellos. Jesús los hizo heraldos de Su Evangelio, arquitectos de Su iglesia; y si ellos exhibieron tal ignorancia aun cuando el Señor Jesucristo mismo les había hablado personalmente, no debe sorprendernos que seamos propensos a errar, ni tampoco debemos desesperar si descubrimos que somos débiles y lentos. Si esos padres de la iglesia necesitaban tanto ser enseñados por el Espíritu Santo, ¿cuánto más no lo necesitaremos nosotros? Si ellos no podían recibir nada que no les fuera dado por el Espíritu de Dios, ¿cómo podemos esperar nosotros ser sabios aparte de Sus instrucciones? Nuestra posición debe ser sentarnos con María a los pies del Maestro, a la vez que encorvarnos hasta el polvo ante el Señor, bajo el humilde sentido de nuestra insensatez.

El capítulo que tenemos ante nosotros está muy bien irrigado con arroyos de consuelo; pero, sin embargo, yo confieso que siempre es un valle de humillación para mí, cuando veo cuán pobres criaturas somos, incluyendo al primero de los santos, si se nos deja solos.

Pero, al mismo tiempo, cuán maravillosamente vemos, a lo largo de todo este pasaje, la misericordia de nuestro Dios, al condescender con las debilidades de Su pueblo. En un versículo de nuestro texto, el versículo veintiseis, vemos a toda la Trinidad trabajando en el creyente: "el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre." Aquí tenemos al Espíritu Santo, al Padre y al Hijo, uniendo Sus energías sagradas para la iluminación de los elegidos. Cada divina Persona busca que las otras Personas sean plenamente conocidas: el Hijo hablando lo que oye del Padre, y el Espíritu tomando las cosas del Hijo y revelándolas a nosotros: toda la Trinidad produciendo en nosotros así el querer como el hacer, por Su buena voluntad.

Lo que somos nosotros, mis hermanos, es de escasa importancia en comparación con lo que Él es, quien obra todas nuestras obras en nosotros. Qué importa que no seamos otra cosa que barro; el grandioso Alfarero sabe cómo moldearnos para alabanza Suya. Lo que el barro es no tiene importancia, sino lo que alfarero puede hacer con ese barro. No nos desanimemos a causa de lo que somos por naturaleza, sino que debemos regocijarnos al recordar la sabiduría y el poder de Dios, que ha comenzado una buena obra en nosotros y no cesará en esa obra hasta haber perfeccionado Su diseño.

Por lo cual, consuélense unos a otros con estos pensamientos. Humíllense, y estén dispuestos a ser enseñados más y más; y tengan esperanza, pues serán enseñados. Confiesen su propia ignorancia, pero confíen en el poder del Señor para enseñarles. Tengan la certeza de que aun para ustedes hay un noble destino; Dios se revelará a Sí mismo a ustedes y en ustedes; y ustedes conocerán, no sólo en ustedes mismos, sino que también la darán a conocer a los principados y potestades en los lugares celestiales, la multiforme sabiduría de Dios.

Al usar mi texto en este momento, deseo estar enteramente bajo el poder del Espíritu de Dios. No quisiera predicar con palabras seductoras de sabiduría de hombre, ni tampoco quisiera intentar prestarle poder, con los adornos de la oratoria, insensatamente, a la omnipotente Palabra de Dios; sino quiero decir sencillamente y con toda simplicidad, aquello que el Espíritu Santo enseña por medio de nuestro texto.

Me parece que hay aquí tres cosas que son dignas de nuestra paciente observación: una es, la prueba del verdadero creyente, "El que no me ama, no guarda mis palabras;" una segunda es, la necesidad de un verdadero creyente: necesita ser enseñado por el Espíritu Santo, y necesita que su memoria sea refrescada por el mismo Espíritu lleno de gracia: "os recordará todo lo que yo os he dicho." El mejor discípulo necesita ayuda en su entendimiento y en su memoria. En tercer lugar, pensemos en el privilegio de un verdadero creyente: "Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho."

I. Comencemos con LA PRUEBA DE UN VERDADERO CREYENTE; y que cada uno de nosotros consienta en ser probado. Que cada hombre se ponga en la balanza, para que pueda conocer su peso; pues el Señor pondera el corazón. Quien nunca se juzga a sí mismo, perecerá en el juicio del último gran día.

Quiero pedirles su atención al hecho que en este pasaje, y en otras partes de la Escritura, los hombres son divididos en dos clases, y no se menciona ni una sola palabra de una clase neutral o intermedia. El versículo veintiuno dice, "El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama;" y el versículo veinticuatro dice negativamente, "El que no me ama, no guarda mis palabras." Evidentemente hay dos clases de personas en cualquier parte del mundo que sea visitada por el Evangelio: el que ama a Cristo y el que no Lo ama. Si oyes una vez el Evangelio no puedes nunca ser indiferente a él; tienes que ser, ya sea su amigo o su enemigo, su discípulo o su oponente. Si el Señor Jesucristo cruza la órbita de tu vida una vez, no puedes ser neutral nunca más a partir de ese momento; debes rechazarlo o recibirlo; creer en Él o hacerlo un mentiroso. Yo quisiera que cada uno de ustedes reciba y se aplique esa simple pero solemne verdad, para que nadie se considere fuera del alcance de mi sermón. Quisiera extender la red de tal manera que ningún pez quede fuera de su malla.

En la naturaleza de las cosas, el Evangelio debe ser para ti que lo oyes, ya sea olor de vida para vida, o de muerte para muerte. Serás juzgado por este Evangelio y te llevará donde no hay condenación para quienes están en Cristo Jesús, o te dejará allí donde ya estás condenado, porque no has creído en el Hijo de Dios. Por tanto, no esperes vivir y morir como si no existiera Cristo. No intentes decir: "Él no es nada para mí." Aunque pases junto a la cruz y rehúses mirar a Cristo, sin embargo, el Crucificado te mira y proyecta Su sombra en tu camino. Su sangre será sobre ti, ya sea para clamar contra ti, como asesino del Hijo de Dios, o para ser tu limpieza de todo pecado.

En cuanto a la persona de tu Señor, es evidente que sólo hay dos posibilidades: o lo amas o no lo amas; ¿Cuál es tu condición en esta hora? Sentado en medio del pueblo de Dios en esta casa, en este día domingo, ¿eres amante del Señor Jesús, o eres enemigo de Él?

Que el Señor bendiga ese zarandeo del aventador, de tal forma que por medio de él la paja sea separada del trigo.

Pero la prueba es ésta, el amor de Cristo. Amar a Cristo no es el camino de la salvación; eso sólo puede atribuirse a la fe, como está escrito: "El que cree en mí, tiene vida eterna." Pero la flor que brota de la semilla de la fe es amor, y la fe no es verdadera fe, a menos que obre por amor, y así purifica el corazón.

Observen que el amor es personal: "El que no me ama." Él no habla aquí de amor a la doctrina, sino de amor a Él; "el que me ama." Hay un Cristo personal y debe ser amado por cada uno de nosotros individualmente. No piensen en Cristo como un personaje histórico, que vino y se fue, cuyos recuerdos pueden ser muy queridos, pero que, personalmente, no puede ser el objeto de un amor presente. Si verdaderamente eres Su discípulo y partícipe de Su salvación, tú Lo amas. Te das cuenta que es una persona que vive, como tú mismo vives, como tu esposa o como tu mejor amigo viven; y tu corazón, de hecho y en verdad, está ligado a Él. Los zarcillos de tu afecto deben aferrarse a Jesús, subiendo hacia Dios al asirse de Su Hijo. Tal vez no siempre puedas decir que estás seguro que Lo amas, porque tu agonía de estar en lo correcto puede crear en ti una dolorosa ansiedad, y aun un celo mórbido en cuanto a tu propia sinceridad; pero tú ciertamente lo amas y eres llamado por Su gracia, y si no lo amas, tampoco has experimentado Su poder de salvar.

Cuando leí esas palabras hace unos momentos, "el que no me ama," sentí como si debía repetir las palabras de Pablo, y decir, "sea anatema. El Señor viene," maldito en la venida del Señor; pues, ¿acaso no es algo horrible que algún corazón rehúse amar a Jesús? De todos los seres, el más digno de ser amado es Jesús. Es monstruoso no amar a Alguien que es tan amable. Como las corrientes de agua fluyen naturalmente hacia las partes más bajas del valle, así pensaría uno que la condescendencia de Jesús con nuestra causa, haría natural que el amor de los hombres corriera hacia Él y se concentrara en Él. Ay, nuestra naturaleza ahora es depravada, y es únicamente conforme el Espíritu de Dios crea un nuevo amor en el corazón, que podemos dar nuestro amor al siempre bendito Salvador.

Si no amamos al Señor Jesús, el Espíritu de toda gracia no nos ha dado a conocer a Cristo ni nos ha dado a confiar en Él; pues si conociéramos a Jesús y confiáramos en Él, nuestro corazón estaría casado con Él. El Cristo en quien confiamos debe ser el Cristo a quien amamos. Debemos amar a Dios cuando el amor de Dios es derramado abundantemente en nuestros corazones por el Espíritu Santo.

Júzguense ustedes mismos, entonces: ¿aman a Jesús suprema y verdaderamente? Él dice: "el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí." Él reclama el primer lugar en los corazones de Su pueblo. Él es un Salvador que lo acapara todo, que nunca estará satisfecho hasta que haya monopolizado todos nuestros afectos y se haya llevado nuestros corazones para que habiten con Él junto al tesoro arriba.

Que sea entonces un asunto de una verificación personal con cada uno de ustedes. Escuchen a su Señor resucitado que dice: "¿me amas?" No a Simón únicamente, sino a ti, Juan, y a ti, María, Él les pregunta: "¿me amas?" Él está aquí hoy, como estuvo una vez junto al lago de Galilea, y hace esta pregunta amorosa a cada uno de Sus discípulos: "¿me amas?" ¿Es objeto de tu intensa consideración Su adorable persona? ¿Puedes caer a Sus pies diciendo, "Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo. ¿Qué quieres que yo haga?"

Además, cuando miramos este texto observamos que, en la medida que no siempre es posible medir las emociones y los afectos, se nos da una prueba adicional: "El que no me ama, no guarda mis palabras." Por lo tanto, yo puedo saber si yo amo al Señor Jesucristo contestando esta otra pregunta: ¿Guardo Sus palabras? ¿Qué significa ésto? Significa, primero, ¿tenemos nosotros un respeto reverente hacia todas las enseñanzas del Señor Jesucristo? ¿Las recibimos y adoptamos como nuestra norma de doctrina y nuestra regla de vida? Recuerden que, en efecto, todo lo que está en el Antiguo Testamento así como en el Nuevo, debe ser considerado como las palabras de Cristo; pues Él dice que no vino para abrogar la ley sino para cumplirla. El cielo y la tierra pasarán, pero ni una tilde de la ley fallará.

Todo el registro de la inspiración es refrendado por Cristo, y puede decirse que son Sus palabras. Ahora, ¿aceptas estas sagradas Escrituras como tu guía infalible? Recuerda, las palabras de Jesús son las palabras del Padre. Observa cómo dice Jesús: "la palabra que habéis oído no es mía, sino del Padre que me envió." Yo tiemblo cuando veo con qué ligereza se trata hoy a la Palabra de Dios;cuando veo con qué prisa se critica esto y se cuestiona aquello. Se nos dice que hay grados de inspiración; si fuera así, no podríamos estar seguros de nada, puesto que primero tendríamos que resolver alguna sutil pregunta en cuanto a la medida de inspiración. Una Biblia así, es como no tener ninguna Biblia.

Hermanos, la Palabra de Dios no recibirá un tratamiento así de mi parte, y yo espero que ustedes no le darán tampoco ese tratamiento, pues de lo contrario, ustedes se robarían a ustedes mismos el consuelo, e irrespetarían atrozmente a su divino Señor. Yo espero que podamos declarar en lo concerniente a todas Sus palabras, "Fueron halladas tus palabras, y yo las comí; y guardé las palabras de tu boca más que mi comida." Estas palabras son más deseables que el oro, sí, mucho más que el oro fino: también son más dulces que la miel y que el panal. ¿Vino una palabra de Cristo? ¿Ha proclamado Jesús una verdad en estas Escrituras? Entonces a nosotros no nos corresponde juzgar, no nos corresponde dudar; debemos aceptarla con fe implícita. La autoridad de Jesús, para nosotros, está en lugar del razonamiento. Lo reverenciamos de tal manera a Él, que reverenciamos Sus palabras como la verdad misma.

Guardar Sus palabras quiere decir, además, almacenarlas cuidadosamente en la memoria. Guardar estas palabras debe significar ponerlas en el corazón. La Virgen bendita "guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón," y así lo hace cada cristiano. "En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti." Es algo bendito cuando no nos contentamos con oír la Palabra de Dios el día domingo, sino que también escuchamos sus ecos cada día de la semana. Constantemente rumiamos esa Palabra por medio de la meditación, y así somos alimentados. Nos deleitamos al conocer el significado de la Palabra, guardándola continuamente en nuestras mentes. Mantenemos el objeto celestial mucho tiempo ante la placa sensitiva de nuestra mente hasta que es perfectamente fotografiada, y nosotros mismos somos transformados por ella de gloria en gloria en la misma imagen del Señor. Oh, hermanos, si no reverenciamos la Palabra, y la almacenamos como el más selecto de los tesoros, no tendremos pruebas que amamos a Cristo.

Además de ésto, guardar los dichos de Cristo debe significar que, habiéndolos aprendido y retenido en la memoria, los guardamos además en la mente por medio de una contemplación frecuente. Hay un gran fracaso en este respecto, me temo, entre muchas personas que profesan; pero quienes aman fervientemente a Jesús, y son santificados para Su servicio, se deleitan al involucrarse mucho en la meditación de las palabras de Jesús. Nuestros cuidados terrenales son nuestra carga, pero nuestros pensamientos celestiales son nuestro descanso.

¿Qué son las ciencias humanas sino simples ojeadas a cosas transitorias y oscuras? Pero la meditación espiritual nos ofrece perspectivas de la verdad eterna y sustancial. Cuando camino por mi casa y me gozo en las comodidades de mi hogar, me digo: "Esto es mío por poco tiempo. Dios ha prolongado mi vida aquí, pero en cualquier momento estas cosas visibles se pueden perder, y estaré allí donde las cosas son reales, aunque por lo pronto sean invisibles." Todo lo que tiene que ver con este mundo es una sombra vana; pero en cuanto al mundo venidero, aquél que tiene posesiones allí posee verdaderas riquezas. ¿No deberían volar nuestros pensamientos tras eso, que es lo principal? ¿No deberíamos dar lo mejor de nuestra consideración a lo que es lo mejor? ¿La mayor parte de nuestro tiempo a lo que no es del tiempo, sino de la eternidad? Yo estoy seguro que quien ama a Jesús, se deleita pensando en las exquisitas palabras que salieron de Sus labios. Nos sentamos bajo Su sombra, pues Él es para nosotros el árbol de la vida, y ni una sola hoja Suya se secará, ni el menor de Sus dichos caerá a tierra.

Sin embargo, no tengo ninguna duda que el principal significado de guardar las palabras de Cristo se encuentra en la obediencia a Él. Queridos amigos, no quiero decir nada que sea severo, pero sin embargo les haré una pregunta que debería alarmar a muchas personas que profesan. ¿Alguna vez pasaron todo un día, desde la mañana hasta la noche, haciendo clara y resueltamente lo que honra a Cristo? No me refiero a que hayan dejado de trabajar. Tampoco me refiero a que se hayan apartado de su familia. Esa extraña conducta no honraría a Jesús, sino que sería todo lo contrario. Pero, ¿han pensado y actuado, día tras día, como si Jesús fuera su Señor y ustedes Sus siervos? ¿Es habitual que digan, "voy a hacer únicamente aquello que Cristo haría si estuviera en mi lugar? Su ejemplo será mi ley. No seré gobernado por la esperanza de ventajas personales o comodidades egoístas; pero para mí la regla suprema será, ¿qué haría Jesús? ¿Qué querría Jesús que yo hiciera?"

Me temo que ciertas personas que profesan se imaginan que sostener un credo sano, y asistir a un ministerio fiel, y suscribir de vez en cuando algunos fines caritativos, es de lo que trata toda la religión. Pero se equivocan totalmente si juzgan tales asuntos como los elementos más importantes de la piedad. El asunto más importante es amar a Cristo de tal manera que vivamos para Él, y Lo honremos obedeciéndole. No podemos servir a Cristo siguiendo nuestros caprichos. El que sigue sus propios antojos es un vagabundo; únicamente quien obedece a Jesús es Su seguidor. Al hacer lo que Jesús nos ordena, al recibir Su Espíritu, al ver las cosas de la manera que Él las ve, al actuar en relación a los hombres y en relación a Dios de la manera que Él actúa, podemos dar testimonio ante los hombres acerca de cuán glorioso Salvador tenemos.

Debemos exhibir en nuestras vidas el dulce fruto del Espíritu Santo de tal manera que los hombres se llenen de admiración hacia nuestro Señor. Que Dios nos ayude a lograr esto; pues si no guardamos las palabras de nuestro Señor viviendo santamente, no tenemos ninguna prueba que amamos a Cristo; y si no lo amamos, entonces no somos Sus discípulos.

Les ruego, hermanos míos, compañeros, que se apliquen este texto a ustedes. ¿Es el Señor Jesús reverenciado por ustedes como su maestro? ¿Se inclinan ante la autoridad de Su Palabra? ¿Recurren a la Biblia y dicen de ella?:

"Este el juez que pone fin a la contienda,
Donde el talento y la razón fallan."

¿Han sometido su intelecto a Su enseñanza? Los librepensadores de la época presente se imaginan que pueden creer lo que quieran, y pensar lo que les plazca. Pero no es así. Ellos actúan de conformidad a eso y afirman lo siguiente: "Nuestras mentes son propias, Dios no gobernará nunca sobre nosotros." Pero esto no es propio de un santo. Nuestro Señor Jesús quiere ser Rey de nuestra naturaleza entera, o de nada. Yo reclamo la provincia del entendimiento para mi Señor; pues es una parte de Su imperio que Él no dejará en manos del enemigo. Nosotros somos tan responsables de nuestras creencias como de nuestros actos. No estaremos nunca en total subordinación a nuestro Señor, hasta tanto no nos entreguemos devota y reverentemente a Su instrucción, llamándolo Maestro y Señor, ¡porque lo es!

Hermanos, ¿entregan ustedes todas sus vidas a Jesús? ¿Aspiran a la obediencia perfecta? ¿Se arrepienten de sus fallas? ¿Claman a Él diariamente: "Señor mío, moldeáme de conformidad a Tu voluntad, pues llevar Tu imagen es mi ambición. Quisiera vivir conforme a Tu vida, y ser Tu representante en la tierra, así como Tú eres mi representante en el cielo. ¡Oh, que yo pudiera decir de Tu Padre y mi Padre, 'yo hago siempre lo que le agrada!'"

II. Suficiente en cuanto al tema de la prueba de discipulado. Ahora, en segundo lugar, les ruego que me sigan mientras hablo por un minuto o dos acerca de LAS NECESIDADES DE UN VERDADERO CREYENTE.

El creyente, aunque ame a su Señor, es verdaderamente, sin embargo, una persona sumamente necesitada y tristemente llena de carencias. Él no necesita ningún evangelio que sea mejor: el Señor Jesucristo nos enseñó el mejor Evangelio que pueda haber; y, ciertamente, no puede haber otro. Cuando Pablo habló de "un evangelio diferente," agregó, "no que haya otro, sino que hay algunos que os perturban." Nosotros no deseamos nada más sabio, nada más completo o mejor, que la doctrina que nuestro Señor entregó una vez a los santos.

Escuché acerca de una madre que le decía a su hijo, el otro día, palabras de verdad y de cordura. Su hijo, ávido y lleno de esperanza tenía la tentación de correr tras ciertas novedades de doctrina y de práctica, y ella le dijo, "Lo que hemos oído de nuestro ministro es suficiente para mí, pues está de acuerdo con la Escritura. Tu padre y tu madre han vivido en este Evangelio, y les ha ayudado a través de miles de problemas, hasta este día; y tus amados abuelos vivieron en la misma verdad, y murieron en ella triunfantemente; por tanto, aférrate a ella. La hemos probado y comprobado, por tanto, no te apartes de ella." Esa era una plática de sentido común.

Yo temo un nuevo evangelio; no lo he comprobado; pero lo que he visto de sus resultados en otras personas me hace temblar. Que quienes quieran, vayan al mar en barcos construidos con juncos o con cartones; el corazón del roble es necesario y suficiente para mí. Los barcos hechos de roble han transportado a los hombres a los confines del mundo y los han traído de regreso a casa durante muchos años, y sólo en esos barcos voy a surcar el oceáno.

Quienes persiguen las novedades de este siglo engreído, buscan quitar a su Señor de Su lugar, para que algún filósofo pueda ocupar Su trono. Parecen decir: "¡Hazte atrás, tú Galileo! Tú estabas bien para las edades del oscurantismo, pero nosotros necesitamos una luz más deslumbrante para estos tiempos más brillantes." Repito lo que dije antes: no necesitamos un mejor evangelio que ese que el mismo Dios ha proclamado en la persona de Su Hijo Jesucristo.

Estos discípulos a quienes nuestro Señor habló, no necesitaron otro predicador mejor: no podían imaginar a alguien mejor. "¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre!" Qué poder y autoridad había en Él, y qué unción del Santo estaba sobre Él. Yo no puedo decir eso de ustedes; pues ustedes, amados amigos, pueden a menudo suspirar por un predicador más capaz, y puede ser que en algunos lugares donde viven, sus días domingos son una servidumbre para ustedes, porque no es declarado el puro Evangelio y las ovejas no son alimentadas.

Pero en el caso de estos apóstoles, no podrían haber tenido un mejor predicador; y sin embargo, a pesar de eso, debido a que el Espíritu Santo no había sido dado plenamente, y no estaba habitando en ellos, habían aprendido realmente poco. Ustedes ven que el Señor Jesucristo dice de Sí mismo, "Os he dicho estas cosas." No dice que se las había enseñado. Las últimas palabras de mi texto son, "todo lo que yo os he dicho." Todo lo que Jesús había hecho, si Lo vemos simplemente como un predicador, era hablar y decir; pero no podía enseñarle al corazón aparte del Espíritu Santo. ¡Cuánta distancia había entre Cristo en la tierra y Sus discípulos! En Su condescendencia Él se acercó a ellos; sin embargo, siempre se percibe un golfo entre el sabio Maestro y los sencillos discípulos. Ahora el Espíritu Santo suprime esa distancia al habitar en nosotros.

Los apóstoles más instruidos no pudieron entender a su Señor cuando Él únicamente les hablaba. A menudo los discípulos se iban con las palabras que Él había expresado, y reflexionaban sobre su letra, sin entender del todo su significado espiritual. Frecuentemente cuando lograban una vislumbre del significado espiritual, la ensombrecían con algunos prejuicios o tradiciones propios, que, como humo, oscurecían su visión.

En cuanto a la memoria, ellos mostraban escasas manifestaciones de esa facultad en relación a las cosas espirituales; constantemente estaban olvidando lo que el Señor les había dicho, y actuaban de una manera opuesta a Su precepto y a Su ejemplo. Externamente, todo les era provisto, los ministerios externos del orden más noble les eran concedidos; pero ellos necesitaban algo dentro de ellos; un maestro interno y eficaz, alguien poderoso y secreto que les hiciera recordar las cosas. Además, ellos requerían tener gozo en lo que ya conocían y recordaban; ellos necesitaban al Consolador para que les extrajera la miel de la consolación del panal de la doctrina.

El Señor les había enseñado todo tipo de verdades consoladoras, y sin embargo Él tenía que decirles, "No se turbe vuestro corazón." Él les había dado los mejores argumentos para que tuvieran valor, pero sin embargo ellos tenían temor. Ellos requerían de alguien que les ayudara, alguien que les hiciera entender la verdad, recordar la verdad, y gozar la verdad; y esto es lo que tú y yo necesitamos cada hora; pues podemos escuchar al predicador más edificante y quedarnos sin ser edificados, si únicamente miramos sus palabras. Podemos escuchar la mejor doctrina y sin embargo ser incapaces de recibirla y sentir su poder. La verdad, sin el Espíritu de Dios, no aprovecha al alma.

Aun si entiendes, puedes olvidar. Me atrevo a decir que a menudo tienes que lamentar que la palabra buena se resbala en ti, y éste es un gran mal. ¿Por qué olvidamos? ¿No es acaso en gran manera por la ignorancia y la necesidad de entendimiento? Cuando un niño no entiende su lección, pronto la olvida. Quien no obtiene una visión clara de la verdad, tendrá problemas para recordarla, así como pronto te olvidas de una persona a la que únicamente has visto de manera casual por unos momentos, y bajo una luz tenue. No podemos guardar en la memoria, fácilmente, eso que no hemos captado con firmeza con nuestra mente. Además, olvidamos las cosas celestiales porque estamos muy ocupados con las cosas terrenales: nuestros cuidados, nuestros placeres, nuestros empeños, a menudo mandan al rincón a las cosas de Dios, y aun las pisotean con furia desentendida. Olvidamos nuestros prospectos eternos porque nos dedicamos a pensar en nuestros intereses inmediatos. Nuestras circunstancias nos impelen a pensar en objetos rastreros, pero necesitamos la ayuda divina para permanecer en comunión con los asuntos elevados. Necesitamos que alguien nos recuerde estas cosas, y que nos eleve a una región superior de la mente y del corazón.

Algunas veces olvidamos las palabras de nuestro Señor, y somos aturdidos por muchas aflicciones. Un problema sigue a otro: pasamos de la oscuridad a una oscuridad más profunda en nuestra experiencia, y estamos tan preocupados que olvidamos. Cuando más necesitamos la promesa, estamos más inclinados a olvidarla. Hay buenos escalones sólidos a lo largo de todo el Pantano de la Desconfianza; pero cuando un hombre atraviesa ese horrible lugar, a menudo se encuentra tan apurado y desorientado que no puede ver los escalones, sino que más bien se resbala en el lodo profundo donde no hay un lugar firme en el que poner los pies. Es muy malo para nosotros estar en medio de una tormenta y que el ancla se encuentre en casa.

Cuando no requerimos la promesa, la admiramos; pero cuán a menudo es olvidada cuando nos podría prestar el máximo servicio. Necesitamos a alguien que nos esté recordando, un apuntador, un amigo fuera de nuestra vista que nos sugiera la palabra adecuada, pues de lo contrario nos equivocamos y tropezamos, y no hacemos lo que nos corresponde de manera correcta. Es la obra del Espíritu Santo refrescar nuestras memorias.

Yo me temo que algunas veces nuestra memoria falla, porque no estamos particularmente ansiosos de activarla. Ciertos preceptos son tan contrarios a la mente carnal que, si los podemos olvidar, entonces con seguridad lo haremos. Usted saben cuán fácil es, en la lectura que se hace en familia, omitir partes de la palabra de Dios que son demasiado cercanas y personales. Tememos a la navaja que corta demasiado cerca de la piel. ¿Acaso no han sentido alguna mañana cuando sus sirvientes se han congregado a su alrededor, que no podían leer bien un cierto pasaje porque ustedes se habían enojado con ellos, o no habían sido amables, o de alguna forma no se habían comportado como correspondía? Temían que ellos dijeran: "Nuestro patrón y la Biblia no concuerdan." En sus reflexiones privadas se les viene un pensamiento, pero ustedes consideran conveniente ignorarlo porque obstruiría el desarrollo de un plan que ustedes están abrigando. Ustedes tienen la intención de cumplir su propósito, y por tanto, cierran sus ojos frente a un texto inconveniente.

Pero si estamos bajo la guía del Espíritu de Dios, Él nos recordará el deber en el momento oportuno, y daremos nuestro fruto en su estación. Es extremadamente fácil ser sabio después de la insensatez, y tener calma una vez que ha pasado el peligro. Encontramos la luz cuando ya ha transcurrido la noche. Clamamos, "Ay, si yo hubiera sentido ayer lo que siento hoy, de qué manera tan diferente habría actuado." A menudo reaccionamos cuando ya es tarde. Cerramos la puerta con candado después que se han robado el caballo. La fruta fuera de estación es siempre insípida; el olor y el sabor nunca son tan perfectos como en el corazón de la estación.

Oh, que podamos dar fruto en la debida estación; paciencia en la tribulación, valor en el peligro, santidad en la vida, y esperanza en la muerte. Fallamos en hacerlo debido a que esa naturaleza depravada que hay en nosotros, nos conduce a olvidar lo que deberíamos recordar en el momento preciso. El oficio del Espíritu Santo es poner frente a nosotros las palabras de Cristo, en el orden y en el momento precisos. ¿Acaso no necesitan ésto ustedes?

III. Esperando retener su atención piadosa, procedo a observar EL PRIVILEGIO DEL VERDADERO CREYENTE. Es un privilegio del verdadero discípulo, poseer un tutor privado en el Espíritu Santo, que nos recuerda todas las cosas, y que es nuestro Consolador.

El Señor Jesús dice, "Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas." Cristo en Sus palabras nos dio nuestro libro de texto, completo e infalible; pero por causa de nuestra torpeza, necesitamos más. Un joven se ha ido a la universidad: tiene con él todos los libros requeridos, y en ellos encontrará todo lo que necesita para aprender; de la misma manera el Señor Jesús nos ha dado en Sus palabras todo lo que necesitamos saber. Pero el padre de ese joven desea que él se convierta en un hombre instruido, y por tanto contrata a un tutor privado, quien le va a explicar el contenido de los libros. Con la ayuda de su tutor, el libro le sirve al joven mucho más que antes. Si algún pasaje es difícil, el tutor se lo explica; el tutor orienta al joven en cuanto a la manera de leer sus libros de texto, y así puede beneficiarse plenamente de ellos. Espiritualmente este es el oficio del Espíritu Santo: Él nos proporciona la llave con la que se puede abrir el misterio que de otra manera estaría fuera de nuestro alcance.

Él nos enseña realmente. Enseñarles es una cosa muy diferente a hablarles. Una persona puede hablarle a un grupo de jóvenes, sin enseñarles nada. Si yo ansío instruir a un hermano sobre algún punto, no le hablo simplemente, sino que recorro el tema cuidadosamente, resalto cada punto con claridad, repito mis enseñanzas deliberadamente, y las ilustro apropiadamente. El Espíritu de Dios, cuando saca del grupo a un hijo de Dios para hablarle en privado a su corazón, recorre la verdad con él hasta que le queda muy clara y felizmente entendida. Necesitamos que la verdad sea abierta al entendimiento, que sea grabada en el corazón, que se pueda captar realmente, que sea aplicada a la mente, impresa en los afectos, y que sea amada por el alma. Una cosa es oír la Palabra, y otra cosa muy diferente es aprender la Palabra: una cosa es que la Palabra sea dicha y otra cosa muy diferente es que sea enseñada.

El Espíritu enseña a los santos, ya sea de una sola vez o por grados, toda la verdad de Cristo. Ustedes no aprenderán nunca algunas partes de ese todo, a menos que sea en el lecho de enfermos, o cuando atraviesan una profunda depresión de espíritu, o en el luto y en la adversidad; mientras que otras verdades únicamente serán aprendidas en la cumbre de las brillantes montañas de la seguridad y comunión con Dios. La provincia del Espíritu es escribir con fuego la verdad en el alma, grabarla sobre el corazón renovado, y dar a la mente seguridad y certeza en relación a lo que sabe.

Ningún conocimiento es tan seguro como el que el Espíritu Santo comunica a nuestro espíritu. La enseñanza interna es una enseñanza eficaz. Un hombre que es enseñado por Dios sabe, y no puede ser llevado a cuestionar lo que sabe. Hubo un tiempo en el que siempre que yo oía un comentario escéptico, me sentía herido y de alguna manera sacudido. Pero estas mentes desviadas ya no me sacuden más. Hay ciertas cosas de las que estoy tan seguro como lo estoy de mi propia existencia; las he visto, las he probado y las he manejado, y ya superé la etapa de ser convencido de lo contrario por quienes no saben nada acerca de ellas. Yo sería un hombre arruinado si el viejo, viejo Evangelio no fuera verdadero; no habría ningún camino de salvación para mí si no fuera por gracia por medio de la fe en el sacrificio expiatorio; y como sé que no estoy perdido, sino que ciertamente soy un hombre salvo, yo sé que la Palabra que me ha salvado es la verdad de Dios.

Quienes están familiarizados con las realidades espirituales desafían cualquier negación: ellos enfrentan su conciencia íntima contra diez mil escepticismos; si no pueden convencer a otros, ellos mismos sí están convencidos. El Espíritu de Dios debe enseñarnos de una manera secreta, personal, incuestionable y eficaz. Debemos ser conducidos a sentir el poder de la verdad por medio de una inoculación espiritual, de tal forma que penetre en nuestra vida misma, y se convierta en parte y porción de nosotros.

Se nos ha prometido que el Consolador nos enseñará todas las cosas; esto es, todas las cosas que Jesús dijo e hizo. ¿Hemos experimentado este privilegio de tan grande alcance? Hay una gran variedad en el conocimiento de Cristo. Nadie debe pensar que ya ha agotado ese conocimiento. Además, hay una proporción en las palabras de Cristo, y necesitamos conocer todo lo que nuestro Señor ha proclamado. Jesús no enseña únicamente doctrina; algunas personas que profesan ansían doctrina, y únicamente doctrina. Jesús no enseña sólo cosas prácticas: Él enseña la práctica de manera maravillosa, pero también declara doctrina. Nuestro Señor no enseña solamente doctrina o práctica sin experiencia, sino que hace una mezcla perfecta para nuestra edificación.

Algunas personas del pueblo de Dios no quieren saber de nada que no sea doctrina, o por lo contrario, de nada que no sea práctica, o de nada que no sea experiencia, y esto los desvía y los corrompe. Ríndanse al Espíritu de Dios, y Él les enseñará todas las cosas: un poco de aquí, y un poco de allá, aquí un poco de lo que deben saber, allí un poco de lo que deben sentir, y luego un poco de lo que deben hacer.

Recuerden que, especialmente en la parte de lo que deben hacer, el Espíritu de Dios debe ser su maestro. Un joven es colocado como aprendiz en cuanto a un oficio. ¿Cómo lo aprende? Pues, viendo cómo lo hace su maestro y luego haciéndolo él mismo. Al principio arruina el material, y su maestro necesita tener mucha paciencia con él; pero al fin la práctica lo lleva a la perfección, y el aprendiz se convierte en un maestro.

El Espíritu de Dios, con maravillosa condescendencia, nos pone a practicar un poco de paciencia. Pronto nos cansamos de la tarea. Luego Él nos da una oportunidad de sentir amor hacia algún pobre granuja infeliz que navega en los mares agitados de la vida. Tendemos a sentirnos fríos por su ingratitud, y cansados por nuestro fracaso. El Espíritu Santo nos hace practicar la marcha celestial hasta que guardemos el paso con nuestro Señor, y los hombres reconozcan que hemos estado con Jesús, y que hemos aprendido de Él.

Hermanos, ustedes deben guardar las palabras de su Señor, sin ir más allá; pero lograr esto requerirá de la enseñanza privada del Espíritu Santo, y no deben quedarse satisfechos a menos que Él los despierte cada mañana, y abra sus oídos para que oigan lo que tiene que decir, haciendo que sus corazones y sus conciencias entiendan las cosas que los hacen sabios para salvación.

Como necesitamos algo más, en adición a ésto, es una misericordia que lo tengamos. Necesitamos que nuestras memorias sean fortalecidas. Qué memorias tan pobres tenemos en cuanto a las cosas divinas. Como ya lo he dicho, nosotros recordamos cuando ya es demasiado tarde, y así nuestras memorias sirven más bien para ministrar nuestro remordimiento que nuestro desarrollo. No debería ser así, y si nos ponemos bajo la enseñanza del Espíritu de Dios, no seguirá siendo así; Él fortalecerá espiritualmente nuestra memoria. Él trae a menudo la verdad a nuestras mentes; ¿acaso no han descubierto que así es?

Mientras están sentados aquí esta mañana, destellos de luz los han rodeado. Caminos secundarios se han abierto conforme hemos avanzado; nuevas vistas de la verdad han regocijado nuestra visión. Ustedes han exclamado con sorpresa: "¡Nunca había visto eso antes!" Ese es el Espíritu de Dios. Frecuentemente una doctrina es comprendida por ustedes con la fuerza de un nuevo descubrimiento; ustedes habían oído anteriormente esa verdad, pero nunca la habían visto; y el Espíritu se las recuerda con singular vivacidad y fuerza.

Él refresca la mente con recuerdos vívos. Él refresca el corazón con gratitud que funde. Yo he conocido tiempos en los que mi recuerdo del amor de Cristo me ha llevado a sentarme y llorar de puro gozo. Oh, qué gratitud brota del corazón cuando el Espíritu Santo trae a la memoria todo lo que Cristo hizo, y lo oímos decir desde Su cruz: "Yo hice todo esto por ti, ¿qué has hecho tú por mí?" La obra del Espíritu Santo es refrescar la memoria del corazón así como la memoria de la mente. A menudo Él refresca la memoria de la conciencia, lo cual no es una operación muy agradable. He estado haciendo durante años cosas malas sin saber que eran malas. He estado descuidando un deber manifiesto, durante mucho tiempo, pero súbitamente, ese deber ha sido traído a mi recuerdo como una de las cosas que Jesús me dijo. Bendigo al Espíritu Santo por santificarme así al darme una norma más elevada de santidad, y hacerme más cuidadoso acerca de cosas que antes tomaba con ligereza y escasa atención. Esta es una parte de la obra del Espíritu Santo de Dios, recordarnos todas las cosas que Él nos ha dicho.

Estoy seguro que el Espíritu de Dios, a menudo nos bendice trayendo cosas a la memoria de nuestra esperanza. Quizá esta es una forma rara de decirlo; pues, ¿cómo puede la esperanza tener una memoria? Pero yo quiero decir esto, que parece que la esperanza olvida que el Señor ha dicho: "No te desampararé, ni te dejaré." La esperanza parece olvidar que:

"Hay una tierra de puro deleite,
Donde reinan santos inmortales."

Y algunas veces el Espíritu de Dios trae ante nuestras mentes toda esa gloriosa revelación del mundo venidero. ¿Nunca han sentido que la gloria ya ha comenzado aquí? ¿No les ha parecido que las puertas que son perlas estaban, no abiertas a medias, sino completamente abiertas, y no han caminado en espíritu por esas calles de oro puro, llevando la corona para arrojarla a los pies de su Salvador? Entonces ustedes se han dicho: "puedo soportar este dolor, puedo resistir estas depresiones y estas inconveniencias, pues sé que hay preparada para mí una corona de vida que no se corrompe nunca." Así nos recuerda el Espíritu de Dios todas las cosas.

No diré nada más, pero ruego que el Espíritu de Dios venga sobre ustedes hoy mismo, y les recuerde todas las cosas que Cristo ha dicho. Habrá una combinación de recuerdos soleados y recuerdos dolorosos; pero serán benditos recuerdos, todos ellos. Yo pensé cuando estaba preparando el tema para hoy: "todo lo que he predicado durante todos estos años, es tomado de mí y está impreso, de tal forma que no puedo repetirlo; ¿qué haré? Y entonces me vino esta verdad: "Él les enseñará"; "Él les enseñará," y yo le rogué que me enseñara, para que yo pudiera enseñarles a ustedes. Pensé, "Ay, he tenido pensamientos brillantes y chispeantes a veces, pero no se me ocurren en este momento." Me quedé quieto, esperando, y luego pensé que el Espíritu Santo me recordaría todas las cosas que el Señor Jesús ha dicho.

Yo encuentro que mi memoria natural es menos poderosa ahora de lo que fue en los días de mi juventud: ¿acaso, entonces, se me permitirá olvidar las cosas cuando estoy enseñando? No, "él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho." ¡Qué hermoso! He conocido a algunos ancianos cuyos recuerdos se han vuelto tristemente débiles. Supe de uno que no reconocía a sus hijos. Pero nunca he conocido a ningún santo anciano que haya olvidado el nombre del Salvador, o que haya dejado de recordar Su amor. Algunas veces el Espíritu Santo da tal testimonio en el corazón que la memoria es muy fuerte acerca de las cosas divinas, aun cuando pueda fallar en otras cosas espirituales. Así que, mi querido viejo amigo, tú de quien se burlan algunas veces los jóvenes porque tu memoria se ha vuelto como un viejo cedazo que permite el paso de todo; no dejará pasar al Señor, tú siempre sentirás la música de Su nombre. Nunca olvidarás a tu Bienamado aunque llegues a ser tan viejo como Matusalén. Aunque no quede ningún otro nombre en la memoria, guardará el registro de ese nombre. El amor de Cristo no está colocado sobre nosotros como una guirnalda que cuelga de un árbol, sino que está grabado en nosotros, y así como cuando el árbol crece, las letras se van grabando con mayor profundidad y crecen en tamaño cada día.

El Espíritu Santo, que es la vida de los creyentes, escribe cada vez más claramente sobre esa vida, el glorioso y bendito nombre de Jesús. Yo deseo que cualquiera que no conozca a Cristo, clame para que el Espíritu de Dios le enseñe a Cristo. Si anhelan ser salvados, oren para que por medio de Su Espíritu, el Señor Jesucristo los traiga a los lazos del pacto, por causa de Su amor. Amén.


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