Un Cantar entre los Lirios

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English: A Song Among the Lilies

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Por Charles H. Spurgeon sobre Salvación
Una parte de la serie Metropolitan Tabernacle Pulpit

Traducción por Allan Aviles


"Mi amado es mío, y yo suya; Él apacienta entre lirios." Cantar de los Cantares 2: 16.

o, empezamos por el principio y describimos el retorno del pecador, en el que vuelve su rostro hacia su Dios, y por primera vez da una evidencia práctica de vida espiritual en su alma (1). Se levanta, viene a la casa de su Padre, y es rápidamente estrechado contra Su pecho, es perdonado, es aceptado y hay mucho regocijo por él.

Esta mañana vamos a avanzar una gran distancia desde esa etapa, para llegar hasta una posición que podría llamar la propia cima y el súmmum de la vida espiritual. Quisiéramos conducirlos, desde el umbral hasta la alcoba más recóndita, desde el atrio de afuera hasta el Santo de los Santos (2, 3); y pedimos al Espíritu Santo que habilite a cada uno de los que hemos entrado por Cristo Jesús, la puerta, para que pasemos confiadamente al lugar secreto de los tabernáculos del Altísimo, y cantemos con un corazón jubiloso las palabras de nuestro texto, "Mi amado es mío, y yo suya."

"Pues Él es mío y yo soy Suyo,
El Dios a quien yo adoro;
Mi Padre, Salvador y Consolador,
Ahora y para siempre."

Este pasaje describe un excelso estado de gracia y es digno de advertir que la descripción está llena de Cristo. Esto es instructivo, pues no se trata de un caso excepcional, sino únicamente de un cumplimiento de una regla general. Nuestra estimación de Cristo es el mejor indicador de nuestra condición espiritual; así como el termómetro sube en proporción al calor incremental del aire, así nuestra estimación de Jesús sube conforme nuestra vida espiritual crezca en vigor y fervor. Dime lo que piensas de Jesús y yo te diré qué es lo que debes pensar de ti. Cristo es todo para nosotros, sí, es más que todo lo demás, cuando estamos enteramente santificados y llenos del Espíritu Santo.

Cuando el orgullo del yo llena el alma, hay poco espacio para Jesús; pero cuando Jesús es plenamente amado, entonces el yo es sometido, y el pecado es echado fuera del trono. Si tenemos en poca consideración al Señor Jesús, tenemos un gran motivo para juzgarnos espiritualmente ciegos, y desnudos, y pobres y miserables. El rebelde desprecia a su legítimo soberano, pero el cortesano favorecido es entusiasta en su alabanza de su soberano. Cristo crucificado es el revelador de muchos corazones, la piedra de toque por medio de la cual el oro puro y el metal espurio son reconocidos; su propio nombre es como fuego purificador, y como jabón de lavadores; los falsos profesantes no pueden soportar el escrutinio, pero los verdaderos creyentes triunfan en la prueba. Nosotros crecemos en la gracia cuando crecemos en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Si todo lo demás es echado fuera, y Cristo llena todo el espacio de nuestra alma, entonces, y sólo entonces, pasamos de la vanidad de la carne a la verdadera vida de Dios.

Amados, para un hombre verdaderamente espiritual, los hechos más grandiosos del mundo entero no son el nacimiento ni la caída de los imperios, ni las marchas de victoria, ni las desolaciones de la derrota; a él no le importan ni las coronas ni las mitras, ni las espadas ni los escudos; su mirada de admiración está plenamente fijada en Cristo y en Su cruz y Su causa. Para él, Jesús es el centro de la historia, es el alma y la esencia de la providencia. El conocimiento que mayormente desea es el relativo a su Redentor y Señor; su ciencia trata con lo que Jesús es y lo que habrá de ser, con lo que ha hecho, con lo que está haciendo, y con lo que hará. Al creyente le preocupa principalmente cómo puede ser glorificado Jesús, y cómo pueden ser llevados los pecadores al conocimiento de Jesús. Nuestra primordial preocupación día a día, es lo que concierne al honor de Jesús; en cuanto a todo lo demás, que el Señor haga según le agrade. Si Jesucristo es engrandecido, todo el resto de la historia del mundo tiene poca significación para nosotros.

El Amado es la cabeza y la frente, el corazón y el alma del deleite del cristiano, cuando su corazón está en su mejor estado. Nuestro texto es el retrato de un hijo de Dios orientado al cielo, o, más bien, es la música de su arpa bien afinada cuando el amor, como un trovador, toca las más tiernas cuerdas: "Mi amado es mío, y yo suya; el apacienta entre lirios.

Notaremos entonces, primero, que aquí hay un deleite de tener a Cristo; en segundo lugar, hay un deleite de pertenecer a Cristo; y, en tercer lugar, hay un deleite en el propio pensamiento de Cristo.

I. Primero, aquí tenemos UN DELEITE DE TENER A CRISTO."Mi amado es mío." La esposa considera que esta es la primera de sus notas de júbilo, la piedra angular de su paz, la fuente de su bienaventuranza, la corona de su gloria. Observen aquí que cuando tal expresión es usada sinceramente, la existencia del Amado es una realidad. El escepticismo y el cuestionamiento no tienen cabida en aquellos que cantan de esta manera.

Hay soñadores en nuestros días que proyectan dudas sobre todo; asumen el nombre de filósofos, y profesan saber algo de ciencia, y entonces hacen pronunciamientos dignos únicamente de idiotas, y exigen para sus evidentemente falsas aseveraciones el asentimiento de hombres racionales. La palabra "filósofo" pronto vendrá a significar un amante de la ignorancia, y el término "un hombre científico" se entenderá que quiere significar un necio que ha dicho en su corazón que no hay Dios. Tales ataques contra las eternas verdades de nuestra santa fe no pueden tener ningún efecto sobre corazones enamorados del Hijo de Dios, pues, morando en Su inmediata presencia, han superado la etapa de la duda, han dejado muy atrás la región de los cuestionamientos, y en este asunto han entrado al reposo. El poder del amor nos ha convencido; abrigar una duda en cuanto a la realidad y la gloria de nuestro Bienamado sería un tormento para nosotros, y, por tanto, el amor echa fuera la duda. No usamos expresiones tales como 'tal vez', 'pero' o 'si' en relación a nuestro Amado, sino que decimos positivamente que Él es, y que es nuestro. Nosotros creemos que poseemos una mayor evidencia de Su ser, de Su poder, de Su Deidad y de Su amor hacia nosotros, de la que pudiera ser aportada en relación a cualquier otro hecho.

Así que, lejos de ser avergonzados por las oposiciones de los escépticos, o de ser descorazonados ante la pregunta: "¿existe tal Amado?", no somos cuidadosos para responder en este asunto, pues sabemos que existe; nuestro amor se ríe de la pregunta, y no condesciende a contestarla excepto invitando a aquellos que inquieren seriamente, a que "vengan y vean" por ellos mismos. Siempre hemos encontrado, amados, que cuando nos ha sobrevenido un tiempo de desalentadora duda -y tales ataques escalofriantes nos sobrevendrán- sólo hemos de retornar a las meditaciones sobre Jesús, y Él se convierte en Su propia evidencia, haciendo que nuestros corazones ardan dentro de nosotros con amor hacia Su carácter y Su persona, y entonces la duda es vencida. No acabamos con nuestra incredulidad por medio de la razón, sino que la aniquilamos por medio del afecto.

La influencia del amor a Jesús en el alma es tan mágica -hubiera deseado usar una mejor palabra- tan elevadora, tan encantadora, tan transportadora, da tal paz, y al mismo tiempo inspira aspiraciones tan santas y elevadas, que el efecto demuestra la causa. Lo que es santo es verdadero, y lo que es verdadero no puede provenir de lo que es falso. Podemos juzgar con seguridad a un árbol por su fruto, y a una doctrina por su resultado: lo que produce en nosotros abnegación, pureza, justicia y verdad, no puede ser falso en sí mismo, y el amor de Jesús sobrepasa a todo lo demás en esto. Tiene que haber verdad en una causa cuyo efecto es la verdad; y, así el amor, por el olor que esparce en el alma por la contemplación de Cristo, pone su pie en el cuello de la duda y expresa declaraciones valerosas y confiadas que revelan la plena seguridad de la fe.

El amor recién nacido hacia Jesús, aunque esté todavía en su cuna, al igual que el joven Hércules, agarra a las serpientes de la duda y las estrangula. El que puede decir de corazón: "mi Amado", es un hombre que está en el camino de la fe confirmada. El amor no puede, no quiere dudar; arroja lejos las muletas del argumento y vuela sobre las alas del disfrute consciente, cantando su himno nupcial, "Mi amado es mío, y yo soy suya".

En el caso que tenemos ante nosotros, el amor de la persona orientada al cielo es percibido y reconocido por ella misma. "Mi amado", dice ella; no es un afecto latente; ella sabe que lo ama, y lo manifiesta solemnemente. No susurra: "espero amar al incomparable", sino que canta: "Mi amado". No hay ninguna duda en su alma acerca de su pasión por 'el todo codiciable'.

Ah, queridos amigos, cuando sientan la llama del amor dentro de su alma, y le den una expresión práctica, ya no preguntarán más: "¿amo al Señor o no?" Entonces su conocimiento interior prescindirá de las evidencias. Cuando requerimos evidencias, vivimos en días oscuros; bien podemos ayunar entonces, pues el Esposo no está con nosotros; pero cuando Él permanece con nosotros, el goce de Su comunión remplaza a todas las evidencias.

Yo no necesito ninguna evidencia para demostrar que el alimento es dulce cuando todavía está en mi boca; no necesito ninguna evidencia de la existencia del sol cuando me estoy calentando con sus rayos, y estoy gozando de su luz, y de igual manera, no necesitamos ninguna evidencia de que Jesús es precioso para nosotros cuando, como un manojito de mirra, perfuma nuestro pecho. Si nosotros estamos ansiosamente inseguros en cuanto a nuestra seguridad, y cuestionamos nuestra propia condición, es porque no estamos viviendo con Jesús como deberíamos hacerlo; pero cuando Él nos lleva a Su casa del banquete, y si andamos en luz, como Él está en luz, tenemos comunión con Él y con el Padre, y entonces creemos y estamos seguros, y nuestro amor a Jesús es indisputable, porque arde interiormente demasiado fervientemente para ser negado. Vamos, cuando un cristiano se encuentra en el estado correcto, su amor a Jesús es la fuerza más poderosa de su naturaleza, es un afecto que, como la vara de Aarón, se traga a todas las demás varas; es el impulso principal de su acción, y gobierna enteramente su cuerpo, alma y espíritu.

Así como el viento pulsa todas las cuerdas del arpa eolia y las hace vibrar, así también el amor de Jesús mueve cada poder y cada pasión de nuestra alma, y sentimos en todo nuestro ser que nuestro Amado es en verdad nuestro, y que lo amamos con todo nuestro corazón. Aquí, entonces, el Amado es percibido y reconocido, y nuestro amor es percibido y reconocido también.

Pero el meollo del texto radica aquí: nuestra posesión de Él es demostrada, lo sabemos, y lo sabemos mediante una buena evidencia: "Mi amado es mío." Ustedes saben que no es muy fácil alcanzar este punto. ¿Han pensado alguna vez en el hecho de que clamar al Señor y llamarlo: "Dios mío" es algo sumamente maravilloso? ¿Quién fue el primer hombre, registrado por el Antiguo Testamento, que dijo: "Mi Dios"? ¿No fue Jacob, cuando durmió en Bet-el y vio una escalera que llegaba al cielo? Aun después de esa visión celestial le tomó mucho esfuerzo llegar a "Mi Dios". Jacob dijo: "Si fuere Dios conmigo, y me guardare en este viaje que voy, y me diere pan para comer y vestido para vestir, y si volviere en paz a casa de mi padre, Jehová será mi Dios." Sólo después de una larga experiencia de la bondad divina pudo remontarse a la altura de decir: "Mi Dios".

¿Y quién es el primer hombre en el Nuevo Testamento que llama a Jesús: "Señor mío, y Dios mío"? Fue Tomás, y necesitó tener abundantes pruebas antes de dejar de hablar así: "Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré." Sólo cuando hubo recibido tales pruebas pudo exclamar: "¡Señor mío, y Dios mío!" Bienaventurados los que lo alcanzan por una fe más simple, que no han visto pero que han creído.

"Mi amado" es una expresión muy vigorosa. "Amado" es dulce, pero "Mi Amado" es lo más dulce de todo. Si piensan en ello, no es poca cosa reclamar a Dios como nuestro, reclamar a Jesús, el Amado, como nuestro, sí, ponerlo en singular, y llamarlo mío; y, sin embargo, cuando el corazón del creyente está en la condición correcta, él hace el reclamo y tiene un fundamento para hacerlo, pues Jesucristo es la porción de todos los creyentes. Su Padre lo dio a nosotros, y Él mismo se ha dado a nosotros. Jesús fue cedido a cada alma creyente como su posesión personal, en el pacto perpetuo, ordenado en todas las cosas, y será guardado; Jesús se entregó en realidad a nosotros en Su encarnación, volviéndose hueso de nuestros huesos y carne de nuestra carne; Él se ha hecho nuestro por Su pasión y muerte, amándonos y entregándose por nosotros para salvarnos de nuestros pecados; Él también nos ha dado poder para apropiarnos de Él por el don agraciado de la fe, por el cual nosotros de veras estamos casados con Él, y somos habilitados para llamarle el esposo de nuestras almas, quien es nuestro para tenerlo y sostenerlo, para bien o para mal, para vida y para muerte, por un vínculo de unión matrimonial que ni la muerte ni el infierno, ni el tiempo ni la eternidad, pueden romper. Jesús es nuestro por la promesa, el pacto, y el juramento de Dios; mil seguridades y fianzas, vínculo y sellos, nos lo garantizan como nuestra porción y herencia perpetua.

Esta preciosa posesión se convierte en el único tesoro para el creyente. "Mi amado es mío", dice, y en esa frase resume toda su riqueza. No dice: "mi esposa, mis hijos, mi hogar, mis consuelos terrenales son míos"; está casi temeroso de decir eso, pues mientras todavía está hablando, podrían cesar de ser suyos: la esposa amada podría enfermarse ante sus ojos, el hijo podría necesitar un pequeño féretro, el amigo puede resultar ser un traidor, y a las riquezas les podrían salir alas; por tanto, al sabio no le importa decir demasiado positivamente que algo aquí abajo le pertenece; verdaderamente siente que en realidad las cosas no son suyas, y solamente le han sido prestadas "para ser regresadas sin tardanza"; pero el Amado es suyo, y su posesión de Él es sumamente firme.

Cuando el alma del creyente se encuentra en el mejor estado, no se regocija tanto ni siquiera en sus privilegios espirituales, como en el Señor de quien provienen. Él tiene justicia, sabiduría, santificación y redención; tiene tanto la gracia como la gloria aseguradas para él, pero prefiere reclamar las fuentes en vez de las corrientes. Él ve claramente que estas misericordias selectas son únicamente suyas porque son de Cristo, y únicamente suyas porque Cristo es suyo. Oh, ¿qué serían todos los tesoros del pacto para nosotros si fuera posible poseerlos sin tener a Cristo? Su propia savia y dulzura habrían desaparecido. Teniendo a nuestro amado como nuestro, tenemos todas las cosas en Él, y por tanto, nuestro tesoro principal, sí, nuestro único tesoro, es nuestro Amado.

Oh, ustedes, santos de Dios, ¿hubo jamás posesión como esta? Ustedes tienen a sus seres amados, oh hijas de la tierra, pero ¿qué son sus seres amados comparados con el nuestro? ¡Él es el Hijo de Dios y el Hijo del Hombre! ¡El amado del cielo y el deleite de la tierra! ¡El lirio del valle y la rosa de Sarón! ¡Perfecto en Su carácter, poderoso en Su muerte expiatoria, eficaz en Su intercesión viviente! Él es tal amante que todos los amantes terrenales juntados no son dignos de tocar el borde de Su manto, o desatar la correa de Su calzado. Él es tan valioso, tan precioso, que las palabras no pueden describirlo, ni el lápiz puede retratarlo; pero esto diremos de Él, que Él es "señalado entre diez mil, y todo él codiciable", y es nuestro. ¿Se maravillan de que nos gloriemos en este hecho, y que lo consideremos como el deleite supremo de nuestras vidas, "Mi amado es mío?"

La propia inamovilidad sobre la que sostenemos esta posesión invaluable, es un asunto en el que hemos de gloriarnos. Oh, mundanos, ustedes no pueden mantener sus tesoros como nosotros guardamos los nuestros. Si ustedes lo supieran, nunca dirían de algo: "esto es mío", pues su pertenencia es demasiado precaria para constituir una posesión. Es suya hasta que ese frágil hilo de la vida se rompa, o esa burbuja de tiempo explote. Ustedes sólo tienen un contrato de inquilinato de sus tesoros, que expira al final de una vida frágil; en cambio el nuestro es un pacto de dominio absoluto, una herencia perpetua. "Mi amado es mío", no puedo perderlo, ni me puede ser arrebatado; Él es mío para siempre, pues "¿Quién nos separará del amor de Dios que es en Cristo Jesús nuestro Señor?" Así que, si bien la posesión es rara, la tenencia es también rara, y es la vida de nuestra vida y la luz de nuestro deleite que podamos cantar:

"Sí, Tú eres mío, mi bendito Señor,
¡Oh mi Amado, Tú eres mío!
Y, comprado con la preciosa sangre,
Mi Dios y Salvador, yo soy Tuyo.
"¡Mi Cristo! Oh, cántenlo en los cielos,
Que cada ángel alce su voz;
Entonen con diez mil arpas Su alabanza,
Conmigo, ejércitos celestiales, regocíjense.
El don indecible es dado,
La gracia de Dios lo ha hecho mío;
Y, ahora, delante de la tierra y del cielo,
Señor, yo reconozco que soy Tuyo."

Ahora, amados amigos, yo no puedo hablar acerca de esto como siento, y sólo puedo darles atisbos de eso que me llena por completo. Les ruego que contemplen por un solo instante el deleite que está contenido en este hecho: el bendito Hijo de Dios, el "resplandor de la gloria de Jehová", todo Él es nuestro. Puede ser que no exhiba en mi carácter toda la gracia que desearía, pero "Mi amado es mío"; puede ser que sólo tenga un talento, pero "Mi amado es mío"; podría ser muy pobre y muy desconocido, pero "Mi amado es mío"; puede ser que no tenga ni salud ni riqueza, pero "Mi amado es mío"; tal vez no soy lo que debería ser, pero "Mi amado es mío". Sí, Él es completamente mío, Su Deidad y Su humanidad, Su vida, Su muerte, Sus atributos y prerrogativas, sí, todo lo que es, todo lo que fue, todo lo que será, todo lo que Él ha hecho, y todo lo que hará, es mío. Yo no poseo una porción de Cristo, sino a todo Él. Todos los santos lo poseen, pero yo lo poseo en tal medida como si no hubiese jamás ningún otro santo que lo reclamara.

Hijo de Dios, ¿ves esto? Tratándose de otras herencias, si hay muchos herederos, hay proporcionalmente tanto menos para cada uno, pero en esta gran posesión, cada uno que tiene a Cristo, tiene a un Cristo entero todo para sí, desde la cabeza de oro muy fino hasta Sus piernas, que son como columnas de mármol. Todo Su ilimitado corazón de amor, todo Su brazo de infinito poder, y toda Su cabeza de incomparable sabiduría, todo es para ti, amado hermano. Quienquiera que seas, si en verdad confías en Jesús, Él es todo tuyo.

Mi amado es todo mío, y absolutamente mío; no mío para meramente mirarlo y hablar de Él, sino mío para confiar en Él, para hablarle, para depender de Él, para acudir presuroso a Él en cada hora problemática, sí, mío para alimentarme de Él, pues Su carne es verdadera comida, y Su sangre es verdadera bebida. Nuestro amado no es nuestro solamente para ciertos usos, sino que es nuestro sin reservas, sin restricción. Puedo tomar lo que quiera de Él, y tanto lo que tome como lo que deje son míos. Él mismo, en Su siempre gloriosa persona, es mío y siempre mío. Mío cuando lo sé, y mío cuando no lo sé; mío cuando estoy seguro de ello, y mío cuando dudo de ello; mío de día, y mío de noche; mío cuando camino en santidad, ay, y mío cuando peco, pues "si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo." Él es mío en el monte de Mizar, y mío en los desbordamientos del Jordán; mío junto a la tumba donde entierro a mis seres queridos, mío cuando yo mismo sea enterrado allí, mío cuando resucite otra vez; mío en el juicio, y mío en la gloria; por siempre mío.

Observen bien que está escrito, "Mi amado es mío," en singular. Él es tuyo, y me alegro por ello; pero aun así, para mí es sumamente dulce que sea mío. Es bueno bendecir a Dios porque otros tengan una posesión en Cristo, pero, ¿de qué serviría eso si nosotros mismos fuéramos extraños para Él? El tuétano y la grosura yacen en el pronombre posesivo en singular, "Mi amado es mío." "Estoy muy contento porque Jesús me ama." ¡Oh, que nos aferráramos con ambas manos a un Cristo como este!

Observen bien que Él es nuestrocomo nuestro Amado, así que Él es nuestro de cualquier manera que nuestro amor lo considere. Nuestro amor nunca podría ensalzarlo lo suficiente, o hablar bien de Él lo suficiente, pues nuestro amor piensa que todas las descripciones se quedan cortas en cuanto Sus merecimientos; bien, entonces, Jesús es nuestro en su mejor sentido; si lo consideramos muy glorioso, Él es nuestro en toda esa gloria. Nuestro amor dice que Él es un Cristo hermoso, codiciable, dulce, y precioso, y hemos de estar seguros de que, sin importar cuán codiciable, dulce, y precioso sea, Él es todo nuestro. Nuestro amor dice que no hay nadie como Él, es Rey de reyes y Señor de señores, es el siempre bendito; bien, como el Rey de reyes y Señor de señores, es suyo. No podrían nunca tener una consideración demasiado alta de Él, mas cuando consideren lo mejor, Él será suyo en esa condición sublime. No tiene una gloria tan alta que no pueda ser suya, ni un lustre tan brillante que no sea suyo. Él es mi amado, y deseo vehementemente enaltecerlo, pero nunca puedo traspasar este círculo de oro: cuando lo enaltezco al máximo, es todavía mío.

Entonces, aquí está la base de la vida cristiana, el fundamento sobre el cual descansa: saber con suma certeza que Cristo es completamente nuestro es el principio de la sabiduría, la fuente de la fortaleza, la estrella de la esperanza, el amanecer del cielo.

II. La segunda porción del texto trata con DELEITARSE POR PERTENECER A CRISTO. "Y yo suya." Esta es una frase tan dulce como la primera. Me aventuro a hacerle la pregunta a cada esposa amante aquí presente: ¿cuando te casaste, cuál fue el más dulce pensamiento para ti: que le pertenecías a tu esposo, o que él te pertenecía? Vamos, sientes que ninguna de las dos frases sería dulce aisladamente: se necesitan la una a la otra. Pregúntenle a cualquier corazón amoroso y apasionado cuál de estas declaraciones podría ser más fácilmente descartada, y les dirá que ninguna de las dos podría ser descartada.

Cristo es mío, pero si yo no fuera Suyo, eso sería un caso lamentable, y si yo fuese Suyo y Él no fuese mío, eso sería un desventurado asunto. Estas dos cosas están unidas con remaches de diamante: "Mi amado es mío, y yo suya." Pongan los dos componentes juntos, y habrán alcanzado la cúspide del deleite.

Que somos Suyos es un hecho que puede ser demostrado; sí, no debería necesitar ser demostrado, sino que debería ser manifiesto para todos que "yo soy suya". Ciertamente somos Suyos por la creación: Quien nos hizo ha de poseernos. Somos Suyos, porque Su Padre nos entregó a Él, y somos Suyos porque Él nos eligió. Creación, donación, elección, constituyen el triple dominio sobre nosotros. Somos Suyos porque Él nos compró con Su sangre, Suyos porque nos llamó por Su gracia, Suyos porque está casado con nosotros y nosotros somos Su esposa. Además, somos Suyos, por nuestro propio conocimiento, porque nos hemos entregado a Él de todo corazón, desde las más íntimas profundidades de nuestro ser, y nos hemos unido a Él para siempre. Sentimos que hemos de tener a Cristo, y ser de Cristo, o morir: "Para mí el vivir es Cristo."

Hermanos y hermanas, pongan interés y presten atención a esta frase; yo estoy seguro que lo harán si la frase anterior es válida para ustedes. Si pueden decir: "Mi amado es mío", con seguridad agregarán: "yo soy Suyo, debo ser Suyo, seré Suyo: no vivo a menos que sea Suyo, pues considero que en aquello que no soy Suyo estoy muerto, y solamente vivo en lo que vivo para Él." Mi propia alma está consciente de que soy Suyo.

Ahora esto nos concede un gran honor. He conocido un tiempo cuando podía decir: "Mi amado es mío" de una manera muy humilde y trémula, pero no me atrevía a agregar: "y yo soy Suyo" porque no pensaba que yo fuera digno de que me tuviera. No me atrevía a esperar que "yo soy Suyo" fuera escrito jamás en el mismo libro, lado a lado, con "Mi amado es mío".

Pobre pecador, primero aférrate a Jesús y entonces descubrirás que Jesús te valora. Tú lo tendrás en gran estima primero, y luego descubrirás que Él te estima, y que aunque no te sientas digno ni siquiera de ser arrojado a un muladar, Jesús ha puesto un valor sobre ti, diciendo: "Porque a mis ojos fuiste de gran estima, fuiste honorable, y yo te amé." No es poco gozo saber que nosotros, pobres pecadores, somos dignos de ser posesión de Cristo, y que Él incluso ha dicho: "Serán para mí especial tesoro, ha dicho Jehová de los ejércitos, en el día en que yo actúe."

Esta segunda parte del texto estan absolutamente verdadera como la primera. "Yo soy suya", no únicamente mis bienes, ni mi tiempo, ni mis talentos, ni aquello de lo que pueda prescindir, sino "yo soy suya." Me temo que algunos cristianos nunca han entendido esto. Ellos le dan al Señor un poco de su sobrante, que nunca echan de menos. La pobre viuda que dio todo su sustento, tenía la verdadera idea de su relación con su Señor. Ella se habría echado en el arca si hubiera podido, pues sentía: "yo soy Suya".

En cuanto a mí, yo desearía ser dejado caer corporalmente a través de la pequeña ranura de la caja del tesoro de Cristo, y quedarme en Su cofre para siempre, y que nunca se sepa más de mí como dueño de mí, sino ser enteramente de mi Señor. Pablo deseaba gastar lo suyo y aun él mismo gastarse del todo. No es fácil hacer claramente esas dos cosas con dinero pues cuando gastas una cosa, es gastada a un mismo tiempo, pero el apóstol quería decir que se quería gastar él mismo por la actividad, y luego, cuando no pudiera hacer nada más, estaría contento de ser gastado mediante el aguante pasivo por causa de Cristo.

El creyente siente que pertenece a Jesús absolutamente; el Señor puede emplearlo como quiera, o probarlo como quiera; puede quitarle todos sus amigos de la tierra o rodearlo de comodidades; puede abatirlo o exaltarlo, puede usarlo para cosas pequeñas o para cosas grandes, o no usarlo del todo, sino colocarlo en un anaquel; es suficiente que el Señor lo haga, y el corazón verdadero estará contento, pues confiesa verazmente: "yo soy Suyo. No tengo hipoteca ni embargo sobre mí mismo, de tal forma de poder llamar propia una parte de mi ser, sino que soy absolutamente y sin reservas la sola propiedad de mi Señor." ¿Sienten esto, hermanos y hermanas? Pido a Dios que puedan hacerlo.

Bendito sea Dios porque esto es para siempre: "yo soy Suyo"; Suyo hoy, en esta casa de adoración, y Suyo mañana, en la oficina; Suyo como un cantor en el santuario, y Suyo como un obrero en el taller; Suyo cuando estoy predicando, e igualmente Suyo cuando estoy caminando en las calles; Suyo mientras viva, y Suyo cuando muera; Suyo cuando mi alma ascienda y mi cuerpo yazca volviéndose polvo en el sepulcro; la personalidad entera de mi humanidad es completamente Suya por siempre y para siempre.

Esta pertenencia al Bienamado es un asunto de hecho y de práctica, no es algo de lo que se habla únicamente, sino algo que realmente ha de llevarse a cabo. Estoy pisando un terreno delicado ahora, pero quiera Dios que cada cristiano pudiera decir realmente esto sin mentir: "yo realmente vivo para Cristo en todas las cosas, pues soy Suyo. Cuando me despierto en la mañana, me levanto como Suyo, cuando me siento a comer, como como Suyo, y bebo como Suyo. Como y bebo y duermo para el Señor, y en todo le doy gracias. Es bendito incluso dormir como el amado del Señor, soñar como Sus 'Abrahames' y 'Jacobos' lo hacen, despertar por la noche y cantar como David, y luego quedar inerte para "dormir en Jesús". "Es una excelsa condición", dices tú. Lo concedo, pero es donde debemos permanecer. Todo nuestro tiempo y energía han de ser consagrados por este gran principio rector, "yo soy Suyo". ¿Puedes decirlo? No descanses nunca hasta poder hacerlo. Y si puedes, amado hermano, esto involucra un gran privilegio. "Yo soy Suyo", entonces soy enaltecido por tener un dueño así.

Si se dice que un caballo o una oveja pertenecen a la Reina, todo mundo tiene un alto concepto de esa propiedad: ahora, tú no perteneces a la Reina, pero perteneces al Señor, y eso es mucho más. Por pertenecer a Cristo estás seguro, pues Él ciertamente guardará a los Suyos. Él no perderá a Sus propias ovejas, pues pagó un precio demasiado alto por ellas como para perderlas. Contra todos los poderes de la tierra y del infierno, el Redentor mantendrá a los Suyos y los guardará hasta el fin.

Si eres Suyo, Él proveerá para ti. Un buen esposo cuida a su esposa, y de igual manera el Señor Jesucristo cuida de aquellos que están desposados con Él. Serán perfeccionados también, pues todo lo que Cristo tiene, lo convertirá en algo digno de Él y lo llevará a la gloria. Es debido a que somos Suyos que llegaremos al cielo, pues Él ha dicho: "Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo." Debido a que son Suyos, Él quiere tenerlos consigo.

Ahora, concedan licencia a sus pensamientos para que se maravillen porque cualquiera de nosotros sea capaz de decir: "yo soy Suyo". "Yo, que solía ser tan veleidoso y descuidado, tan escéptico y tal vez irreverente, soy Suyo." Ay, y algunos de ustedes pueden decir: "yo, que solía ser colérico y orgulloso, yo, que era un borracho, yo, cuyos labios estaban negros por la blasfemia, yo soy Suyo."

Gloria sea a Ti, oh Jesucristo, por esto: porque Tú has tomado a tales seres indignos como nosotros y nos has hecho Tuyos. Ya no pertenecemos más a este maligno mundo presente, y ahora vivimos para el mundo venidero. Ni siquiera pertenecemos a la iglesia como para convertirla en nuestra ama; somos partes del rebaño, pero como todos los demás, nosotros pertenecemos al Grandioso Pastor. No nos entregaremos a ningún partido, ni nos volveremos esclavos de alguna denominación, pues pertenecemos a Cristo. Nosotros no pertenecemos al pecado, o al yo, o a Satanás; nosotros pertenecemos entera, exclusiva e irrevocablemente al Señor Jesucristo.

Otro señor nos viene a ver y nos solicita que dediquemos nuestras energías a sus servicios, pero nuestra respuesta es: "ya estoy comprometido." "¿Qué quieres decir?" "Traigo en mi cuerpo las marcas del Señor Jesús, y por tanto, de ahora en adelante, no me molestes más." "Pero, ¿no puedes servirme en parte?" "No, señor, no puedo servir a dos señores; no soy como el hombre que pueda hacer lo que quiera, pues no tengo tiempo que pueda llamar mío." "¿Qué quieres decir?" "Yo pertenezco a Cristo, soy enteramente Suyo. Si hay algo que hay que hacer para Él, soy Suyo hasta el máximo de mi capacidad; no declino ningún servicio al que Él me llame, pero no puedo servir a ningún otro señor." Señor Jesús, ayuda a cada uno de nosotros a decir ahora:

"Yo soy Tuyo, y sólo Tuyo,
Reconozco esto jubilosa y plenamente;
Y en todas mis actividades y caminos,
Ahora sólo voy a buscar Tu alabanza."

III. Para concluir: el santo siente DELEITE EN EL MERO PENSAMIENTO DE CRISTO. "Él apacienta entre lirios." Cuando amamos a algunas personas, y estamos lejos del hogar, nos deleitamos en pensar en ellas, y en recordar lo que están haciendo. Tú eres un esposo que está viajando en una tierra extranjera; esta mañana te dijiste: "en este momento se acaban de levantar en casa." Tal vez el tiempo sea diferente, pues te encuentras en otra longitud, y te dices: "ah, ahora mis queridos hijos se están alistando para ir a la escuela dominical"; y más tarde piensas que están cenando. Así, el deleite en el pensamiento de Cristo llevó a la iglesia a decir: "Él apacienta entre lirios." A la iglesia le agradaba pensar en dónde estaba y qué estaba haciendo.

Ahora,¿dónde está Jesús? ¿Qué son estos lirios? ¿No representan estos lirios a los de limpio corazón, con quienes mora Jesús? La esposa usa un conjunto de imágenes que su Señor había puesto en su boca. Él dijo: "Como el lirio entre los espinos, así es mi amiga entre las doncellas", y ella amplía el símbolo a todos los santos.

Un predicador que es grandioso para espiritualizar ha dicho muy bien acerca de este versículo: "el tallo erguido, alzándose erecto de la tierra, sus flores tan separadas de la tierra como sea posible, ¿no nos hablan acerca de la orientación celestial? ¿No parecieran decir: 'Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra'? Y si la nieve inmaculada de las hojas nos enseña sobre la gracia, entonces el oro de la antera nos habla de la corona que será el galardón de la gracia." (4)

La violeta y la prímula en la primavera brotan cerca de la tierra como si sintieran simpatía por su gélida condición, pero el lirio se alza al cielo en simpatía con la luz y el esplendor del verano. El lirio es frágil, y frágiles son los santos de Dios; si Jesús no estuviera entre ellos para protegerlos, las bestias salvajes pronto los aplastarían. Frágiles como son, son sobresalientemente hermosos, y su belleza no está hecha con manos. Es una belleza colocada sobre ellos por el Señor, pues "No trabajan ni hilan;.., pero ni aun Salomón con toda su gloria se vistió así como uno de ellos." Los santos no trabajan para la vida, ni hilan una justicia propia, y sin embargo, la justicia real que los adorna sobrepasa con creces todo lo que la sabiduría podría idear o la riqueza podría alcanzar.

Entonces, ¿dónde está hoy mi Señor? Él está arriba y lejos, entre los lirios del Paraíso. En mi imaginación veo esas majestuosas hileras de lirios blancos como la nieve que ya no crecen entre los espinos: lirios que nunca son ensuciados por el polvo de la tierra, que brillan por siempre con el eterno sereno de la comunión, mientras sus raíces absorben vida perenne del río del agua de vida que riega el huerto del Señor.

¡Allí está Jesús! ¿Puedes verlo? Es más hermoso que los lirios que inclinan sus cabezas a Su alrededor. Pero también está aquí, donde estamos nosotros, como lirios que acaban de reventar, todavía capullos de lirios, pero aun así regados por el mismo río, y desprendiendo en nuestra medida el mismo perfume. Oh, ustedes, lirios plantados por el propio Cristo, Él está entre ustedes; Jesús está en esta casa hoy, y la unción que ha hecho tan fragantes Sus vestidos es discernida entre nosotros.

Pero, ¿qué está haciendo entre los lirios? Se dice que "Él apacienta entre lirios." Él apacienta, no de los lirios, sino entre ellos. Nuestro Señor encuentra solaz en medio de Su pueblo. Sus delicias son con los hijos de los hombres; Él se goza de ver las gracias de Su pueblo, recibir su amor, y discernir Su propia imagen en sus rostros. Como le dijo a la mujer de Samaria: "Dame de beber", así le dice a cada uno de los de Su pueblo: "Dame de beber", y es confortado con su amorosa comunión.

Pero el texto significa que Él está alimentando a Su pueblo. Él alimenta esa parte de Su rebaño redimido por la sangre de la cual leemos: "el Cordero que está en medio del trono los pastoreará, y los guiará a fuentes de aguas de vida." Y tampoco olvida aquella parte de Su rebaño que está en las zonas bajas de la tierra, pues también les da su porción de alimento. Él nos ha alimentado esta mañana, pues es el Buen Pastor, y no permite que ninguna de Sus ovejas sufra de hambre.

Luego, ¿qué haré yo? Bien, permaneceré entre los lirios. Sus santos serán mis compañeros. Voy a tratar de crecer donde medran. Estaré a menudo en sus asambleas. Ay, y yo seré también un lirio. Por fe no trabajaré ni hilaré de una manera legal, sino que viviré por la fe en el Hijo de Dios, arraigado en Él. Quiero ser puro en la vida, y quiero tener la antera de oro para mirar a la recompensa del galardón. Quiero levantar mi alma a lo alto, hacia el cielo, así como el lirio alza su flor. Jesús vendrá y apacentará junto a mí, si soy un lirio, e incluso puedo otorgarle algún placer por mi humilde gratitud.

Amados, este es un tema exquisito, pero es más dulce como una realidad de lo que pueda ser oír al respecto. "Él apacienta entre lirios." Este es nuestro gozo, que Cristo está en Su iglesia, y la médula de todo lo que quiero decir es esto: nunca pienses en ti o en la iglesia, separados de Jesús. La esposa dice: "Mi amado es mío, y yo suya"; ella teje a los dos en uno. La causa de la iglesia es la causa de Cristo; la obra de Dios no será cumplida nunca por la iglesia aparte de Cristo, pues su poder radica en que Él está en su medio. Él apacienta entre lirios, y por esa razón, esos lirios nunca serán destruidos, y más bien su dulzura hará fragante a toda la tierra. La iglesia de Cristo, trabajando con su Señor, debe vencer, pero nunca lo hará si pretende estar sola o alcanzar algún fin aparte de Él.

En cuanto a cada uno de nosotros personalmente, no pensemos en nosotros aparte de Cristo, ni en Cristo aparte de nosotros. La oración de George Herbert ha de ser la nuestra.

"Oh, sé mío todavía, todavía hazme Tuyo,
O más bien haz ni mío ni Tuyo."

Lo mío ha de fundirse en lo Tuyo. Oh, tener una compañía con capital social de fondos en común y hacer negocios bajo un nombre; estar casado con Cristo y perder nuestro antiguo nombre, y llevar Su nombre, y decir: "Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí." Así como la esposa está perdida en su marido, y la piedra en el edificio, y el pámpano en la vid, y el miembro en la cabeza, quisiéramos estar tan amalgamados con Cristo, y tener tal comunión con Él, que no haya más ni mío ni tuyo.

Por último, pobre pecador, dirás: "no hay nada para mí en todo esto", y no me gustaría que te fueras sin una palabra. Tú dices: "este es un día de buenas nuevas, pero son sólo para el propio pueblo de Dios." Te ruego que leas completos el primero y el segundo capítulos del Cantar de los Cantares, y veas quién fue la que dijo: "Mi amado es mío", porque no me sorprendería que fueras muy semejante a ella. Ella era una que confesó: "Morena soy", y eso eres tú. Tal vez uno de estos días la gracia te ayudará a decir: "Soy codiciable". Ella era una persona con quien los hijos de su madre estaban enojados; tal vez también tú eres un pájaro pinto. Ella había desempeñado un trabajo servil, pues la habían puesto a guardar las viñas.

No me sorprendería que estés haciendo trabajo servil, también, tratando de salvarte a ti mismo, en vez de aceptar la salvación que Jesús ha obrado ya para los pecadores. Entonces sucedió que ella se tornó desconsolada y atravesó un invierno de lluvia y frío. Tal vez tú estás allí; y sin embargo, tú sabes que ella salió de allí, su invierno pasó, y los pájaros comenzaron a cantar. Ella había estado oculta en lo escondido de escarpados parajes, como estás tú ahora; pero la llamaron para que saliera del polvo y de las telarañas para ver la faz de su Señor.

Una cosa quiero susurrar a tus oídos: ella estaba en los agujeros de la peña. Oh alma, si sólo pudieras llegar allá, si pudieras ponerte al abrigo que ofrece el costado traspasado de nuestro Amado, esa profunda herida de la que brotó sangre y agua, "para ser la doble cura del pecado"; si pudieras llegar allí, afirmo, aunque seas negro y tiznado por el pecado, y un pecador maldito, sólo apto para ser un tizón en el infierno, sin embargo tú, incluso tú, serás capaz de cantar con todo el arrobamiento del santo más vivaz sobre la tierra, y un día con todo el embeleso de los seres más brillantes en lo alto, dirás: "Mi amado es mío, y yo suya; Él apacienta entre lirios."

Allí tienes, prosigue tu camino con esas campanas de plata resonando en tus oídos; tocan un repique de bodas para los santos, pero también tocan una alentadora invitación para los pecadores, y esta es la tonada que acompañan: ¡ven y sé bienvenido! ¡Ven y sé bienvenido! ¡Ven y sé bienvenido! ¡Pecador, ven! Que Dios los bendiga, por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Porción de la Escritura leída antes del sermón: Cantar de los Cantares, capítulo 2.


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