Un Gran Evangelio para Grandes Pecadores

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English: A Great Gospel for Great Sinners

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Por Charles H. Spurgeon sobre El Evangelio
Una parte de la serie Metropolitan Tabernacle Pulpit

Traducción por Allan Aviles


"Fiel es esta palabra y digna de toda aceptación: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero. No obstante, por esta razón recibí misericordia, para que Cristo Jesús mostrase en mí, el primero, toda su clemencia, para ejemplo de los que habían de creer en él para vida eterna. Por tanto, al Rey de los siglos, al inmortal, invisible y único Dios, sean la honra y la gloria por los siglos de los siglos. Amén." 1 Timoteo 1: 15-17.

Cuando Pablo escribió este memorable texto, "Fiel es esta palabra y digna de toda aceptación: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores," lo escribió en referencia a él mismo. Quisiera que vean con mucho cuidado el contexto. Versículo doce: "Doy gracias al que me fortaleció, a Cristo Jesús nuestro Señor, porque me tuvo por fiel al ponerme en el ministerio, a pesar de que antes fui blasfemo, perseguidor e insolente. Sin embargo, recibí misericordia porque, siendo ignorante, lo hice en incredulidad. Pero la gracia de nuestro Señor fue más que abundante con la fe y el amor que hay en Cristo Jesús. Fiel es esta palabra y digna de toda aceptación: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores." Vean, el apóstol se había referido primero a él mismo, y luego el Espíritu Santo lo llevó a escribir acerca de la salvación gloriosa de la cual él fue un notable beneficiario. Ciertamente fue una conexión adecuada y oportuna para colocar allí este texto del evangelio glorioso. Lo que Pablo predicaba a otros se podía observar en él mismo.

Cuando les leí hace un rato la conversión de Saulo, supongan que hubiera terminado mi lectura con esta frase: "Fiel es esta palabra y digna de toda aceptación: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores." Todos ustedes hubieran dicho: "eso es cierto, y es una conclusión natural que se desprende de la narración." Esa frase hubiera servido como la moraleja de toda la historia. De una conversión de ese tipo se deduce de manera fácil y simple, que Cristo Jesús debe haber venido al mundo para salvar a los pecadores. Vean entonces por qué Pablo la expresó en este lugar en especial. Pablo no podía evitar referirse a su propio caso; pero cuando se refirió a su propia experiencia fue para dar énfasis a esta declaración que Jesucristo vino al mundo para salvar a los pecadores. Estoy plenamente convencido que nuestro Señor, en Su infinita sabiduría, quiere que sus ministros sirvan de ejemplo, ellos mismos, de las doctrinas que enseñan. Si un joven, alguien muy joven, se pone a contarles acerca de la experiencia de un cristiano entrado en años, ustedes dirían de inmediato: "eso puede ser cierto, pero tú no puedes demostrarlo porque tú mismo no eres una persona de edad avanzada." Si alguien que ha sido privilegiado en la providencia de Dios, para gozar de los comodidades de la vida, se pone a predicar acerca de los consuelos del Espíritu en la pobreza, ustedes dirían: "Si, eso es muy cierto, pero tú no puedes hablar por experiencia propia." Por esto el Señor quiere que sus siervos tengan tal experiencia, que su testimonio tenga al hombre como respaldo. Él quiere que sus vidas apoyen y expliquen sus testimonios. Cuando Pablo dijo que Cristo vino al mundo para salvar a los pecadores, su propia conversión, su propio gozo en el Señor, eran pruebas positivas de ello. Pablo era un testigo que había probado y experimentado la buena Palabra de vida sobre la cual testificaba.

Pablo se fue al cielo hace muchos años, pero su evidencia no está viciada por eso; pues una declaración verdadera no es afectada por el paso del tiempo. Si una declaración fue hecha ayer, es tan verdadera como si la estuvieran escuchando hoy; y si hubiera sido hecha (como en efecto lo fue) hace mil ochocientos años, a pesar de ello (y nadie lo cuestionó en los días de Pablo) es verdadera ahora. Los hechos registrados en los Evangelios son tan reales ahora como lo han sido siempre, y deberían tener la misma influencia en nuestras mentes como la tuvieron en la mente de los apóstoles. En este mismo momento la declaración que Jesucristo vino al mundo para salvar a los pecadores tiene a Pablo todavía como testigo. "Y por medio de la fe, aunque murió, habla todavía."

Oh, todos ustedes que están cargados de pecados, quiero que vean a Saulo de Tarso ante ustedes en este momento, y lo escuchen decir con voz penitente en presencia de ustedes: "Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero." No duden de esa declaración, pues el hombre es su mejor evidencia. El que salvó a Pablo puede salvarte: Él quiere mostrar ahora Su poder en ti. No seas desobediente al mensaje celestial.

Pero, amados hermanos, si no tenemos a Pablo con nosotros para que nos dé su testimonio personal, todavía tenemos muchas pruebas vivientes: tenemos evidencia indisputable en todos aquellos que todavía se encuentran entre nosotros que "Fiel es esta palabra y digna de toda aceptación: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores." Puedo llamar a este púlpito a muchísimas personas que literalmente eran trasgresores de lo peor, pero que han sido lavados, y santificados, de tal manera que ahora son argumentos vivientes del poder del Señor para salvar.

También tenemos aquí con nosotros a muchos que no podrían ser descritos por sus compañeros como los primeros de los pecadores bajo cierta perspectiva, y sin embargo ellos se colocan voluntariamente entre los primeros de los pecadores bajo otra perspectiva, y dan su testimonio, como yo lo doy hoy, que Jesús puede salvar de una manera total. Yo, que ahora estoy aquí frente a ustedes, soy un testigo viviente que Cristo Jesús puede salvar a los pecadores, y todavía los salva. El Señor me ha perdonado y me ha justificado, y he encontrado gracia ante Sus ojos. En mi caso también se ha comprobado que "Fiel es esta palabra y digna de toda aceptación: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero."

¡Oh, cómo quisiera que mis lectores y mis oyentes me creyeran! Muchos de ustedes aceptarían cualquier declaración que yo hiciera; ¿por qué no aceptan ésta? Ustedes no me consideran un mentiroso. ¿Por qué entonces no creen mi testimonio en relación a Jesús? Él está tan listo para salvar hoy como lo estaba en aquel tiempo. Él está listo para salvarte a ti si tan solo confías en Él.

El desarrollo de nuestra presentación será el siguiente: primero, vamos a referirnos a quienes son los primeros de los pecadores; segundo, vamos a investigar por qué Dios los ha salvado; y tercero, qué es lo que ellos dicen cuando son salvados.

I. Primero, pues, ¿QUIÉNES SON LOS PRIMEROS DE LOS PECADORES? Pablo dice que él fue el primero. Yo pienso, sin embargo, que él era uno más del regimiento. Hay diferente clases de pecadores, y unos son muy grandes y otros lo son menos. Todos los hombres son verdaderamente pecadores, pero no todos los hombres son pecadores de igual manera. Todos ellos se revuelcan en el fango; pero no todos se han hundido a la misma profundidad. Es cierto que todos ellos han caído a la profundidad suficiente para perecer en pecado, a menos que la gracia de Dios lo prevenga. Sin embargo, hay diferencias en los grados de culpa, y sin duda habrá diferencias en los grados de castigo.

Algunos son los primeros de los pecadores de la misma manera que el apóstol Pablo, pues ellos han perseguido a la iglesia de Dios. Pablo, que entonces era llamado Saulo, había votado en contra de Esteban. Y cuando Esteban fue apedreado, él cuidó los vestidos de quienes lo asesinaban. Pablo sentía esa sangre manchándolo aún después de muchos días, y lo lamentaba. ¿No sentirías tú también, si hubieras participado en el asesinato de algún hijo de Dios, que deberías ser contado entre los primeros de los pecadores? Si hubieras sido un ayudante voluntario y decidido, lleno de malicia y saña, en la ejecución de un hombre de Dios, como Esteban ¿no te describirías como un pecador teñido de rojo carmesí? ¡Hombre! Yo pienso que yo diría: "Dios puede perdonarme, pero yo nunca me perdonaré a mí mismo." El alma tendría que cargar con un crimen verdaderamente horrible.

Y sin embargo, esto sólo era el comienzo. Saulo era como un leopardo que, habiendo probado una vez la sangre, siempre debe tener su lengua metida en la sangre. Su simple aliento era amenazador, y su delicia era la matanza. Saulo perseguía al pueblo de Dios: causaba la ruina de los santos: los obligaba, nos dice, a blasfemar: hacía que los golpearan en las sinagogas, que fueran arrastrados de ciudad en ciudad y que los mataran. Todo esto debe haber permanecido en su corazón como un negro recuerdo, aún después que el Señor Jesucristo lo había perdonado completamente. Cuando supo, como Pablo lo sabía, que era un hombre justificado por medio de la justicia de Jesucristo, eso no impidió que sintiera aflicción en su corazón al pensar que estos inocentes corderos habían sido torturados por él; y que él había tenido una tremenda sed de la sangre de ellos por la única razón de que amaban al Crucificado.

Este asunto de perseguir a muerte a los santos colocaba a Pablo muy por encima de otros pecadores. Esta era la piedra que remataba la pirámide de su pecado, "perseguí a la iglesia de Dios." Le doy gracias a Dios que aquí no hay ningún hombre que tenga esa forma particular de pecado sobre su conciencia, habiendo dado realmente muerte o habiéndose unido en el asesinato de cualquier hijo de Dios. Las leyes de nuestro país han prevenido que alguien de ustedes se haya manchado con una ofensa tan terrible, y bendigo al Señor porque es así. Sin embargo, si hubiera alguno así entre los que están leyendo u oyendo estas palabras ahora o en algún momento en el futuro, debo confesar que se encuentran entre los primeros de los pecadores, y le pido a Dios que les conceda que puedan obtener misericordia como la obtuvo Saulo.

Sin embargo podrían acercarse mucho a cometer algún pecado parecido a éste. Con una alta probabilidad algunos de ustedes ya lo han cometido. Ese esposo que ha amenazado a su esposa de manera tan amarga por obedecer a su conciencia, ese hombre que ha corrido a su trabajador simplemente por su fidelidad a Cristo, ese casero que ha sacado a su inquilino de su casa porque celebraba un servicio religioso bajo su techo, ese hombre que ha difamado voluntaria y maliciosamente a un siervo de Dios, no porque haya hecho algún daño, sino por que no puede soportar oír de alguien que verdaderamente sigue a Cristo. Estas son las personas que deben ser contadas entre los primeros de los pecadores. No han asesinado a nadie, pero han ido tan lejos como se han atrevido a ir, y su corazón está lleno de veneno en contra del pueblo de Dios: este es un crimen atroz. Aunque parezca que es algo sin mayor importancia lastimar a un hijo piadoso, o afligir a una pobre mujer cristiana, Dios no lo considera así. Él recuerda las burlas y los desprecios que se dirigen a sus pequeñitos, y les pide a quienes se entregan a esos hábitos que tengan cuidado. Sería mejor que ofendieran a un rey que a uno de los pequeñitos del Señor.

Ese pobre hombre en el taller, que pasa tantos problemas con tus burlas y desprecios, tiene un Amigo en los cielos. Y ese otro hombre que, buscando al Señor, ha sido recibido con mucha frialdad por la sociedad, tiene un Abogado en lo alto, que cuando es despreciado, no lo verá sin apoyar su causa. Puede parecer algo sin importancia hacer de un santo el objeto de ridículo, pero su Padre en el cielo no lo considera así. Sé esto, que muchos hombres pacientes pueden soportar mucho, pero si golpeas a sus hijos, su circulación sanguínea se altera y no lo tolerarán.

Un padre no permitirá que maltraten a su hijo, y el Grandioso Padre en lo alto es tan tierno y amoroso como cualquier otro padre. Ustedes han visto entre los pájaros y las bestias que ellos pondrán toda su fortaleza para proteger a sus pequeñuelos: una gallina, naturalmente muy tímida, pelea por sus polluelos con todo el valor de un león. Algunos de los animales más pequeños y de los más débiles, se vuelven perfectamente terribles mientras cuidan a sus hijos; y ¿acaso piensan ustedes que el Dios eterno puede tolerar ver a sus hijos perjudicados, calumniados y maltratados por seguirlo a Él? ¿Acaso el Dios de la naturaleza no tiene afecto natural? Creo que no. Vas a lamentar el día en que te levantaste en armas contra el pueblo de Dios. Humíllate ante Dios por eso, de otra manera serás contado entre los primeros de los pecadores, y se te dará el primero de los castigos.

No me queda ninguna duda que puede haber gente de ese tipo aquí; y si es así, sólo puedo orar para que la historia de Saulo de Tarso pueda repetirse en ellos por la gracia que no conoce límites. Y más aún, espero que ellos lleguen a predicar el evangelio que ahora desprecian. No es algo nuevo que el sacerdote se convierta a Cristo. No es algo nuevo que el oponente se convierta en abogado, y que sea un mejor y más poderoso defensor debido a todo el daño que hizo anteriormente. ¡Oh que el Señor quiera convertir en amigos a sus enemigos! ¡Que Dios nos lo conceda! ¡Que Dios nos lo conceda ahora por Cristo! Más aún, debemos contar entre los primeros de los pecadores a quienes son culpables de los pecados más impuros y más obscenos. No voy a ocupar ni un minuto en mencionar cuáles son, pues simplemente hablar de ellos da vergüenza. Que Dios nos guarde de la impureza y de la deshonestidad, de cualquiera de esos pecados que son censurables aún bajo el título de moralidad común; pues, si no (si nos entregamos a ellos) ciertamente por medio de ellos seremos contados entre los primeros de los pecadores. Sin embargo, debo mencionar la blasfemia y las malas palabras, ya que, desafortunadamente, estas son demasiado comunes. ¿Acaso piensa un hombre que puede andar por ahí maldiciendo su propio cuerpo y alma con tantas palabras, sin provocar nunca la ira del Señor? ¿Sueña que puede usar palabras malas y sucias, y juramentos malvados, sin incurrir en pecado? Yo creo que estas cosas traen la más negra culpa sobre la conciencia; pues Dios ha dicho expresamente que no tendrá por inocente a quien tome Su nombre en vano.

Es cierto que Dios no tendrá por inocente al hombre que comete cualquier pecado; pero esto es especialmente mencionado acerca de este pecado, pues los hombres tienden a imaginarse que las palabras no tienen gran importancia, o que Dios no les presta atención. Aún la repetición del nombre de Dios hecha de manera descuidada o sin seriedad, conlleva gran pecado, pues un hombre toma así el nombre de Dios en vano. Sin embargo los hombres toman con ligereza ese nombre en la conversación común, y eso ocurre con una frecuencia terrible.

No hay ninguna excusa para esta atrevida perversidad, puesto que no trae ni ganancia ni placer a la persona que ofende de esa manera. ¿A qué fin práctico sirve? George Herbert dijo hace mucho tiempo:

"La sensualidad y el vino alegan placer, la avaricia ganancia:
Pero el perjuro barato a través de su boca contaminada
Desperdicia su alma y la convierte en nada, sin ningún miedo.
Si yo fuera un Epicúreo, suprimiría el juramento."


Soy incapaz de encontrar una excusa para el lenguaje impío: es una voluntaria perversión innecesaria. Los hombres hablan así para horrorizarnos: la sangre se nos hiela por el temor de que Dios tome su palabra; y todo esto sin ningún objeto. Quiera Dios que cada blasfemador aquí presente (si hubiera alguno, y sin ninguna duda los hay) quiera abandonar ese hábito vil, inexcusable y sin ningún sentido, que rebaja a los hombres en la sociedad, los mancha ante Dios y asegura su condenación.

El lenguaje sucio pone a quienes son culpables de usarlo entre los primeros de los pecadores, y a ellos ciertamente se les dará un castigo terrible en aquel día, cuando Dios maldecirá solemnemente a quienes con tanta ligereza se maldijeron a sí mismos. Será una cosa horrible para el hombre que usó imprecaciones profanas cuando al fin descubra que sus oraciones fueron escuchadas, y que serán respondidas. ¡Oh perjuro, cuida que el Señor Dios no oiga de inmediato tus oraciones para tu confusión eterna! Siéntate en este momento en profundo arrepentimiento, y llora al pensar en las muchas veces que has desafiado al Dios del cielo, y has dicho palabras de provocación contra el Dios en cuyas manos está tu aliento. Él todavía no te ha cortado. ¡Oh maravilla de misericordia! Cuídate. Sobre todo, maravíllate de que se mencione que hay misericordia para quienes son como tú.

Ahora, queridos amigos, hay otros que ocupan los primeros lugares entre los pecadores, pero que no pecan de esta manera. Permítanme mencionarlos, pues en esta categoría debo colocarme a mí mismo y a muchos de ustedes. Hay quienes ocupan los primeros lugares entre los pecadores que han pecado en contra de una gran luz, y contra las influencias de una santa instrucción y de un ejemplo lleno de gracia. Los hijos de padres piadosos, que han sido educados e instruidos en el temor de Dios desde su primera juventud, están entre los primeros de los pecadores si se alejan del camino de la vida. Cuando ellos se apartan, hay un tremendo peso en relación a su falta, que no se puede encontrar en el pecado común de los hijos de los barrios bajos o de los niños de la calle. Los hijos de los degradados no conocen nada mejor, pobres almas, y por lo tanto sus transgresiones son pecados de ignorancia; pero los que tienen un mayor conocimiento, cuando pecan, pecan con un énfasis. Su pecado es como una pieza de plomo que colgará de sus cuellos como una piedra de molino.

Recuerdo cuando pude entender esto con claridad, cuando fui convencido de mi pecado. No me había entregado a ninguno de los vicios escandalosos, pero por otro lado no había sido tentado por ellos, sino que había sido guardado cuidadosamente de las influencias viciosas. Pero yo me lamentaba porque había sido desobediente a mis padres, orgulloso en espíritu, descuidado de los mandamientos de Dios. Yo conocía mucho, conocía mucho desde el principio, y esto me ponía en mi propia consideración entre los primeros de los pecadores. Me había costado mucho hacer el mal, pues yo había pecado contra la luz más clara. En especial este es el caso cuando la posesión del conocimiento está acompañada de mucha sensibilidad de conciencia.

Algunos de ustedes, señores inconversos, cuando hacen algo malo sienten que han hecho algo malo, y lo sienten agudamente, aunque nadie les llame la atención por ello. Ustedes no pueden ser injustos, o irritables, o decir cosas indebidas, o no guardar el día del Señor, o hacer cualquier cosa prohibida, sin que su conciencia se los reproche. Ustedes saben lo que es estar acostados en su cama y sentir un gran remordimiento después de haber asistido a una diversión cuestionable, o después de haber hablado de una manera demasiado frívola. La conciencia de ustedes es sensible; no la violen porque entonces serán doblemente culpables.

Cuando Dios pone el freno en la boca de ustedes, si tratan de ponerlo en medio de sus dientes para que no los detenga de ningún modo, deberían preocuparse en relación a lo que quieren, pues pueden desbocarse derecho hacia la destrucción. "El hombre que al ser reprendido endurece la cerviz, de repente será quebrantado, y para él no habrá remedio." Los hombres son colocados entre los primeros de los pecadores cuando, en contra de la luz y en contra de su propia conciencia, eligen deliberadamente el camino del mal, y abandonan los mandamientos del Señor.

Pecar en contra de la tierna dirección del Espíritu Santo es una ofensa especialmente atroz. ¿Acaso ustedes no han transgredido tristemente en relación a este punto? El otro domingo por la noche tú sentiste que en cuanto salieras de la capilla y llegaras a tu casa, debías doblar tu rodilla en oración; pero no lo hiciste. Y eso lo has sentido muchas veces, y tú has sacudido ese sentimiento; y ahora los sermones escasamente te conmueven: necesitarían estar acompañados de truenos y rayos para que pudieras sentir algo. Las verdades que te sacudían desde la cabeza a los pies, escasamente te afectan ahora. Ten mucho cuidado, te lo ruego; por que quien peca en contra del Espíritu Santo puede encontrarse a sí mismo descontrolado por el pecado, incapaz de dirigir su barco hacia las costas de la salvación. Nada endurece tanto como el Evangelio cuando se le toma consistentemente a la ligera. Nadar en la verdad sin recibirla en el corazón, es destrucción segura. Morir en tierra santa es morir de todas maneras. ¡Que Dios conceda que eso no le suceda a nadie aquí!

Pero si hoy día eres el más grande de los pecadores, no te desesperes, ni te alejes lleno de sombrío enojo; pues te vamos a decir en este momento, en el nombre del Dios misericordioso, que Su Hijo, Jesucristo, ha venido al mundo para salvar a los pecadores, aún al más grande de ellos.

Creo que debo poner en la lista de los primeros de los pecadores a quienes han llevado a otros a pecar. ¡Ah, este es un asunto triste, triste, muy triste! Si tú has guiado a otros a que se descarríen y tú buscas al Señor, y eres salvo, no puedes sin embargo salvarlos a ellos. Si son jóvenes a quienes has contaminado con el mal, no puedes quitar de sus mentes esa desventurada mancha. Puedes dejar de sembrar la semilla del diablo, pero no puedes recoger lo que ya has sembrado, ni puedes evitar que crezca y que madure. El fuego puede encenderse con facilidad, pero no puede extinguirse con la misma facilidad una vez que ha alcanzado el combustible. ¡Es un hecho terrible que puede haber almas en el infierno que tú has enviado allá!

Era una sabia oración penitencial la que hacía un hombre convertido que había influido a otros para el mal: "Señor, perdona mis pecados de otros hombres." Cuando llevas a otros al pecado, sus pecados son en buena medida tus pecados. No dejan de ser los pecados de quienes los cometen, pero son también los pecados de quienes los promovieron o los sugirieron por precepto o por ejemplo. Un mal ejemplo, una expresión obscena, una vida apartada de la santidad puede ser el instrumento para llevar a otros a la perdición; y quienes destruyen a otros, y por tanto son asesinos de sus almas, encabezan la lista de pecadores. El que usa una daga o una pistola para matar el cuerpo es aborrecido; ¿qué diremos de quienes envenenan las mentes de los hombres, y dan cuchilladas al corazón de la piedad? Estos son los más culpables de los culpables. ¡Ay de ellos!

Debo poner en la categoría de los más grandes pecadores especialmente a quien ha predicado el error, a quien ha negado la deidad de Cristo, a quien ha atacado la inspiración de la Escritura, quien ha forcejeado en contra de la fe, luchado contra la expiación, y hecho el mal tanto como ha podido diseminando el escepticismo. Ése debe tomar su lugar entre los principales líderes de la perversión diabólica: es un importante destructor, un apóstol elegido del príncipe de las tinieblas. ¡Oh, que pueda ser traído por la Gracia soberana para estar entre los maestros más destacados de esa fe que hasta aquí ha destruido!

Creo que sería muy conveniente que nosotros como pueblo cristiano oremos más por las personas que sean notorias por su infidelidad. Si habláramos menos amargamente en contra de ellos, y oráramos más dulcemente por ellos, algún bien resultaría de eso. Hemos tenido ya la suficiente dosis de argumentos políticos en contra de los ateos. Llevemos ahora el caso a una corte superior, y supliquemos a Dios en favor de ellos. Si usamos la gran artillería del cielo por medio de la oración importuna, estaríamos usando mejores armas de las que son empleadas comúnmente. Que Dios nos ayude a orar por todos los falsos maestros para que sean convertidos a Dios, y así muestren la omnipotencia de Su amor.

No diré nada más acerca de este deplorable asunto, pues ciertamente sólo he mencionado estos ejemplos con la esperanza de que algunos de mis lectores puedan confesar: "Lamento decir que el predicador se refiere a mí. Ya sea bajo un aspecto u otro debo tomar mi lugar entre los más grandes pecadores."

II. Ahora, en segundo lugar, ¿POR QUÉ SON SALVADOS TAN A MENUDO LOS PRIMEROS DE LOS PECADORES? El Señor Jesucristo, cuando se fue al cielo, se llevó consigo como compañero a uno de los primeros de los pecadores: el ladrón que murió entró en el Paraíso exactamente el mismo día que nuestro Señor. Después que nuestro Señor Jesús se había ido al cielo, hasta donde yo sé, nunca salvó a nadie más por Su propia participación, excepto a una persona; y esa persona fue precisamente el apóstol Pablo, quien nos ha dejado nuestro texto. El Señor le habló a Él personalmente desde el cielo, diciendo: "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?" Él mismo se reveló a Saulo cuando iba de viaje, y lo llamó para ser su apóstol, precisamente a este hombre que con verdad se llamó a sí mismo el primero de los pecadores. Es maravilloso pensar que así sea: pero la gracia se goza al tratar con el pecado grande y evidente, y al quitar los crímenes ruidosos de los grandes pecadores.

El Señor Jesucristo no sólo salvó al primero de los pecadores, sino que estaba relacionado por la sangre con algunos de ellos. Analicen la larga línea de la genealogía de nuestro Señor. Ustedes conocen esa doctrina, la última invención de Roma, concerniente a la inmaculada concepción de la Virgen María. Les voy a decir una doctrina que está tan alejada de esa como el este lo está del oeste. En la genealogía de nuestro bendito Señor encontramos los nombres de algunos de los más grandes pecadores. Especialmente tres mujeres ocupan una posición en ella, cada una de las cuales fue notoria por su pecado. No se mencionan a muchas mujeres, pero entre las primeras está Tamar, culpable de incesto. La siguiente es Rajab la prostituta, y la tercera es Betsabé la adúltera. Este es un linaje torcido, un árbol genealógico cuyas ramas son más que nudosas y torcidas. Admiren la condescendencia de nuestro Señor al venir de tal estirpe. Él vino de los pecadores, por que Él vino para los pecadores.

Según la carne Él viene de los pecadores para que los pecadores puedan venir a Él. En las venas a través de las cuales fluyó su linaje, estaba mezclada la sangre de Rut la Moabita, una gentil, incorporada a propósito para que nosotros los gentiles podamos ver cuán verdaderamente Él era hueso de nuestros huesos, y carne de nuestra carne. No estoy diciendo que hubiera la menor contaminación en Su humanidad, Dios no lo permita; pues Él no nació a la manera de los hombres, como para ser contaminado de esa manera. Pero aún así digo que Su genealogía incluye a muchos grandes pecadores para que podamos ver de qué manera tan cercana se juntó a ellos, de qué manera tan completa asumió su causa.

Lean la lista de su linaje, y verán que David se encuentra allí, quien exclamó: "Contra ti, contra ti solo he pecado"; y Salomón quien amó a mujeres extranjeras; y a Roboam, su insensato hijo; y Manasés quien "derramó muchísima sangre inocente," y peores hombres que ellos, si pudieran existir. Pecadores como éstos forman parte de la genealogía del Salvador de los pecadores. "Fue contado con los inicuos." Él fue llamado "amigo de publicanos y de pecadores." Se decía de Él "Este recibe a los pecadores y come con ellos." Todavía Él se goza en salvar a grandes pecadores. ¡Querido lector, Él se gozará en salvarte a ti!

¿Por qué lo hace? El apóstol dice en el versículo dieciséis, "No obstante, por esta razón recibí misericordia, para que Cristo Jesús mostrase en mí, el primero, toda su clemencia." ¿Cómo, ésa es su razón para salvar a un pecador? Es para que pueda mostrar en ese pecador su clemencia, revelando su paciencia y su perdón. En un gran pecador como Pablo Él muestra toda su clemencia, no granitos ni porciones de ella, sino toda su clemencia. ¿Jesucristo quiere mostrar toda su clemencia? ¿Acaso se goza en desplegar todo su amor? Sí; pues recuerden que Él se refiere a su clemencia como sus riquezas: "Dios es rico en misericordia." Yo no encuentro que llame a su poder: sus riquezas, pero llama a Su gracia sus riquezas, "En él tenemos redención por medio de su sangre, el perdón de nuestras transgresiones, según las riquezas de su gracia que hizo sobreabundar para con nosotros en toda sabiduría."

Oh, queridos amigos, el Señor, que es rico en misericordia, busca un tesoro en el cual poner sus riquezas; busca un estuche para guardar las joyas sagradas de Su amor. Y estos criminales atroces, estos grandes pecadores, estos que se consideran a sí mismos negros como el infierno, estos son precisamente los hombres en los que se encuentra un espacio para Sus raras joyas de bondad. Donde el pecado ha abundado hay suficiente espacio para la misericordia infinita del Dios que vive. ¿Acaso no debería alentarte, si te sientes verdaderamente culpable, que Dios se goza en mostrar toda su paciencia salvando a grandes pecadores? ¿No buscarás de inmediato que toda esa clemencia sea mostrada en tu caso? Cree en el Señor Jesús, y así será.

¿Y qué dice Pablo a continuación? Dice que el Señor lo salvó para ejemplo de los que habían de creer en él para vida eterna. Para ejemplo. Es decir, como un tipo o como una muestra. Pablo era como "una comprobación del texto." Las primeras impresiones de un dibujo grabado son claras y definidas, y por tanto son muy valiosas. Muestran el poder de impresión de la placa en su punto más elevado, antes de que su superficie se desgaste en lo más mínimo. Pablo era una de las impresiones de muestra tomadas de la placa mientras estaba nueva, bajo las circunstancias más favorables para resaltar cada línea de la gracia. Toda la misericordia de Dios era vista en Pablo como un ejemplo. Dios quiera que podamos poner a algunos de ustedes bajo la misma placa grabada, y pudiéramos sacar más impresiones en este momento. Pues la placa no se ha gastado: el tipo usado por Dios está tan nuevo como siempre.

Cuando un impresor prepara las fuentes, envía al autor una hoja para mostrarle cuál es el tipo de letra usado, y lo llama: la prueba. Así también Pablo era la prueba de Dios, una de las primeras pruebas hechas por la gloriosa maquinaria de la gracia, para permitirnos a todos ver lo que Dios tiene que decirnos en relación al amor misericordioso. Esa máquina impresora está trabajando en este mismo momento: está imprimiendo en este momento de manera muy clara, precisa y legible. Quiera Dios que algún gran pecador que me escucha o lee este mensaje sea como el papel colocado bajo el tipo para que registre la impresión de la gracia todopoderosa.

Una grandiosa edición de la Obra del Amor fue hecha antes de que Pablo fuera impreso y publicado; me refiero al tiempo cuando Pedro predicó en Pentecostés. Muchas ediciones grandes y espléndidas han salido desde entonces de esa imprenta. Veo ante mí una biblioteca completa que Dios ha impreso en esta casa, las pruebas que Dios ha sacado en los últimos años de la tipografía de antaño; pero Pablo encabeza la lista como una magnífica primera prueba de lo que Dios puede hacer.

Entonces Dios puede salvarme a mí. Llegué a esa conclusión hace un año, y al ponerla a prueba, la encontré verdadera. Queridos compañeros pecadores, ¡lleguen a esa misma conclusión! ¿Quiénes son ustedes? No, no les estoy pidiendo que me digan. No quiero saberlo. Dios lo sabe. Pero quisiera que llegaran a esta conclusión: "Si Pablo es un ejemplo de los que han sido salvados, entonces por qué no podría yo ser salvo? Si Pablo hubiera sido único, un producto fuera de serie, entonces podríamos tener dudas justamente en cuanto a nosotros; pero como él es un ejemplo, todos podemos esperar ver la misericordia del Señor repetida en nosotros."

Hoy en día, por medio del servicio de paquetería, la gente envía muestrarios de todo tipo de cosas, y muchos artículos son vendidos según las muestras enviadas. Cuando compran conforme a una muestra, ustedes esperan que los bienes sean como la muestra. Así Dios nos envía a Pablo como una muestra de Su gran misericordia hacia los grandes pecadores. Él dice en efecto así: "Ese es el tipo de cosas que yo hago. Tomo este tosco material de mala calidad de los más grandes pecadores, y lo renuevo, y muestro toda mi misericordia en él. Esto es lo que estoy preparado para hacer contigo." Pobre alma, ¿acaso no aceptarás la misericordia de Dios? Entra con el Señor en este negocio de la salvación, para que tú también, como el apóstol, siendo un pecador, puedas llegar a ser como él, obteniendo la salvación gloriosa que es en Cristo Jesús, que vino al mundo para salvar a los pecadores.

Estoy hablándoles de una manera sencilla y clara; pero si aman a sus almas tendrán mejor disposición para escuchar. No quiero divertirlos, sino quiero ver que sean salvos. Por favor, inclinen sus mentes a este tema, y aprendan que hay buena esperanza para el peor de ustedes si clama al Señor. Es por eso que Jesús salva a los que han pecado de manera más grave, para poder mostrarlos como prueba de lo que Su gracia puede hacer.

"Pero yo pertenezco a una familia tan perversa," exclama alguien. Oh, sí; y muchos que han pertenecido a las familias más depravadas y degradadas, han sido salvados. Han entrado en relación con Cristo, y su propia baja condición ha sido absorbida en Su gloria. Los hijos de criminales, cuando se convierten, pertenecen a la familia de Dios. "Pero a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio derecho de ser hechos hijos de Dios."

"Oh, pero yo me he entregado a vicios tan horribles." Esta es una triste confesión, pero no te condena a la desesperación, pues la sangre de Jesús lava la peor suciedad. Los blasfemos, adúlteros, borrachos, ladrones, "Y esto," oh ustedes santos, "esto erais algunos de vosotros, pero ya habéis sido lavados, pero ya sois santificados." ¿Y por qué otros de igual carácter no podrían ser lavados ni santificados?

III. Debo concluir reflexionando un momento en el tercer punto, que es: QUÉ DICEN LOS PRIMEROS DE LOS PECADORES CUANDO SON SALVOS. Lo que dicen está registrado en el texto. Se lee como un himno: "Por tanto, al Rey de los siglos, al inmortal, invisible y único Dios, sean la honra y la gloria por los siglos de los siglos. Amén." Vean, las primeras palabras son "Por tanto." Tan pronto como son salvados, comienzan a alabar al Señor. No soportan ninguna demora para glorificar a Dios. Alguien les puede susurrar al oído: "alabarán a Dios cuando lleguen al cielo." "No," responde el alma salvada, "yo voy a alabarlo ahora. Ahora al Rey de los siglos, al inmortal, invisible y único Dios, sean la honra y la gloria por los siglos de los siglos." El amor agradecido no puede ser restringido, es como fuego en los huesos. Nuestro corazón se rompería de amor si no pudiera encontrar otro medio de expresarse de inmediato.

Otra persona puede susurrar: "Cuando alabes a Dios, no prolongues tu alabanza demasiado. Termina tan pronto lo hayas alabado y adorado moderadamente. No estés metido todo el tiempo en labores de alabanza." "No," replica el hombre que ha sido salvado: "no habré terminado de alabar mientras tenga vida, 'a Él sean la honra y la gloria por los siglos de los siglos.'" No solamente para siempre: eso puede ser lo suficientemente duradero; sino "por los siglos de los siglos." Es una expresión redundante, del tipo que el entusiasmo se goza en utilizar: indica un tipo de doble eternidad. El pecador que ha sido salvado no se sacia de dar gloria al Señor; lo alabará a través de la eternidad. Tan pronto como un hombre ha sido limpiado de pecado, es vestido con alabanza. Un cántico nuevo es puesto en su boca, y debe cantarlo. No puede evitarlo. No hay nada que lo detenga.

Vean todos los títulos que Pablo reúne a la vez. Primero, llama al Señor Jesucristo un Rey. "Por tanto, al Rey de los siglos." O pueden aplicarlo al Dios siempre bendito, en su unidad sagrada, si lo prefieren: Pablo llama al Señor: Rey, pues quiere darle el nombre más elevado, y rendirle el más humilde homenaje. Lo llama un Rey, pues se dio cuenta que lo era; pues es un rey que da vida y muerte, un rey que perdona a los rebeldes, un rey que reina y gobierna sobre los hombres. Todo esto era Jesús para Pablo, y mucho más, por lo tanto sentía la necesidad de darle el título real: no puede referirse a Él con términos que no expresen majestad. Si Jesús no es Rey de todo el mundo, al menos es Rey del hombre cuyos pecados le han sido perdonados. "Por tanto," dice Pablo, "al Rey de los siglos sean la honra y la gloria por los siglos de los siglos."

Vean cómo lo expresa: "al Rey de los siglos." No es un rey que perderá su reino; no es un rey que va a dejar de reinar, o que va a abdicar, o que se va a morir. Oh, queridos hermanos, el Rey que perdonó a Pablo es un Rey igualmente poderoso para salvar hoy. Mil ochocientos años después de Su grandiosa obra de gracia a favor del primero de los pecadores, Él todavía es un Rey.

"Jesús se sienta sobre el monte de Sión:
Él puede salvar a pobres pecadores, hoy."


Él se sienta sobre el trono de misericordia en la soberanía de su gracia, en el esplendor de su amor, en la majestad de su poder, pasando por alto la iniquidad, la trasgresión y el pecado. ¿No te inclinarás ante Él? Aquí, en este momento, hago una pausa para hacerle reverencia: ¡Gloria al Señor Jesús, pues Él es Rey de los siglos!

Después lo llama Rey inmortal. Él es el Rey que vive para siempre por su propio poder, y que por tanto puede dar vida a las almas muertas. Bendito sea el nombre del Salvador que murió por los pecadores, pero de la misma manera bendito sea el nombre de Quien vive para siempre para interceder por los pecadores, y es por tanto capaz de salvar plenamente a quienes vienen a Dios por Él. Los espíritus que han recibido vida y son levantados exclaman a gran voz: "¡Gloria sea dada al Rey de los siglos, porque Él me ha hecho inmortal al tomarme de Su mano que da vida! Porque Él vive, nosotros también viviremos. Nuestra vida está escondida en Él, y reinaremos con Él por toda la eternidad.

A continuación Pablo lo describe como el Rey invisible; pues todavía no vemos todas las cosas sometidas a Él, y su reino es percibido por fe más bien que por la vista. El Señor Jesús es invisible a los ojos mortales, y por tanto nuestro servicio debe darse por el espíritu más que por medio de los sentidos. Debemos confiar en Él si vamos a acercarnos a Él, y debemos decir de Él: "A él le amáis, sin haberle visto."

Un Señor invisible, que sólo puede ser conocido por fe, nos ha salvado, y va a salvarnos, eternamente. No tenemos un Rey que hemos visto o que hemos tocado, o cuya voz hemos escuchado de manera audible; pero el nuestro es un Rey que es invisible, y que sin embargo se mueve de un lado a otro en medio de nosotros, poderoso para salvar. ¡Gracias sean dadas al Espíritu Santo porque nos da ojos de fe para verlo a Él que es invisible, y nos da corazones para confiar y para descansar en un Señor invisible!

"Ahora, ahora, ahora, ahora, ahora, ahora, ahora," esa es la palabra para cada alma que ha sido salvada. Ahora, por tanto, al Rey de los siglos, al inmortal, invisible sea la gloria eterna. ¿Acaso no respondes de inmediato al llamado, con alabanza? ¿No dices: "¡Despierta gloria mía! ¡¿Despierten arpa y salterio?!"¡Oh, que el carbón de un serafín tocara estos labios balbucientes! Como un pecador salvado por mi Señor y Rey, quisiera derramar mi vida en una corriente continua de alabanza hacia mi Señor redentor.

Más aún, nuestro apóstol habla del único Dios. Él es tan únicamente sabio que salva a los pecadores y los convierte en muestras de su misericordia; tan únicamente sabio que toma a los intolerantes y a los perseguidores y los convierte en apóstoles; tan únicamente sabio que hace que la ira del hombre le alabe y usa la propia maldad del hombre como una superficie para mostrar el brillo de la gloria de su gracia. Al único Dios sabio, lo suficientemente sabio para convertir a un león en un cordero, lo suficientemente sabio para convertir a un pecador en un santo, a un perseguidor en un predicador, a un enemigo en un amigo, a Él sea la gloria. ¡Oh, la sabiduría de Dios en el plan de redención! Es una profundidad insondable. Comparada con ella no hay sabiduría en ninguna parte, y Dios es visto como el "único sabio."

A Él sean la honra y la gloria por los siglos de los siglos. Amén. A Él sean la gloria en la tierra y la gloria en el cielo, honor de todos nosotros, pobres seres imperfectos, y gloria de nosotros cuando hayamos sido hecho adecuados de manera perfecta para contemplar su rostro. ¡Vamos, levanten sus corazones ustedes que han sido salvados! Comiencen de inmediato los cánticos que nunca terminarán. Los santos nunca acabarán de cantar, pues recuerdan muy bien que fueron pecadores. ¡Vamos, pobre pecador, desde las profundidades alaba a Quien descendió a las profundidades por ti! ¡Tú, el primero de los pecadores, adora "a quien sobresale entre diez mil. ¡todo él es deseable!" ¡Ustedes, negros pecadores que han llegado hasta el borde de la condenación por sus abominables pecados, elévense hasta las máximas alturas de gozo entusiasta en Jesús su Señor!

Pongan su confianza en el Señor Jesucristo, y todo tipo de pecado y de blasfemia les serán perdonados; y cuando reciban ese perdón, van a explotar en nuevas alabanzas a Dios su Salvador. "Venid, pues, dice Jehovah; y razonemos juntos: Aunque vuestros pecados sean como la grana, como la nieve serán emblanquecidos. Aunque sean rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana."

Oh tú, el más culpable de los culpables, el apóstol Pablo te está hablando a ti, y se pone frente a ti como el portador del estandarte blanco de la misericordia de Dios. Sométete al Rey de los siglos porque habrá perdón para ti, y serás librado de la ira venidera. Treinta y cinco años vivió Pablo en pecado. Veinte años después de eso, cuando era mayor de lo que yo soy ahora, él escribió estas palabras: "Fiel es esta palabra y digna de toda aceptación: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero." ¿No habrá por casualidad aquí alguna persona de treinta y cinco años que debería de pasar a una nueva página? ¿No habrá acaso alguna mujer de esa misma edad que haya pecado ya lo suficiente? ¿No es acaso tiempo que se vuelvan al Señor y encuentren una vida nueva y mejor? ¡Conviértelos, Señor: conviértelos, y ellos se convertirán! Haz que vivan y ellos vivirán para Ti, por toda la eternidad. Amén y Amén.


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