Los Dos Talentos

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English: The Two Talents

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Por Charles H. Spurgeon sobre Dinero
Una parte de la serie New Park Street Pulpit

Traducción por Allan Aviles


"Llegando también el que había recibido dos talentos, dijo: Señor, dos talentos me entregaste; aquí tienes, he ganado otros dos talentos sobre ellos. Su señor le dijo: Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor." Mateo 25: 22, 23.

"Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces." Los hombres han de reconocer que todo lo que poseen emana de la Gran Fuente, del dador de todo bien. ¿Tienes talentos? Te fueron dados por el Dios de los talentos. ¿Tienes tiempo? ¿Tienes riqueza, influencia, poder? ¿Tienes dotes de orador? ¿Tienes poderes de pensamiento? ¿Eres poeta, estadista, o filósofo? Cualquiera que sea tu posición y cualesquiera que sean tus dones, recuerda que no son tuyos, sino que te son prestados de lo alto.

Ningún hombre posee algo de suyo, con la excepción de sus pecados. Todos somos inquilinos a discreción. Dios nos ha puesto en sus propiedades, y ha dicho: "Negociad entre tanto que vengo." Aunque nuestros viñedos produzcan los máximos frutos, las viñas pertenecen al Rey, y aunque recibamos cien como nuestro jornal, el Rey Salomón ha de recibir Sus mil. Toda la honra de nuestra habilidad y del uso que le demos, ha de ser para Dios, porque Él es el Dador.

La parábola lo afirma muy categóricamente, pues conduce a cada persona a reconocer que sus talentos proceden del Señor. Aun el hombre que cavó en la tierra y escondió el dinero del Señor, no negó que su talento pertenecía a su Señor; pues aunque su respuesta: "Aquí tienes lo que es tuyo", fue sumamente impertinente, no era, sin embargo, una negación de este hecho. De tal forma que incluso este hombre aventajaba a aquellos que niegan sus obligaciones para con Dios, que menean altivamente sus cabezas ante la simple mención de la obediencia debida a su Creador, y gastan más bien su tiempo y sus poderes en rebelión en contra de Dios que a Su servicio. Oh, que todos fuéramos sabios para creer esta verdad y para ponerla en práctica, ya que es la más evidente de todas: que todo lo que tenemos, lo hemos recibido del Altísimo.

Ahora, hay algunos hombres en el mundo que sólo tienen unos pocos talentos. Nuestra parábola dice: "A uno dio cinco talentos, y a otro dos." A ellos voy a dirigirme esta mañana; y ruego que las pocas cosas hirientes que pudiera decir sean bendecidas por Dios para su edificación o reprensión.

Primero, voy a comentar el hecho de que hay muchas personas que sólo tienen unos pocos talentos, y voy a intentar explicar por qué Dios les reparte pocos talentos. En segundo lugar, les recordaré que incluso por estos pocos talentos han de rendir cuentas. Y, en tercer lugar, voy a concluir haciendo la consoladora observación de que si nuestros pocos talentos son usados correctamente, ni nuestra propia conciencia ni el juicio de nuestro Señor nos condenarán por no rendir más.

I. Entonces, en primer lugar, DIOS HA CREADO A ALGUNOS HOMBRES CON POCOS TALENTOS. Los hombres hablan con frecuencia de los demás como si Dios no hubiere establecido diferencias mentales entre ellos. Un hombre se descubre exitoso y entonces supone que si todos los demás hombres hubiesen sido tan diligentes y perseverantes como él mismo, todos habrían sido necesaria e igualmente exitosos. A menudo escucharán comentarios en contra de algunos ministros que son hombres piadosos y sinceros, pero que no tienen un poder de atracción, y son llamados individuos holgazanes y perezosos porque no pueden provocar mucha conmoción en el mundo, aunque la razón pudiera ser que sólo tengan poco talento, y están haciendo el mejor uso del que tienen, y, por tanto, no debían ser censurados por la pequeñez de lo que son capaces de lograr.

Es un hecho que incluso en nuestro nacimiento hay diferencias, y esto lo debería entender cualquiera. No todos los niños son igualmente precoces, y no todos los hombres son igualmente capaces de aprender o de enseñar. Dios ha establecido diferencias eminentes y maravillosas. No hemos de suponer que toda la diferencia entre un Milton y un hombre que vive y muere sin ser capaz de leer, ha sido generada por la educación. Sin duda hubo originalmente alguna diferencia, y aunque la educación cuenta mucho, no puede hacerlo todo.

El terreno fértil, cuando está bien labrado, necesariamente producirá más que la mejor propiedad cuyo suelo sea duro y estéril. Dios hizo grandes a algunos y estableció las diferencias; y nosotros, al tratar con nuestros semejantes, hemos de recordar esto, para no decir cosas duras de aquellos mismos hombres a quienes Dios dirá después: "Bien, buen siervo y fiel."

Pero ¿a qué se debe que Dios no ha dado a todos los hombres talentos semejantes? Mi primera respuesta es: porque Dios es Soberano, y de todos Sus atributos, el que le agrada manifestar mayormente después de Su amor, es Su soberanía. El Señor Dios quiere que los hombres sepan que tiene el derecho de hacer lo que quiera con lo suyo. Por esto es que la salvación la da a algunos y a otros no; y Su única respuesta a cualquier acusación de injusticia es: "Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: Por qué me has hecho así?" El gusano no debe murmurar porque Dios no lo haya hecho un ángel, y el pez que se desliza en el mar no ha de quejarse por no tener alas para volar hasta los más altos cielos.

Dios tenía el derecho de hacer a Sus criaturas como a Él le agradara, y aunque los hombres cuestionen Su derecho, Él lo mantendrá y lo conservará inviolado en contra de todas las objeciones. Para defender Su derecho y conducir al hombre vano a reconocerlo, nos recuerda continuamente Su soberanía en el otorgamiento de todos Sus dones. "Daré a este hombre" -dice Él- "una mente tan aguda que pueda hurgar en todos los secretos; haré otra mente tan obtusa que únicamente los más sencillos elementos del conocimiento le serán asequibles. Daré a un hombre tal riqueza de imaginación, que acumulará una montaña de imágenes tras otra hasta que su lenguaje parezca alcanzar una majestad celestial; daré a otro hombre un alma tan lerda que nunca será capaz de generar algún pensamiento poético."

¿Por qué es esto así, oh Dios? La respuesta nos llega: "¿No me es lícito hacer lo que quiero con lo mío?" "(Pues no habían aún nacido, ni habían hecho aún ni bien ni mal, para que el propósito de Dios conforme a la elección permaneciese, no por las obras sino por el que llama), se le dijo: El mayor servirá al menor." Y así está escrito en lo concerniente a los hombres que uno de ellos será más grande que el otro; uno inclinará su cuello, y el otro le pondrá su pie encima, pues el Señor tiene el derecho de disponer de lugares y dones, de talentos y de riqueza, según sea agradable a Sus ojos.

Ahora, la mayoría de los hombres altercan con esto. Pero observen que la cosa de la que se quejan en Dios, es exactamente la misma cosa que aman en ustedes mismos. A todo individuo le agrada sentir que tiene un derecho a hacer con lo suyo lo que le plazca. Todos nosotros queremos ser pequeños soberanos. Ustedes quieren dar su dinero libre y liberalmente a los pobres; pero si alguno de ellos impertinentemente les exigiera algo porque tiene un derecho a su caridad, ¿le darían algo? Ciertamente no; ¿y quién pondría en tela de juicio la grandeza de su generosidad al negárselo?

Sucede lo mismo que en esa parábola que encontramos en uno de los evangelistas, en la que se nos dice que, después de que los hombres habían laborado, algunos de ellos durante doce horas, otros, seis horas, y otros solamente una hora, el Señor le dio a cada uno un denario. ¡Oh!, yo inclinaría mansamente mi cabeza, y diría: "Señor mío, ¿me has dado un talento?; entonces yo te bendigo por ello, y te ruego que me concedas gracia para usarlo correctamente. ¿Le has dado a mi hermano diez talentos? Te doy gracias por la grandeza de Tu amabilidad para con él; pero no le envidio ni me quejo de Ti." ¡Oh, que tuviésemos un espíritu que siempre se inclinara delante de la soberanía de Dios!

Además: Dios da a uno cinco talentos, y a otro dos talentos, porque el Creador es un amante de la variedad. Se ha dicho que el orden es la primera ley del cielo; ciertamente la variedad es la segunda, pues en todas las obras de Dios hay una diversidad sumamente hermosa. Contemplen los cielos durante la noche: no todas las estrellas brillan con el mismo fulgor, ni están colocadas sobre líneas rectas como las lámparas de nuestras calles. Luego vuelvan su mirada hacia abajo: vean en el mundo vegetal cuántas distinciones hay, que van desde el cedro del Líbano hasta el hisopo que nace en la pared, o el musgo que es todavía más pequeño. Miren cómo desde el enorme árbol gigantesco que da la impresión de que bajo sus ramas podría resguardarse todo un ejército, hasta el diminuto liquen, Dios ha hecho todo muy hermoso, pero todo lleno de variedad.

Contemplen cualquier árbol, si quieren: vean cómo cada hoja difiere de su vecina; cómo incluso cada uno de los pequeños capullos diminutos que se están abriendo en este instante al olor del perfume de la primavera que se aproxima, difieren el uno del otro; no hay dos iguales. Miren nuevamente al mundo animado: Dios no ha hecho a cada criatura semejante a la otra. Cuán amplio es el rango desde el elefante colosal hasta el conejo que establece su guarida en la roca; desde la ballena que pinta de blanco el abismo con sus latigazos hasta el diminuto pececillo que surca el arroyo; Dios ha hecho todas las cosas diferentes, y vemos variedad por doquier.

No dudo que suceda lo mismo en el cielo, pues hay "tronos, y dominios, y principados, y potestades": diferentes rangos de ángeles, tal vez, que se elevan de una categoría a la otra. "Una estrella es diferente de otra en gloria." ¿Y por qué no habría de ser válida la misma regla para la humanidad? ¿Acaso Dios nos forma a todos con el mismo molde? No parece que fuera así, pues no ha hecho nuestros rostros iguales; no se puede decir que haya dos caras exactamente iguales, pues si hubiese alguna semejanza, hay también una diversidad manifiesta.

Entonces, ¿deberían ser semejantes las mentes? ¿Deberían ser moldeadas las almas de la misma manera? ¿Debería reducirse la creación de Dios a una gran fábrica en la que todo fuera fundido en el mismo fuego y derramado en el mismo molde?

No, por causa de la variedad, Él hará a un hombre un renombrado David, y a otro lo hará un desconocido escudero de David; hará que un hombre sea Jeremías, que habrá de profetizar, y de otro hará un Baruc, que únicamente leerá la profecía; uno será rico como Epulón, y otro será pobre como Lázaro; uno hablará con una voz fuerte como el trueno, y otro será mudo; uno será poderoso en palabra y doctrina, y otro será débil en oratoria y lento en palabras. Dios quiere tener variedad, y el día vendrá cuando, mirando al mundo desde arriba, veremos que la belleza de su historia está fuertemente endeudada con la variedad de caracteres que participaron en ella.

Pero avancemos un poco más. Dios tiene una razón más profunda que esta. Dios da a algunos hombres sólo unos cuantos talentos, pues tiene muchas pequeñas esferas y quiere que estas sean llenadas. Hay un gran océano, y necesita habitantes. Oh, Señor, Tú has hecho a Leviatán para que nade en él. Hay una gruta secreta, una caverna oculta, muy lejos en las profundidades del mar; su entrada es muy pequeña; si no hubiese otros seres que un Leviatán, se quedaría sin un inquilino para siempre: un pececito es formado, y ese pequeño espacio se convierte en un océano para él.

Hay miles de ramas y de ramilletes en los árboles del bosque; si todas las aves fueran águilas, ¿cómo serían alegrados los bosques con los cantos, o cómo podría disfrutar cada ramita de su ave cantora? Pero debido a que Dios quiere que cada ramita tenga su propia música, hizo que el ave cantora se posara en ella. Cada esfera ha de tener la criatura que la ocupe, adaptada al tamaño de la esfera.

Dios actúa siempre económicamente. ¿Tiene el propósito de que un hombre sea el pastor de alguna pequeña parroquia de cuatrocientos o quinientos habitantes? ¿De qué serviría que le diera a ese hombre las habilidades de un apóstol? ¿Tiene Dios el propósito de que una mujer sea la humilde maestra de sus propios hijos en casa, una tranquila preceptora de su propia familia? ¿No la turbaría y la lesionaría si Dios la hiciese una poetisa, y le diera dones que electrizaran a una nación? La pequeñez de sus talentos la equiparán hasta un cierto grado para la pequeñez de su esfera. Hay un joven que es muy capaz de ayudar en una escuela para niños pobres: tal vez si tuviese un genio más elevado podría desdeñar el trabajo, y así la escuela para niños pobres se quedaría sin su excelente maestro.

Hay pequeñas esferas, y Dios quiere tener hombres pequeños para que las ocupen. Hay posiciones que representan un importante deber, y se encontrarán hombres con nervios y músculos adecuados para esa labor. Él ha hecho una estatua para cada nicho, y un cuadro para cada porción de la galería; ninguna parte se quedará desocupada; pero como algunos nichos son pequeños, así serán las estatuillas que los ocupen. A algunos les da dos talentos, porque dos son suficientes, y cinco serían demasiados.

Además, Dios da a los hombres dos talentos porque en ellos manifiesta a menudo la grandeza de Su gracia para salvar almas. Ustedes han escuchado acerca de un ministro que era profundamente ilustrado en conocimientos sagrados; su sabiduría era profunda, y su lenguaje elegante. Bajo su predicación muchas personas fueron convertidas. ¿Acaso no oyeron nunca -tal vez no fue dicho con toda claridad aunque sí fue sugerido- que mucho de su éxito era atribuible a su erudición y a su elegante oratoria?

Pero, por otro lado, se habrán encontrado con alguien que es áspero en su forma de hablar, de modales toscos y evidentemente sin grandes logros literarios; sin embargo, Dios le ha dado a ese hombre el único talento de un corazón sincero; habla como un hijo del trueno; con un lenguaje áspero y severo denuncia el pecado y proclama el Evangelio; bajo su predicación, cientos son convertidos. El mundo lo escarnece: "no puedo ver ninguna razón para ello" -dice el erudito- "todo es basura, plática vacía; el hombre no sabe nada." El crítico toma su pluma, le limpia la punta, la hunde en la tinta más amarga que pueda encontrar, y escribe una historia sumamente deleitable de ese hombre, en la que llega tan lejos como para afirmar todo tipo de calumnias, -tal vez no diga que ve cuernos sobre su cabeza- pero, con la excepción de eso, dice casi todo lo demás. Ese hombre es todo lo que sea malo, y nada que sea bueno. Lo denuncia exhaustivamente. Es insensato, es vano, es ruin, es altivo, es inculto, es vulgar. No existe una palabra en el idioma inglés que fuera lo suficientemente mala para él, por lo que debe acuñarse una que lo sea.

Y ahora, ¿qué dice la iglesia? ¿Qué dice el propio hombre? "Sí, Señor; gloria sea a Ti por siempre, puesto que lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es." Así que parecería que Dios recibe algunas veces mayor gloria de lo pequeño que de lo grande; y no dudo que Dios haya creado a algunos de ustedes con poco poder para hacer el bien, con poca influencia, y con una esfera reducida, para manifestar a los ángeles, en el último gran día, cuánto puede hacer en un poco espacio.

Ustedes saben, queridos amigos, que hay dos cosas que siempre atraerán nuestra atención. Una es la habilidad incorporada a una corpulencia estupenda. Vemos al gigantesco navío, al Leviatán, y nos maravilla que el hombre haya podido fabricarlo; en otro momento vemos un elegante objeto de arte que ha de estar colocado sobre una superficie menor a una pulgada cuadrada, y decimos: "bien, entiendo cómo pueden fabricar los hombres un navío gigantesco, pero no puedo comprender cómo un artista pueda tener la paciencia y la habilidad para hacer una cosa tan diminuta como esta."

Y, ¡ah!, amigos míos, me parece que Dios no es un Dios más grande para nuestro entendimiento cuando vemos los campos sin fronteras del éter y los incontables astros que flotan en él, que cuando vemos a una humilde mujer aldeana, y contemplamos la perfecta palabra de Dios cumplida en su alma, y la más alta gloria de Dios obrada con su poco talento. Seguramente si el hombre puede honrarse en lo pequeño así como también en lo grande, el Infinito y Eterno se glorifica mayormente cuando se inclina a la pequeñez de la humanidad.

II. Nuestra segunda proposición era que incluso POR UNOS CUANTOS TALENTOS HABRÁ QUE DAR CUENTAS. Cuando pensamos en el día del juicio, somos muy propensos a imaginar que algunos individuos estarán sujetos a un proceso más riguroso que los demás. Yo sé que muchas veces, cuando he estado leyendo la historia de Napoleón, he dicho involuntariamente: "he aquí un hombre de tremenda habilidad, el señor del mundo; se requerirían doce siglos para producir otro hombre semejante; pero aquí tenemos a un hombre que prostituye toda su habilidad ante la ambición, que conduce a sus ejércitos como una inundación destructora que arrasa todos los países, que hace enviudar a las esposas, y deja sin padres a los hijos, no por cientos, ni por miles, sino por millones. ¿Cuál habrá de ser su solemne rendición de cuentas cuando esté delante del trono de Dios? ¿No se levantarán testigos de los campos de España, de Rusia, de Italia, de Egipto, de Palestina, y denunciarán al hombre que, para gratificar su propia ambición audaz, los condujo a la muerte?"

Pero por favor recuerden que aunque Napoleón habrá de ser un prisionero delante del tribunal, cada uno de nosotros también deberá presentarse allí. Y aunque nuestra posición no sea muy alta, y no hayamos estado sobre el pináculo de la fama, habremos estado lo suficientemente alto para quedar bajo la observación del Altísimo, y habremos tenido la habilidad y el poder suficientes para hacer el mal en el mundo, y para tener que rendir cuentas por ello.

"¡Oh!", -dijo alguien- "yo pensé que en verdad en el día del juicio me pasaría por alto; no he sido un Tom Paine; no he sido un líder entre ruines infieles vulgares; yo no he sido un homicida; no he sido un príncipe en medio de los pecadores; no he sido un perturbador de la paz pública; los pocos pecados que he cometido se han producido sin ruido; nadie ha oído hablar de ellos; no creo que mi mal ejemplo haya ido muy lejos; tal vez mis hijos no han sido muy bendecidos por mi comportamiento, mas, sin embargo, la mía ha sido sólo una pequeña cantidad de maldad, demasiado pequeña para haber podido envenenar a alguien que estuviera a mi lado. ¡He sido, en general, tan tolerablemente moral que aunque no podría decir que he servido a Dios, mis desviaciones del sendero del deber han sido en verdad inapreciables!"

¡Ah, en verdad amigos!, podrían considerarse lo más pequeños que quisieran, pero querer hacerse insignificantes no los excusará. ¡Muy poco les ha sido confiado! Entonces tienen menos problemas para hacer uso de sus talentos. El hombre que tienen muchos talentos requiere de una labor más ardua para usarlos a todos. Podría decir la excusa que le pareció que cinco talentos eran demasiados para ponerlos en el mercado a la vez; tú tienes sólo uno; cualquiera puede poner su único talento al interés: no te costaría mucho hacer eso; y en tanto que vivas y en tanto que mueras sin haber incrementado ese único talento, tu culpa se verá incrementada en grado sumo por el simple hecho de que tu talento no era sino pequeño, y, consecuentemente, el dilema de usarlo no podía ser sino pequeño también. Si tenías poco, Dios requería poco de ti; vamos, entonces, ¿acaso no produjiste eso? Si un hombre pone una casa en renta al precio de una libra esterlina por año -sin importar cuán pequeña sea la casa para el valor de la renta- si no cobrara su renta no tendría ni la mitad de la excusa que tendría si su renta hubiese sido de cien libras y no la hubiese podido cobrar. Tú serás más inexcusable en razón de lo poco que se requería de ti. Entonces, permítanme dirigirme a ustedes para recordarles que han de rendir cuentas.

Recuerda, querido lector, que en el día del juicio tu rendición de cuentas habrá de ser personal; Dios no te preguntará qué hizo tu iglesia; Él te preguntará qué hiciste tú mismo. Ahora, hay una escuela dominical. Si Dios juzgara a todos los miembros de la iglesia como un cuerpo, cada uno de ellos diría: oh Señor, como un cuerpo teníamos una excelente escuela dominical, y teníamos muchos maestros, y así se excusarían a sí mismos.

Pero no es así; uno a uno, todos los profesantes habrán de concurrir delante de Él. "¿Qué hiciste por la escuela dominical? Yo te di el don para que enseñaras a los niños, ¿y qué hiciste? ¿Qué hiciste tú? Tú no debes responder ahora por el grupo con el que estabas unido, sino por ti como un individuo. "Oh" -dirá alguno- "había un gran número de ministros pobres; yo estaba en el Surrey Hall, y se hicieron muchas cosas por ellos." No; ¿qué hiciste tú? Has de ser responsabilizado personalmente por tu propia riqueza, por tu propia habilidad.

"Bien" -dirá alguien- "me alegra decir que hay mucha más predicación ahora de la que solía haber; las iglesias parecerían estar muy activas." Sí, amigo, y parecieras tomar parte del crédito para ti. ¿Predicas más tú de lo que solías predicar? Tú eres un ministro; ¿haces tú algún mayor esfuerzo? Recuerda que no es de lo que tus hermanos están haciendo, sino de lo que tú estás haciendo de lo que se te pedirá cuentas en el tribunal de Dios; y a cada uno de ustedes le será hecha esta pregunta: "¿Qué has hecho con tu talento?" Todo tu vínculo con las iglesias no te servirá de nada; son tus acciones personales: tu servicio personal hacia Dios es el que será demandado de ti como una evidencia de gracia salvadora. Y si otros están ociosos -si otros no le dan a Dios lo que le es debido- con mucha mayor razón tú debiste haber sido sumamente diligente en hacerlo.

Recuerda, además, que tu rendición de cuentas tendrá que ser particular. Dios entrará en todos los mínimos detalles. En el día del juicio no tendrás que hacer un apresurado reporte global, sino que cada inciso será leído. ¿Puedes probar eso? Sí. "Mas yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio."

Ahora, es en los detalles que los hombres se descarrían. "Bien" -dirá alguien- "si considero mi vida a grandes rasgos, no me avergüenzo mucho de ella, pero son esos pequeños detalles, esos ínfimos detalles: ellos conforman la parte problemática de rendir cuentas con los cuales uno no se querría involucrar."

¿Sabes que todo el día de ayer se constituyó de pequeñeces? Y las cosas de hoy son todas pequeñas, y lo que hagas mañana serán todas cosas pequeñas. De la misma manera que las diminutas conchitas forman los montes de caliza, y los montes de caliza conforman cordilleras, así las acciones triviales conforman las cuentas completas, y cada una de ellas ha de ser seccionada aisladamente. Tú tenías una hora disponible el otro día: ¿qué hiciste? Tenías una voz: ¿cómo la usaste? Contabas con una pluma y podías usarla: ¿cómo la empleaste? Cada pormenor será descubierto, y se demandará una cuenta por cada uno de ellos.

Oh, que fueran sabios y que no menospreciaran este asunto, sino que tomaran cada nota de la música de su comportamiento, y buscaran poner en armonía a cada una de las notas con su vecina, para que, después de todo, no se demuestre que el salmo de su vida ha sido una horrible disonancia. Oh, que ustedes que están sin Dios recordaran que su vida es seguramente tal que el juicio del último gran día ha de concluir en su condenación.

Además, esas cuentas serán muy exactas, y no habrá manera de excluir esos nimios detalles. "¡Oh!, fueron en verdad unos cuantos pecadillos y unos asuntos muy ínfimos; no llevé la cuenta de ellos." Pero de todos ellos se hará un inventario en aquel momento. Cuando Dios llegue para examinar nuestros corazones al final, los pecados de un centavo lo mismo que las iniquidades de una libra esterlina, todo será presentado en nuestra contra, y se rendirán cuentas exactas.

Recuerden, además, por último, y siempre sobre el mismo punto, que las cuentas serán muy imparciales en el día del juicio, cuando todo será juzgado sin ninguna referencia a su condición. El príncipe será convocado para dar cuenta de sus talentos, y a su lado habrán de estar su cortesano y su esclavo. El más poderoso emperador ha de estar ante el tribunal de Dios, lo mismo que el más ínfimo aldeano. Todos habrán de presentarse y ser juzgados de acuerdo a los actos que han hecho en el cuerpo.

En cuanto a nuestras profesiones, estas no nos servirán de nada. Podríamos haber sido los más altivos hipócritas que hayamos enfermado al mundo con nuestra altivez, pero habremos de ser escudriñados y examinados, de igual manera que si hubiésemos sido los más viles pecadores. Debemos tener nuestro propio juicio delante del eterno tribunal de Dios, y nada podría sesgar a nuestro Juez, o conducirlo a dar una opinión a favor o en contra nuestra, aparte de la evidencia.

¡Oh, cuán solemne tornará esto al juicio, especialmente si no contamos con la sangre de Cristo como argumento! El gran Abogado obtendrá una absolución para Su pueblo, por medio de Sus méritos imputados, aunque su pecado en sí mismo los condenaría. Pero recuerden que sin Él no seremos capaces nunca de soportar la ordalía de fuego del terrible día del juicio final.

"Bien" -dijo un viejo predicador- "cuando la ley fue dada, todo el monte Sinaí humeaba, y se derritió como cera; pero cuando el castigo de la ley sea impartido, la tierra entera temblará y se descorazonará. Pues ¿quién podrá soportar el día de Jehová, el día del ardor de la ira de Dios?"

III. El último punto es que SI POR LA GRACIA DIVINA -y es únicamente por la gracia divina que esto puede ser logrado- NUESTROS DOS TALENTOS SON CORRECTAMENTE USADOS, EL HECHO DE QUE NO HAYAMOS TENIDO CINCO NO SERÁ UN DETRIMENTO PARA NOSOTROS.

Cuando muere un hombre que ha sobresalido en el seno de la iglesia, un triunfante guerrero de la verdad, ustedes dicen que los ángeles se agolparán a las puertas del cielo para verlo, pues fue un héroe vigoroso que hizo mucho por su Señor. ¡Un Calvino o un Lutero, con cuántas aclamaciones habrán de ser recibidos! Son hombres con talentos, que han sido fieles a los que les fue confiado.

Sí, pero, ¿no saben ustedes que hay muchos pastores de humildes aldeas cuyos rebaños no llegan ni a cincuenta personas, que se afanan arduamente como si se tratase de sus vidas, que pasan horas orando por su bienestar, que usan toda la poca habilidad que poseen en sus esfuerzos para ganar esas personas para Cristo; y se imaginan ustedes que su entrada al cielo será menos triunfante que la entrada de hombres de la talla de Lutero?

Si así fuera, no saben cómo trata Dios con Su pueblo. Él les da recompensas, no de conformidad a la grandeza de los bienes que les fueron confiados, sino de acuerdo a su fidelidad para con ellos, y quien ha sido fiel sobre poco, será tan recompensado como aquel que ha sido fiel sobre mucho.

Quiero que vayan rápidamente al capítulo 25 de Mateo para ver esto. Notarán, primero, que el hombre que tenía dos talentos acudió a su Señor con la misma confianza que el hombre que tenía cinco. "Señor, dos talentos me entregaste; aquí tienes, he ganado otros dos talentos sobre ellos." Estaré obligado a decir que mientras ese pobre hombre con los dos talentos estaba negociando con ellos, frecuentemente miraba a su vecino que tenía cinco talentos, y decía: "¡oh, yo desearía hacer tanto como mi vecino! Ahora vean, él tiene cinco talentos que invertir, y cuántos intereses está recibiendo cada año; ¡oh, que yo pudiera lograr el mismo rendimiento!" Y conforme seguía adelante, oraba a menudo: "oh señor mío, dame una mayor habilidad, y mayor gracia para servirte, pues anhelo hacer más." Y cuando se sentaba a leer su diario personal, pensaba: "ah, este diario no dice mucho. No hay un relato de mi recorrido a lo largo de cincuenta condados; no puedo decir cómo he viajado de región a región como lo hizo Pablo, para predicar la verdad. No; me he tenido que quedar en esta parroquia, y casi me he muerto de hambre, trabajando arduamente para esta gente, y si he agregado algunas diez o doce personas a la iglesia, eso ha sido algo muy exitoso para mí. Vamos, oigo que el señor Fulano de Tal tuvo el privilegio de agregar doscientas o trescientas personas en un año; ¡oh, que yo pudiera hacer eso! Seguramente cuando vaya al cielo, me deslizaré de alguna manera por la puerta, mientras que él, por la gracia, tendrá la oportunidad de entrar con determinación, llevando sus gavillas con él."

Ahora, detente, hombre de poca fe, detente; tu Señor no tratará así contigo. Cuando llegue la hora de tu muerte, por Su gracia tú sentirás tanta confianza al morir con tus dos talentos bien invertidos, como tu hermano con sus diez, pues cuando llegues allá, contarás con la dulce presencia de tu Señor, y dirás: "estoy completo en Cristo. La justicia de Cristo me cubre de la cabeza a los pies, y ahora mirando atrás a mi vida pasada, puedo decir: 'bendito sea Su santo nombre'. Es poco lo que podía hacer, pero he hecho todo lo que podía hacer por Él. Sé que perdonará mis defectos, y remitirá mis fracasos, y nunca miraré hacia atrás a mi cargo en la humilde aldea sin sentir mucho gozo, porque el Señor me permitió trabajar allí."

Y, oh, me parece que el hombre tendrá incluso un encomio más rico en su propia conciencia, que el hombre que ha sido más públicamente aplaudido, pues se puede decir a sí mismo, después de haber puesto toda su confianza en Cristo: "bien, estoy seguro que no hice esto por fama, pues florecí sin ser visto; he perdido mi dulzura con el aire del desierto. Nadie se ha enterado jamás de mis actos; lo que yo hice se quedó entre mi Dios y yo, y puedo rendirle mis cuentas y decirle: 'Señor, lo hice por Ti, y no para honrarme a mí mismo.'"

Sí, amigos, podría hablarles ahora de muchas decenas de evangelistas denodados en esta nuestra tierra, que están trabajando más que cualquiera de nosotros, y, sin embargo, se llevan mucho menos honor. Sí, y podría mencionarles una gran cantidad de misioneros de la ciudad, cuyo arduo trabajo por Cristo está más allá de cualquier medida de alabanza, que nunca alcanzan una gran recompensa aquí; es más, que se enfrentan con desaires y desatenciones. Vean al pobre hombre cómo comienza sus tareas tan pronto se va de su lugar de adoración hoy. Tiene tres horas esta tarde para pasarlas con los enfermos, y después lo verán trabajar el lunes por la mañana. Tiene que ir de casa en casa pero a menudo recibe portazos en su cara, a menudo se ve expuesto a la gentuza y a los borrachos, y recibe burlas y escarnios, y se reúne con personas de todas las persuasiones religiosas o que no tienen ninguna persuasión. Continúa trabajando arduamente; tiene su pequeña reunión por la noche, y allí reúne un pequeño rebaño y ora con ellos, y de vez en cuando consigue la conversión de un hombre o de una mujer; pero no se lleva ninguna honra. Sólo le presenta al ministros al recién convertido, y le dice: "señor, aquí está un buen hombre; creo que ha sido reclutado; ¿podría bautizarlo y recibirlo en su iglesia?" El ministro recibe todo el crédito por eso, pero en cuanto al pobre misionero citadino, no se menciona nada de él o en todo caso muy poco. Tal vez se da algunas veces la sola mención de su nombre: el señor Brown, o el señor Smith, pero la gente no tiene una mayor consideración de él, excepto, tal vez, como un objeto de caridad que han guardar, aunque él es el hombre que les da la caridad, dando toda la savia y la sangre y la médula de su vida a cambio de unas pobres 60 libras esterlinas por año, cantidad que dista de satisfacer las necesidades básicas de su familia. Pero cuando él muera, amigo mío, no tendrá una menor aprobación de su conciencia que el hombre al que se le permitió pararse delante de multitudes y que alzó a la nación al nivel de excitación por causa de la religión. Él se presentará delante de su Señor vestido con la justicia de Cristo, y con un rostro desprovisto de bochorno dirá: "Señor, dos talentos me entregaste; aquí tienes, he ganado otros dos talentos sobre ellos."

Además, y para concluir, ustedes podrán advertir que no hubo ninguna diferencia en el encomio de su Señor, ni tampoco ninguna diferencia en su recompensa. En ambos casos dijo: "Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor." Aquí viene Whitfield, el hombre que se presentó ante veinte mil personas congregadas para predicar el Evangelio, quien en Inglaterra, Escocia, Irlanda y América, testificó la verdad de Dios, y que podía contar en miles a sus convertidos, ¡incluso por un solo sermón! Aquí viene, el hombre que soportó persecución y escarnio, pero que no fue atemorizado; el hombre de quien el mundo no era digno, que vivía para sus semejantes, y que por fin murió por su causa: pónganse de pie, ángeles, mientras el Señor lo toma de la mano y dice: "¡Bien, muy bien, buen siervo y fiel; entra en el gozo de tu Señor!" Vean cómo la gracia inmerecida honra al hombre a quien habilitó para actuar valientemente.

¡Pero presten atención! ¿Quién viene allá? Es una pobre criatura que se ve muy descarnada, que en la tierra era tísica; de vez en cuando brotaba un rubor hético en sus mejillas, y tuvo que permanecer acostada durante tres años en su lecho de enferma. ¿Acaso sería la hija de un príncipe, ya que parece que el cielo está haciendo mucho alboroto por causa de ella? ¡No, ella era una pobre muchacha que ganaba su sustento con su aguja de costurera, y que trabajó hasta consumirse! ¡Puntada, puntada, puntada, de la mañana a la noche! Y aquí viene. Descendió prematuramente a la tumba, pero aquí viene semejando gavillas de mieses plenamente maduras, para entrar al cielo; y su Señor dice: "bien hecho, buena y fiel sierva, sobre poco has sido fiel, te pondré a gobernar muchas cosas; entra en el gozo de tu Señor." Ella toma su lugar junto a Whitfield. Pregunten qué fue lo que hizo, y descubrirán que solía vivir en una casucha escondida en un oscuro callejón de Londres; y otra pobre muchacha acostumbraba venir para trabajar con ella, y esa pobre muchacha, cuando vino la primera vez a trabajar con ella, era una alegre y volátil criatura, y esta jovencita tísica le contó de Cristo; y solían -cuando se sentía bastante bien- ingeniárselas para asistir a la capilla o a la iglesia juntas. Al principio le resultaba difícil convencer a la otra chica que fuera, pero la presionaba amablemente; y cuando la chica se descarrió un poco, la otra nunca se rindió. Solía decirle: "oh Juana, yo quisiera que amaras al Salvador"; y cuando Juana no estaba con ella, solía orar por ella, y cuando Juana estaba junto a ella, oraba con ella; y de vez en cuando, mientras cosía, le leía una página de la Biblia, pues la pobre Juana era analfabeta. Y con muchas lágrimas procuraba hablarle del Salvador que la amaba y que se había entregado por ella. Por fin, después de muchos días de firme persuasión, y de muchas horas de tristes desilusiones, y de muchas noches de desvelo y de oraciones salpicadas de lágrimas, por fin vivió para ver que la joven profesara su amor por Cristo; y la dejó y se enfermó, y estuvo en cama hasta que fue llevada al hospital, donde murió. Cuando estaba en el hospital solía tener a su lado unos cuantos folletos, y los distribuía entre quienes venían a verla; procuraba, si podía, atraer a las mujeres a su alrededor y les daba los folletos. Cuando ingresó al hospital y todavía podía levantarse, acostumbraba ponerse al lado de alguna moribunda si la enfermera se lo permitía; hasta que al fin se puso muy enferma y le pedía a una pobre mujer que estaba al otro lado de la sala y que se estaba recuperando y ya iba de salida, que viniera y le leyera un capítulo de la Biblia; no que quisiera que le leyera para su propio beneficio, sino para beneficio de la lectora, pues pensaba que su corazón podría ser conmovido mientras le estaba leyendo. Por fin esta pobre muchacha murió y durmió en Jesús; y la pobre costurera tísica escuchó que le decían: "Bien" -¿y qué más le podría haber dicho un arcángel?- "esta ha hecho lo que podía."

Vean, entonces, el encomio del Señor; y la recompensa final será igual para todos los hombres que hubieren usado bien sus talentos. ¡Ah!, si hubiera grados de gloria, no serán distribuidos de acuerdo a nuestros talentos, sino a nuestra fidelidad en usarlos. En cuanto a si hay grados o no, no lo sé; pero esto sí sé: el que hace la voluntad de su Señor, oirá que se le dice: "Bien, buen siervo y fiel."

Y ahora, amigos, solamente esta palabra. Les he dicho que hay muchas personas en nuestra denominación que están predicando el Evangelio continuamente. Debería traerles algunas cuantas de las cartas que nos escriben los pobres ministros, pero algunas veces pienso que esto sería una violación de la delicadeza, y no quisiera hacerlo. Pero cuando lo hice en algún año, la colecta fue casi el doble de lo que normalmente es; así que creo que puedo romper la etiqueta para ayudarles. Sin embargo, puedo asegurarles solemnemente que si hay pobreza en cualquier lugar, ha de encontrarse entre los ministros de las iglesias bautistas, y lamento decir que una de las causas de esa pobreza es atribuible a la propia gente, pues no tienen el hábito de dar y por eso sus ministros padecen hambre.

Ahora, si Cristo ha de decir en el más allá: "Bien" a muchos humildes predicadores, ¿creen ustedes que Él tenga la intención de que se mueran de hambre con ingresos de 30 o 40 libras esterlinas por año mientras estén aquí? Ahora, hermanos, si Cristo ha de decir: "Bien" al final, podemos anticipar Su veredicto, y decir nosotros: "bien hecho hoy." ¿Y cómo podemos decir "bien" de mejor manera que quitando el bozal al buey que trilla, y dándoles a estos pobres ministros algo de nuestro propio dinero, conforme Dios nos ayude, para que sus necesidades se vean solventadas? Habrá un buen número de personas que dependerá el año entrante de lo que ustedes den este año; tal vez ustedes recuerden esto y les ayuden. Un amable caballero que usualmente asiste aquí, dice: "no pude asistir hoy, así que envío mi libra esterlina para que sea colocada en la caja de la colecta junto al ministro." Y yo confío que si hay personas que están ausentes aquí hoy pero que asistirán el próximo domingo, no olvidarán esta colecta. Esta colecta es siempre muy dilecta para el corazón de mi iglesia.


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